Época: El Imperio Bizantino
Inicio: Año 919
Fin: Año 1025

Antecedente:
La Dinastía Macedónica



Comentario

Desde el año 919 actuaba como co-emperador el suegro de Constantino VII, Romano Lecapeno, que controló el poder hasta su muerte en 944, debido a su prestigio militar. Las circunstancias eran más favorables pero las transformaciones del régimen de la tierra y de las relaciones sociales en el campo no favorecían, a pesar de los esfuerzos imperiales, el mantenimiento de la mediana y pequeña propiedad rural y la nueva gran propiedad crecía con fuerza, sobre todo en momentos críticos como lo fue el invierno del año 927, marcado por el hambre y la epidemia: a medio plazo, aquellas transformaciones debilitarían la base militar y tributaria de los emperadores. Por el momento, Romano Lecapeno pudo atender con éxito a dos nuevos frentes: en la frontera con Mesopotamia fortaleció sus posiciones y llegó a asediar Edesa en 943, en lucha contra los emires hamdaníes de Alepo. Dos años antes, los rusos intentaban de nuevo el asalto naval a Constantinopla, pero esta ver la paz que siguió fue duradera y permitió la expansión religiosa y cultural bizantina en Rusia: en el año 957, la princesa Olga de Kiev, ya bautizada, viajó a ha capital del Imperio para refrendar el nuevo estado de cosas.
Constantino VII ejerció personalmente el poder desde el año 944 y se apoyó en prestigiosos jefes militares provenientes de familias aristocráticas que alcanzaron después, por esta vía, el ejercicio del poder imperial: Nicéforo Focas y Juan Tzimiscés. Aunque fracasó el proyecto de reconquistar Creta (949), los imperiales continuaron la ofensiva en la alta Mesopotamia e incluso se esbozaron relaciones a mediados de siglo enviando embajadas a poderes lejanos cuya alianza podía ser conveniente: Otón I, cuando todavía no era emperador, recibió una para prevenir roces en Italia, y Abd al-Rahman III, califa de Córdoba y principal enemigo de los fatimíes norteafricanos, otra.

El breve mandato de Romano II (959-963) dio paso a los de Nicéforo Focas (959-963) y Juan Tzimiscés (969-976), que accedieron al trono por medio de matrimonios con mujeres de la familia imperial. La línea principal de la dinastía se restauró con Basilio II (976-1025), pero los problemas y cuestiones políticas principales permanecieron. En el interior era la pugna entre las familias aristocráticas, cada vez más fuertes, y la voluntad de algunos emperadores -Romano Lecapeno, Basilio II- determinados a desarrollar una política agraria que limitara la expansión de la gran propiedad y de las tierras amortizadas propiedad de monasterios, política que, al cabo, fracasó.

Los ámbitos de interés exterior eran siempre los mismos pero en todos ellos los avances imperiales fueron extraordinarios. Bajo el mando de Nicéforo Focas y Juan Tzimiscés se resolvió favorablemente la primera crisis con Otón I, ya emperador, que intentó tomar Bari en el año 968, tras el acuerdo de matrimonio entre su hijo -el futuro Otón II- y la princesa griega Teófano. En el frente búlgaro, la situación se invirtió súbitamente cuando Bulgaria fue invadida en los años 968 a 970 por Sviatoslav de Kiev, que había aniquilado en los años anteriores el reino de los jázaros, y el zar Samuel (969-1014) hubo de aceptar el apoyo bizantino y después su dominio: los imperiales controlaron de nuevo la navegación en el Danubio y la Iglesia búlgara perdió su autonomía, aunque Samuel consiguió mantener un núcleo independiente en torno a Ochrida, en el oeste de Macedonia, que sería el punto de partida de su recuperación. En los años inmediatamente anteriores, Nicéforo Focas había conseguido avances importantísimos frente a los poderes musulmanes del Próximo Oriente: Creta se había recuperado ya en el 961 y Chipre lo fue en el 965 mientras las tropas imperiales penetraban en Siria, tomaban Alepo y Antioquía en el año 969 y continuaban hacia el Sur para limitar el avance de los califas fatimíes de Egipto. Incluso llegaron a entrar por poco tiempo en Damasco.

Basilio II, sin embargo, prefirió concentrar sus mayores esfuerzos fuente a los búlgaros una vez sofocada la sublevación de Bardas Focas en Asia Menor (989). Le parecía, sin duda, que aquél era el peligro principal y que afectaba al ámbito de máxima sensibilidad para los intereses y proyectos imperiales porque Samuel había conseguido recuperar toda Bulgaria, Tesalia, el Épiro y Albania y vencer al emperador en el año 986, coincidiendo con la sublevación de Bardas Focas. Basilio II supo rodearse de aliados eficaces: muchos varegos rusos y normandos se integraron en el ejército imperial mientras que se consolidaba la amistad con Vladimiro, príncipe de Kiev (972-1015), que decidió su conversión personal y la de su país al cristianismo ortodoxo y abrió las puertas a la influencia bizantina. El emperador contaba también con la alianza del rey Esteban de Croacia, al que se cedió un espacio de influencia en Dalmacia, y de los serbios del principado de Dioclea. Sobre aquellas bases pudo lanzar una primera ofensiva desde el año 991 y la decisiva a partir del 1001: batalla de Vardar, toma de Skoplie (1004), aplastamiento de los búlgaros en los montes del Klidion (1014) y muerte de Samuel. En 1018 las tierras búlgaras, divididas en themas formaban parte del imperio, pero se buscó la aquiescencia del clero, al respetar la autocefalia de la sede de Ochrida, y de la aristocracia terrateniente que había sobrevivido a la guerra.

Cuando concluía el mandato de Basilio II, el Imperio volvía a alcanzar grandes dimensiones territoriales: en Italia había mejorado la situación con el dominio sobre Capua y Benevento desde el año 1009 y se organizaba la defensa del territorio bajo el mando de un catepán único. Las conquistas de Alepo y Antioquía se mantenían a pesar de los ataques musulmanes de los años 995 y 999, y en el extremo Este, se anexionó la parte occidental de Armenia, en torno a Manzikert, desde el 1020 y se ejercía protectorado sobre el resto, el llamado reino de Ani. Bizancio había recuperado, además, el dominio marítimo en los mares Egeo y Negro y, parcialmente, en el Adriático y el Jónico, y reconocían la soberanía imperial las tierras eslavas de Croacia, Serbia y Dioclea (llamada en el siglo XI Zeta y a partir del XV Montenegro).