Comentario
La decadencia de Mali trae consigo la emergencia de otro reino a cuya cabeza figuran los Sonnis, una dinastía fundada por Alí Kolen, hijo de un antiguo soberano de Gao al que Kankan Musa concedió ciertas prerrogativas. Uno de sus descendientes, Sonni Ali Ber -Alí el Grande-, que reina entre 1464 y 1492, será el organizador del imperio Songhai y el más importante conquistador del África negra, ya que logró levantar en casi 30 años un Imperio tan grande como el que en Europa construyó Carlomagno. Llegaba, en efecto, desde Segou, junto al Níger, hasta Dahomey. Mandó expediciones, conquistó provincias y su fama se extendió tanto en Oriente como en Occidente, dice El Tarik Sudán. Su nombre llegó hasta Europa y Juan II, rey de Portugal, juzgó oportuno enviarle una embajada.
En 1468 se hace con Tombuctú, ocupada por los tuaregs desde 1435; tras pasar a cuchillo a sus moradores, manda ejecutar a los Ulemas, los doctores del Islam que se enfrentaban a él, encarcelar a los letrados e incendiar la ciudad. En 1473 se apodera de Yenné, en el Níger, ciudad fundada en 1250 por los Soninkés y foco de un pequeño Estado que había reemplazado a Ghana en el tráfico aurífero y alcanzado gran notoriedad en la que competía con Tombuctú.
De aquí que Alí Ber la sometiese a sitio durante más de siete años hasta hacerse con ella. En 1476, Sonni Alí Ber entrará en Gao, su capital, en triunfo.
Acto seguido se lanza contra Borgú, al este; se detiene para avituallarse en Mopti, Níger. Después ataca a los Mossi y emprende la conquista del macizo de Bandiagara, enfrentándose a la población animista de los Dogon, que le hace frente parapetada en sus farallones. Por entonces también empieza a significarse claramente contra el poderío musulmán, representado a la sazón por los tuaregs, y lo mismo contra los Peuls, ganaderos que han sabido infiltrarse más o menos pacíficamente en el Sudán. Contra el poderío de éstos reacciona el Sonni Alí con energía. Antes de morir ahogado en un accidente, logrará organizar un Estado centralizado. Le sucede su hijo Senni Baari, que sólo gobierna un año, pues al negarse a convertirse al Islam, uno de sus generales, el soninké Mamauu Tudé, lo destrona y bajo el nombre de Askia Mohamed funda la dinastía musulmana de los Askias.
Se inicia así el siglo de los Askias, un tanto próspero y esplendoroso. El fundador reinó desde 1493 hasta 1528 y organizó su Imperio en provincias, colocando al frente de cada una de ellas a un gobernador. Creó un ejército permanente y acogió a los letrados y juristas en Tombuctú y Djenné. En 1497 llevó a cabo la peregrinación a La Meca, acompañado de 500 jinetes, 1.000 soldados, una multitud de letrados y gran cantidad de oro. A su regreso, volvería con el título de califa del Sudán que le dio el decimocuarto sultán sassánida de La Meca. Movido por la fe islámica, promovió la Guerra Santa contra los paganos Mossi, saqueó los territorios fronterizos y, aprovechándose de la crisis de Mali, logró conquistar Masina y Diara, a la vez que extender su poderío hasta Teghazza. Por el este ocuparía Gadest y las grandes ciudades fortificadas del país Haussa -Katsina, Kane-, enfrentándose asimismo con los tuaregs del Air. Sólo el rey de Kebbi pudo presentarle resistencia. Sus campañas en el sur contra los Dogon, Mossi y Bariba, fueron menos afortunadas.
Por el norte, penetrando en el desierto, llegó a controlar las minas de sal del sur marroquí, que ya entrado en el siglo XVI, uno de sus sucesores, el Askia Daut (1549-1582), cedió en explotación al sultán de Marruecos, tras acordar la percepción de un canon anual de 10.000 dinares de oro.
A su muerte, sus 100 hijos -téngase en cuenta la importancia que asume el harén entre los Songhai- disputarían la sucesión eliminándose entre sí, hasta un tardío entendimiento que trae consigo la paz del reino. Nuevamente se restaura el comercio caravanero y gentes de toda el África negra y del ámbito islámico, incluso desde Europa, llegan a Tombuctú, del que nos dará por este tiempo una vívida descripción León el Africano.
Fue un joven y emprendedor sultán marroquí, Muley Hamed, que pasará a la historia con el apodo de El Mansur -El Victorioso-, quien, en un incontenible afán de gloria y fortuna, se decidió a emprender una expedición transahariana y llegar a las fabulosas minas de oro del país de los negros. Ignoraba su posición exacta y para localizarlas decidió enviar al Askia, rey de Songhai de entonces, una supuesta embajada cuyo fin último era preparar el golpe de mano, nombrando como jefe de la misma a un curioso renegado español de origen granadino, al que se conoció con el apodo de Joder, por ser esta su exclamación más repetida. El flamante pachá organizaría una expedición en toda regla, con una bien provista caravana en la que no faltaron incluso tiendas y cañones de origen inglés y atravesó el Sahara hacia 1590, llegando al Níger en la primavera del siguiente año. Tras enfrentarse a los Songhai, se apoderó de Gao y Tombuctú, donde no encontró el deseado oro para su decepción.
En Marruecos el sultán, exasperado de no lograr el botín previsto, envió a Tombuctú a su fiel servidor Mahmued para deponer al pachá, lo que logra a medias, ya que éste se hace fuerte en Gao. Tras diversas vicisitudes, el pachá Joder, en 1599, sobreviviendo a todos, logró volver a Marruecos con un cuantioso botín, dejando en Tombuctú a una guarnición marroquí que acabó integrándose en el lugar con cierto predicamento hasta el siglo XVIII.