Comentario
Al parecer, los primeros habitantes de la isla de Pascua fueron polinésicos. Encontraron una isla fértil, con gran cantidad de árboles, cuyas especies están siendo determinadas por los recientes análisis palinológicos. Debieron de traer con ellos el característico culto a los antepasados, común en todo el mundo oceánico, que plasmaron en sus gigantescas estatuas de toba volcánica de tono gris-amarillento, coronadas por el pukao, un tocado cilíndrico de color rojizo. Todas ellas son diferentes, pero las típicas moai consisten en una cabeza conformada como un gran rectángulo, prolongada en un torso y abdomen prominente. Bajo el pronunciado arco supercilial, una larga nariz, recta o cóncava, barbilla pronunciada y grandes orejas de lóbulos perforados. Los brazos se aprietan contra los costados, y los dedos, formando abanico, sin uñas, descansan sobre el abdomen. No eran ciegas. El hallazgo de unas láminas de coral blanco debajo de una estatua, que encajaban perfectamente en su cuenca orbital ha demostrado que tenían ojos incrustados.
En cada ahu o plataforma podía haber de 1 a 12 estatuas. En total se han contabilizado más de doscientos ahu y unas mil estatuas. Las más antiguas parece que son del siglo XII d.C., y las últimas del XVII. La mayor parte de la piedra procede de las paredes interiores del volcán Rano Raraku, donde se han encontrado varias tallas sin terminar, con los frentes y los laterales pulidos, pero aún sin separar de la piedra matriz.
Los navegantes europeos que llegaron a la isla a principios del siglo XVIII vieron las estatuas en pie; pero ya Cook, en 1770, comentó que los nativos estaban destruyendo los ahu y derribando las moai. Pocos años después no quedaba ni una sola en pie. ¿Qué fenómeno crucial pudo causar que los nativos de la isla de Pascua derribaran violentamente unos monumentos que con tanto esfuerzo habían construido? Según las recientes investigaciones el proceso pudo ser el siguiente: los nativos necesitaron gran cantidad de madera para hacer rodillos y fabricar cuerdas para arrastrar y levantar las estatuas; también necesitaron madera para construir canoas y pescar lejos de la isla; además, tuvieron que roturar los bosques para convertirlos en tierras cultivables; y, naturalmente, sucedió que las aguas de las lluvias lavaron la tierra deforestada, que perdió gran parte de su fertilidad. La población aumentó, y se necesitaron más canoas y más tierras de cultivo. Llegó un momento en que ya no quedó madera para trasladar las estatuas; tampoco había bosques que roturar y tuvieron que conformarse con la pesca que se conseguía junto a las costas porque no se podían hacer canoas; y a causa de la falta de canoas, quedaron apresados.
Su sociedad, como todas las polinésicas, estaba estructurada, jerárquicamente, pero quizá la presión provocada en su lucha por la supervivencia, dio lugar a que los guerreros más bravos se convirtiesen en cabecillas de las tribus y se desencadenasen luchas violentas. Quizá pensaron que sus antepasados, seres protectores, que habían colocado de espaldas al mar porque se creían solos en su isla, y nada esperaban de fuera, quedaron desprestigiados y fueron derribados.