Comentario
Durante el periodo Kamakura (1192 - 1333), de máxima expansión budista, dos fueron las corrientes religiosas representativas en Japón: el budismo zen y la secta del Buda Amida. Desde el siglo VIII se practicaba en el país la meditación budista, gracias a las influencias recibidas desde India, China y Corea, pero fue a partir de finales del siglo XII cuando la crisis interna y las relaciones con China convirtieron al budismo zen en la doctrina protegida por el nuevo gobierno, gracias al monje Eisai (1141 - 1215). Eisai fue el fundador de la escuela Rinzai, lo que, sin embargo, provocó su destierro de Kyoto, dirigiéndose a la sede del nuevo gobierno feudal en Kamakura, donde encontró la protección y el apoyo para iniciar un amplio movimiento de fundación de monasterios por todo Japón.
El budismo zen es, sin duda, la religión de la clase guerrera. Sobriedad, disciplina individual, entrenamiento físico y mental fueron inmediatamente aceptados por los samurai y su concepto de virilidad, en oposición al refinamiento femenino del periodo Heian. También el creciente feudalismo encontró una de sus raíces en dicha religión para romper con las anteriores estructuras de poder. En el zen no es necesario el conocimiento intelectual, considerado un estorbo, para alcanzar la iluminación, pues es el esfuerzo individual el que la aporta, lo que denota unas escasas necesidades culturales de esta clase dirigente recién nacida y forjada en los campos de batalla. Conceptos como simplicidad esencial, integración en el universo, espontaneidad, fluidez, unicidad, respeto por la naturaleza, mutabilidad o asimetría dinámica, han quedado reflejados en la cultura japonesa, tanto material como intelectual; la pintura, la cerámica o la ceremonia del té son fiel reflejo de estas manifestaciones espirituales. El zen es un pensamiento sin textos ni dogmas, basado, principalmente, en el esfuerzo individual, tanto mental como físico, frente a la rigidez del aprendizaje intelectual. El zen, en resumen, no se puede expresar con ningún concepto ni es transmisible de maestro a discípulo; se expresa, sin embargo, a través de todas las artes desarrolladas a lo largo de la historia japonesa.