Época: Alejandro Magno
Inicio: Año 334 A. C.
Fin: Año 323 D.C.


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Comentario

Corría el año 334 a.C. Tras haber concluido con mano de hierro e sometimiento de las ciudades griegas comenzado por su padre Filipo Alejandro cruzó el Helesponto en busca de la gloria imperecedera del héroe...y de paso, de la derrota del poderoso reino persa. Tras vencer sobre el río Gránico, casi en la misma frontera, a un primer ejército aqueménida, el macedonio avanzó por tierras de Anatolia y en la puertas de Cilicia, la llave de Asia, venció por vez primera en la batalla de Isso al Gran Rey Darío en persona. Y entonces en lugar de marchar sobre el corazón de Imperio, Alejandro se dirigió hacia el Sur, se aseguró la costa fenicia, tomando Tiro tras un durísimo asedio (333-332 a. C.), y siguió hasta Egipto, donde los sacerdotes de Amón le recibieron como un dios. Una vez asegurada su retaguardia y evidenciada ante todos su condición sobrehumana, pudo por fin Alejandro atacar Mesopotamia, vencer en la batalla definitiva de Gaugamela (otoño del 331 a.C.) y, poco después, recibir noticias de la muerte del Gran Rey. El Imperio era del macedonio, al igual que Babilonia, las mujeres y tesoros del persa. Sin embargo, poseído de una energía entre demoníaca y divina, Alejandro arrastró a su exhausto ejército siempre hacia el Este, a regiones de nombre cada vez más exótico: Media y Partia, Hyrkania y Aracosia, Bactria y Sogdiana... fundando por el camino Alejandrías, poleis griegas bautizadas con su nombre que serían focos de civilización helenística en los siguientes siglos, incluso en lo más remoto de Asia. También, masacrando sin piedad a las poblaciones locales que se resistían. Llegaron así los macedonios al Indo, obteniendo victorias sobre ejércitos y reyes ignotos en el Hydaspes (326 a.C.). Pero el ejército se divorciaba de su líder: sus soldados y generales querían gozar de lo obtenido y no agotarse en marchas sin fin... Alejandro hubo de regresar a Babilonia. Y allí, un día de junio del 323 a.C., once años después de cruzar el Helesponto, Alejandro murió, aún joven pero agotado. Dejaba un Imperio que medía cuatro mil ochocientos kilómetros de oeste a este; un legado imposible de mantener por una sola persona. Comenzaban los días de los generales.