Comentario
A finales del siglo IX, el rey de Wessex Alfredo el Grande evocaba, desde la ruina causada por las incursiones normandas, el tiempo en que las iglesias inglesas rebosaban de tesoros y libros. Las segundas invasiones fueron, efectivamente, una dura prueba, pero la Europa cristiana se recupero de ella con relativa rapidez. Con frecuencia se habla de los cien años posteriores a la muerte de Escoto Eriúgena como de uno de los periodos más negros para la historia de la cultura europea. Las luces, sin embargo, no faltan como podemos observar en las tierras francas, las islas británicas o la España cristiana.
En las tierras francas, la huella de Escoto Eriúgena, aunque muy tenuemente, se aprecia en el grupo de autores de la escuela monástica de Auxerre representada por Erico y su discípulo Remigio. Sus glosas y comentarios serían de utilidad para las generaciones posteriores hasta el siglo XII en que fueron manejadas por Guillermo de Conches. Gracias a la escuela de Auxerre se mantuvo en tiempos difíciles la estima por los autores profanos.
Remigio de Auxerre murió el año de la fundación de Cluny. En este monasterio se educó el monje Abbon que, a lo largo de su vida, recorrió buena parte de Europa hasta convertirse en abad del monasterio de Fleury-sur-Loire, uno de los primeros que aceptó la disciplina cluniacense. Bajo su gobierno, el cenobio se enriqueció con un gran número de obras de autores clásicos como Virgilio, Horacio, Lucano, etc., que le convertirían hacia el año mil en uno de los centros de la vida intelectual mejor dotados.
También discípulo de Remigio de Auxerre sería Odón de Cluny, reformador del monasterio de Aurillac en donde hizo sus primeros estudios la figura más singular de su siglo: Gerberto. Enlazará con el otro movimiento de regeneración cultural del Alto Medievo: el Renacimiento otoniano.
En las islas británicas, Alfredo el Grande no se dejó paralizar por sus lamentos ante la deplorable situación de la Inglaterra de su época. Antes bien, junto a su labor como restaurador de la vida política, impulsó acciones para la regeneración cultural de su reino. Monjes extranjeros fueron llamados a Inglaterra para reactivar una vida monástica prácticamente desaparecida. El propio monarca se convirtió, en opinión de S. A. Broocke, en educador de su pueblo y hombre de letras. Bajo su patrocinio se tradujeron diversas obras al anglosajón: la "Regula pastoralis" de Gregorio Magno, el "De consolatione Philosaphiae" de Boecio, la "Historia eclesiastica gentis anglorum" de Beda el Venerable, además de algunos fragmentos del "De Civitate Dei" de san Agustín y de los comentarios de Gregorio Magno al "Libro de Job".
El impulso cultural de Alfredo el Grande no se perdió. Algunos años después de su muerte, el abad de Glastonbury y arzobispo de Canterbury, san Dunstan (924-988) se convirtió en el verdadero restaurador de la vida monástica en la isla. Los lazos con el continente fueron estrechados. El propio Dunstan pasó algunos años de su vida refugiado en el monasterio de San Pedro de Gante. De este centro, así como de Corbie y Fleury recibieron los ingleses un enorme apoyo. Al morir Dunstan, los monasterios ingleses disponían de un buen equipamiento en textos bíblicos, libros litúrgicos y obras variadas de instrucción. Gracias a ello, un discípulo de Dunstan, el monje Aelfrico, pudo promover en la escuela monástica de Cerne Abbas de Dorset la traducción al anglosajón de algunos textos escriturarios. Fue autor también de una importante colección de homilías.
En la cultura hispano-cristiana, la herencia de san Isidoro se conservó, aunque muy tímidamente, entre las comunidades mozárabes sometidas políticamente al Islam. Toledo siguió manteniendo algo del viejo prestigio que le había dado el ser el centro político y espiritual de la España visigoda. Toledo, precisamente, fue importante reducto del adopcionismo que, después de todo, era una forma hispánica de entender el misterio trinitario.
Sin embargo, más que Toledo o Sevilla fue Córdoba el principal bastión del mozarabismo. En Córdoba actúan las dos principales figuras: san Eulogio, campeón de la resistencia martirial frente a las presiones de los gobernantes musulmanes y la tibieza de algunos obispos; y su biógrafo Paulo Alvaro. Del ámbito cordobés salen también los presbíteros Sansón, Leovigildo y Cipriano y el científico Recemundo, autor de un "Calendario" y buen amigo del califa Abderrahmán III que le envió como embajador a la corte de Otón I.
La tradición isidoriana también se mantuvo en los reinos hispano-cristianos. Beato de Liébana, aparte de sus aportaciones antiadopcionistas, fue autor de unos "Comentarios al Apocalipsis" que se inspiraron en los de Ticonio y Apringio de Beja. Los monasterios que se levantaron al calor del impulso repoblador fueron los más importantes focos culturales, muchas veces animados por exiliados mozárabes.
Los años finales del siglo IX conocieron en los núcleos occidentales una notable producción cronística que hay que relacionar con el reinado de Alfonso III (838-910). La llamada "Crónica profética", la "Crónica albeldense" y, sobre todo, la "Crónica de Alfonso III" fueron excelentes herramientas ideológicas para fijar la supuesta continuidad existente entre el reino visigodo de Toledo y la monarquía astur.
A lo largo del siglo X, los centros culturales de la primitiva Cataluña adquieren la primacía sobre sus vecinos del Occidente. A pesar de las graves dificultades políticas (Barcelona fue saqueada por Almanzor el 985), los condados catalanes viven un pequeño renacimiento cultural apoyado en figuras como los obispos Atón de Vich y Mirón Bonfill de Gerona o los abades del monasterio de Ripoll. Con uno de ellos -Oliba- habrá de alcanzar este cenobio un alto nivel intelectual una vez superado el milenario del nacimiento de Cristo. La primitiva Cataluña se convirtió así en zona de intercambio de diferentes corrientes culturales: las del Mediodía de Francia, las de Italia y las de la Córdoba califal cuyo nivel científico era el más alto de Europa.