Comentario
El desembarco francés se realizó, sin apenas resistencia, en las proximidades de los tres principales puertos: Alejandría, Damietta y Rosetta. Las tropas se extendieron con rapidez por la costa. Sólo dos días después, Alejandría caía en su poder sin lucha. Napoleón, consciente del peligro de que apareciera en cualquier momento la escuadra de Nelson, pretendía una ocupación rápida del país, que le otorgara una base territorial y de suministros. El ejército se dividió en dos cuerpos; uno, al mando de Kléber, se encargaría de ocupar el Delta y de brindar protección a la escuadra, fondeada en Abukir. El grueso de las fuerzas, al mando directo de Bonaparte, avanzaría en dirección a El Cairo.
La marcha, estorbada por el calor y las escaramuzas con los pequeños contingentes mamelucos que les flaqueaban, fue dura, y los franceses sufrieron numerosas bajas en su avance hacia el interior. Lejos de las fronteras patrias, en cuya defensa llevaban años combatiendo, los soldados republicanos no entendían su presencia en el remoto Oriente africano, ni la misión civilizadora que se disponían a acometer los sabios que les acompañaban. Pero su progresión era firme y los beyes mamelucos decidieron enfrentarse abiertamente al invasor antes de que llegara a la capital.
El 21 de julio, a la vista de las Pirámides, las tropas de Napoleón fueron atacadas por la caballería ligera mameluca, al mando de Murad Bey. Fue una batalla entre un ejército medieval -que se enfrentaba por primera vez a una guerra moderna- y los veteranos que llevaban años imponiendo sus tácticas y su disciplina en los escenarios europeos. Los franceses formaron en cuadros y desataron un nutrido fuego de cañón y de fusilería que segó las oleadas de jinetes, armados con lanzas y espadas.
Tras la victoria, Bonaparte arengó a sus tropas, pronunciando la famosa frase: "Soldados, desde lo alto de estas Pirámides, cuarenta siglos de Historia os contemplan". El día 25 de julio entró triunfalmente en El Cairo. En los días siguientes, los generales de la República completaron la conquista del país. Manou tomó el puerto de Rosetta y Desaix persiguió a las derrotadas tropas de Murad Bey, obligándolas a refugiarse en el Alto Egipto, desde donde seguirían constituyendo una amenaza. Por su parte, Kléber concluyó rápidamente la ocupación del Delta. En un mes, Napoleón se había adueñado de Egipto.
Los franceses se aplicaron a desarrollar el modelo de protectorado que tan buenos resultados les daba en Italia y los países renanos. Al entrar en Alejandría, Napoleón había lanzado una proclama al pueblo, mostrándose respetuoso con el Islam y animándole a sacudirse la tutela de turcos y mamelucos y a aceptar la modernización que traían los franceses en la punta de sus bayonetas.
Instalado en su lujoso palacio, el general corso realizaba prácticas de estadista. Se esforzaba por convencer a los egipcios de que el final del odiado régimen de los mamelucos les abría las puertas del autogobierno y de la modernización, bajo el patrocinio de Francia. Las tropas fueron aleccionadas para que no entraran en las mezquitas y el pillaje fue duramente castigado. Los sabios franceses crearon el Instituto de Egipto, con el propósito de procurar "el progreso y la propagación de las Luces" y el estudio de "los fundamentos naturales, económicos e históricos" del país. Se introdujo el sistema métrico decimal y una reforma monetaria inspirada en el modelo francés. El primer periódico local en lengua árabe, El Correo de Egipto, fue fundado para transmitir la buena nueva revolucionaria...
Pero la población contemplaba a los extranjeros como infieles que venían a destruir sus tradiciones religiosas y sociales. En torno a ellos se produjo el vacío social, que se iría trasformando en franca hostilidad. El contingente expedicionario dejó de ser el ejército de liberación que pretendía para convertirse en la fuerza de ocupación de un país conquistado y hostil. También la elite mameluca, lejos de agradecer el fin del dominio turco, dio la espalda a los invasores, si bien algunos guerreros se alistaron como mercenarios en el ejército francés, y más tarde conformarían un exótico cuerpo de la Guardia Imperial napoleónica.