Época:
Inicio: Año 1815
Fin: Año 1815

Antecedente:
La batalla de Waterloo



Comentario

Los efectivos de Napoleón rondaban los 72.000 hombres y, según Wellington, "formaban el mejor ejercito que nunca mandó; desde el principio todo parecía marchar según sus planes. Por supuesto que podía pensar que batir de nuevo a los prusianos, como hizo en Ligny, le llevaría cuatro horas. Pero dos ejércitos como los que se enfrentaban en Waterloo rara vez se encontraban... Si he de expresar un juicio por lo que ambos hicieron ese día, diría que fue una batalla de gigantes. ¡Sí, una batalla de gigantes!".
Por supuesto que a Wellington le interesaba enfatizar las cualidades del ejército francés al que derrotó y, quizás, la Grande Armée con la que Napoleón invadió Rusia, en 1812, era una fuerza militarmente superior, pero, analizando objetivamente el ejército de Napoleón en 1815, no existe ninguna duda de que era también una extraordinaria fuerza combativa.

Wellington no tenía una muy buena opinión de su ejército políglota, quejándose del escaso número de tropas británicas que lo componían en Waterloo -23.990 de los 67.660 hombres- y solo la mitad de ellos habían servido en la Península. "Muchas de mis tropas eran novatas", comentó posteriormente, "y aunque lucharon bien, se equivocaban en las maniobras". Sabía que podía confiar en los 5.800 hombres de la Legión alemana del Rey. Mientras que algunas otras tropas -en su ejército se hablaban cinco lenguas- eran de segunda clase. Políticamente no confiaba en los 17.000 soldados belgas y holandeses, ni en los 2.800 nausarianos, que habían luchado con Soult hasta 1813; y muchos de los 11.000 hanoverianos y de los 5.900 hombres de Brunswick eran bisoños.

Sobre el papel ambos ejércitos resultaban parecidos -Napoleón 71.947 hombres, Wellington 67.600-, pero el francés, en teoría, parecía superior en calidad, experiencia, homogeneidad e, incluso, motivación. A lo que había que añadir la ventaja artillera de Napoleón: 246 cañones frente a 156.

Aunque Napoleón reconoció el terreno y las líneas enemigas y envió al general de ingenieros Haxo a inspeccionar las fortificaciones y trincheras -no encontró ninguna-, no valoró por completo la fortaleza de la posición elegida por Wellington en las faldas del Mont St. Jean. Más tarde se lamentaba en Santa Elena de que no tuvo una buena visión del escenario.

Lo que sí pudo ver Napoleón eran las reducidas dimensiones del campo de batalla y la dificultad que representaba maniobrar sobre el mismo. De todos los campos de batalla en los que había luchado Napoleón, Waterloo era el más reducido. Con las aldeas de Papelote, Smohain y La Haie y el castillo de Frischermont, y el bosque de París al Este, y el pueblo de Braine l'Alleud al Oeste, más las dos granjas fortificadas de La Haie Sainte y Hougoumont en medio, Waterloo, con sus escasos diez kilómetros cuadrados, era un lugar excesivamente congestionado para los ciento cincuenta mil hombres dispuestos a luchar sobre él.

Incluyendo los extremos de las alas de caballería, el frente de batalla tenía una longitud de cinco kilómetros, mientras que en Austerlitz era de doce kilómetros, veinte en Bautzen, trece en Dresde, quince en Friedland, doce en Jena-Auerstddt, treinta y cuatro en Leipzig, veinte en Wagram y doce en Ligny. Sólo la Batalla de las Pirámides se desarrolló en un frente menor.

También Wellington estaba acostumbrado a frentes más extensos; Vitoria veinte kilómetros y Fuentes de Oñoro veinticuatro, pero en Waterloo debía encajonar a Napoleón al máximo, si no quería sufrir un ataque sobre ambos flancos por las más numerosas y maniobreras fuerzas francesas. Siempre eligió acertadamente los campos de batalla, en particular los de Vimeiro, Talavera, Salamanca y Orthez. Tal y como uno de sus colaboradores recordaba encantado seis días después: "Antes de llegar dije al Duque (Wellington): "¡Ojalá tuviéramos un apropiado punto débil en el flanco derecho de la posición, que atrajese la atención de Napoleón como para ordenar un inmediato furioso asalto, y olvidarse de su ala derecha de tal forma que no llegue a descubrir la llegada de los prusianos!" ¡Y mira! Cuando llegamos, allí estaba el puesto avanzado de Hougoumont, sobre el que por supuesto cayó".

Hougoumont era "un apropiado punto débil" en tanto que estaba peligrosamente adelantado del resto de las líneas angloaliadas, pero constituía una posición fácilmente defendible que distrajo la atención francesa del avance prusiano por el extremo opuesto del campo de batalla. El terreno elegido por Wellington era sólo plano en la medida que no presentaba accidentes elevados. Desplegado como un cuadrado a lo largo de la carretera principal que une Charleroi con Bruselas, su ejército ocupó los diversos montículos, quebradas y desniveles del terreno, bastante pronunciados cuando se camina por él, pero insignificantes para representarlos sobre los dos mapas de que disponía Napoleón. Con leves declives y desniveles casi imposibles de detectar por una fuerza lanzada al ataque, conformaba el perfecto territorio wellingtoniano. Y aunque resulta excesivo dar el nombre de cresta al Mont St. Jean, la elevación sobre la que Wellington situó la mayor parte de su ejército, permitió a Wellington practicar su famosa maniobra de "bajada inversa" resguardándose de la mayor parte del fuego artillero.

Como dijo un historiador: "Aunque muy apropiado para el sistema defensivo de Wellington, lo poco que el terreno ofrecía a la vista no impresionó a Napoleón por su especial dificultad". A la espalda de Wellington se encontraba el bosque de Soignies; más tarde comentó que había escogido ese lugar deliberadamente en caso de que su ejército tuviera que emprender la retirada, obstaculizando la persecución de la caballería francesa. Pero Napoleón, por el contrario, pensaba que una retirada a través del bosque hubiese significado su ruina.

"En la guerra", dice una de las muchas máximas militares de Napoleón, "las operaciones más simples son las mejores y el secreto de su éxito descansa en maniobras fáciles y en tomar las medidas necesarias para prevenir sorpresas". Sin embargo, en Waterloo, sus operaciones fueron demasiado simples, confiando en su enorme batería principal para romper el centro de las líneas de Wellington como "destrozó el centro de Blücher en Ligny". En todo caso Wellington estaba decepcionado, ya que cuando se disponía a probar su valía contra el más grande descubrió que lo mejor que Francia podía ofrecer no superaba al resto de los mariscales con los que se había enfrentado en la Península. Como recordaba sir Andrew Barnard, herido en Waterloo: "El Duque dijo de Napoleón durante la batalla: "Maldito tipo, después de todo no es más que un simple artillero". Napoleón estaba dispuesto a lanzar un ataque de distracción contra Hougoumont, con la esperanza de atraer las fuerzas de reserva de Wellington y entonces, protegido por una tremenda cortina de fuego artillero, tendría lugar su ataque principal sobre el centro izquierdo de Wellington, por donde esperaba romper la línea anglo-aliada, apoyando su embestida cuando aparecieran las primeras fisuras con sus fuerzas de reserva, caballería pesada y Guardia Imperial. En Wagram la batería principal de Napoleón, compuesta por cien cañones, había aplastado las líneas austriacas, así que en Waterloo, con doscientos cincuenta, confiaba en pulverizar las de Wellington.

Pero la técnica de Wellington de ocultar a muchos de sus hombres, plantearía un inesperado problema a Napoleón. El asalto frontal había funcionado en Rívoli en 1797 y en Leipzig en 1813, pero no suponía una táctica muy imaginativa frente a Wellington, que había preparado ese choque a conciencia: sólo durmió nueve horas entre el 15 y el 18 de junio, empleando el tiempo en ajustar sus líneas con extraordinario detalle, llegando a intercalar unidades británicas entre alemanes y belgas para infundirles valor.