Comentario
El 18 de enero de 1919 se reunieron en Versalles los encargados de organizar la paz. Allí acudieron los delegados de 27 países, en los que existían tres órdenes bien diferenciadas: los grandes, encabezados por el primer ministro francés, Georges Clemenceau, su colega británico, Lloyd George, y el presidente norteamericano Woodrow Wilson; luego, a mucha distancia, los primeros ministros italiano y japonés, Orlando y Saionji. Esos cinco países formaron la comisión de diez miembros que se ocupó de los asuntos principales. En el tercer plano, el resto de los asistentes, que apenas tuvo la oportunidad de participar en los trabajos de la paz.
La conferencia estuvo presidida por Clemenceau, que contaba 78 años de edad y había vivido la derrota francesa frente a Prusia en 1870. Era un político de tal ferocidad en la lucha parlamentaria, a la que había dedicado toda su vida, que se le apodaba El Tigre; pero su experiencia como estadista era escasa. Eso sería importante porque trató de imponer en Versalles una lucha de aniquilamiento de Alemania como si se tratara de hundir a un rival parlamentario. No hubo en él generosidad ni visión de futuro, sólo de revancha. Según John Maynard Keynes, que vivió la conferencia desde dentro como miembro de la delegación británica, Clemenceau "creía que ni se puede tener amistad ni negociar con un alemán; sólo se le deben dar órdenes". Dentro de esa mentalidad, luchó por etiquetar a Alemania como "única responsable de la guerra", por esquilmarla económicamente para que jamás pudiera volver a agredir a Francia y por humillarla y debilitarla con ocupaciones y desmilitarizaciones.
El primer ministro británico, Lloyd George, era un político tan brillante como inestable en sus convicciones ideológicas y políticas. Por un lado, en Versalles apoyó a Wilson en la creación de la Sociedad de Naciones y, aunque proclive a los generosos principios wilsonianos sobre la paz, terminó decantándose en favor de la rapiña colonial y del aniquilamiento económico germano. Y eso pese a la oposición de algunos miembros de su delegación, como el joven y prestigioso economista de la Universidad de Cambridge, Keynes, que se oponía a las brutales sanciones porque causarían una inflación incontrolable y el deseo de revancha, pues "en Alemania serían desalentados tanto el capital como el trabajo". Vista la inutilidad de sus esfuerzos, Keynes presentó su dimisión y regresó a Inglaterra, donde publicó Consecuencias económicas de la Paz, un libro profético.
Woodrow Wilson, imbuido de un sentimiento misionero de la paz, se presentó en París el 14 de diciembre de 1918. Era la primera vez que un presidente norteamericano abandonaba América y, además, pensando en una larga ausencia, que sería de siete meses y medio. El viaje, desaconsejado por sus asesores, era una temeridad: abandonaba su país, distanciándose de la política cotidiana y dando amplia ventaja a sus enemigos políticos; y se presentaba en Europa, un continente que conocía mal en todos sus aspectos, perdiendo el ascendiente moral de su trayectoria y la inmensa ventaja que, desde el otro lado del Atlántico, podía ejercer como banquero de todos los beligerantes.
¿Por qué se presentó en Versalles? El gran especialista en relaciones internacionales, Charles Zorghibe cree que, "Quizás fue la vanidad del jurista, del historiador, decidido a no faltar a la mayor cita diplomática desde el final de las guerras napoleónicas y del Congreso de Viena o, quizás, fue la excitación de un teórico y práctico de la política, tan extasiado como una debutante, la perspectiva de su primer baile#"