Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
HISTORIA VERDADERA DE LA CONQUISTA DE LA NUEVA ESPAÑA, I



Comentario

Cómo los sobrinos del grande Montezuma andaban convocando e trayendo a sí las voluntades de otros señores para venir a México a sacar de la prisión al gran Montezuma y echarnos de la ciudad


Como el Cacamatzin, señor de la ciudad de Tezcuco, que después de México era la mayor y más principal ciudad que hay en la Nueva-España, entendió que había muchos días que estaba preso su tío Montezuma, e que en todo lo que nosotros podíamos nos íbamos señoreando, y aun alcanzó a saber que habíamos abierto la casa donde estaba el gran tesoro de su abuelo Axayaca, y que no habíamos tomado cosa ninguna dello; e antes que lo tomásemos acordó de convocar a todos los señores de Tezcuco, sus vasallos, e al señor de Cuyoacán, que era su primo, y sobrino del Montezuma, e al señor de Tacuba e al señor de Iztapalapa, e a otro cacique muy grande, señor de Matalcingo, que era pariente muy cercano de Montezuma, y aun decían que le venía de derecho el reino y señorío de México, y este cacique era muy valiente por su persona entre los indios; pues andando concertando con ellos y con otros señores mexicanos que para tal día viniesen con todos sus poderes y nos diesen guerra, parece ser que el cacique que he dicho que era valiente por su persona, que no le sé el nombre, dijo que si le daban a él el señorío de México, pues venía de derecho, que él con toda su parentela, y los de una provincia que se dice Matalcingo, serían los primeros que vendrían con sus armas a nos echar de México, o no quedaría ninguno de nosotros a vida. Y el Cacamatzin parece ser respondió que a él le venía el cacicazgo y él había de ser rey, pues era sobrino de Montezuma, y que si no quería venir, que sin él ni su gente haría la guerra. Por manera que ya tenía el Cacamatzin apercibidos los pueblos y señores por mí ya nombrados, y tenía concertado que para tal día viniesen sobre México, e con los señores que dentro estaban de su parte les darían lugar a la entrada; e andando en estos tratos, lo supo muy bien el Montezuma por la parte de su gran deudo, que no quiso conceder en lo que Cacamatzin quería; y para mejor lo saber envió Montezuma a llamar todos sus caciques y principales de aquella ciudad, y le dijeron cómo el Cacamatzin los andaba convocando a todos con palabras e dádivas para que le ayudasen a darnos guerra y soltar al tío. Y como Montezuma era cuerdo y no quería ver su ciudad puesta en armas ni alborotos, se lo dijo a Cortés según y de la manera que pasaba, el cual alboroto sabía muy bien nuestro capitán y todos nosotros, mas no tan por entero como se lo dijo. Y el consejo que sobre ello tomó era, que nos diese de su gente mexicana e iríamos sobre Tezcuco, y que le prenderíamos o destruiríamos aquella ciudad e sus comarcas. E el Montezuma no le cuadró este consejo; por manera que Cortés le envió a decir al Cacamatzin que se quitase de andar revolviendo guerra, que será causa de su perdición, e que le quiere tener por amigo, e que en todo lo que hubiese menester de su persona lo hará por él, e otros muchos cumplimientos. E como el Cacamatzin era mancebo, y halló otros muchos de su parecer que le acudirían en la guerra, envió a decir a Cortés que ya había entendido sus palabras de halagos, que no las quería más oír, sino cuando le viese venir, que entonces le hablaría lo que quisiese. Tornó otra vez Cortés a le enviar a decir que mirase que no hiciese deservicio a nuestro rey y señor, que lo pagaría su persona y le quitaría la vida por ello; y respondió que ni conocía a rey, ni quisiera haber conocido a Cortés, que con palabras blandas prendió a su tío. Como envió aquella respuesta, nuestro capitán rogó a Montezuma, pues era tan gran señor, y dentro en Tezcuco tenía grandes caciques y parientes por capitanes, y no estaban bien con el Cacamatzin, por ser muy soberbio y malquisto; y pues allí en México con Montezuma estaba un hermano del mismo Cacamatzin, mancebo de buena disposición, que estaba huido del propio hermano porque no le matase, que después del Cacamatzin heredaba el reino de Tezcuco; que tuviese manera y concierto con todos los de Tezcuco que prendiesen al Cacamatzin, o que secretamente le enviase a llamar, y que si viniese, que le echase mano y le tuviese en su poder hasta que estuviese más sosegado; y que pues que aquel su sobrino estaba en su casa huido por temor del hermano, y le sirve, que le alce luego por señor, y le quite el señorío al Cacamatzin, que está en su deservicio y anda revolviendo todas las ciudades y caciques de la tierra por señorear su ciudad e reino. Y el Montezuma dijo que le enviaría luego a llamar; mas que sentía dél que no querría venir, y que si no viniese, que se tendría concierto con sus capitanes y parientes que le prendan; y Cortés le dio muchas gracias por ello, y aun le dijo: "Señor Montezuma, bien podéis creer que si os queréis ir a vuestros palacios, que en vuestra mano está; que desde que tengo entendido que me tenéis buena voluntad e yo os quiero tanto, que no fuera yo de tal condición, que luego no os fuera acompañando para que os fuerais con toda vuestra caballería a vuestros palacios; y si lo he dejado de hacer, es por estos mis capitanes que os fueron a Prender, porque no quieren que os suelte, y porque vuestra merced dice que quiere estar preso por excusar las revueltas que vuestros sobrinos traen por haber en su poder esta ciudad e quitaros el mando"; y el Montezuma dijo que se lo tenía en merced, y como iba entendiendo las palabras halagüeñas de Cortés e veía que lo decía, no por soltarle, sino probar su voluntad, y también Orteguilla, su paje, se lo había dicho a Montezuma, que nuestros capitanes eran los que le aconsejaron que le prendiese, e que no creyese a Cortés, que sin ellos no le soltaría. Dijo el Montezuma a Cortés que muy bien estaba preso hasta ver en qué paraban los tratos de sus sobrinos, y que luego quería enviar mensajeros a Cacamatzin rogándole que viniese ante él, que le quería hablar en amistades entre él y nosotros; y le envió a decir que de su prisión que no tenga él cuidado, que si se quisiese soltar, que muchos tiempos ha tenido para ello, y que Malinche le ha dicho dos veces que se vaya a sus palacios, y que él no quiere, por cumplir el mandado de sus dioses, que le han dicho que se esté preso, y que si no lo está, luego será muerto; y que esto que lo sabe muchos días ha de los papas que están en servicio de los ídolos; y que a esta causa será bien que tenga amistad con Malinche y sus hermanos. Y estas mismas palabras envió Montezuma a decir a los capitanes de Tezcuco, cómo enviaba a llamar a su sobrino para hacer las amistades, y que mirase no le trastornase su seso aquel mancebo, para tomar armas contra nosotros. Y dejemos esta plática, que muy bien la entendió el Cacamatzin: y sus principales entraron en consejo sobre lo que harían, y el Cacamatzin comenzó a bravear y que nos había de matar dentro de cuatro días, e que al tío, que era una gallina, por no darnos guerra cuando se lo aconsejaba al abajar la sierra de Chalco cuando tuvo allí buen aparejo con sus guarniciones, y que nos metió él por su persona en su ciudad, como si tuviera conocido que íbamos para hacerle algún bien; y que cuanto oro le han traído de sus tributos nos daba, y que le habíamos escalado y abierto la casa donde está el tesoro de su abuelo Axayaca, y que sobre todo esto le teníamos preso, e que ya le andábamos diciendo que quitasen los ídolos del gran Huichilobos, e que queríamos poner los nuestros; e que porque esto no viniese más mal, y para castigar tales cosas e injurias, que les rogaba que le ayudasen, pues todo lo que ha dicho han visto por sus ojos, y cómo quemamos los mismos capitanes del Montezuma, y que ya no se puede compadecer otra cosa sino que todos juntos a una nos diesen guerra; y allí les prometió el Cacamatzin que si quedaba con el señorío de México que les había de hacer grandes señores, y también les dio muchas joyas de oro y les dijo que ya tenía concertado con sus primos, los señores de Cuyoacan y de Iztapalapa y de Tacuba y otros deudos, que le ayudarían, e que en México tenía de su parte otras personas principales, que le darían entrada e ayuda a cualquiera hora que quisiese, y que unos por las calzadas, y todos los más en sus piraguas y canoas chicas por la laguna, podrían entrar, sin tener contrarios que se lo defendiesen, pues su tío estaba preso; y que no tuviesen miedo de nosotros, pues saben que pocos días habían pasado que en lo de Almería los mismos capitanes de su tío habían muerto muchos teules y un caballo, lo cual bien vieron la cabeza de un teule y el cuerpo del caballo; e que en una hora nos despacharían, e con nuestros cuerpos harían buenas fiestas y hartazgos. Y como hubo hecho aquel razonamiento, dicen miraban unos capitanes a otros para que hablasen los que solían hablar primero en cosas de guerra, e que cuatro o cinco capitanes le dijeron que ¿cómo habían de ir sin licencia de su gran señor Montezuma y dar guerra en su propia casa y ciudad? Y que se lo envíen primero a hacer saber, e que si es consentidor, que irán con él de muy buena voluntad, e que de otra manera, que no le quieren ser traidores. Y pareció ser que el Cacamatzin se enojó con los capitanes que le dieron aquella respuesta, y mandó echar presos tres dellos; y como había allí en el consejo y junta que tenían otros sus deudos y ganosos de bullicios, dijeron que le ayudarían hasta morir. E acordó de enviar a decir a su tío el gran Montezuma que había de tener empacho enviarle a decir que venga a tener amistad con quien tanto mal y deshonra le ha hecho, teniéndole preso; e que no es posible sino que nosotros éramos hechiceros y con hechizos le teníamos quitado su gran corazón y fuerza, o que nuestros dioses y la gran mujer de Castilla que les dijimos que era nuestra abogada nos da aquel gran poder para hacer lo que hacíamos; e en esto que dijo a la postre no lo erraba, que ciertamente la gran misericordia de Dios y su bendita madre nuestra señora nos ayudaba. Y volvamos a nuestra plática, que en lo que se resumió, fue enviar a decir que él venía a pesar nuestro y de su tío a nos hablar y matar; y cuando el gran Montezuma oyó aquella respuesta tan desvergonzada, recibió mucho enojo, y luego en aquella hora envió a llamar seis de sus capitanes de mucha cuenta, y les dio su sello, y aun les dio ciertas joyas de oro, y les mandó que luego fuesen a Tezcuco y que mostrasen secretamente aquel su sello a ciertos capitanes y parientes, que estaban muy mal con el Cacamatzin por ser muy soberbio, a que tuviesen tal orden y manera, que a él y a los que eran en su consejo los prendiesen y que luego se los trajesen delante. Y como fueron aquellos capitanes, y en Tezcuco entendieron lo que el Montezuma mandaba, y el Cacamatzin era malquisto, en sus propios palacios le prendieron, que estaba platicando con aquellos sus confederados en cosas de la guerra, y también trajeron otros cinco presos con él. E como aquella ciudad está poblada junto a la gran laguna, aderezan una gran piragua con sus toldos y les meten en ella, y con gran copia de remeros los traen a México, y cuando hubo desembarcado le meten en sus ricas andas, como rey que era, y con gran acato le llevan ante Montezuma; y parece ser estuvo hablando con su tío, y desvergonzósele más de lo que antes estaba, y supo Montezuma de los conciertos en que andaba, que era alzarse por señor; lo cual alcanzó a saber más por entero de los demás prisioneros que le trajeron, y si enojado estaba de antes del sobrino, muy más lo estuvo entonces. Y luego se lo envió a nuestro capitán para que lo echase preso, y a los demás prisioneros mandó soltar; e luego Cortés fué a los palacios e al aposento de Montezuma y le dio las gracias por tan gran merced; y se dio orden que se alzase por rey de Tezcuco al mancebo que estaba en su compañía del Montezuma, que también era su sobrino, hermano del Cacamatzin, que ya he dicho que por su temor estaba allí retraído al favor del tío porque no le matase, que era también heredero muy propincuo del reino de Tezcuco; y para lo hacer solemnemente y con acuerdo de toda la ciudad, mandó Montezuma que viniesen ante él los más principales de toda aquella provincia, y después de muy bien platicada la cosa, le alzaron por rey y señor de aquella gran ciudad, y se llamó don Carlos. Ya todo esto hecho, como los caciques y reyezuelos sobrinos del gran Montezuma, que eran el señor de Cuyoacan y el señor de Iztapalapa y el de Tacuba, vieron e oyeron las prisiones del Cacamatzin, y supieron que el Gran Montezuma había sabido que ellos estaban en la conjuración para quitarle su reino y dárselo a Cacamatzin, temieron y no le venían a ver ni a hacer palacio como solían; e con acuerdo de Cortés, que le convocó e atrajo al Montezuma para que los mandase prender, en ocho días todos estuvieron presos en la cadena gorda, que no poco se holgó nuestro capitán y todos nosotros. Miren los curiosos lectores en lo que andaban nuestras vidas, tratando de nos matar cada día y comer nuestras carnes, si la gran misericordia de Dios, que siempre era con nosotros, no nos socorría; e aquel buen Montezuma a todas nuestras cosas daba buen corte; e miren qué gran señor era, que estando preso así era tan obedecido. Pues ya todo apaciguado e aquellos señores presos, siempre nuestro Cortés con otros capitanes y el fraile de la Merced, estaban teniéndole palacio, e en todo lo que podían le daban mucho placer, y burlaban, no de manera de desacato, que digo que no se sentaban Cortés ni ningún capitán hasta que el Montezuma les mandaba dar sus asentaderos ricos y les mandaba asentar; y en esto era tan bien mirado, que todos le queríamos con gran amor, porque verdaderamente era gran señor en todas las cosas que le veíamos hacer. Y volviendo a nuestra plática, unas veces le daban a entender las cosas tocantes a nuestra santa fe, y se lo decía el fraile con el paje Orteguilla, que parece que le entraban ya algunas buenas razones en el corazón, pues las escuchaba con atención mejor que al principio. También le daban a entender el gran poder del emperador nuestro señor, y cómo le daban vasallaje muchos grandes señores que le obedecían, y de lejas tierras; y decíanle otras muchas cosas que él se holgaba de les oír, y otras veces jugaba Cortés con él al totoloque; y él, como no era nada escaso, nos daba, cada día, cual joyas de oro o mantas. Y dejaré de hablar en ello, y pasaré adelante.