Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
HISTORIA VERDADERA DE LA CONQUISTA DE LA NUEVA ESPAÑA, I



Comentario

Cómo fuimos a grandes jornadas, así Cortés con todos sus capitanes como todos los de Narváez, excepto Pánfilo de Narváez y Salvatierra, que quedaban presos


Como llegó la nueva referida cómo Pedro de Alvarado estaba cercado y México rebelado, cesaron las capitanías que habían de ir a poblar a Pánuco y a Guazacualco, que habían dado a Juan Velázquez de León y a Diego de Ordás, que no fue ninguno dellos, que todos fueron con nosotros; y Cortés habló a los de Narváez, que sintió que no irían con nosotros de buena voluntad a hacer aquel socorro, y les rogó que dejasen atrás enemistades pasadas por lo de Narváez, ofreciéndoles de hacerlos ricos y darles cargos; y pues venían a buscar la vida, y estaban en tierra, y enriquecerse, que ahora les venía lance; y tantas palabras les dijo, que todos a una se le ofrecieron que irían con nosotros; y si supieran las fuerzas de México, cierto está que no fuera ninguno. Y luego caminamos a muy grandes jornadas hasta llegar a Tlascala, donde supimos que hasta que Montezuma y sus capitanes habían sabido cómo habíamos desbaratado a Narváez, no dejaron de darle guerra a Pedro de Alvarado, y le habían ya muerto siete soldados y le quemaron los aposentos; y cuando supieron nuestra victoria cesaron de darle guerra; mas dijeron que estaban muy fatigados por falta de agua y bastimento, lo cual nunca se lo había mandado dar Montezuma; y esta nueva trajeron indios de Tlascala en aquella misma hora que hubimos llegado. Y luego Cortés mandó hacer alarde de la gente que llevaba, y halló sobre mil y trescientos soldados, así de los nuestros como de los de Narváez, y sobre noventa y seis caballos y ochenta ballesteros y otros tantos escopeteros; con los cuales le pareció a Cortés que llevaba gente para poder entrar muy a su salvo en México; y demás desto, en Tlascala nos dieron los caciques dos mil hombres, indios de guerra; y luego fuimos a grandes jornadas hasta Tezcuco, que es una gran ciudad, y no se nos hizo honra ninguna en ella ni pareció ningún señor, sino todo muy remontado y de mal arte; y llegamos a México día de señor San Juan de junio de 1520 años, y no parecía por las calles caciques ni capitanes ni indios conocidos, sino todas las casas despobladas. Y como llegamos a los aposentos en que solíamos posar, el gran Montezuma salió al patio para hablar y abrazar a Cortés y darle el bien venido, y de la victoria con Narváez; y Cortés, como venía victorioso, no le quiso oír, y el Montezuma se entró en su aposento muy triste y pensativo. Pues ya aposentados cada uno de nosotros donde solíamos estar antes que saliésemos de México para ir a lo de Narváez, y los de Narváez en otros aposentos, e ya habíamos visto e hablado con el Pedro de Alvarado y los soldados que con él quedaron, y ellos nos daban cuenta de las guerras que los mexicanos les daban y trabajo en que les tenían puestos, y nosotros les dábamos relación de la victoria contra Narváez. Y dejaré esto, y diré cómo Cortés procuró saber qué fue la causa de se levantar México, porque bien entendido teníamos que a Montezuma le pesó dello, que si le pluguiera o fuera por su consejo, dijeron muchos soldados de los que se quedaron con Pedro de Alvarado en aquellos trances, que si Montezuma fuera en ello que a todos les mataran; y que el Montezuma los aplacaba que cesasen la guerra; y lo que contaba el Pedro de Alvarado a Cortés sobre el caso era, que por libertar los mexicanos al Montezuma, e porque su Huichilobos se lo mandó porque pusimos en su casa la imagen de nuestra señora la virgen santa María y la cruz. Y mas dijo, que habían llegado muchos indios a quitar la santa imagen del altar donde la pusimos, y que no pudieron quitarla, y que los indios lo tuvieron a gran milagro, y que se lo dijeron al Montezuma, e que les mandó que la dejasen en el mismo lugar y altar, y que no curasen de hacer otra cosa; y así, la dejaron. Y más dijo el Pedro de Alvarado, que por lo que el Narváez les había enviado a decir al Montezuma, que le venía a soltar de las prisiones y a prendernos, y no salió verdad; y como Cortés había dicho al Montezuma que en teniendo navíos nos habíamos de ir a embarcar y salir de toda la tierra; e que no nos íbamos e que todo eran palabras, e que ahora habían visto venir muchos más teules; antes que todos los de Narváez y los nuestros tornásemos a entrar en México, que sería bien matar al Pedro de Alvarado y a sus soldados, y soltar al gran Montezuma, y después no quedar a vida ninguno de los nuestros e de los de Narváez, cuanto más que tuvieron por cierto que nos venciera el Narváez. Estas pláticas y descargo dio el Pedro de Alvarado a Cortés, y le tornó a decir Cortés que a qué causa les fue a dar guerra estando bailando y haciendo sus fiestas y bailes y sacrificios que hacían a su Huichilobos y a Tezcatepuca; y el Pedro de Alvarado dijo que luego le habían de venir a dar guerra, según el concierto que tenían entre ellos hecho; y todo lo demás que lo supo de un papa y de dos principales y de otros mexicanos; y Cortés le dijo: "Pues hanme dicho que os demandaron licencia para hacer el areito y bailes"; e dijo que así era verdad, e que fue por tomarles descuidados; e que porque temiesen y no viniesen a darle guerra, que por esto se adelantó a dar en ellos; y como aquello Cortés le oyó. le dijo, muy enojado, que era muy mal hecho, y grande desatino y poca verdad; e que plugiera a Dios que el Montezuma se hubiera soltado, e que tal cosa no la oyera a sus oídos; y así le dejó, que no le habló más en ello. También yo quiero decir que decía el Pedro de Alvarado que, cuando peleaban los indios mexicanos con él, que dijeron muchos de ellos que una gran tecleciguata, que es gran señora, que era otra como la que estaba en su gran cu, les echaba tierra en los ojos y les cegaba, y que un gran teule que andaba en un caballo blanco, les hacía mucho más daño, y que, si por ellos no fuera, que les mataran a todos; e que aquello diz que se lo dijeron al gran Montezuma sus principales: y si aquello fue así grandísimos milagros son y de continuo hemos de dar gracias a Dios y a la virgen Santa María nuestra señora, su bendita madre, que en todo nos socorre y al bienaventurado señor Santiago. También dijo el mismo Pedro de Alvarado que cuando andaba con ellos en aquella guerra, que mandó poner a un tiro, que estaba cebado, fuego, el cual tenía una pelota y muchos perdigones, e que como venían muchos escuadrones de indios a le quemar los aposentos, que salió a pelear con ellos, e que mandó poner fuego al tiro, e que no salió, y que hizo una arremetida contra los escuadrones que le daban guerra, y cargaban muchos indios sobre él, e que venía retrayéndose a la fuerza y aposento, e que entonces sin poner fuego al tiro salió la pelota y los perdigones y mató muchos indios; y que si aquello no acaeciera, que los enemigos los mataran a todos, como en aquella vez le llevaron dos de sus soldados vivos. Otra cosa dijo el Pedro de Alvarado, y esta sola cosa la dijeron otros soldados, que las demás pláticas solo el Pedro de Alvarado lo contaba; y es, que no tenía agua para beber, y cavaron en el patio, e hicieron un pozo y sacaron agua dulce, siendo todo salado también. Todo fue muchos bienes que nuestro señor Dios nos hacía. E a esto del agua digo yo que en México estaba una fuente que muchas veces y todas las más manaba agua algo dulce; que lo demás que dicen algunas personas, que el Pedro de Alvarado, por codicia de haber mucho oro y joyas de gran valor con que bailaban los indios, te fue a dar guerra, yo no lo creo ni nunca tal oí, ni es de creer que tal hiciese, puesto que lo dice el obispo fray Bartolomé de las Casas aquello y otras cosas que nunca pasaron; sino que verdaderamente dio en ellos por meterle temor, e que con aquellos males que les hizo tuviesen harto que curar y llorar en ellos, porque no le viniesen a dar guerra; y como dicen que quien acomete vence, y fue muy peor, según pareció. Y también supimos de mucha verdad que tal guerra nunca el Montezuma mandó dar, e que cuando combatían al Pedro de Alvarado, que el Montezuma les mandaba a los suyos que no lo hiciesen, y que le respondían que ya no era cosa de sufrir tenerle preso, y estando bailando irles a matar, como fueron; y que te habían de sacar de allí y matar a todos los teules que te defendían Estas cosas y otras sé decir que lo oí a personas de fe y que se hallaron con el Pedro de Alvarado cuando aquello pasé. Y dejarlo he aquí, y diré la gran guerra que luego nos dieron, y es desta manera.