Comentario
Cómo nuestro capitán Cortés fue a una entrada al pueblo de Saltocan, que está en la ciudad de México obra de seis leguas, puesto y poblado en la laguna, y dende allí a otros pueblos; y lo que en el camino pasó diré adelante
Como habían venido allá a Tezcuco sobre quince mil tlasclatecas con la madera de los bergantines, y había cinco días que estaban en aquella ciudad sin hacer cosa que de contar sea, y no tenían mantenimientos, antes les faltaban; y como el capitán de los tlascaltecas era muy esforzado y orgulloso, que ya he dicho otras veces que se decía Chichimecatecle, dijo a Cortés que quería ir a hacer algún servicio a nuestro gran emperador y batallar contra mexicanos, ansí por mostrar sus fuerzas y buena voluntad para con nosotros, como para vengarse de las muertes y robos que habían hecho a sus hermanos y vasallos, ansí en México como en sus tierras; y que le pedía por merced que ordenase y mandase a qué parte podrían ir que fuesen nuestros enemigos; y Cortés les dijo que les tenía en mucho su buen deseo, y que otro día quería ir a un pueblo que se dice Saltocan, que está de aquella ciudad cinco leguas, mas que están fundadas las casas en el agua de la laguna, e que había entrada para él por tierra; el cual pueblo había enviado a llamar de paz días había tres veces, y no quiso venir, y que les tornó a enviar mensajeros nuevamente con los de Tepetezcuco y de Otumba, que eran sus vecinos, y que en lugar de venir de paz, no quisieron, antes trataron mal a los mensajeros y descalabraron dellos, y la respuesta que dieron fue, que si allá íbamos, que no tenían menos fuerza y fortaleza que México; que fuesen cuando quisiesen, que en el campo les hallaríamos; e que habían tenido aquella respuesta de sus ídolos que allí nos matarían, y que les aconsejaron los ídolos que esta respuesta diesen; y a esta causa Cortés se apercibió para ir él en persona a aquella entrada, y mandó a doscientos y cincuenta soldados que fuesen en su compañía, y treinta de a caballo, y llevó consigo a Pedro de Alvarado y a Cristóbal de Olí y muchos ballesteros y escopeteros, y a todos los tlascaltecas, y una capitanía de hombres de guerra de Tezcuco, y los más dellos principales; y dejó en guardia de Tezcuco a Gonzalo de Sandoval, para que mirase mucho por los bergantines y real, no diesen una noche en él; porque ya he dicho que siempre habíamos de "estar la barba sobre el hombro", lo uno por estar tan a la raya de México, y lo otro por estar en tan gran ciudad como era Tezcuco, y todos los vecinos de aquella ciudad eran parientes y amigos de mexicanos; y mandó al Sandoval y a Martín López, maestro de hacer los bergantines, que dentro de quince días los tuviesen muy a punto para echar al agua y navegar en ellos, y se partió de Tezcuco para hacer aquella entrada. Después de haber oído misa, salió con su ejército, e yendo su camino, no muy lejos de Saltocan encontró con unos grandes escuadrones de mexicanos, que le estaban aguardando en parte porque creyeron aprovecharse de nuestros españoles y matar los caballos; mas Cortés marchó con los de a caballo, y él juntamente con ellos; y después de haber disparado las escopetas y ballestas, rompieron por ellos y mataron algunos de los mexicanos, porque luego se acogieron a los montes y a partes que los de a caballo no los pudieron seguir; mas nuestros amigos los tlascaltecas prendieron y mataron obra de treinta; y aquella noche fue Cortés a dormir a unas caserías, y estuvo muy sobre aviso con sus corredores de campo y velas y rondas y espías, porque estaba entre grandes poblaciones; y supo que Guatemuz, señor de México, había enviado muchos escuadrones de gente de guerra a Saltocan para les ayudar, los cuales fueron en canoas por unos hondos esteros; y otro día de mañana junto al pueblo comenzaron los mexicanos y los de Saltocan a pelear con los nuestros, y tirábanles mucha vara y flecha, y piedras con hondas desde las acequias donde estaban, e hirieron a diez de nuestros soldados y muchos de los amigos tlascaltecas, y ningún mal les podían hacer los de a caballo, porque no podían correr ni pasar los esteros, que estaban todos llenos de agua, y el camino y calzada que solían tener, por donde entraban por tierra en el pueblo, de pocos días le habían deshecho y le abrieron a mano, y la ahondaron de manera que estaba hecho acequia y lleno de agua, y por esta causa los nuestros no podían en ninguna manera entrarles en el pueblo ni hacer daño ninguno; y puesto que los escopeteros y ballesteros tiraban a los que andaban en canoas, traíanlas tan bien armadas de talabardones de madera, e detrás de los talabardones, guardábanse bien; y nuestros soldados, viendo que no aprovechaba cosa ninguna y no podían atinar el camino y calzada que de antes tenían en el pueblo, porque todo lo hallaban lleno de agua, renegaban del pueblo y aun de la venida sin provecho, y aun medio corridos de cómo los mexicanos y los del pueblo les daban grande grita y les llamaban de mujeres, e que Malinche era otra mujer, y que no era esforzado sino para engañarlos con palabras y mentiras; y en este instante dos indios de los que allí venían con los nuestros, que eran de Tepetezcuco, que estaban muy mal con los de Saltocan, dijeron a un nuestro soldado, que había tres días que vieron, cómo abrían la calzada y la cavaron y la hicieron zanja, y echaron de otra acequia el agua por ella, y que no muy lejos adelante está por abrir e iba camino al pueblo. Y cuando nuestros soldados lo hubieron entendido, y por donde los indios les señalaron, se ponen en gran concierto los ballesteros y escopeteros, unos armando y otros soltando, y esto poco a poco, y no todos a la par, y el agua a vuelapié, y a otras partes a más de la cinta, pasan todos nuestros soldados, y muchos amigos siguiéndolos, y Cortés con los de a caballo aguardándolos en tierra firme, haciéndoles espaldas, porque temió no viniesen otra vez los escuadrones de México y diesen en la rezaga; y cuando pasaban las acequias los nuestros, como dicho tengo, los contrarios daban en ellos como a terrero, y hirieron muchos; mas, como iban deseosos de llegar a la calzada que estaba por abrir, todavía pasan adelante, hasta que dieron en ella por tierra sin agua, y vanse al pueblo; y en fin de más razones, tal mano les dieron, que les mataron muchos mexicanos, y lo pagaron muy bien, e la burla que dellos hacían; donde hubieron mucha ropa de algodón y oro y otros despojos; y como estaban poblados en la laguna, de presto se meten los mexicanos y los naturales del pueblo en sus canoas con todo el hato que pudieron llevar, y se van a México; y los nuestros, de que los vieron despoblados, quemaron algunas casas, y no osaron dormir en él por estar en el agua, y se vinieron donde estaba el capitán Cortés aguardándolos; y allí en aquel pueblo se hubieron muy buenas indias, y los tlascaltecas salieron ricos con mantas, sal y oro y otros despojos, y luego se fueron a dormir a unas caserías que serían una legua de Saltocan, y allí se curaron, y un soldado murió dende a pocos días de un flechazo que Q dieron por la garganta; y luego se pusieron velas y corredores del campo, y hubo buen recaudo, porque todas aquellas tierras estaban muy pobladas de culúas; y otro día fueron camino de un gran pueblo que se dice Gualtitan, e yendo por el camino, los de aquellas poblaciones y otros muchos mexicanos que con ellos se juntaban, les daban muy grande grita y voces, diciéndoles vituperios, y era en parte que no podían correr los caballos ni se les podía hacer ningún daño, porque estaban entre acequias; y desta manera llegaron a aquella población, y estaba despoblado de aquel mismo día y alzado el hato, y en aquella noche durmieron allí con grandes velas y rondas; y otro día fueron camino de un gran pueblo que se dice Tenayuca, y este pueblo le solíamos llamar la primera vez que entramos en México el pueblo "de las Sierpes", porque en el adoratorio mayor que tenían hallamos dos grandes bultos de sierpes de malas figuras, que eran sus ídolos en quien adoraban. Dejemos esto, y digamos del camino y es que este pueblo hallaron despoblado como el pasado, que todos los indios naturales dellos se habían juntado en otro pueblo que estaba más adelante; y desde allí fue a otro pueblo que se dice Escapuzalco, que sería del uno al otro una legua, y asimismo estaba despoblado. Este Escapuzalco era donde labraban el oro e plata al gran Montezuma, y solíamosle llamar el pueblo "de los Plateros"; y desde aquel pueblo fue a otro, que ya he dicho que se dice Tacuba, que es obra de media legua el uno del otro. En este pueblo fue donde reparamos la triste noche cuando salimos de México desbaratados, y en él nos mataron ciertos soldados, según dicho tengo en el capítulo pasado que dello habla; y tornemos a nuestra plática; que antes que nuestro ejército llegase al pueblo, estaban en campo aguardando a Cortés muchos escuadrones de todos aquellos pueblos por donde había pasado, y los de Tacuba y de mexicanos, porque México está muy cerca dél, y todos juntos comenzaron a dar en los nuestros, de manera que tuvo harto nuestro capitán de romper en ellos con los de a caballo; y andaban tan juntos los unos con los otros, que nuestros soldados a buenas cuchilladas los hicieron retraer; y como era noche, durmieron en el pueblo con buenas velas y escuchas; y otro día de mañana, si muchos mexicanos habían estado juntos, muchos más se juntaron aquel día, y con gran concierto venían a darnos guerra, de tal manera, que herían algunos soldados; mas todavía los nuestros los hicieron retraer en sus casas y fortaleza, de manera que tuvieron tiempo de les entrar en Tacuba y quemarles muchas casas y meterles a sacomano; y como aquello supieron en México, ordenaron de salir más escuadrones de su ciudad a pelear con Cortés, y concertaron que cuando peleasen con él, que hiciesen que volvían huyendo hacia México, y que poco a poco metiesen a nuestro ejército en su calzada, y que cuando los tuviesen dentro, haciendo como que se retraían de miedo; e ansí como lo concertaron lo hicieron, y Cortés, creyendo que llevaba victoria, los mandó seguir hasta una puente; y cuando los mexicanos sintieron que tenían ya metido a Cortés en el garlito pasada la puente, vuelve sobre él tanta multitud de indios, que unos por tierra, otros con canoas y otros en las azoteas, le dan tal mano, que le ponen en tan gran aprieto, que estuvo la cosa de arte, que creyó ser perdido e desbaratado; porque a una puente donde había llegado cargaron tan de golpe sobre él, que ni poco ni mucho se podía valer; e un alférez que llevaba una bandera, por sostener el gran ímpetu de los contrarios le hirieron muy malamente y cayó con su bandera desde la puente abajo en el agua, y estuvo en ventura de no se ahogar, y aun le tenían ya asido los mexicanos para le meter en unas canoas, y él fue tan esforzado, que se escapó con su bandera; y en aquella refriega mataron cinco soldados, e hirieron muchos de los nuestros; y Cortés, viendo el gran atrevimiento y mala consideración que había hecho en haber entrado en la calzada de la manera que he dicho, y sintió cómo los mexicanos le habían cebado, luego mandó que todos se retrajesen; y con el mejor concierto que pudo, y no vueltas las espaldas, sino los rostros a los contrarios, pie contra pie, como quien hace represas, y los ballesteros y escopeteros unos armados y otros tirando, y los de a caballo haciendo algunas arremetidas, mas eran muy pocas, porque luego les herían los caballos; y desta manera se escapó Cortés aquella vez del poder de México, y cuando se vio en tierra firme dio muchas gracias a Dios. Allí en aquella calzada y puente fue donde un Pedro de Ircio, muchas veces por mí nombrado, dijo al alférez que cayó con la bandera en la laguna, que se decía Juan Volante, por le afrentar (que no estaba bien con él por amores de una mujer que vino de cuando lo de Narváez) le dijo que había crucificado al hijo y quería ahogar la madre, porque la bandera que traía el Volante era figurada la imagen de nuestra señora la virgen Santa María. Y no tuvo razón de decir aquella palabra porque el alférez era un hidalgo y hombre muy esforzado, y como tal se mostró aquella vez y otras muchas; y al Pedro de Ircio no le fue muy bien de su mala voluntad que tenía contra Juan Volante, el tiempo andando. Dejemos a Pedro de Ircio, y digamos que en cinco días que allí en lo de Tacuba estuvo Cortés tuvo batalla y reencuentros con los mexicanos y sus aliados; y desde allí dio la vuelta para Tezcuco, y por el camino que había venido se volvió, y le daban grita los mexicanos, creyendo que volvía huyendo, y una sospecharon lo cierto, que con gran temor volvió; y les esperaban en partes que querían ganar honra con él y matarle los caballos, y le echaban celadas; y como aquello vio, les echó una en que les mató e hirió muchos de los contrarios, e a Cortés entonces le mataron dos caballos e un soldado, y con esto no le siguieron más; e a buenas jornadas llegó a un pueblo sujeto a Tezcuco, que se dice Aculman, que estará de Tezcuco dos leguas y media; y como lo supimos cómo había allí llegado, salimos con Gonzalo de Sandoval a le ver y recibir, acompañado de muchos caballeros y soldados y de los caciques de Tezcuco, especial de don Hernando, principal de aquella ciudad; y en las vistas nos alegramos mucho, porque había más de quince días que no habíamos sabido de Cortés ni de cosa que le hubiese acaecido; y después de haber dado el bien venido y haberle hablado algunas cosas que convenían sobre lo militar, nos volvimos a Tezcuco aquella tarde, porque no osábamos dejar el real sin buen recaudo; y nuestro Cortés se quedó en aquel pueblo hasta otro día, que llegó a Tezcuco; y los tlascaltecas, como ya estaban ricos y venían cargados de despojos, demandaron licencia para irse a su tierra, y Cortés se la dio; y fueron por parte que los mexicanos no tuvieron espías sobre ellos, y salvaron sus haciendas. Y a cabo de cuatro días que nuestro capitán reposaba y estaba dando priesa en hacer los bergantines, vinieron unos pueblos de la costa del norte a demandar paces y darse por vasallos de su majestad; los cuales pueblos se llaman Tuzapan y Mascalcingo e Nautlan, y otros pueblezuelos de aquellas comarcas, y trajeron un presente de oro y ropa de algodón; y cuando llegaron delante de Cortés, con gran acato, después de haber dado su presente, dijeron que le pedían por merced que les admitiese su amistad, y que querían ser vasallos del rey de Castilla, y dijeron que cuando los mexicanos mataron sus teules en lo de Almería, y era capitán dellos Quezalpopoca, que ya habíamos quemado por justicia, que todos aquellos pueblos que allí venían fueron e ayudar a los teules; y después que Cortés les hubo oído, puesto que entendía que habían sido con los mexicanos en la muerte de Juan de Escalante y los seis soldados que le mataron en lo de Almería, según he dicho en el capítulo que dello habla, les mostró mucha voluntad, y recibió el presente, y por vasallos del emperador nuestro señor, y no les demandó cuenta sobre lo acaecido ni se lo trajo a la memoria, porque no estaba en tiempo de hacer otra cosa; y con buenas palabras y ofrecimientos los despachó. Y en este instante vinieron a Cortés otros pueblos de los que se habían dado por nuestros amigos a demandar favor contra mexicanos, y decían que les fuésemos a ayudar, porque venían contra ellos grandes escuadrones, y les habían entrado en su tierra y llevado presos muchos de sus indios, y a otros habían descalabrado. Y también en aquella sazón vinieron los de Chalco y Tamanalco, y dijeron que si luego no les socorrían que serían perdidos, porque estaban sobre ellos muchas guarniciones de sus enemigos; y tantas lástimas decían, que traían en un paño de manta de henequén pintado al natural los escuadrones que sobre ellos venían, que Cortés no sabía qué se decir ni qué responderles, ni dar remedio a los unos ni a los otros; porque había visto que estábamos muchos de nuestros soldados heridos y dolientes, y se habían muerto ocho de dolor de costado y de echar sangre cuajada, revuelta con lodo, por la boca y narices; y era del quebrantamiento de las armas que siempre traíamos a cuestas, e de que a la continua íbamos a las entradas, y de polvo que en ellas tragábamos; y demás desto, viendo que se habían muerto tres o cuatro soldados de heridas, que nunca parábamos de ir a entrar, unos venidos y otros vueltos. La respuesta que les dio a los primeros pueblos fue que les halagó y dijo que iría presto a les ayudar, y que entre tanto que iba, que se ayudasen de otros pueblos sus vecinos, y que esperasen en campo a los mexicanos, y que todos juntos les diesen guerra, e que si los mexicanos viesen que les mostraban cara y ponían fuerzas contra ellos, que temerían, e que ya no tenían tantos poderes los mexicanos para les dar guerra como solían, porque tenían muchos contrarios; y tantas palabras les dijo con nuestras lenguas, e les esforzó, que reposaron algo sus corazones, y no tanto, que luego demandaron cartas para dos pueblos sus comarcanos, nuestros amigos, para que les fuesen a ayudar. Las cartas en aquel tiempo no las entendían; más bien sabían que entre nosotros se tenía por cosa cierta que cuando se enviaban eran como mandamientos o señales que les mandaban algunas cosas de calidad; e con ellas se fueron muy contentos, y las mostraron a sus amigos y los llamaron; y como nuestro Cortés se lo mandó, aguardaron en el campo a los mexicanos y tuvieron con ellos una batalla, y con ayuda de nuestros amigos sus vecinos, a quienes dieron la carta, no les fue mal en la pelea. Volvamos a los de Chalco: que viendo nuestro Cortés que era cosa muy importante para nosotros que aquella provincia estuviese desembarazada de gentes de Culúa; porque, como he dicho otra vez, por allí habían de ir y venir a la Villa-Rica de la Veracruz e a Tlascala, y habíamos de mantener nuestro real de ella, porque es tierra de mucho maíz, luego mandó a Gonzalo de Sandoval, que era alguacil mayor, que se aparejase para otro día de mañana ir a Chalco, y le mandó dar veinte de a caballo y doscientos soldados, y doce ballesteros y diez escopeteros, y los tlascaltecas que había en nuestro real, que eran muy pocos, porque, como dicho habemos en este capítulo, todos los más se habían ido a su tierra cargados de despojos, y también llevó una capitanía de los de Tezcuco, y en su compañía al capitán Luis Marín, que era su muy íntimo amigo; y quedamos en guarda de aquella ciudad y bergantines Cortés e Pedro de Alvarado y Cristóbal de Olí con los demás soldados. Y antes que Gonzalo Sandoval vaya para Chalco, como está acordado, quiero aquí decir cómo, estando escribiendo en esta relación todo lo acaecido a Cortés desta entrada en Saltocan, acaso estaban presentes dos hidalgos muy curiosos que habían leído la Historia de Gómara, y me dijeron que tres cosas se me olvidaban de escribir, que tenía escrito el cronista Gómara de la misma entrada que hizo Cortés; y la una era que dio Cortés vista a México con trece bergantines, y peleó muy bien con el gran poder de Guatemuz, con sus grandes canoas y piraguas en la laguna; la otra era que cuando Cortes entró en la calzada de México que tuvo plática con los señores y caciques mexicanos, y les dijo que les quitaría el bastimento y se morirían de hambre; y la otra fue que Cortés no quiso decir a los de Tezcuco que había de ir a Saltocan, porque no le diesen aviso. Yo respondí a los mismos hidalgos que me lo dijeron, que en aquella sazón los bergantines no estaban acabados de hacer, e que ¿cómo podía llevar por tierra bergantines ni por la laguna los caballos ni tanta gente? Que es cosa de reír ver lo que escribe; y que cuando entró en la calzada de Tacuba, como dicho habemos, que harto tuvo Cortés en escapar él y su ejército, que estuvo medio desbaratado; y en aquella sazón no habíamos puesto cerco a México, para vedarles los mantenimientos, ni tenían hambre, y eran señores de todos sus vasallos; y lo que pasó muchos días adelante, cuando los teníamos en grande aprieto, pone ahora el Gómara; y en lo que se dice que se apartó Cortés por otro camino para ir a Saltocan, no lo supiesen los de Tezcuco, digo que por fuerza fueron por sus pueblos y tierras de Tezcuco porque por allí era el camino, y no otro; y en lo que escribe va muy errado, y a lo que yo he sentido, no tiene él la culpa, sino el que le informó, que por sublimar mucho más le dio tal relación de lo que escribe para ensalzar a quien por ventura le dio dineros por ello, y ensalzó sus cosas, y no se declaren nuestros heroicos hechos, le daban aquellas relaciones; y esta era la verdad; y como lo hubieron bien entendido los mismos que me lo dijeron, y vieron claro lo que les dije ser así, se convencieron. Y dejemos esta plática, y tornemos al capitán Gonzalo de Sandoval, que partió de Tezcuco después de haber oído misa, y fue a amanecer cerca de Chalco; y lo que pasó diré adelante.