Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
HISTORIA VERDADERA DE LA CONQUISTA DE LA NUEVA ESPAÑA, II



Comentario

Cómo desbarataron los indios mexicanos a Cortés, e le llevaron vivos para sacrificar sesenta y dos soldados, e le hirieron en una pierna, y el gran peligro en que nos vimos por su causa


Como Cortés vio que no se podían cegar todas las aberturas y puentes e zanjas de agua que ganábamos cada día, porque de noche las tornaban a abrir los mexicanos y hacían más fuertes albarradas que de antes tenían hechas, e que era gran trabajo pelear y cegar puentes y velar todos juntos; en demás como estábamos heridos y le habían muerto veinte, acordó de poner en pláticas con los capitanes y soldados que tenía en su real, que se decían Cristóbal de Olí y Francisco Verdugo y Andrés de Tapia, y el alférez Corral y Francisco de Lugo, y también nos escribió al real de Pedro de Alvarado y al de Gonzalo de Sandoval, para tomar parecer de todos los capitanes y soldados; y el caso que propuso fue, que si nos parecía que fuésemos entrando de golpe en la ciudad hasta entrar y llegar al Taltelulco, que es la plaza mayor de México, que es muy más ancha y grande que no la de Salamanca; e que llegados que llegásemos, que sería bien asentar en él todos tres reales, que desde allí podíamos batallar por las calles de México, y sin tener tantos trabajos e riesgo al retraer, ni tener tanto que cegar ni velar las puentes. Y como en tales pláticas y consejos suele acaecer, hubo en ellas muchos pareceres, porque tos unos decían que no era buen consejo ni acuerdo meternos tan de hecho en el cuerpo de la ciudad, sino que nos estuviésemos como estábamos batallando y derrocando y abrasando casas; y las causas más evidentes que dimos los que éramos en este parecer fue, que sí nos metíamos en el Taltelulco y dejábamos todas las calzadas y puentes sin guarda y desamparadas, que como los mexicanos son muchos y guerreros, y con las muchas canoas que tienen nos tornarían a abrir las puentes y calzadas, y no seríamos señores dellas, e que con sus grandes poderes nos darían guerra de noche y de día; e que, como siempre tienen hechas muchas estacadas, nuestros bergantines no nos podrían ayudar, y de aquella manera que Cortés decía, seríamos nosotros los cercados, y ellos tendrían por sí la tierra, campo y laguna; y le escribimos sobre el caso, para que no nos aconteciese como la pasada que dicen en el refrán de Mazagatos, cuando salimos huyendo de México; y cuando Cortés hubo visto el parecer de todos, y vio las buenas razones que sobre ello le dábamos, en lo que se resumió en todo lo platicado fue, que para otro día saliésemos de todos tres reales con toda la mayor pujanza, así los de a caballo como los ballesteros, escopeteros y soldados, e que los fuésemos ganando hasta la plaza mayor, que es el Taltelulco, apercibidos los tres reales y los tlascaltecas y de Tezcuco y los pueblos de la laguna que nuevamente habían dado la obediencia a su majestad, para que con todas sus canoas se viniesen a ayudar a todos nuestros bergantines. Una mañana, después de haber oído misa y nos encomendar a Dios, salimos de nuestro real con el capitán Pedro de Alvarado, y también salió Cortés del suyo, y Gonzalo de Sandoval con todos sus capitanes, y con grande pujanza iba ganando puentes y albarradas, y los contrarios peleaban como fuertes guerreros, y Cortés por su parte llevaba victoria, y asimismo Gonzalo de Sandoval por la suya, pues por nuestro real ya les habíamos ganado otra albarrada y una puente, y esto fue con mucho trabajo, porque había muy grandísimos poderes del Guatemuz, y la estaban guardando, y salimos della muchos de nuestros soldados muy mal heridos, e uno murió luego de las heridas, y nuestros amigos los tlascaltecas salieron más de mil dellos maltratados y descalabrados, y todavía íbamos siguiendo la victoria muy ufanos. Volvamos a decir de Cortés y de todo su ejército, que ganaron una abertura de agua muy honda, y estaba en ella una calzadilla muy angosta, que los mexicanos con maña y ardid la habían hecho de aquella manera, porque tenían pensado entre si lo que ahora a nuestro general Cortés le aconteció; y es que, como llevaba victoria él y todos sus capitanes y soldados, y la calzada llena de nuestros amigos, e iban siguiendo a los contrarios, y puesto que decían que huían, no dejaban de tirarnos piedra, vara y flecha, y hacían algunas paradillas como que resistían a Cortés, hasta que le fueron cebando para que fuese tras ellos, y desque vieron que de hecho iba tras ellos siguiendo la victoria, hacían que iban huyendo dél. Por manera que la adversa fortuna vuelve su rueda, y a las mayores prosperidades acuden muchas tristezas. Y como nuestro Cortés iba victorioso y en el alcance de los contrarios, por su descuido e porque nuestro señor Jesucristo lo permitió, él y sus capitanes y soldados dejaron de cegar el abertura de agua que habían ganado; y como la calzadilla por donde iban con maña la habían hecho angosta, y aun entraba en ella agua por algunas partes, y había mucho lodo y cieno, como los mexicanos le vieron pasar aquel paso sin cegar, que no deseaban otra cosa, y aun para aquel, efecto tenían apercibidos muchos escuadrones de guerreros mexicanos con esforzados capitanes, y muchas canoas en la laguna, en parte que nuestros bergantines no les podían hacer daño ninguno con las grandes estacadas que les tenían puestas en que zabordasen, vuelven sobre nuestro Cortés y contra todos sus soldados con tan grande furia de escuadrones y con tales alaridos y gritos, que los nuestros no les pudieron defender su gran ímpetu y fortaleza con que vinieron a pelear, y acordaron todos los soldados con sus capitanes y banderas de se volver retrayendo con gran concierto; más, como venían contra ellos tan rabiosos contrarios, hasta que les metieron en aquel mal paso se desconcertaron de suerte, que vuelven huyendo sin hacer resistencia; y nuestro Cortés, desde que así los vio venir desbaratados, los esforzaba y decía: "Tened, tened, señores, tened recio; ¿qué es esto, que así habéis de volver las espaldas?" Y no les pudo detener ni resistir; y en aquel paso que dejaron de cegar, y en la calzadilla, que era angosta y mala, y con las canoas le desbarataron e hirieron en una pierna y le llevaron vivo sobre sesenta y tantos soldados, y le mataron seis caballos e yeguas; y a Cortés ya le tenían muy engarrafado seis o siete capitanes mexicanos, e quiso Dios nuestro señor ponerle esfuerzo para que se defendiese y se librase dellos, puesto que estaba herido en una pierna; porque en aquel instante luego llegó allí un muy esforzado soldado, que se decía Cristóbal de Olea, natural de Castilla la Vieja; no lo digo por Cristóbal de Olí; y desque allí le vio asido de tantos indios, peleo luego tan bravosamente, que mató a estocadas cuatro de aquellos capitanes que tenían engarrafado a Cortés, y también le ayudó otro muy valiente soldado que se decía Lerma, y les hicieron que dejasen a Cortés, y por le defender allí perdió la vida el Olea, y el Lerma estuvo a punto de muerte, y luego acudieron allí muchos soldados, aunque bien heridos, y echan mano a Cortés y le ayudan a salir de aquel peligro; y entonces también vino con mucha presteza su capitán de la guardia, que se decía Antonio de Quiñones, natural de Zamora, y le tomaron por los brazos y le ayudaron a salir del agua, y luego le trajeron caballo, en que se escapó de la muerte; y en aquel instante también venía un su camarero o mayordomo que se decía Cristóbal de Guzmán, y le traía otro caballo; y desde las azoteas los guerreros mexicanos, que andaban muy bravos y victoriosos, prendieron al Cristóbal de Guzmán, e vivo le llevaron a Guatemuz; y todavía los mexicanos iban siguiendo a Cortés y a todos sus soldados hasta que llegaron a su real. Pues ya aquel desastre acaecido, y se hallaron en salvo los españoles, los escuadrones mexicanos no dejaban de seguirles, dándoles caza y grita y diciéndoles vituperios y llamándoles de cobardes. Dejemos de hablar de Cortés y de su desbarate, y volvamos a nuestro ejército, que es el de Pedro de Alvarado: como íbamos muy victoriosos, y cuando no nos catamos vimos venir contra nosotros tantos escuadrones de mexicanos, y con grandes gritas y hermosas divisas y penacho, y nos echaron delante de nosotros cinco cabezas que entonces habían cortado de los que habían tomado a Cortés, y venían corriendo sangre, y decían: "Así os mataremos, como hemos muerto a Malinche y a Sandoval y a los que consigo traían, y esas son sus cabezas; por eso conocedlas bien"; y diciéndonos estas palabras se venían a cerrar con nosotros hasta nos echar mano; que no aprovechaban cuchilladas ni estocadas, ni ballesteros ni escopeteros, y no hacían sino dar en nosotros como a terrero; y con todo eso, no perdíamos punto en nuestra ordenanza al retraer, porque luego mandamos a nuestros amigos los tlascaltecas que prestamente nos desembarazasen las calzadas y pasos malos; y en este tiempo ellos se lo tuvieron bien en cargo, que como vieron las cinco cabezas corriendo sangre, y decían que habían muerto a Malinche y a Sandoval y a todos los teules que consigo traían, e que así habían de hacer a nosotros, y a los tlascaltecas, temieron en gran manera, porque creyeron que era verdad; y por esto digo que desembarazaron la calzada muy de veras. Volvamos a decir, como nos íbamos retrayendo oímos tañer del cu mayor, donde estaban sus ídolos Huichilobos y Tezcatepuca, que señorea, el altor de él a toda la gran ciudad, tañían un atambor de muy triste sonido, en fin como instrumento de demonios, y retumbaba tanto, que se oía dos o tres leguas, y juntamente con él muchos atabalejos; entonces, según después supimos, estaban ofreciendo diez corazones y mucha sangre a los ídolos, que dicho tengo, de nuestros compañeros. Dejemos el sacrificio, y volvamos al retraer que nos retraíamos, y a la gran guerra que nos daban, así de la calzada como de las azoteas y lagunas con las canoas; y en aquel instante vienen mas escuadrones a nosotros, que de nuevo enviaba Guatemuz, y manda tocar su corneta, que era una señal que cuando aquella se tocase era que habían de pelear sus capitanes de manera que hiciesen presa o morir sobre ello, y retumbaba el sonido que se metía en los oídos; y de que lo oyeron aquellos sus escuadrones y capitanes, saber yo aquí decir ahora con qué rabia y esfuerzo se metían entre nosotros a nos echar mano, es cosa de espanto, porque yo no lo sé aquí escribir; que ahora que me pongo a pensar en ello, es como si visiblemente lo viese; mas vuelvo a decir, y así es verdad, que si Dios no nos diera esfuerzo, según estábamos todos heridos, él nos salvó, que de otra manera no nos podíamos llegar a nuestros ranchos; y le doy muchas gracias y loores por ello, que me escapó aquella vez y otras muchas de poder de los mexicanos. Y volviendo a nuestra plática: allí los de a caballo hacían arremetidas; y con dos tiros gruesos que pusimos junto a nuestros ranchos, unos tirando y otros cebando, nos sosteníamos, porque la calzada estaba llena de bote en bote de contrarios y nos venían hasta las casas, como cosa vencida, a echarnos vara y piedra; y como he dicho, con aquellos tiros matábamos muchos dellos; y quien bien ayudó aquel día fue un hidalgo que se dice Pedro Moreno Medrano, que vive ahora en la Puebla, porque él fue el artillero, que los artilleros que solíamos tener se habían muerto, y dellos estaban muy malamente heridos. Volvamos al Pedro Moreno Medrano, que, además de siempre haber sido un muy esforzado soldado, aquel día fue de muy grandísima ayuda para nosotros; y estando que estábamos de aquella manera, bien angustiados y heridos, y no sabíamos de Cortés ni de Sandoval ni de sus ejércitos si les habían muerto o desbaratado, como los mexicanos nos decían cuando nos arrojaron las cinco cabezas que tenían asidas por los cabellos y de las barbas, y decían que ya habían muerto a Malinche y también a Sandoval e a todos los teules, que así nos habían de matar a nosotros aquel mismo día; y no podíamos saber dellos, porque batallábamos los unos de los otros cerca de media legua, y adonde desbarataron a Cortés era mas lejos; y a esta causa estábamos muy penosos, así heridos como sanos, y hechos un cuerpo estuvimos sosteniendo el gran ímpetu de los mexicanos que sobre nosotros estaban, creyendo que en aquel día no quedara roso ni velloso de nosotros, según la guerra que nos daban. Pues de nuestros bergantines ya habían tomado uno e muerto tres soldados y herido el capitán y todos los más soldados que en ellos venían, y fue socorrido de otro bergantín, donde andaba por capitán Juan Jaramillo, y también tenían zalabordado en otra parte otro que no podía salir, de que era capitán Juan de Limpias Carvajal, que en aquella sazón ensordeció de coraje, que ahora vive en la Puebla; y peleó por su persona tan valerosamente, y esforzó a todos los soldados que en el bergantín remaban, que rompieron las estacadas, y salieron todos muy mal heridos, y salvó su bergantín: aqueste fue el primero que rompió estacadas. Volvamos a Cortés, que, como estaba él y toda su gente los más muertos, y otras heridos, se iban todos los escuadrones mexicanos hasta su real a darle guerra, y aun le echaron delante de sus soldados, que resistían a los mexicanos cuando peleaban, otras cuatro cabezas corriendo sangre de aquellos soldados que habían llevado vivos a Cortés, y les decían que eran del Tonatio, que es Pedro de Alvarado, y de Gonzalo de Sandoval y de otros teules, e que ya nos habían muerto a todos. Entonces dicen que desmayó Cortés mucho más de lo que antes estaba él y los que consigo traía, mas no de manera que sintiesen en él mucha flaqueza; y luego mandó al maestre de campo Cristóbal de Olí y a sus capitanes que mirasen no les rompiesen los muchos mexicanos que estaban sobre ellos, e que todos juntos hiciesen cuerpo, así heridos como sanos; y mandó a Andrés de Tapia que con tres de a caballo viniese a Tacuba por tierra, que es nuestro real, que mirase qué había sido de nosotros, y que si no éramos desbaratados, que nos contase lo por él pasado, y que nos dijese que tuviésemos muy buen recaudo en el real, que todos juntos hiciésemos cuerpo, así de día como de noche, en la vela; y esto que nos enviaba a mandar, ya lo teníamos todos por costumbre. Y el capitán Andrés de Tapia y los tres de a caballo que con él venían se dieron muy buena prisa, aunque tuvieron en el camino una refriega de vara y flecha que les dieron en un paso los mexicanos que ya había puesto Guatemuz en los caminos muchos indios guerreros porque no supiésemos los unos de los otros los desmanes, y aun venía herido el Andrés de Tapia, y dos de los que traía en su compañía que se decían Guillén de la Loa, y el otro se decía Valde-Nebro, y a un Juan de Cuellar, hombres muy esforzados; y de que llegaron a nuestro real y nos hallaron batallando con el poder de México, que todo estaba junto contra nosotros, se holgaron en el alma, y nos contaron lo acaecido del desbarate de Cortés, y lo que nos enviaba a decir, y no nos quisieron declarar qué tantos eran los muertos, y decían que hasta veinte y cinco, y que todos los demás estaban buenos. Dejemos de hablar ahora en esto, y volvamos al Gonzalo de Sandoval, y a sus capitanes y soldados, que andaban victoriosos en la parte y calles de su conquista; y cuando los mexicanos hubieron desbaratado a Cortés, cargaron sobre el Gonzalo de Sandoval y su ejército y capitanes, de arte que no se pudo valer, y le mataron dos soldados y le hirieron a todos los que traía, y a él le dieron tres heridas, la una en el muslo y la otra en la cabeza y la otra en un brazo; y estando batallando con los contrarios le ponen delante seis cabezas de los de Cortés, y le dicen que aquellas cabezas eran de Malinche y del Tonatio y de otros capitanes, y que así habían de hacer al Gonzalo de Sandoval y a los que con él estaban, y le dieron muy fuertes combates; y de que aquello vio el buen capitán Sandoval, mandó a sus capitanes y soldados que todos tuviesen mucho ánimo, más que de antes, e que no desmayasen, e que mirasen al retraer no hubiese algún desmán o desconcierto en la calzada, porque es angosta; y lo primero que hizo fue mandar salir de la calzada a los amigos tlascaltecas, que tenía muchos, y porque no les estorbasen ,al retraer; y con sus dos bergantines y sus ballesteros y escopeteros _con mucho trabajo se retrajo a su estancia, y con toda su gente bien herida y aun desmayada, y dos soldados menos; y como se vio fuera de la calzada, puesto que estaban cercados de mexicanos, esforzó su gente y capitanes, y les encomendó mucho que todos juntos hiciesen cuerpo, así de día como de noche, e que guardasen el real no le desbaratasen; y como conocía del capitán Luis Marín que lo haría bien, así herido y entrapajado como estaba el Sandoval, tomó consigo otros de a caballo, y aun en el camino tuvo su salmorejo de piedra y vara y flecha; porque, como ya otra vez he dicho, en todos los caminos tenía Guatemuz indios mexicanos guerreros para no dejar pasar de un real a otro con nuevas ningunas, para que así nos vencieran más fácilmente; y cuando el Sandoval vio a Cortés, le dijo: "Oh señor capitán, y ¿qué es esto? ¿Aquestos son los grandes consejos y ardides de guerra que siempre nos daba? ¿Cómo ha sido este desmán?" Y Cortés le respondió, saltándoseles las lágrimas de los ojos: "Oh hijo Sandoval, que mis pecados lo han permitido, que no soy tan culpante en el negocio como me hacen, sino es el tesorero Julián de Alderete, a quien te encargué que cegase aquel mal paso donde nos desbarataron, y no lo hizo, como no es acostumbrado a guerras ni a ser mandado de capitanes"; y entonces respondió el mismo tesorero, que se halló junto a Cortés, que vino a ver y hablar al Sandoval y a saber de su ejército si eran muertos o desbaratados, e dijo que el mismo Cortés tenía la culpa, y no él; y la causa que dio fue que, como Cortés iba con victoria, por seguirla muy mejor decía: "Adelante, caballeros"; e que no les mandó cegar puentes ni pasos malos, e que si se lo mandara, que con su capitanía y con sus amigos lo hiciera"; y también culpaban mucho a Cortés en no haber mandado con tiempo salir de las calzadas a los muchos amigos que llevaba; e porque hubo otras muchas pláticas y respuestas al tesorero, que iban dichas con enojo, se dejarán de decir; e diré cómo en aquel instante llegaron dos bergantines de los que antes tenía Cortés en su compañía y calzada, que no sabían dellos después del desbarate, y según pareció, habían estado detenidos, porque estuvieron zabordados en unas estacadas, y según dijeron los capitanes, habían estado cercados de unas canoas que les daban guerra, y venían todos heridos, y dijeron que Dios primeramente les ayudó, y con su viento y con grandes fuerzas que pusieron al remar rompieron las estacadas y se salvaron; de lo cual hubo mucho placer Cortés, porque hasta entonces, aunque no lo publicaba por no desmayar a los soldados, como no sabían dellos, les tenían por perdidos. Dejemos esto, y volvamos a Cortés, que luego encomendó a Sandoval mucho que fuese en posta a nuestro real, que se dice Tacuba, y mirase si éramos desbaratados o de qué manera estábamos, e que si éramos vivos, que nos ayudase a poner resistencia en el real, no nos rompiesen; y dijo a Francisco de Lugo que fuese en compañía de Sandoval, porque bien entendido tenía que había escuadrones de guerreros mexicanos en el camino, y le dijo que ya había enviado a saber de nosotros a Andrés de Tapia con tres de a caballo, y temía no le hubiesen muerto en el camino; y cuando se lo dijo y se despidió fue a abrazar a Gonzalo de Sandoval, y le dijo: "Mirad, pues veis que yo no puedo ir a todas partes, a vos os encomiendo estos trabajos, pues veis que estoy herido y cojo; ruégoos pongáis cobro en estos tres reales: bien sé que Pedro de Alvarado y sus capitanes y soldados habrán batallado y hecho como caballeros, mas temo el gran poder destos perros, no les hayan desbaratado; pues de mí y de mi ejército ya veis de la manera que estoy"; y en posta vino el Sandoval y el Francisco de Lugo donde estábamos, y cuando llegó sería hora de vísperas, y porque, según pareció, e supimos, el desbarate de Cortés fue antes de misa mayor; y cuando llegó Sandoval nos halló batallando con los mexicanos, que nos querían entrar en el real por unas casas que habíamos derrocado, y otros por la calzada, y otros en canoas por la laguna, y tenían ya un bergantín zabordado en unas estacadas, y de los soldados que en ellos iban, habían muerto los dos, y los demás heridos; y como Sandoval nos vio a mí y a otros soldados en el agua metidos a más de la cinta, ayudando al bergantín a echarle en lo hondo, y estaban sobre nosotros muchos indios con espadas de las nuestras que habían tomado en el desbarate de Cortés, y otros con montantes de navajas dándonos cuchilladas, y a mí me dieron un flechazo, y ya le querían llevar con sus canoas, según la fuerza que ponían, y le tenían atadas muchas sogas para llevársele y meterle dentro de la ciudad; y como el Sandoval nos vio de aquella manera, dijo: "Oh hermanos, poned fuerza en que no lleven el bergantín"; y tomamos tanto esfuerzo. que luego le sacamos en salvo, puesto que, como he dicho, todos los marineros salieron heridos y dos soldados muertos. En aquella sazón vinieron a la calzada muchas capitanías de mexicanos, y nos herían así a los de a caballo y a todos nosotros, y aun al Sandoval le dieron una buena pedrada en la cara; y entonces Pedro de Alvarado le socorrió con otros de a caballo, y como venían tantos escuadrones, e yo y otros soldados les hacíamos cara, Sandoval nos mandó que poco a poco nos retrajésemos porque no les matasen los caballos; e porque no nos retraíamos de presto como quisiera, dijo: "¿Queréis que por amor de vosotros me maten a mí y a todos aquestos caballeros? Por amor de Dios, hermanos, que os retraigáis"; y entonces le tornaron a herir a él y a su caballo; y en aquella sazón echamos a los amigos fuera de la calzada, y poco a poco, haciendo cara, y no vueltas las espaldas, como quien va haciendo represas, unos ballesteros y escopeteros tirando y otros armando y otros cebando sus escopetas, y no soltaban todos a la par; y los de a caballo que hacían algunas arremetidas, y el Pedro Moreno Medrano con sus tiros en armar y tirar; y por más mexicanos que llevaban las pelotas, no les podían apartar, sino que todavía nos iban siguiendo, con pensamiento que aquella noche nos habían de llevar a sacrificar. Pues ya que estábamos en salvo cerca de nuestros aposentos, pasada ya una grande abra donde había mucha agua e muy honda, y no nos podían alcanzar las piedras ni varas ni flecha, y estando el Sandoval y el Francisco de Lugo y Andrés de Tapia con Pedro de Alvarado, contando cada uno lo que le había acaecido y lo que Cortés mandaba, tornó a sonar el atambor de Huichilobos y otros muchos atabalejos, y caracoles y cornetas y otras como trompas, y todo el sonido dellas espantable y triste; y miramos arriba al alto cu, donde los tañían, y vimos que llevaban por fuerza las gradas arriba a rempujones y bofetadas y palos a nuestros compañeros que habían tomado en la derrota que dieron a Cortés, que los llevaban a sacrificar; y de que ya los tenían arriba en una placeta que se hacía en el adoratorio, donde estaban sus malditos ídolos, vimos que a muchos dellos les ponían plumajes en las cabezas, y con unos como aventadores les hacían bailar delante de Huichilobos, y cuando habían bailado, luego les ponían de espaldas encima de unas piedras que tenían hechas para sacrificar, y con unos navajones de perdernal les aserraban por los pechos y les sacaban los corazones bullendo, y se los ofrecían a sus ídolos que allí presentes tenían, y a los cuerpos dábanles con los pies por las gradas abajo; y estaban aguardando otros indios carniceros, que les cortaban brazos y pies, y las caras desollaban y las adobaban como cueros de guantes, y, con sus barbas, las guardaban para hacer fiestas con ellas cuando hacían borracheras, y se comían las carnes con chilmole; y desta manera sacrificaron a todos los demás, y les comieron piernas y brazos, y los corazones y sangre ofrecían a sus ídolos, como dicho tengo, y los cuerpos, que eran las barrigas e tripas, echaban a los tigres y leones y sierpes y culebras que tenían en la casa de las alimañas, como dicho tengo en el capítulo que dello habla, que atrás dello he platicado. Pues desque aquellas crueldades vimos todos los de nuestro real y Pedro de Alvarado y Gonzalo de Sandoval y todos los demás capitanes: ¡miren los curiosos lectores que esto leyeren, qué lástima tendríamos dellos! Y decíamos entre nosotros: "¡Oh gracias a Dios, que no me llevaron a mí hoy a sacrificar!" Y también tengan atención que no estábamos lejos dellos y no les podíamos remediar, y antes rogábamos a Dios que fuese servido de nos guardar de tan cruelísima muerte. Pues en aquel instante que hacían aquel sacrificio, vinieron sobre nosotros grandes escuadrones de guerreros, y nos daban por todas partes bien que hacer, que ni nos podíamos valer, de una manera ni de otra, contra ellos, y nos decían: "Mirad que desta manera habéis de morir todos, que nuestros dioses nos lo han prometido muchas veces." Pues las palabras de amenazas que decían a nuestros amigos los tlascaltecas eran tan lastimosas y malas, que los hacían desmayar, y les echaban piernas de indios asadas y brazos de nuestros soldados, y les decían: "Comed de las carnes destos teules y de vuestros hermanos, que ya bien hartos estamos dellos, y desto que nos sobra bien os podéis hartar; y mirad que las casas que habéis derrocado, que os hemos de traer para que las tornéis a hacer muy mejores, y con piedras blancas y cal y canto, y labradas; por eso ayudad muy bien a estos teules, que a todos los veréis sacrificados". Pues otra cosa mandó hacer Guatemuz, que, como hubo aquella victoria de Cortés, envió a todos los pueblos nuestros confederados y amigos, y a sus parientes, pies y manos de nuestros soldados, y caras desolladas con sus barbas, y las cabezas de los caballos que mataron; y les envió a decir que éramos muertos más de la mitad de nosotros e que presto nos acabarían, e que dejasen nuestra amistad y se viniesen a México, y que si luego no la dejaban, que les enviaría a destruir; y les envió a decir otras muchas cosas para que se fuesen de nuestro real y nos dejasen, pues habíamos de ser presto muertos de su mano; y a la continua dándonos guerra, así de día como de noche; y como velábamos todos los del real juntos, y Gonzalo de Sandoval y Pedro de Alvarado y los demás capitanes haciéndonos compañía de guerreros, los resistíamos. Pues los de a caballo todo el día y la noche estaban la mitad dellos en lo de Tacuba y la otra mitad en las calzadas. Pues otro mayor mal nos hicieron, que cuanto habíamos cegado desde que en la calzada entramos, todo lo tornaron a abrir, e hicieron albarradas muy más fuertes que de antes, pues los amigos de las ciudades de la laguna que nuevamente habían tomado nuestra amistad y nos vinieron a ayudar con las canoas, creyeron llevar lana y volvieron trasquilados, porque perdieron muchos las vidas y más de la mitad de las canoas que traían, y otros muchos volvieron heridos; y aun con todo esto, desde allí adelante no ayudaron a los mexicanos, porque estaban mal con ellos; salvo estarse a la mira. Dejemos de hablar más en contar lástimas, volvamos a decir el recaudo y manera que teníamos, y cómo Sandoval y Francisco de Lugo, y Andrés de Tapia y los demás caballeros que habían venido a nuestro real, les pareció que era bien volverse a sus puestos y dar relación a Cortés cómo y de qué manera estábamos. Y se fueron en posta, y dijeron a Cortés cómo Pedro de Alvarado y todos sus soldados teníamos muy buen recaudo, así en el batallar como en el velar; y aun el Sandoval, como me tenía por amigo, dijo a Cortés cómo me halló a mí y a otros soldados batallando en el agua a más de la cinta defendiendo un bergantín que estaba zabordado en unas estacadas, e que si por nuestras personas no fuera, que mataran a todos los soldados y al capitán que dentro venía; e porque dijo de mi persona otras loas que yo aquí no tengo de decir, porque otras personas lo dijeron y se supo en todo el real, no quiero aquí recitarlo. Y cuando Cortés lo hubo bien entendido del buen recaudo que teníamos en nuestro real, con ello descansó su corazón, y desde allí adelante mandó a todos tres reales que no batallásemos poco ni mucho con los mexicanos; entiéndase que no curásemos de tomar ninguna puente ni albarrada, salvo defender nuestros reales no nos los rompiesen: y que de batallar con ellos, no había bien esclarecido el día, cuando estaban sobre nuestro real tirando muchas piedras con hondas, y varas y flechas, y diciéndonos muchos vituperios feos; y como teníamos junto a nuestro real una abra de agua muy ancha y honda, estuvimos cuatro días arreo que no la pasamos, y otro tanto se estuvo Cortés en el suyo, y Sandoval en el suyo; y esto de no salir a batallar y procurar de ganar las albarradas que habían tornado a abrir y hacer fuertes, era por causa que todos estábamos muy heridos y trabajados, así de velas como de las armas, y sin comer cosa de sustancia; y como faltaban del día antes sobre sesenta y tantos soldados de todos tres reales, y siete caballos, porque recibiéramos algún alivio, y para tomar maduro consejo de lo que habíamos de hacer de allí adelante, mandó Cortés que estuviésemos quedos, como dicho tengo. Y dejarlo he aquí, y diré cómo y de qué manera peleábamos, y todo lo que en nuestro real pasó.