Comentario
Cómo Cortés envió un navío a la Nueva-España, y por capitán de él a un criado suyo que se decía Martín de Orantes, y con cartas y poderes para que gobernase Francisco de las Casas y Pedro de Alvarado si allí estuviese, y si no, el Alonso de Estrada y el Albornoz
Pues como Gonzalo de Sandoval no pudo acabar que Cortés se embarcase, sino que todavía quiso conquistar y poblar aquella tierra, que en aquella sazón era bien poblada y había fama de minas de oro, fue acordado por Cortés e Sandoval que luego sin más dilación enviase un navío a México con un criado suyo que se decía Martín de Orantes, hombre diligente, que se podía fiar en él cualquier negocio de importancia, y fuese por capitán del navío, y llevó poderes para Pedro de Alvarado y Francisco de las Casas, si estuviesen en México, para que fuesen gobernadores de la Nueva-España hasta que Cortés fuese; y si no estaban en México, que gobernase el tesorero Alonso de Estrada y el contador Albornoz, según y de la manera que les había de antes dado el poder; y revocó los poderes del factor y veedor, y escribió muy amorosamente, así al tesorero como a Albornoz, puesto que supo de las cartas contrarias que hubo escrito a su majestad contra Cortés; y también escribió a todos sus amigos los conquistadores, e a los monasterios de San Francisco y frailes y mandó al Martín de Orantes que fuese a desembarcar a una bahía entre Pánuco y la Veracruz; y así se lo mandó Cortés al piloto y marineros, y aun se lo pagó muy bien, y que no echasen en tierra otra persona, salvo al Martín de Orantes, y que luego en echándolo en tierra, alzasen anclas y diesen velas y se fuesen a Pánuco. Pues ya dado uno de los mejores navíos de los tres que allí estaban, y metido matalotaje, y después de haber oído misa, dan velas, y quiere nuestro señor darles tan buen tiempo, que en pocos días llegaron a la Nueva-España, y vanse derechamente a la bahía cerca de Pánuco, la cual bahía sabía muy bien el Martín de Orantes; y como saltó en tierra, dando muchas gracias a Dios por ello, luego se disfrazó el Martín de Orantes porque no le conociesen, y quitó sus vestidos, y tomó otros como de labrador, porque así le fue mandado por Cortés, y aun llevó hechos los vestidos de Trujillo; y con todas sus cartas y poderes bien liados en el cuerpo, de manera que no hiciesen bulto, iba a más andar por su camino a pie, que era suelto peón, a México, y cuando llegaba a los pueblos de indios donde había españoles, metíase entre los indios por no tener pláticas, no le conociesen los españoles; e ya que no podía menos de tratar con españoles, no le podían conocer, porque ya había dos años y tres meses que salimos de México y le habían crecido las barbas, y cuando le preguntaban algunos cómo se llamaba, adónde iba o venía, que acaso no podía menos de responderles, decía que se decía Juan de Flechilla e que era labrador; por manera que en cuatro días que salió del navío, entró en México de noche y se fue a la casa de los frailes de señor san Francisco, donde halló muchos retraídos, y entre ellos a Jorge de Alvarado y a Andrés de Tapia, y a Juan Núñez de Mercado e a Pedro Moreno Medrano, y a otros conquistadores y amigos de Cortés; y como vieron al Orantes y supieron que Cortés era vivo, y vieron sus cartas, no podían estar de placer los unos e los otros, y saltaban y bailaban; pues los frailes franciscanos, y entre ellos fray Toribio Motolinea y un fray Diego Altamirano, daban todos saltos de placer y muchas gracias a Dios por ello, y luego sin más dilación cierran todas sus puertas del monasterio, porque ninguno de los traidores, que había muchos, fuesen a dar mandado ni hubiese pláticas sobre ello; y a media noche lo hacen saber al tesorero y al contador Albornoz y a otros amigos de Cortés, y así como lo supieron, sin hacer ruido, vinieron a San Francisco y vieron los poderes que Cortés les enviaba, y acordaron sobre todas cosas de ir a prender al factor; y toda la noche se les fue en apercibir amigos e armas para otro día por la mañana le prender, porque el veedor en aquel tiempo estaba sobre el peñol de Coatlan; y como amaneció, fue el tesorero con todos los del bando de Cortés, y el Martín de Orantes con ellos, porque le conociesen y se alegrasen; y fueron a las casas del factor diciendo: "Viva, viva el rey nuestro señor, y Hernando Cortés en su real nombre, que es vivo e viene ahora a esta ciudad, e yo soy su criado Orantes"; y como oían aquel ruido los vecinos, y tan de mañana y oían decir "viva el rey", todos acudieron, como eran obligados, a tomar armas, creyendo que había alguna otra cosa, para favorecer las cosas de su majestad; y después que oyeron decir que Cortés era vivo e vieron al Orantes, se holgaban; y luego se juntaron con el tesorero para ayudarle muchos vecinos de México, porque, según pareció, el contador no ponía en ello mucho calor; antes le pesaba y andaba doblado, hasta que el Alonso de Estrada se lo reprendió, y aun sobre ello tuvieron palabras muy sentidas y feas, que no le contentaron mucho al contador; e yendo que iba a las casas del factor, ya estaba muy apercibido; que luego lo supo, que le avisó dello el mismo contador cómo le iban a prender; y mandó asestar su artillería delante de sus casas, y era capitán della don Luis de Guzmán, primo del duque de Medina-Sidonia, y tenía sus capitanes apercibidos con muchos soldados; decíanse los capitanes Artiaga y Ginés y Pedro González; y así como llegó el tesorero y Jorge de Alvarado y Andrés de Tapia e Pedro Moreno, con todos los demás conquistadores (y el contador, aunque flojamente y de mala gana) con todas sus gentes apellidando: "Aquí del rey, y Hernando Cortés en su real nombre"; les comenzaron a entrar, unos por las azoteas, y otros por las puertas de los aposentos y por otras dos partes. Todos los que eran de la parte del factor desmayaron, porque el capitán de la artillería, que fue don Luis de Guzmán, tiró por su parte, e los artilleros por la suya, y desampararon los tiros; pues el capitán Artiaga dio prisa en se esconder, y el Ginés Nortes se descolgó y echó por unos corredores abajo; que no quedó con el factor sino Pedro González Sabiote y otros cuatro criados del factor; y como se vio desamparado, el mismo factor tomó un tizón para poner fuego a los tiros; mas diéronle tanta prisa, que no pudo más, y allí le prendieron y le pusieron guardas, hasta que hicieron una red de maderos gruesos y le metieron dentro, y allí le daban de comer, y. en esto paró la cosa de su gobernación; y luego hicieron mensajeros a todas las villas de la Nueva-España, dando relación de todo lo acaecido; y estando desta manera, a unas personas les placía, y a los que el factor había dado indios y cargos les pesaba. Y fue la nueva al peñol de Coatlan y a Guaxaca, donde estaba el veedor; y como lo supo él y sus amigos, fue tan grande la tristeza y pesar que tomó, que luego cayó malo, y dejó el cargo de capitán a Andrés de Monjaraz, que estaba malo de bubas, ya otra vez por mí nombrado, y se vino en posta a la ciudad de Tezcuco y se metió en el monasterio de San Francisco; y como el tesorero y el contador, que ya eran gobernadores, lo supieron, le enviaron a prender allí en el monasterio; porque antes que se viniese el veedor había enviado alguaciles con mandamientos y soldados a le prender do quiera que le hallasen, y aun a quitarle el cargo de capitán; y como supieron los alguaciles que estaba en Tezcuco, le sacaron del monasterio y le trajeron a México, y le echaron en otra jaula como al factor; y luego en posta envían mensajeros a Guatemala, a Pedro de Alvarado, y le hacen saber de la prisión del factor y veedor; Y como Cortés estaba en Trujillo, que no es muy lejos de su conquista, que fuese luego en su busca y le hiciese venir a México, y le dieron cartas y relación de todo lo por mí arriba dicho, según y la manera que pasó. Y además desto, la primera cosa que el tesorero hizo, fue mandar honrar a Juana de Mansilla, que había mandado azotar el factor por hechicera; y fue desta manera, que mandó cabalgar a caballo a todos los caballeros de México, y el mismo tesorero la llevó a las ancas de su caballo por las calles de México, y decía que como matrona romana hizo lo que hizo, y la volvió en su honra de la afrenta que el factor la había hecho; y con mucho regocijo la llamaron de allí adelante doña Juana de Mansilla, y dijeron que era digna de mucho loor, pues no la pudo hacer el factor que se casase ni dijese menos de lo que primero había dicho, que su marido y Cortés y todos éramos vivos; y por aquella honra y "don" que le pusieron, dijo Gonzalo de Ocampo, el de los libelos infamatorios, que sacó "don" de las espaldas, como narices de brazo. Dejarlo he aquí, y diré lo que más pasó.