Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
HISTORIA VERDADERA DE LA CONQUISTA DE LA NUEVA ESPAÑA, II



Comentario

De las estaturas y proporciones y edades que tuvieron ciertos capitanes valerosos y fuertes soldados que fueron de Cortés, cuando vinimos a conquistar la Nueva-España


El marqués don Hernando Cortés, ya he dicho en el capítulo que dél habla, en el tiempo que falleció en Castilleja de la Cuesta, de su edad, proporción y persona, e qué condiciones tenía, e otras cosas que hallarán escritas en esta relación, si lo quisieren ver. También he dicho en el capítulo que dello habla, del capitán Cristóbal de Olí, de cuando fue con la armada a las Higüeras, de la edad que tenía, y de sus condiciones e proporciones: allí lo hallarán. Quiero ahora poner la edad e proporciones y parecer de don Pedro de Alvarado. Fue comendador de Santiago, adelantado y gobernador de Guatemala e Honduras e Chiapa, sería obra de treinta y cuatro años cuando acá pasó; fue de muy buen cuerpo e bien proporcionado, e tenía el rostro y cara muy alegre y en el mirar muy amoroso; e por ser tan agraciado le pusieron por nombre los indios mexicanos Tonatio, que quiere decir el sol. Era muy suelto e buen jinete, y sobre todo, ser franco e de buena conversación, y en el vestir se traía muy pulido y con ropas ricas, y traía al cuello una cadenita de oro con un joyel; ya no se me acuerdan las letras que tenía el joyel; y en un dedo un anillo con una esmeralda; y porque ya he dicho dónde falleció y otras cosas acerca de la persona, en esta no quiero poner más. El adelantado Francisco de Montejo fue de mediana estatura, el rostro alegre, y amigo de regocijos e buen jinete; e cuando acá pasó sería de edad de treinta y cinco años, y era más dado a negocios que para la guerra; era franco y gastaba más de lo que tenía de renta; fue adelantado y gobernador de Yucatán, murió en Castilla. El capitán Gonzalo de Sandoval fue muy esforzado, y sería cuando acá pasó de hasta veinte y dos años; fue alguacil mayor de la Nueva-España, y fue gobernador della, juntamente con el tesorero Alonso de Estrada, obra de once meses; su estatura muy bien proporcionada y de razonable cuerpo y membrudo; el pecho alto y ancho, y asimismo tenía la espalda, y de las piernas algo estevado y muy buen jinete; el rostro tiraba algo a robusto, y la barba y el cabello que se usaba algo crespo y acastañado, y la voz no la tenía muy clara, sino algo espantosa, y ceceaba tanto cuanto; no era hombre que sabía letras, sino a las buenas llanas, ni era codicioso de haber oro, sino solamente tener fama y hacer sus cosas como buen capitán esforzado, y en las guerras que tuvimos en la Nueva-España siempre tenía cuenta en mirar por los soldados que le parecía que lo hacían bien, y les favorecía y ayudaba; no era hombre que traía ricos vestidos, sino muy llanamente, como buen soldado; tuvo el mejor caballo y de mejor carrera, revuelto a una mano y a otra, que decían que no se había visto mejor en Castilla ni en esta tierra: era castaño acastañado, y una estrella en la frente y un pie izquierdo calzado, que se decía el caballo "Motilla"; e cuando hay ahora diferencia sobre buenos caballos suelen decir: "Es en bondad tan bueno como Montilla." Dejaré lo del caballo, y diré deste valeroso capitán que falleció en la villa de Palos cuando fue a Castilla con don Hernando Cortés a besar los pies a su majestad; y deste Gonzalo de Sandoval fue de quien dijo el marqués Cortés a su majestad que, además de los fuerte y valerosos soldados que tuvo en su compañía, que fue tan animoso capitán, que se podía nombrar entre los muy esforzados que hubo en el mundo, y que podía ser coronel de muchos ejércitos, y para decir y hacer. Fue natural de Medellín, hijodalgo; su padre fue alcaide de una fortaleza. Pasemos a decir de otro buen capitán que se decía Juan Velázquez de León, natural de Castilla la Vieja: sería de hasta treinta y seis años cuando acá pasó; era de buen cuerpo, e derecho e membrudo, e buena espalda e pecho, e todo bien proporcionado e bien sacado, el rostro robusto, la barba algo crespa e alheñada, e la voz espantosa e gorda, e algo tartamudo; fue muy animoso y de buena conversación; e si algunos bienes tenía en aquel tiempo los repartía con sus compañeros. Díjose que en la isla Española mató a un caballero, persona por persona en aquella tierra principal, que era hombre rico, que se decía Ribasaltas; y desque le hubo muerto se retrajo, y la justicia de aquella isla nunca lo puedo haber, ni la real audiencia, para hacer sobre el caso justicia; y aunque le iban a prender, por su persona se defendía de los alguaciles, e se vino a la isla de Cuba, e de Cuba a la Nueva-España, e fue muy buen jinete, e a pie e a caballo muy extremado varón; murió en las puentes cuando salimos huyendo de México. Y Diego de Ordás, fue natural de Tierra de Campos, y sería de edad de cuarenta años cuando acá pasó: fue capitán de soldados de espada y rodela, porque no era hombre de a caballo; fue muy esforzado y de buenos consejos, era de buena estatura e membrudo, e tenía el rostro muy robusto e la barba algo prieta e no mucha; en la habla no acertaba bien a pronunciar algunas palabras, sino algo tartajoso; era franco e de buena conversación; fue comendador de Santiago; murió en lo de Marañón, siendo capitán o gobernador, que esto no lo sé muy bien. El capitán Luis Marín fue de buen cuerpo e membrudo y esforzado; era estevado e la barba algo rubia, el rostro largo e alegre, excepto que tenía unas señales como que había tenido viruelas; sería de hasta treinta años cuando acá pasó; era natural de Sanlúcar, ceceaba un poco como sevillano. Fue buen jinete y de buena conversación, murió en lo de Michoacán. El capitán Pedro de Ircio era de mediana estatura y paticorto, e tenía el rostro alegre, e muy plático en demasía que haría e acontecería, e siempre contaba cuentos de don Pedro Jirón e del conde de Ureña; era ardid de corazón, e a esta causa le llamábamos "Agrajes", sin obras: e sin hacer cosas que de contar sean, murió en México. Alonso de Ávila fue capitán ciertos días en lo de México, y el primer contador de su majestad que eligió Cortés hasta que el rey nuestro señora mandase otra cosa, era de buen cuerpo e rostro alegre, en la plática expresiva, muy clara e de buenas razones, e muy esforzado; sería de hasta treinta y tres años cuando acá pasó: e tenía otra cosa, que era franco con sus compañeros; mas era tan soberbio e amigo de mandar e no ser mandado, e algo envidioso; era orgulloso y bullicioso, que Cortés no le podía sufrir: e a esta causa le envió a Castilla por procurador juntamente con un Antonio de Quiñones, natural de Zamora, e con ellos envió la recámara e riquezas de Montezuma e de Guatemuz, e franceses lo robaron, e prendieron al Alonso de Ávila, porque el Quiñones ya era muerto en la Tercera, e desde a dos años volvió el Alonso de Ávila a la Nueva-España; o en Yucatán o en México murió. Este Alonso de Ávila fue tío de los caballeros que degollaron en México, hijos de Gil González de Benavides, lo cual tengo ya dicho y declarado en mi historia. Andrés de Monjaraz fue capitán cuando la guerra de México, y era de razonable estatura, y el rostro alegre y la barba prieta, y de buena conversación; siempre estuvo malo de bubas, e a esta causa no hizo cosa que de contar sea, más póngolo aquí en esta relación para que sepan que fue capitán, y sería de hasta treinta años cuando acá pasó; murió de dolor de las bubas. Pasemos a un muy esforzado soldado que se decía Cristóbal de Olea, natural de tierra de Medina del Campo; sería de edad de veinte y seis años cuando acá pasó; era de buen cuerpo e membrudo, ni muy alto ni bajo; tenía buen pecho e espalda, el rostro algo robusto, mas era apacible, e la barba e cabello tiraba algo como crespo, e la voz clara; este soldado fue en todo lo que le veíamos hacer tan esforzado e presto en las armas, que le teníamos muy buena voluntad e le honrábamos, y él fue el que escapó de muerte a don Fernando Cortés en lo de Suchimilco, cuando los escuadrones mexicanos le habían derribado del caballo "el Romo", e le tenían asido y engarrafado para lo llevar a sacrificar; e asimismo le libró otra vez cuando en lo de la calzadilla de México lo tenían otra vez asido muchos mexicanos para lo llevar vivo a sacrificar, e le habían ya herido en una pierna al mismo Cortés, y le llevaron vivos sesenta y dos soldados. Este esforzado soldado hizo cosas por su persona, que, aunque estaba muy mal herido, mató a cuchillo e dio estocadas a todos los indios que le llevaban a Cortés, que les hizo que lo dejasen; e así le salvó la vida, y el Cristóbal de Olea quedó muerto allí por lo salvar. Quiero decir de dos soldados que se decían Gonzalo Domínguez e un Lares; digo que fueron tan esforzados, que los teníamos en tanto como Cristóbal de Olea; eran de buenos cuerpos e membrudos, e los rostros alegres, e bien hablados, e muy buenas condiciones; e por no gastar más palabras en sus loas, podránse contar con los más esforzados soldados que ha habido en Castilla; murieron en las batallas de Otumba, digo el Lares, y el Domínguez en lo de Teguantepeque, de un caballo que le tomó debajo. Vamos a otro buen capitán y esforzado soldado que se decía Andrés de Tapia, sería de obra de veinte y cuatro años cuando acá pasó; era de color el rostro algo ceniciento, e no muy alegre, e de buen cuerpo e de poca barba e rala, y fue muy buen capitán, así a pie como a caballo; murió de su muerte. Si hubiera de escribir todas las facciones e proporciones de todos nuestros capitanes e fuertes soldados que pasamos con Cortés, era gran prolijidad; porque, según todos eran esforzados e de mucha cuenta, dignos éramos de estar escritos con letras de oro. E no pongo aquí otros muchos valerosos capitanes que fueron de los de Narváez, porque mi intento desde que comencé a hacer mi relación no fue sino para escribir nuestros heroicos hechos e hazañas de los que pasamos con Cortés; sólo quiero poner al capitán Pánfilo de Narváez, que fue el que vino contra Cortés desde la isla de Cuba con mil y trescientos soldados, sin contar en ellos hombres de la mar, e con doscientos y sesenta y seis soldados los desbaratamos, según se verá en mi relación, e cómo e cuándo e de qué manera pasó aquel hecho. E volviendo a mi materia, era el Narváez al parecer de obra de cuarenta y dos años, e alto de cuerpo e de recios miembros, e tenía el rostro largo e la barba rubia, e agradable presencia, e la plática e voz muy vagorosa y entonada, como que salía de bóveda; era buen jinete e decían que era esforzado; era natural de Valladolid o de Tudela de Duero; era casado con una señora que se decía María de Valenzuela; fue en la isla de Cuba capitán e hombre rico; decían que era muy escaso, e cuando le desbaratamos se le quebró un ojo, y tenía buenas razones en lo que hablaba: fue a Castilla delante su majestad a quejarse de Cortés e de nosotros, e su majestad le hizo merced de la gobernación de cierta tierra en lo de la Florida, e allá se perdió e gastó cuanto tenía. Como dos caballeros curiosos han visto e leído la memoria atrás dicha de todos los capitanes e soldados que pasamos con el venturoso y esforzado don Hernando Cortés, marqués del Valle, a la Nueva-España desde la isla de Cuba, e pongo por escrito sus proporciones, así de cuerpo como de rostro y edades, e las condiciones que tenían, y en qué parte murieron, e de qué partes eran, me han dicho que se maravillaban de mí que cómo a cabo de tantos años no se me ha olvidado e tengo memoria dellos. A esto respondo y digo que no es mucho que se me acuerde ahora sus nombres: pues éramos quinientos y cincuenta compañeros que siempre conversábamos juntos, así en las entradas como en las velas, y en las batallas y encuentros de guerras, e los que mataban de nosotros en las tales peleas e cómo los llevaban a sacrificar. Por manera que comunicábamos los unos con los otros, en especial cuando salíamos de algunas muy sangrientas e dudosas batallas, echábamos menos los que allá quedaban muertos, e a esta causa los pongo en esta relación; e no es de maravillar dello, pues en los tiempos pasados hubo valerosos capitanes que andando en las guerras sabían los nombres de sus soldados, e los conocían e los nombraban, e aun sabían de qué provincias e tierras eran naturales, e comúnmente eran en aquellos tiempos cada uno de los ejércitos que traían treinta mil hombres; y decían las historias que dellos han escrito, que Mitridates, rey de Ponto, fue uno de los que conocían a sus ejércitos, y otro fue el rey de los epirotas, y por otro nombre se decía Alejandro. También dicen que Aníbal, gran capitán de Cartago, conocía a todos sus soldados; y en nuestros tiempos el esforzado y gran capitán Gonzalo Hernández de Córdoba conocía a todos los más soldados que traían en sus capitanías, y así han hecho otros muchos valerosos capitanes. Y más digo, que, como ahora los tengo en la mente y sentido y memoria, supiera pintar y esculpir sus cuerpos y figuras y talles y meneos, y rostros y facciones, como hacía aquel gran pintor y muy nombrado Apeles, e los pintores de nuestros tiempos Berruguete, e Micael Angel, o el muy afamado burgalés, que dicen que es otro Apeles, dibujara a todos los que dicho tengo al natural, y aun según cada uno entraba en las batallas y el ánimo que mostraba; e gracias a Dios y a su bendita madre nuestra señora, que me escapó de no ser sacrificado a los ídolos, e me libró de otros muchos peligros e trances, para que haga ahora esta memoria.