Comentario
En el éxito de la predicación de la cruzada por el papa Urbano II (año 1095) confluyen fundamentos religiosos y circunstancias de oportunidad social y política. La expectativa de peregrinar a Jerusalén y obtener indulgencias y gracias especiales se encuadra dentro del auge general de las peregrinaciones, práctica piadosa encaminada también a otros grandes centros como Santiago de Compostela y Roma, en la que se ponía de relieve la condición fugaz de esta vida como camino hacia la otra (homo viator), pero añade un elemento peculiar pues hablar de Jerusalén -prácticamente desconocida para los occidentales en su realidad física- evocaba la imagen de la Jerusalén Celestial, de la perfección del nuevo Cielo y la nueva Tierra que surgirían tras la segunda venida de Cristo. No en vano los mapas simbólicos de aquellos siglos situaban a la ciudad en el centro del orbe. La cruzada se alimenta, así, de una concepción religiosa escatológica, convencida del próximo fin de los tiempos, del que sería anuncio la peregrinación a la Jerusalén terrestre y su conquista por los cristianos.
El Papa, al promover la cruzada, acrecía su prestigio y el peso de su primado, tal como lo definía la reforma gregoriana, al vincularlo a una corriente de religiosidad cristiana occidental que entonces producía emociones y entusiasmos colectivos, y al mismo tiempo la sometía a sus directrices eclesiásticas, pues los legados pontificios aseguraban el buen orden religioso de la peregrinación masiva. Los nobles y reyes que habían de apoyarla o dirigirla obtenían también beneficio, al poner de manifiesto la fundamentación y objetivos religiosos de su poder; aunque los argumentos escatológicos perderían paulatinamente fuerza, conservaron cierto valor hasta comienzos del siglo XVI y fueron utilizados por emperadores y reyes que se sentían llamados a recuperar la "Casa Santa" (Jerusalén) colaborando así a la inmediata plenitud y fin de la Historia.
Las circunstancias políticas de la segunda mitad del siglo XI también coadyuvaban al éxito y difusión de la cruzada: para la aristocracia feudal del norte de Francia, Borgoña y Alemania era un medio de derivar violencia y excedentes humanos hacia el exterior, mientras que para los normandos del sur de Italia, e incluso de Inglaterra, constituía una prolongación de sus empresas guerreras anteriores. Al ampliarse el concepto de cruzada a toda empresa o contra los musulmanes o para la defensa y expansión de la fe, se dio mayor respaldo a aquellos impulsos belicosos, que se combinaban con los religiosos propios de la peregrinación. Por otra parte, la conquista de las rutas mediterráneas por los marinos y mercaderes italianos encontraba en la cruzada un elemento de apoyo, aunque sus fines fueran, en definitiva, otros, pues predominaba en ellos el interés comercial referido a unas tierras mucho más variadas y amplias que la Palestina buscada por los cruzados.
En el desarrollo de la cruzada se observa la combinación, y también las contradicciones, entre los diversos elementos que habían dado origen al movimiento. La llamada pontificia desencadenó una cruzada popular a la que acudieron muchos miles de campesinos de Renania, exaltados por predicadores que anunciaban la inminencia del fin de los tiempos y la conveniencia de purificarse y atender el suceso en la misma Jerusalén; las agresiones contra los judíos de Worms, Maguncia, Colonia y otras ciudades eran una novedad en la historia europea pero formaban parte de aquel estado de espíritu para el que la conversión forzosa de los judíos a la fe cristiana formaba parte de los signos anunciadores de la nueva era, y la violencia contra ellos estaba justificada por su culpa colectiva como pueblo deicida. Aunque la cruzada popular, que precedió en varios meses a la de los caballeros, fue deshecha en Asia Menor, importa como primera y más intensa manifestación de los movimientos y emociones de masas a que dio lugar el espíritu de cruzada.
Los grupos de peregrinos organizados y encuadrados por miembros de la nobleza europea llegaron a Constantinopla entre el otoño del año 1096 y la primavera de 1097. Suele distinguirse entre ellos a los de Francia del Norte y regiones próximas, dirigidos por Hugo de Vermandois, hermano del rey Felipe I, y el duque de la Baja Lorena, Godofredo de Bouillon, con sus hermanos Balduino y Eustaquio. Eran los más numerosos y contaron con cronistas como Guibert de Nogent o Foucher de Chartres que exaltaron aquella "Gesta Dei per Francos" o "Historia Francorum Jerusalem peregrinantium", como titularon respectivamente a sus relatos. Otro grupo importante procedía del Languedoc y Provenza, con Raimundo de Saint-Gilles, conde de Toulouse, a su frente, y un tercero eran normandos de la Italia del Sur bajo el mando de tan tradicionales enemigos de Bizancio como Bohemundo y Tancredo de Tarento. La recepción por parte de Alejo I fue correcta, a pesar de recelos y menosprecios mutuos: el emperador facilitó abastecimiento y guía, a cambio de que los jefes cruzados le juraran fidelidad -Bohemundo no lo haría hasta 1107- y aseguraran la entrega al Imperio, o, al menos, la tenencia en feudo, de los territorios que conquistasen y que antaño hubieran sido bizantinos. Así sucedió con Nicea y con la zona costera de Asia Menor, en el verano del año 1097.
A partir de allí, la libertad de acción de los cruzados aumentó, y las dificultades también. Para asegurar la ruta terrestre hacia Jerusalén hubieron de asediar Antioquia, que cayó en junio de 1098, y Edesa, con la connivencia de la población de origen armenio: no se olvide que aquellos eran territorios del antiguo dominio de Filareto. Se formaron sendos señoríos, el principado de Antioquia entregado a Bohemundo, y el condado de Edesa, que correspondió a Balduino de Flandes. Ambos prestaron por ellos un vasallaje puramente nominal a Alejo I. Mientras tanto, los cruzados llegaban a Jerusalén, que tomaron por asalto en junio de 1099, e instalaban en ella a Godofredo de Bouillon como "Defensor del Santo Sepulcro". Al año siguiente, Balduino, hermano y sucesor de Godofredo, era coronado rey de Jerusalén por el legado pontificio.
La peregrinación armada había dado lugar a un dominio territorial cuyo estatuto político se perfilaba con rapidez. En los primeros años del siglo XII, los cruzados, con los refuerzos que seguían afluyendo de Europa, concluyeron la conquista de toda Palestina, desde el desierto del Neguev hasta Galilea, y de las costas de Líbano y Siria, donde se formó el condado de Trípoli, cuyo primer titular fue Raimundo de Saint-Gilles. A partir de entonces, la historia del "Levante latino" es la de la organización y defensa de unos territorios frente al peligro de sus vecinos musulmanes de Damasco y Alepo, por parte siria, y de Egipto, y la de los nuevos impulsos de cruzada que producen expediciones de apoyo o recuperación mejor conocidas que el fenómeno continuo o habitual de las peregrinaciones a Tierra Santa, cuyo numero y frecuencia aumentarían, porque el espíritu de cruzada estimulaba a sus protagonistas y el dominio de Palestina hacía más sencillo realizarlas.