Época: CristianyMusulm
Inicio: Año 1187
Fin: Año 1291

Antecedente:
Las Cruzadas



Comentario

Las dificultades y limitaciones del reino de Jerusalén, hacían difícil reconstruir lo perdido en 1187, sobre todo porque el impulso de cruzada en Occidente se diluía ya en otros objetivos y no despertaba el entusiasmo de un siglo atrás en lo referente a la peregrinación armada a los Santos Lugares, aunque todavía era capaz de despertar emociones colectivas muy fuertes que se manifestaron en la misma Europa más que en expediciones a Ultramar.
No obstante, los motivos de prestigio eclesiástico y político pesaban mucho y utilizaron aquellos resortes de movilización colectiva para intentar la recuperación de Jerusalén. En 1190, el emperador Federico I y los reyes Felipe II de Francia y Ricardo I de Inglaterra encabezaron expediciones con diverso resultado. La imperial, por vía terrestre, se deshizo al morir accidentalmente su jefe en Asia Menor (junio de 1190). Los cruzados ingleses y franceses acudieron por vía marítima en auxilio de Guido de Lusignan, que había cercado Acre en agosto de 1189 pare recuperar, al menos, un buen puerto de desembarco, y había sido rodeado a su vez por Saladino. De paso, Ricardo I arrebató Chipre a los bizantinos y constituyó la isla en reino, que cedería al mismo Guido de Lusignan, privado del titulo de rey de Jerusalén por Conrado de Montferrato. En abril de 1191, la llegada de los dos reyes con sus tropas determinó la retirada de Saladino y la conquista de Acre. En el año y medio siguiente, Ricardo I Corazón de León continuó solo las operaciones militares -Felipe II regresó a Francia profundamente enemistado con él-, recobró casi todas las plazas costeras hasta Jaffa y derrotó a los musulmanes en la batalla campal de Arsuf, pero no pudo entrar en Jerusalén. Por el contrario, la tregua de cinco años acordada con Salah al-Din y la garantía de libre acceso de los peregrinos a Jerusalén y de respeto al culto cristiano en la ciudad, iniciaron una época nueva en las relaciones con el Islam.

En los años inmediatos, la muerte de Salah al-Din y la disgregación del poder ayyubí entre sus sucesores, por una parte, y por otra la ausencia de grandes expediciones europeas -la más importante fue la alemana de 1197- contribuyeron a mantener una situación de mayor calma manifestada en treguas sucesivas. Además, la cuarta cruzada abandonó sus proyectos originales para atacar Constantinopla. La debilidad del disminuido reino de Jerusalén, con capital en Acre, explica por si sola la reconstrucción del reino armenio de Cilicia desde 1198 y su dominio sobre Antioquia a partir de 1216.

Al año siguiente concluyó la tregua con los ayyubíes y se reavivó el proyecto, que había inspirado inicialmente la cruzada de 1202-1204, de atacar el delta del Nilo con el fin de apoderarse de Damieta y Alejandría. La cruzada de 1217-1221, encabezada por Andrés II de Hungría y el duque Leopoldo de Austria, consiguió tomar Damieta a finales de 1219 pero en el verano de 1221 los cruzados fueron totalmente derrotados cuando intentaron avanzar sobre El Cairo.

Jerusalén, con sus murallas derruidas, era prácticamente una ciudad abierta y bastante accesible pare los peregrinos. Federico II aprovecharía aquella circunstancia cuando al fin se puso al frente de una nueva expedición en 1228, a pesar de estar en aquel momento excomulgado. Aunque no contó con el apoyo de los principales señores de Tierra Santa -Bohemundo de Trípoli, Juan de Ibelin, señor de Beirut-, consiguió una tregua por diez años con el sultán egipcio al-Kamil que ponía en sus manos Jerusalén, Nazaret y Belén con un pasillo de acceso desde Gaza, lo que garantizaba la práctica de la peregrinación pacífica. Federico II se coronó rey de Jerusalén, contra la voluntad de los nobles dueños de otras plazas de Tierra Santa y, desde Sicilia, mantuvo la situación varios años, ayudado por las flotas de Pisa, ciudad afecta siempre al partido imperial. Diez años después, en 1239, el fin de la tregua estimuló el envío de algunas expediciones como la de Teobaldo IV, conde de Champagne, que conquistó Ascalón y el castillo de Beaufort, o la de Ricardo de Cornwall, hermano del rey inglés Enrique III, que aseguró mediante nuevas treguas el dominio de Jerusalén. Pero, tras el retorno a Europa de aquellos refuerzos, los nobles locales cometieron el error de tomar partido en las luchas que enfrentaban entre sí a los últimos ayyubíes después de la separación entre Egipto y Siria: su apoyo a Damasco fue fatal porque los egipcios recobraron el control de Jerusalén en 1244 y conquistaron Ascalón, punto de enlace estratégico, en 1247.

Dadas las circunstancias, el objetivo de la nueva cruzada, que encabezó Luis IX de Francia, en 1249, buscó de nuevo la conquista del delta del Nilo. El fracaso de 1221 se repitió: después de tomar Damieta, los cruzados fueron cercados en su avance hacia El Cairo y sólo recuperaron la libertad mediante elevados rescates. Ni siquiera el cambio de dominio en Egipto, donde los ayyubíes fueron sustituidos por el régimen mameluco desde 1250, parecía aliviar la situación, y Luis IX tampoco consiguió establecer comunicación suficiente con los mongoles pare conocer si sus avances y triunfos en territorio musulmán hacían de ellos aliados potenciales

A partir de entonces, las circunstancias evolucionaron desfavorablemente a pesar de la unión de los reinos de Chipre y Jerusalén en la persona de Hugo II de Lusiñan desde 1254. Los mongoles fueron vencidos por los mamelucos en la batalla de Ain Yalut, en Palestina, septiembre de 1260, y no mostraron mayor interés por Siria, que pasó a manos de sus rivales, mientras que en 1261 desaparecía el débil Imperio latino de Constantinopla. Los sultanes mamelucos pudieron llevar a cabo una guerra de desgaste contra el ya disminuido reino de Jerusalén, que recibia escasa ayuda exterior: Baibars conquistó Haifa, Cesarea y Arsuf en 1265, Safed, en Galilea, en 1266, Jaffa y Antioquia en 1268 y el Krak de los Caballeros en 1271. Sólo la llegada de una expedición al mando de Eduardo, heredero del trono inglés, y el apoyo que consiguió de los mongoles de Iraq, detuvo la ofensiva y obligó a aceptar a los mamelucos una tregua por diez años en 1272.

La precariedad de la situación se agudizó tras el fracaso del II Concilio de Lyon en el empeño de aunar esfuerzos pare una nueva expedición. En 1276, el rey de Jerusalén trasladó su residencia habitual de Acre a Chipre. Desde 1282, concluida la tregua y también alejado el peligro de la expedición que preparaba Carlos de Anjou, cuyo objetivo era tanto Constantinopla como la defensa del Levante latino, los mamelucos consumaron la conquista: Trípoli cayó en 1289 y Acre en mayo de 1291. Los europeos quedaban reducidos a las islas -Chipre y Rodas- y al dominio del mar, en manos de Venecia y Génova, pero la defensa de aquellas posiciones y de las rutas marítimas en la Edad Media tardía sólo de manera muy indirecta fue heredera de la época de las cruzadas y del espíritu que las había originado.