Comentario
En que se cuenta la venida del arzobispo don fray Cristóbal de Torres, del Orden de Santo Domingo, predicador de las Majestades Reales. La venida del presidente don Martín de Saavedra y Guzmán, con lo demás sucedido en este año de 1638
Por muerte del arzobispo don Bernardino de Almansa, que murió, como queda dicho, de la peste general que hubo en este Reino, en la villa de Leiva, el año de 1633, fue electo por arzobispo de este Reino el doctor don fray Cristóbal de Torres, del Orden de Santo Domingo, predicador de las dos Majestades, Philipo III y Philipo IV. Entró en esta ciudad de Santa Fe, a 8 de septiembre del año de 1635, y en este presente de 1638 rige esta santa iglesia metropolitana, el cual es ido a visitar los pueblos de su arzobispado.
Por octubre del año de 1637, vino por presidente de la Real Audiencia y gobernador de este Reino don Martín de Saavedra y Guzmán, del hábito de Calatrava, que de la presidencia de la Audiencia de la ciudad de Bari, frontera de Nápoles, vino a ésta. Entró en esta ciudad, a 4 del dicho mes y año. Con su venida, se suspendió la presidencia del marqués de Sofraga, el cual al presente está en su residencia, y el tiempo nos dirá la resulta con los demás.
El tiempo es el más sabio de todas las cosas, porque todas las halla, declara y descubre. Dice Séneca: "Todas las cosas son ajenas y sólo el tiempo es dado por nuestro, y todos los vicios que se cometen son de los hombres, pero no de los tiempos". El tiempo es la más rica joya y más preciosa que el hombre tiene; y perdiéndolo o gastándolo mal gastado, es la mayor pérdida. Sólo en Dios no hay tiempo, porque todas las cosas le son siempre presentes sin tiempo.
Durante el gobierno del presidente don Sancho Girón, murió doña Inés de Palacios, marquesa de Sofraga, su legítima mujer. Fue su muerte a 10 de mayo del año de 1635. El marqués, su marido, le hizo un solemnísimo entierro, con muchos sufragios. Depositóse su cuerpo en la iglesia de la Compañía de Jesús, para llevarlo a España. Quedáronle al marqués tres hijos de este matrimonio, dos varones y una hembra. El mayor casa en el, Pirú, a donde ya es ido; causa por la cual, acabada su residencia, no se podrá ir a Castilla en la ocasión de este año de 1638.
En todo lo que dejo escripto, no hallo más que a un gobernador y a un presidente que hayan salido de este Reino sin zozobras y disgustos: el gobernador fue el licenciado Jerónimo Lebrón, que con buenos dineros y en breve tiempo se volvió a su casa en paz; el presidente fue el doctor Andrés Díaz Venero de Leiva, que también se volvió a Castilla en paz, sin visita ni residencia, y con buena cantidad de dinero. Todos los demás han tenido sus azares. No sé en qué va, si es en ellos o en la malicia de los contrarios que los persiguen. Mentirosos y sin verdad llama el Espíritu Santo a los hijos de los hombres, y ansí no se puede hacer confianza en ellos, porque faltan siempre. Tan fallido está en su trato y tan acostumbrados están a buscar sus intereses, que aun donde se siguen muy pequeños, pierden el respeto a la verdad, el temor a la justicia, el decoro a sí mismos y a Dios la reverencia; faltan en las obligaciones, niegan los conocimientos, rompen las amistades y corrompen las buenas costumbres.
¡Oh bienes temporales, que sois a los que os tienen una hidropesía con que los aventáis y ponéis hinchados, dándoles una sed perpetua de beber y más beber, y nunca se hartan! Y como ni permanecéis con el sufrido, ni agradáis al congojoso, ni dais poder al Reino, ni a las dignidades honra, ni con la fama gloria, ni placer en los deleites; y siendo tan poco vuestro poder, ¡cómo arrastramos el nuestro por alcanzaros, y como si os alcanzamos no sabemos usar de vosotros! ¡Antes por el mesmo caso que sois de algunos más poseídos, mayores cautelas hacemos y más fuertes lazos armamos contra nuestros prójimos! Por llevaros adelante con mayor crecimiento, despreciamos la carne, la naturaleza y a Dios Nuestro Señor, por preciarnos de vosotros.
Dichoso aquel que lejos de negocios, con un mediano estado, se recoge quieto y sosegado, cuyo sustento tiene seguro en los frutos de la tierra y su cultura, porque ella como madre piadosa le produce y no espera suspenso alcanzar su remedio de manos de los hombres tiranos y avarientos.
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Llámame el marqués de Sofraga, presidente que fue de este Nuevo Reino, que como tengo dicho está en su residencia, para que diga, como persona que he visto todos los presidentes que han sido de la Real Audiencia y que han gobernado esta tierra, en qué ha faltado en su gobierno. Vuelvo a decir, que ya lo he dicho otra vez, que no tengo qué adicionarle, porque ha gobernado en paz y justicia, sin que haya habido revueltas como las pasadas; y porque su negocio topa en los dineros, quiero, por lo que tengo de labrador, decir un poquito, que todas son cosechas. Y para que yo sea mejor entendido, hemos de hacer dos cosas: la primera, echar de la mesa, que no han de comer en ella, la malicia y mala intención; la segunda, que hemos de asir de la ropa la cudicia, e irnos tras ella para verle hacer lances. Hallo, pues, por verdadera cuenta, que labradores y pretendientes son hermanos en armas; pues veamos agora cómo y en qué manera lo son, y en qué tierras siembran sus semillas y grano.
Los labradores, en sus cortijos y heredades o estancias, como acá decimos, escogen y buscan los mejores pedazos de tierra, y con sus aperos bien aderezados, rompen, abren y desentrañan sus venas, hacen sus barbechos, y, bien sazonadas, en la mejor ocasión, con valeroso ánimo, derraman sus semillas, habiendo tenido hasta este punto mucho costo y trabajo; todo lo cual hacen arrimados tan solamente al árbol de la esperanza y asidos de la cudicia de coger muy grande cosecha. Pues sucede muchas veces que, con las inclemencias del tiempo y sus rigores, se pierden todos estos sembrados y no se coge nada; y suele llegar a extremo que el pobre labrador, para poderse sustentar aquel año, llega a vender parte de los aperos de bueyes y rejas, que quizá le habrá sucedido a quien esto escribe.
Pues pregunto yo agora, labradores, ¿a quién pediremos estos costos y semillas, daños e intereses? ¿Pedirémoslos a la tierra donde los echamos? No lo hallo puesto en razón. ¿Podrémoslos pedir a la justicia? Paréceme que sobre este artículo no nos oirán, ni se nos recibirá petición. Pues ¿pidámoslos a la cudicia? Eso no, que será echarla de casa y quedarnos sin nada. Pues ya se ha comenzado a romper el saco, volvamos a arar y romper la tierra, y acábese de romper, que quizá acertemos.
Los gobernadores, presidentes y oidores del Colegio Romano de los Cardenales, los Consejos Reales y todos los tribunales del mundo, ésa es la tierra a donde los pretendientes siembran sus semillas y grano. Parte de ella derraman entre privados y personas de devoción; otra parte sirven y presentan a la dama donde el galán acude y éste es el mejor modo de negociar y más breve, porque ya dije que las mujeres mandan en el mundo. ¿Cargaste la mano, pretendiente, para tus intentos, en la tierra de donde pensabas coger el fruto? Todo esto ha sido de la cudicia, por alcanzar aquello que tú sabes; y arrimado como el labrador, tu compañero, al árbol de la esperanza, el tiempo, sus rigores e inclemencias y otras causas ocultas consumieron este grano y semillas. Perdióse todo, no se cogió nada. Pues, hermano pretendiente, ¿a quién pediremos estos daños? ¿Pedirémoslos a la tierra donde se derramó la semilla? Será malo de recoger, porque alargaste mucho la mano pensando coger mucho. Pídeselos a esa cudicia de que vienes asido, que ésa te engañó. Suéltala, no te rompa el saco.
Conténtate con lo razonable, toma el consejo de la vieja Celestina, que hablando con Sempronio le decía: "Mira, hijo Sempronio, más vale en una casa pequeña un pedazo de pan sin rencilla, que en una muy grande mucho con ella".
¿Qué respondes pretendiente?.
Que si pongo pleito a la cudicia, será echarla de casa y quedarme sin nada.
Pues, hermano mío, ya te dije adelante que tan mercader es uno de ganando como perdiendo, y aquí te digo que tan labrador es uno cogiendo mucho como no cogiendo nada; y pues así es, rómpase el saco, volvamos a derramar la semilla, quizá se cogerá algo, que no han de ser todos los tiempos unos.
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No sé con qué razones pondere una crueldad que un hermano usó con una hermana; y antes que diga el caso, quiero ver si entre los gentiles hallo casos son que ponderarlo, y sea lo primero. Hermanos eran los hijos de Josafat, rey de Judea, y uno de ellos, llamado Jorán, desolló a sus hermanos por quitarles las haciendas. Hermanos eran Tifón y Osírides; pero Tifón cruel y tiranamente quitó la vida de Osírides, partiendo su cuerpo por veinticuatro partes, dándoselas a comer a los conjurados, por tenerlos más seguros en la guarda de su reino. Hermanos eran Mitrídates, rey de Babilonia, y Herodes, rey de los tártaros; pero Herodes degolló a Mitrídates en pública plaza, por alzarse con el reino babilónico. Hermanos eran Rómulo y Remo, y fue muerto Remo por Rómulo, por quedarse solo en el reino.
En las historias españolas se halla cómo don Fernando, rey de Castilla, mató a su hermano don García, rey de Navarra, por quedarse con los navarros. Abimelech, hijo mayor de Gedeón, por haber el reino mató a sesenta hermanos suyos, y sólo Jonatás se le escapó huyendo, que no quiso Dios que lo pudiese matar, para que nunca el traidor pudiese vivir sin miedo. Y porque los Schinitas lo echaron fuera de la ciudad, entró en ella por la noche por fuerza de armas, y mató cuantos hombres y niños y viejos había; y porque algunos se refugiaron en los templos, mandó cercarlos de leña y pegar fuego, y con el humo y fuego lo consumió todo, e hizo arar la ciudad y sembrarla de sal. Mas entre todos estos tiranos, envidiosos y crueles, no hallo en ellos, ni en otros muchos que pudiera traer, que ninguno matase a su hermana por robarla. Vamos al caso.
Miércoles en la noche, a 3 de marzo de este año de 1638, segunda semana de cuaresma, siendo alcalde ordinario, don Juan de Mayorga, entró en casa de doña Jerónima de Mayorga, su hermana. Esta señora estaba viuda de don Diego de Holguín, su marido, del cual le habían quedado dos hijas. La mayor estaba monja en el convento de la Concepción, y la más pequeña acompañaba a su madre. Había la doña Jerónima dado en préstamo al hermano quinientos pesos; y habiéndole pedido se los volviese, le respondió que una noche iría y se los llevaría, aunque no todos. Estaba la pobre señora, al tiempo que el hermano entró, acostada en la cama, y a lo que se dijo, parida de tres días. Tomó la lumbre el don Juan de Mayorga, cerró la puerta del aposento, buscó todos los rincones de él, y no habiendo hallado a nadie, allegó a la cama donde la hermana estaba y diole tres puñaladas con que la mató.
No estaba en el aposento más que tan solamente la niña que acompañaba a la madre, a la cual, con la daga en las manos, amenazó que la mataría si hablaba o gritaba. Preguntóle por las llaves de su madre. Díjole que en la cabecera las tenía, de donde el don Juan las sacó, y abriendo una caja sacó de ella un cofre lleno de joyas de valor y toda la moneda que había; y volviendo a amenazar a la niña si hablaba, y cerrando la puerta tras sí, se salió de la casa sin ser sentido de nadie, porque al tiempo que esto pasó la gente de servicio estaba en la cocina, y el don Juan cerró la puerta que pasaba a ella, con que se aseguró.
Por cierto, ¡famoso ladrón fatricida!, que yo no le puedo dar otro nombre. Dime, segundo Caín y demonio revestido de carne humana, ¿qué te movió a tan inexorable crueldad? ¿Fue el celo de la honra y satisfacción de ella? Pues considerástelo mal y erraste el punto, porque tendiste la red del cojo Vulcano, donde cogió a Venus y Marte, pero llamó sólo a los dioses que lo viesen, y tu llamaste con tu hecho a todo el común que viese tu deshonra; y aunque hiciste más daño, pues sacaste a pública plaza las faltas y flaquezas de los tuyos, que el tiempo y el olvido tenían acabadas, lo cierto es que no te hallo por dueño de la acción que hiciste, porque a sólo el marido se concede, cogiéndola infraganti en el adulterio. Debiste considerar que tu hermana no comenzaba el mundo ni que tampoco lo había de acabar; que si cayo en aquella flaqueza, también ha sucedido en palacios reales y entre potentados, que pasaron por ello sin esos rigores. Si lo hiciste por el honor, no la robaras, que los vienes que llevaste eran de sus herederos, que los dejaste huérfanos y pobres. Pero si supiste huir de la justicia del mundo, no podrás huir de la de Dios, que tus culpas te llevan por ese camino al paradero.
La niña, habiéndose ido el tío, desde una ventana que salía del aposento a la calle, dio voces diciendo lo que pasaba. Acudió gente, corrió la voz, alborotóse la ciudad de tal manera que obligó al presidente, don Martín de Saavedra y Guzmán, a tomar el bastón y acudir al ruido. Fue a casa de la doña Jerónima Mayorga, a donde la halló muerta en la cama, con las heridas que el hermano le dio. Hiciéronse muchas diligencias de justicia en buscar al matador, y no pudo ser habido. ¡Oh, hermosura, causadora de semejantes desgracias!, y cuán enemiga eres de la castidad, que siempres andas con ella a brazo partido; y la mujer que te alcanza y no se corrige con la razón, viene al paradero que vino esta desechada o a otro su semejante.
La buena y casta mujer ha de encubrir y guardar el cuerpo aun de las mesmas paredes de su aposento, porque ninguna cosa se descubre más presto que castidad perdida. Merecedor es de ser colocado con los ángeles en el cielo el que vive casta y limpiamente en la tierra, porque más es estando en la carne vivir limpiamente, que ser ángel. Que la nieve conserve su blancura en la región del aire no es de estimar mucho, porque no hay cosa que le impida el conservarla; mas estando en la tierra, en el polvo y lodo, y siendo pisada, conserve su blancura, es mucho más de estimar.
Una de las cosas por donde más presto se pierde la castidad es la ociosidad, pues al tiempo que los reyes de Israel solían ir a las guerras, se quedó el rey David en su casa, y estando ocioso, paseándose por un corredor, vido a Betsabé, que le fue causa de adulterio y homicidio y mal ejemplo.
Todas las criaturas que Dios Nuestro Señor crió en este mundo están sujetas al hombre, todas le sirven y de todas se sirve, y ninguna de ellas le guerrea ni persigue. Sólo el hombre es enemigo del hombre; y es que se persiguen por envidia, o por cudicia, herencia de aquellos dos primeros hermanos Caín y Abel. Perseguir el hombre al hombre y guerrearle, pase, que el interés lo causa; pero perseguir a una mujer parece cosa fea y sobra de malicia, porque considerada en ella su flaqueza, allega con ella a ser tan sólo una sierva, sujeta a mil calamidades. Muy antiguo es esto de ser el hombre enemigo del hombre. Comenzó en Caín, matando a su hermano Abel por envidia; y en el mesmo Caín comenzó la desesperación cuando le dijo a Dios: "mayor es mi pecado que tu misericordia", que fue mayor culpa que la del homicidio.
En un convite de Sisara y Jael, mató el uno al otro; y en otro convite murió Amón, primogénito de David, ordenada esta muerte por Absalón, su hermano, en satisfacción del estupro de la linda Tamar, su hermana por madre. Dentro del senado romano mataron enemigos al primer César; y enemigos pusieron en un cadalso al condestable don Álvaro de Luna. Si sólo un enemigo es bastante para derribar al hombre del estado y dignidad en que está, y llega a quitarle la vida temporal, ¿qué será del alma que tiene tres fortísimos enemigos --mundo, demonio y carne--; que todos tres ponen la mira y enderezan sus tiros a derribarla del estado de gracia y a quitarle la vida eterna de gloria, conmutándosela en muerte eterna y tormentos eternos? Dice Virgilio que si tuviera cien leguas y otras tantas bocas y una voz de trueno, ni aun así podría revelar todas las maneras de castigar maldades, ni los nombres de las penas y tormentos que en el infierno hay.
De considerar es cuál haya sido la causa por que en la doctrina cristiana ponen al demonio en medio del mundo y la carne. Estos son los recogedores y el demonio es el carnicero. Este enemigo tiene las fuerzas quebrantadas, que en ninguna manera puede perjudicar sin particular licencia de Dios y su permisión, como aconteció en el santo Job y en Saúl, primer rey de Israel, de quien se dice en el cuarto libro de los Reyes, que Spiritus Domini malus arripietab Saulum. Si el espíritu que atormentaba a Saúl era malo, ¿cómo era del Señor? Y si era del Señor, ¿cómo era malo? En el mismo libro de los Reyes está la definición donde dice: Quia sopor Domini irruet super eos, ut pressentian David no sentirem. Si se dice que el sueño del Señor cayó sobre los guardas y soldados del real de Saúl, porque no sintieron la presencia de David, en Dios Nuestro Señor no hay sueño, ni David duerme. Ecce non dormitavit nec dormiet, qui custodit Israel. Por manera que todo esto no es más que la voluntad de Dios Nuestro Señor, y su permisión.
Después que el demonio fue echado del principado de este mundo, no puede dañar al hombre ni perjudicarle, como el hombre no le abra la puerta ni le dé armas para ello; y así se pone en medio de estos dos potentados, mundo y carne, para con su ayuda dañar el alma, porque el demonio es cazador, y en medio de estos dos enemigos arma sus lazos y tiende sus redes, y es también este enemigo acechador. Cuéntale al hombre los pasos, y conforme le conoce los intentos, le pone las ocasiones tan espesas, que va tropezando de unas en otras, hasta que cae en lazo o red. Dice San Agustín: "Nunca hallé en mí más virtudes que cuando me aparté de las ocasiones". El diablo procura siempre hacer de los hombres, brutos, y procura con todo su poder captarles por soberbia, ensalzándoles con pensamientos que les inclinen a estimarse, y así caer en soberbia; y como él sabe por experiencia que este mal es tan grande, pues bastó a hacerle de ángel demonio, procura hacernos participantes en él, para que también lo seamos en los tormentos y penas que él padece.
El mundo le ayuda con sus pompas y vanidades, malicias, cudicias y malos tratos, y con todos los poderíos suyos en orden a dañar al hombre para que pierda el alma. Ama el mundo a sus mundanos, como el lobo al cordero, para tragarlos y destruirlos y dar con ellos en el infierno. La amistad del mundo no es otra cosa que pecado y fornicación, como dice San Agustín; y es tan pobre, que para dar a uno ha de quitar a otro. Huir del mundo es huir el hombre de sí; huir de sí es vencerse a sí; vencerse a sí es gloriosísima victoria; de donde se sigue que huir del mundo es el más excelente de los triunfos. La carne le estimula con sus flaquezas, contentos, delicias y regalos, y con la voluntad consentida, que ésta es la que mayor daño hace, porque el desordenado amor de la voluntad propia es raíz y causa de todos los pecados. Cese la voluntad propia y no habrá infierno. La carne es cruelísimo enemigo, porque mora con nosotros, y de nuestras puertas adentro, halagüeño y engañoso; y es ladrón de casa que hace el hurto cuando menos se piensa. Tantos diablos asisten en el corazón del hombre malo cuantos pensamientos tienen deshonestos; y así no hay quien se escape de las manos del diablo, sino quien acude presto a la penitencia. Vicios y pecados destruyen las almas y las llevan al infierno, porque cualquiera que está afeado con vicios y torpezas, carece de la hermosura de Dios. Dice Séneca que huir de los vicios y torpezas carnales es vencerse. Cuenta el glorioso San Agustín que al tiempo que deliberaba apartarse del mundo y de todos sus deleites, que le parecía que todos ellos se le ponían delante y le decían: ¡Cómo! y ¿para siempre nos has de dejar?
Alma mía, ¿qué haremos? Poderosos son los enemigos y siempre nos espían procurando nuestro daño. ¿Qué remedio? ¡Alma!, camina y date prisa, no pierdas tiempo, que se cobra mal. Allega a aquel santo monte Calvario y abrázate con la cruz de tu Redentor, que en este campo fueron vencidos esos tres enemigos, y aquí los vencerás. Y si te hallares cargada de deudas y sin caudal para pagarlas, no desmayes por eso, que tu Dios y Señor te dejó en este santo monte y en su santa Iglesia, en sus merecimientos y en los de sus santos, un riquísimo tesoro con que puedes pagar todo lo que debieres, si te supieres aprovechar de él; porque digo ¿qué fuera de los pecadores, si como añaden pecado a pecado no añadiera Dios misericordia a misericordia? Su santo nombre sea bendito para siempre sin fin, y sea bendita la limpieza de la Virgen María, su madre y señora nuestra.
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Siendo oidor de esta Real Audiencia el licenciado don Juan de Padilla, hubo entre él y don Sancho Girón, marqués de Sofraga, presidente de ella, cierto encuentro originado de una dama que hacía rostro a entrambos, que así se dijo. Las plazas de virreyes, gobernadores, presidentes y oidores no impiden pasiones amorosas, porque aquéllas las da el rey y éstas naturaleza, que tienen más amplia jurisdicción. La naturaleza es una fuerza dada a las cosas para que puedan formar y producir su semejante. La naturaleza principalmente sigue y apetece lo que es deleitable, y aborrece lo que es triste. La naturaleza se corrompe y daña por el pecado, y aunque a nadie fuerza a pecar, con todo eso, peca juntamente con el que peca, como dice San Agustín. Es tan poderosa naturaleza y tan varia en sus cosas, que cada día vienen a nuestra noticia muchas nuevas; por lo cual los hombres no se han de espantar de ellas, acerca de lo cual dijo el marqués de Santillana: "las cosas de admiración no las cuentes, que no saben todas las gentes cómo son".
Alejandro Magno era compuesto de tal temperamento y extraña armonía e igualdad de humores, que naturalmente le olía el aliento a bálsamo; y sudando daba tan buen olor, que parecía manar ámbar y almizcle; y aun después de muerto olía como si estuviera embalsamado. La hija del rey Faraón de Egipto, que entre setenta mujeres que tuvo el rey Salomón (todas reinas coronadas) era la más hermosa y la más querida, le hizo idolatrar. Pues ¿qué mucho que esta otra dama hiciese prevaricar a sus amantes y los convirtiese de amigos en enemigos? De aquí se levantó la polvareda que cegó a los dos ojos de la razón, que los del cuerpo, con la pasión amorosa, días había que los tenían vendados con la venda de dios niño.
Era el oidor don Juan de Padilla íntimo amigo del arzobispo don Bernardino de Almansa, y por lo contrario, el presidente y el doctor don Antonio Rodríguez de San Isidro Manrique, visitador de la Real Audiencia, estaban encontrados con el dicho arzobispo y tenían por sospechoso al oidor, de esto y de lo arriba dicho. En los negocios que tocaban a la visita del oidor, cargó la mano al presidente, hasta suspendello y quitallo de la silla; el cual, pasado a Castilla, halló en el Real Consejo de Indias quien se encargase de su defensa.
Despachósele residencia al marqués de Sofraga, y vino a ella el licenciado don Bernardino de Prado, que venía por oidor de esta Real Audiencia. También trujo a su cargo estos negocios el doctor de la Gasca. Tomósele al presidente apretada la residencia, y además de los enfados que en ella tuvo, que no fueron pocos, salió condenado en ciento treinta y cuatro mil pesos; y esto sin las demandas públicas y otras cosas de particulares que no se determinaron. Paréceme caso nuevo sucedido en el Nuevo Reino de Granada, si se consideran los gobernadores sus antecesores. Si éstos son los dulces que trae el gobierno, y querer gobernar, vuelvo a decir: que les haga muy buen provecho, que yo me vuelvo a mi tema.
Con las fianzas que dio el presidente de su condenación, partió para España, por junio de 1638; y llegando a la barranca del Río Grande de la Magdalena y desembarcadero de él para ir a la ciudad de Cartagena, halló en el puerto al doctor de la Gasca, que le había tomado la delantera. Allí le volvió a desenfardelar de lo que llevaba y le volvió a secrestar la plata labrada, y le quitó cuatro o cinco mil pesos en doblones, envueltos en cargas de sebo. Afianzó de nuevo la plata labrada, con que se la entregó; y en este estado dejó el mando esta representación que parece gustaba de dar al marqués de Sofraga vaivenes.
Fue fama en esta ciudad que llevaba el presidente de este Reino más de doscientos mil pesos de buen oro, sin contar lo que había enviado a Castilla durante el tiempo que gobernó, y sin la plata labrada, joyas y preseas de gran valor. Lo cierto es que yo no conté la moneda, ni vi las joyas; lo que vi fue que queriendo el marqués confirmar a sus hijos, el señor arzobispo don fray Cristóbal de Torres dijo misa en las casas reales; y este día vide tres salas aderezadas, que se pasaba por ellas a la sala donde se decía la misa; en ésta y en las otras tres vide aparadores de plata labrada de gran valor, según allí se platicaba. Si era toda del marqués o no, por entonces no lo supe, ni sé más de lo que agora se dice. De lo sucedido al presidente, ya queda dicho; no sé si se tendrá por vengado el licenciado don Juan de Padilla.
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La venganza es una pasión de injusticia. La venganza y odio colocados en el corazón, mucho más daña que una ponzoña de víbora. Tarde o temprano, toma el Señor de los malos la venganza, y los mejor librados y menos castigados son los que sufren su castigo en este mundo, para ser perdonados en el otro. Un duque de Orleans fue injuriado de otro señor; vino aquél a ser rey de Francia, y siendo aconsejado que se vengase, pues podía entonces, respondió: "No conviene al rey de Francia vengar las injurias hechas al duque de Orleans". Querer vengarse es alegrarse del mal ajeno. Preguntamos agora: las riquezas bien o mal adquiridas, ¿hasta dónde duran con sus dueños, o qué se llevan de ellas cuando se van de esta vida? Esto nos podía decir el gran Saladino, sultán de Egipto, sin que busquemos otros testigos, que yo sé que se hallarían infinitos. Estándose muriendo este príncipe, llamó a su alférez mayor y le mandó que tomase un lienzo o sábana, la pusiese en una lanza y que fuese por todas las calles y plazas de aquella ciudad pregonando que el gran Saladino, de todos los tesoros y riquezas que había tenido en esta vida, no llevaba de todas ellas a la otra más que aquel pedazo de lienzo. El rey don Fernando, de Castilla, padre del rey don Sancho, que murió sobre Zamora, estándose muriendo llegó a él doña Urraca, su hija, querellosa de que la dejaba desheredada, a lo cual respondió el rey su padre, diciendo:
Sí cual lloras por facienda
Por la muerte lloraras,
Non dubdo, querida hija,
Que el vivir se me otorgara.
Mas lloras, sandia mujer,
Por las tenencias humanas,
Viendo que de todas ellas
Non llevo si la mortaja.
Aquel príncipe llevó una mortaja, y este rey lleva otra mortaja, de todos los tesoros que tuvieron en esta vida. Lector, ¿qué llevaron tus antepasados de todo lo que tuvieron en esta vida? Paréceme que me respondes que solamente una mortaja. Por manera que a todos no les duran más las riquezas, bienes y tesoros, que hasta la sepultura. Las riquezas son para bien y para mal; y como los hombres se inclinan más al mal que al bien, por esto las riquezas son ocasión de muchos males, principalmente de soberbia, presunción, ambición, estima de sí mismos, menosprecio de todos y olvido de Dios; y de aquí dijo Horacio: "¡Oh, hambre sagrada del oro, qué males hay a que no fuerces los corazones de los mortales!". Llama a esta hambre sagrada, para dar a entender que han de huir los hombres de ella como recelan tocar las cosas sagradas.
Pitheo Bitinio presentó al rey Darío un plátano de oro y una vid, y dio de comer al ejército de Jerjes, que constaba de setecientos y ochenta y ocho mil soldados, sin los caballos y otras bestias que traía, y prometió de darle pan y dinero para su gente por espacio de cinco meses; lo cual hacía por que le dejase un hijo, de cinco que tenía, para consuelo de su vejez. Este fue preguntado por Jerjes cuánta hacienda tenía, y respondió: "De plata tengo dos mil talentos, y de oro cuatro millones y siete mil dineros dóricos", que era una moneda antigua de mucho valor. Ptolomeo Dionisio, el que venció en pública guerra al gran Pompeyo, sustentaba un ejército de ochocientos mil jinetes, y tuvo asentados a su mesa mil convidados y les dio a comer mil diversidades de manjares, y a beber con mil copas de oro. Claudio gastó mucha suma de riquezas en las guerras civiles, y era tan rico, que al tiempo que murió, dejó cuatro mil ciento y diez y seis esclavos, y tres mil y seiscientas yugadas de bueyes, y de esotros ganados doscientos y cincuenta y siete mil cabezas, y en dinero contante seiscientos mil pesos, y mandó que se gastasen en su entierro once mil sextercios.
Pregunto: estos monstruos de riqueza y otros que habrá habido en el mundo, y quizá los habrá el día de hoy, ¿qué llevaron de todas ellas a la otra vida? ¿Qué limosnas, misericordias y caridades harían con ellas? ¿Dónde las dejaron? ¿Quién las gasto? ¿A dónde estarán el día de hoy sus almas? ¿Por ventura atesoraron algunas en el cielo? Dichoso el que lo hizo o lo hiciere, que allá lo hallará, sin el riesgo que dice el Evangelio.
Yo conocí en mi tiempo a un hombre que tenía fama de rico, y lo era; que llevó consigo, cuando murió, parte de sus tesoros y riquezas, y me hallé a su entierro, y aun este día también llevó, porque enlutó cien pobres que acompañaban su cuerpo, con cirios encendidos. Este fue el Corso, suegro del Conde de Gelves. Diga la gran ciudad de Sevilla, donde murió, y aquel convento de San Francisco de ella, donde se enterró, cuántas limosnas, misericordias y caridades dio, hizo y usó en el tiempo en que vivió en ella hasta el año de 1587, en que falleció, que fue el año en que el inglés don Francisco Drake intentó tomar la ciudad de Cádiz, que de lo dicho entiendo se hallará información bastante en aquella ciudad.
El peligro que traen las riquezas, declara el Eclesiástico diciendo: "Bienaventurado el varón que no se fue tras el oro ni puso su esperanza en los tesoros del dinero". Mas ¿quién es éste? Alabarle hemos, porque hizo maravillas en su vida. Los misericordiosos, caritativos y limosneros es muy cierto que tienen muy gran parte en Dios y que tienen andando lo más del camino del cielo. Mira, hombre cristiano, no te falte la caridad y misericordia, porque te hará muy grande falta al partir de esta vida. Mira, no incurras en la excomunión de David. Dice fray Luis de Granada que los que confiados en la misericordia de Dios le ofenden a rienda suelta, son como uno que pasa una puente angosta, que para que le parezca más ancha y desterrar el miedo se pone unos anteojos de aumento, y entendiendo que pone el pie en lleno lo pone en vacío, y dando a fondo se ahoga, engañado de su confianza y sin enmendar su mala vida.
Corría, como tengo dicho, en esta ciudad, la fama de las riquezas que llevaba de este Reino el marqués de Sofraga; y no corría fama ninguna de las limosnas, misericordias y caridades que hubiese hecho. Punto lastimoso, miserable y triste.
David, hablando con Dios, hace una carta de excomunión contra el hombre que no tiene misericordia, y dice: "¡Señor! Al susodicho hazle que sirva y tenga por amo a un tirano. Permite que se le revista el demonio. En ningún tribunal trate pleito que no salga condenado. Sus ayunos, sacrificios y oraciones sean aceptos de ti como si fueses la misma abominación y pecado. Nunca ore sino en pecado mortal. No se logren ni lleguen a colmo sus días, y si fuere prelado no goce el cargo público. Muera, de suerte que sus hijos anden vagabundos, mendigando. No logren la hacienda mal ganada de su padre; antes para cobrar las deudas del difunto, los echen de sus casa y entren en ellas sus acreedores con ojos de lince por los aposentos, embargando la hacienda, y si algo quedare, lo hereden los extraños. Mueran sus hijos y nietos, y de una vez se acabe todo su linaje. ¡No se quiten de delante sus pecados, y de su casa no cese el castigo!".
Dios Nuestro Señor, por sus preciosas llagas, infunda en sus fieles cristianos la misericordia, caridad y limosna, para que hallen estos tesoros ante su Divina Majestad, cuando de este mundo vayan. Amén.
Catálogo
De los gobernadores, presidentes, oidores y visitadores que han sido de este Nuevo Reino de Granada, desde el año de 1538 de su conquista, hasta este presente de 1638, en el que se cumplen los cien años que hace se ganó y conquistó este Reino. Son los siguientes
El licenciado don Gonzalo Jiménez de Quesada, teniente de gobernador y capitán general, nombrado por el Adelantado de Canarias, don Pedro Fernández de Lugo, gobernador de Santa Marta, que los envió a la conquista de este Nuevo Reino con ochocientos hombres, con sus capitanes y oficiales, el cual entró en este Reino con ciento y setenta hombres, poco más o menos, y con ellos hizo esta conquista el año de 1538; y en el siguiente de 1539, acompañado por los dos generales, don Sebastián de Benálcazar y Nicolás de Fredermán, con todos sus capitanes y soldados, fundaron esta ciudad de Santa Fe el día de la Transfiguración de Nuestro Señor Jesucristo, a 6 de agosto de dicho año; y en este mismo día se señaló asiento para la santa iglesia, de la cual tomó posesión, en nombre del obispo de Santa Marta, el capellán del ejército del dicho Adelantado de Quesada, bachiller Juan de Lescames, el cual se fue con su general a España.
Fundada la dicha ciudad de Santa Fe, los tres genérales se partieron para Castilla el dicho año de 1539, dejando el licenciado de Quesada por su teniente al alguacil mayor del ejercito, Hernán Pérez de Quesada, su hermano.
Por muerte del Adelantado de Canarias, don Pedro Fernández de Lugo, gobernador de Santa Marta y primero de este Reino, por ser todo una gobernación, que murió en septiembre del año de 1538, en cuyo lugar puso la Audiencia de Santo Domingo al licenciado Jerónimo Lebrón por gobernador, en el interín que la majestad del emperador nombraba gobernador, o venía de España don Alonso Luis de Lugo, que sucedía en el dicho gobierno por muerte de su padre.
Llegó a Santa Marta el gobernador Jerónimo Lebrón el año de 1540, al tiempo que entraban en ella los soldados que bajaron de este Reino con los tres generales que iban a Castilla, los cuales tenían sus casas y mujeres en Santa Marta. Iban ricos y cargados de oro. Contaron las riquezas que había en este Reino, con otras cosas particulares de él y su largura de tierra, con lo cual el gobernador Jerónimo Lebrón vino a él con doscientos hombres.
Trujo las primeras mujeres y muchas mercadurías de Castilla, que también fueron las primeras. Confirmó el apuntamiento de la conquista a los conquistadores. Llevó de este Reino más de doscientos mil pesos de buen oro. Volvióse a la ciudad de Santo Domingo, donde tenía su casa, sin zozobra de residencia ni visita, que fue suerte harto dichosa, por ser singular, que no hubo otro que en breve tiempo tanto dinero llevase, ni tanto bien a esta tierra hiciese.
Los soldados baquianos que vinieron con él trujeron el trigo, cebada y otras muchas semillas, que todas se conservan en esta tierra hasta el día de hoy.
Don Alonso Luis de Lugo, por la muerte del Adelantado de Canarias, su padre, a quien sucedía, compuestas sus cosas en Castilla y con licencia del emperador Carlos V, vino a Santa Marta por gobernador. Subió a este Reino por fin del año de 1543. Metió en él las primeras vacas, que vendió cada cabeza en mil pesos de buen oro. Trujo así mesmo mercadurías y mujeres; y los soldados viejos que con él vinieron trujeron mercadurías y muchas semillas.
Tuvo el gobernador encuentros con los conquistadores, sobre querer revolver el apuntamiento de la conquista y su confirmación. Finalmente, volviéndose a Santa Marta, llevó consigo preso al capitán Gonzalo Suárez Rendón, que se soltó en el Cabo de la Vela y se pasó a España. Siguióse su causa contra el gobernador hasta quitalle el cargo, y fue desterrado a Mallorca, de donde pasó a Milán, donde murió.
Al tiempo que el gobernador don Alonso Luis de Lugo se volvió a Santa Marta, dejó por su teniente en este Reino a Lope Monsalvo de Lugo, su pariente, que lo gobernó muy bien, en mucha paz y concordia con los conquistadores y demás vecinos.
Por las revueltas y disgustos que había dejado don Alonso Luis de Lugo en este Reino, y a sustanciar sus causas, envió Su Majestad al licenciado Miguel Díaz de Armendáriz, primer visitador y juez de residencia de este Reino, el cual traía cédula de gobernador. Llegó con estos cargos a Cartagena el año de 1545, allí dio título de su teniente de gobernador para este Reino a Pedro de Ursúa, su sobrino, mancebo generoso y de gallardo ánimo. Entró a esta ciudad el dicho año; gobernó muy bien el tiempo que le tocó, hasta que subió su tío el visitador y tuvo los encuentros con el capitán Lanchero, de donde resultó enviar la Audiencia de Santo Domingo al licenciado Zurita que lo visitase, que no tuvo lugar, con la venida de los oidores que habían llegado a este Reino a fundar la Real Audiencia que en él se fundó, y que fueron los primeros: el licenciado Gutierre de Mercado, oidor más antiguo, murió en la villa de Mompós cuando subía a este Reino en compañía de los licenciados Beltrán de Góngora y Andrés López de Galarza, los cuales fundaron esta Real Audiencia, a 13 del mes de abril de 1550 años.
Acabada de fundar la Real Audiencia el año de 1551, vino por oidor de ella el licenciado Francisco Briceño, el cual pasó luego a residenciar al Adelantado don Sebastián de Benalcázar, gobernador de Popayán, al cual sentenció a muerte por la que le dio al Mariscal Jorge Robledo, junto al río del Pozo, porque se le entraba en su jurisdicción, a donde el dicho oidor estuvo más tiempo de dos años.
De allí volvió a esta Real Audiencia, a la cual había llegado el licenciado Juan de Montaño y residenciado a los dos primeros oidores, Góngora y Galarza, y enviándolos a España; los cuales se ahogaron sobre la Bermuda, donde se perdió la nao Capitana en que iban. Salió bien de la visita el licenciado Francisco Briceño, y también de la mar, por ir en diferente nao; y llegado a España, salió proveído por presidente de la Real Audiencia de Guatemala.
Acabada la visita de los oidores, quedó en la Real Audiencia, y gobernando este Reino, el licenciado Juan de Montaño. Procedió tan mal, que vino de visitador contra él el licenciado Alonso de Grajeda, el cual lo envió preso a España, donde le cortaron la cabeza.
Poco después que vino el licenciado Alonso de Grajeda, vinieron los oidores de la Real Audiencia el licenciado Tomás López y el licenciado Melchor Pérez de Arteaga; y tras ellos, en diferentes viajes, el licenciado Diego de Villafaña y el licenciado Juan López de Cepeda, el cual murió presidente de las Charcas.
Luego vinieron: el licenciado Angulo de Castrejón, el doctor Juan Maldonado y el fiscal García de Valverde, que los más de ellos concurrieron en el gobierno del primer presidente de esta Real Audiencia.
El año de 1564 vino a esta Real Audiencia el primer presidente, que fue el doctor don Andrés Venero de Leiva. Gobernó diez años; concurrieron con él los más de los oidores. Después del licenciado Montaño, fue su gobierno de mucha paz, sin visita ni residencia.
El año de 1574 vino por presidente a este Reino el licenciado Francisco Briceño, oidor que había sido de esta Real Audiencia y presidente de Guatemala. Entró a esta ciudad al principio del año de 1574, y en el siguiente de 1575 murió. Está enterrado en la santa iglesia Catedral de esta ciudad.
Cuando comenzó a gobernar el presidente Francisco Briceño, vinieron por oidores el licenciado Francisco de Anuncibay, el licenciado Antonio de Cetina y el doctor Andrés Cortés de mesa, y por fiscal el licenciado Alonso de la Torre. Al doctor Mesa degollaron en esta plaza; está enterrado en la Catedral de ella.
El año de 1577 vino por presidente de esta Real Audiencia el doctor Lope Diez de Armendáriz, que lo acababa de ser de la Audiencia de San Francisco de Quito. Trujo consigo a doña Juana de Saavedra, su legítima mujer, a doña Inés de Castrejón y a don Lope de Armendáriz, sus hijos, que el don Lope es marqués de Cadereita, y al presidente virrey de México.
Gobernando el dicho presidente, vinieron por oidores: el licenciado Juan Rodríguez de Mora, el licenciado Pedro Zorrilla, y por fiscal el licenciado Orozco; y los dos prendieron al visitador Juan Bautista de Monzón, el cual entró en esta ciudad el año de 1579, que de oidor que era de la Audiencia de Lima vino a esta visita; el cual suspendió al presidente don Lope Díez de Armendáriz, y la Real Audiencia prendió al visitador. Estando preso, murió el dicho presidente en esta ciudad. Sepultóse su cuerpo en la iglesia del convento de San Francisco de esta ciudad. Su mujer e hijos pasaron a España.
Al negocio de la prisión del licenciado de Monzón y a que acabase la visita, envió Su Majestad, Philipo II, al licenciado Juan Prieto de Orellana por visitador, el cual entró en esta ciudad el año de 1582, y en la mesma ocasión vinieron por oidores de la Real Audiencia, el licenciado Alonso Pérez de Salazar, el licenciado Gaspar de Peralta, y por fiscal el doctor Francisco Guillén Chaparro.
El año de 1578 vino por oidor de esta Real Audiencia el licenciado don Diego de Narváez, y en el siguiente de 1580 pasó a la de Las Charcas, con la mesma plaza de oidor.
El año de 1584 suspendió el visitador Orellana a la Real Audiencia y llevó presos a los licenciados Alonso Pérez de Salazar y Gaspar de Peralta. El doctor don Francisco Guillén Chaparro, fiscal de la Real Audiencia, que había ascendido a oidor, quedó gobernando este Reino en compañía del Licenciado Bernardino de Albornoz, que en aquella sazón había venido por fiscal de la Audiencia, los cuales gobernaron este Reino en mucha paz y justicia.
A componer las revueltas de los visitadores y remediar este Reino, envió Su Majestad al doctor Antonio González, de su Consejo Real de las indias, cuarto presidente de este Nuevo Reino, el cual entró en esta ciudad a veinticuatro de marzo del año de 1589. Traía cédula de visitador y otras muchas, y de ellas algunas en blanco. Y gobernó ocho años, pidió licencia para volverse a su plaza del Consejo, que se le envió, con que se fue a Castilla.
Concurrieron con el dicho presidente el tiempo que gobernó este Reino, los oidores siguientes: el licenciado Ferraez de Porras, que murió en esta ciudad; el licenciado Rojo de Carrascal, que fue mudado a Las Charcas en la silla de fiscal; y el licenciado Miguel de Ibarra, visitador general de este partido, que de esta plaza fue por presidente a la Real Audiencia de San Francisco de Quito.
En la silla de fiscal sucedió el licenciado Aller de Villagómez. Con él vino por oidor el licenciado Egas de Guzmán, que murió en esta ciudad. Después vino por oidor don Luis Tello de Erazo; y consecutivamente los licenciados Diego Gómez de Mena, Luis Enríquez, Lorenzo de Terrones, Alonso Vásquez de Cisneros, que vino en 1601 y asistió en esta Real Audiencia hasta el año de 1622, que fue mudado por oidor de México. El licenciado Luis Enríquez fue proveído por alcalde de Corte de la ciudad de Lima, y el licenciado Diego Gómez de Mena por oidor de la Audiencia de México.
A 28 de agosto del año de 1597 entró en esta ciudad el presidente don Francisco de Sandi, del hábito de Santiago, que de la silla de presidente de la Real Audiencia de Guatemala vino a esta de Santa Fe. Los oidores arriba mencionados concurrieron con este presidente.
Después vino por oidor el licenciado don Antonio de Leiva Villarreal, que mudado a la Real Audiencia de San francisco de Quito, murió en aquella ciudad.
El año siguiente de 1602 vino por visitador de esta Real Audiencia el licenciado Salierna de Mariaca, oidor de México, el cual, de una comida que comió en el puerto de Honda, murió en esta ciudad, y todos los que comieron con él; y dentro de nueve días de su muerte, murió el doctor don Francisco de Sandi, emplazado por el dicho Visitador, como queda dicho en la historia.
Por muerte del presidente y visitador, quedaron gobernando este Reino los licenciados Gómez de Mesa y Luis Enríquez, con la demás Audiencia. Por septiembre del año de 1605, vino por presidente de este Reino don Juan de Borja, del hábito de Santiago, nieto del duque de Gandía, prepósito general de la Compañía de Jesús, el cual gobernó veintitrés años. Murió en esta ciudad, a 12 de febrero de 1628 años. Sepultóse su cuerpo en la peaña de la santa iglesia Catedral.
Para que acabase la visita que había dejado comenzada el visitador Salierna de Mariaca, envió su Majestad a don Nuño Núñez de Villavicencio, con el mesmo cargo y con título de presidente de las Charcas, en habiéndola acabado. Entró en esta ciudad el año de 1605, y en el siguiente murió.
En su lugar vino por visitador el licenciado Álvaro Zambrano, oidor de la Real Audiencia de Panamá, que habiéndola concluido, pasó a Lima, para donde estaba proveído por alcalde de Corte.
Concurrieron en la Real Audiencia con el presidente don Juan de Borja los oidores siguientes: el licenciado don Antonio de Leiva Villarreal, que de esta Audiencia fue mudado a la de San Francisco de Quito, a donde murió; el doctor Juan de Villabona Subiauri, que fue mudado de esta Audiencia a la de México, en donde enviudó y se ordenó de sacerdote, haciéndose clérigo; el licenciado don Francisco de Herrera Campuzano, que residenciado fue a España, de donde salió proveído por oidor de México, donde murió en esta ciudad a 9 de agosto de 1620 años.
A 30 de agosto de 1613 años vino por oidor de la Real Audiencia el doctor Lesmes de Espinosa Saravia, y murió el año de 1635, depuesto y pobre, por haberle el visitador don Antonio de San isidro secrestado todos sus bienes.
El licenciado Juan Ortiz de Cervantes, natural de Lima, gran letrado, vino por fiscal de la Real Audiencia, y habiendo ascendido a ser oidor, murió en esta ciudad en septiembre de 1629 años.
El doctor don Francisco de Sosa, natural de Lima, catedrático de aquella Universidad, vino por oidor de esta Real Audiencia el año de 1621, y de ella fue mudado por oidor de las Charcas, año de 1634.
El año de 1624 vino por oidor de esta Real Audiencia el licenciado don Juan de Balcázar, y en este de 1638 sirve su plaza.
El doctor don Juan de Padilla, natural de Lima, vino por oidor de esta Real Audiencia el año de 1628, y en el de 1632 fue depuesto por el dicho visitador don Antonio Rodríguez de San Isidro. Está en España.
El año de 1628 vino por fiscal de la Real Audiencia el doctor don Diego Carrasquilla Maldonado. Ascendi6 a ser oidor el año de 1634, y sirve su plaza en este de 1638.
El licenciado don Gabriel de Tapia vino por oidor el año de 1630. Sirve su plaza.
El año de 1631 vino por visitador de esta Real Audiencia el doctor don Antonio Rodríguez de San Isidro Manrique, y habiéndola acabado se fue por oidor de la Real Audiencia de San Francisco de Quito, para donde estaba proveído.
A primero de febrero del año de 1630 vino por presidente de este Reino don Sancho Girón, marqués de Sofraga, y en este de 1638 está en su residencia.
El licenciado don Blas Robles de Salcedo vino por oidor de esta Real Audiencia en noviembre del año de 1632, y en este de 1638 fue mudado por fiscal de la Audiencia de Lima.
El licenciado don Sancho de Torres Muñetones, del hábito de Santiago, vino por fiscal el año de 1634; ascendió a oidor y hoy sirve su plaza.
El licenciado don Gabriel Álvarez de Velasco vino por oidor por agosto del año de 1636. Sirve su plaza.
El año de 1637, a 4 de octubre, entró en esta ciudad don Martín de Saavedra Guzmán, por presidente de esta Real Audiencia, que lo acababa de ser de la ciudad de Bari, frontera en el reino de Nápoles.
El licenciado don Juan Baptista de la Gasca vino de Panamá, donde era oidor de aquella Real Audiencia, por visitador de la Casa de la Moneda. Entró en esta ciudad por septiembre del dicho año de 1637. Está ocupado en este negocio y otros.
En este año de 1638 vino por oidor de esta Real Audiencia el licenciado don Bernardino de Prado, al cual se le cometió la residencia de don Sancho Girón, marqués de Sofraga, presidente que fue de la Real Audiencia de este Reino.