Comentario
A comienzos del siglo XIII, sin haber logrado la unificación, Rusia estaba dividida en numerosos territorios, cada vez más fragmentados a causa de las aspiraciones de todos los miembros de las diversas ramas de la dinastía. Las frecuentes luchas entre ellos no impidieron que se lograse un cierto auge económico, tanto en los campos de la agricultura como del comercio. Pero esta prosperidad se vería interrumpida por la llegada de los mongoles -conocidos en la Cristiandad como tártaros- que al romper las comunicaciones con el Mediterráneo oriental quebrarían el progreso comercial.
Parece ser que los mongoles, desde hacia tiempo, tenían intención de conquistar las llanuras al norte del mar Negro, por ser excelentes tierras de pasto. De ahí que una primera expedición, en 1223, cruzara el sur de Rusia y, en su camino de regreso a Mongolia, hiciera frente y derrotara a un ejercito conjunto de príncipes rusos y caudillos cumanos. La batalla se libró a orillas del río Kalka, al norte del mar de Azov. Como los vencedores no tardaron mucho en retirarse, los príncipes, pensando que se trataba de otro pueblo estepario y no siendo realmente conscientes del peligro que representaban, siguieron envueltos en sus tradicionales contiendas.
Sin embargo, la expedición de 1223 fue preludio de la gran ofensiva que se produciría en el invierno de 1237-1238. Al mando de Batu, los mongoles penetraron en Riazán, Vladímir y Súzdal, llegando incluso hasta la zona limítrofe de Nóvgorod, donde tuvieron que retroceder por problemas causados por el deshielo de primavera. A continuación, atacaron los principados del sudeste: Chernígov y Pereiáslav en 1239 y, en diciembre de 1240, destruyeron Kíev. La conquista en territorio ruso había concluido, pero el avance mongol por Europa proseguiría en una rápida ofensiva en dos frentes: uno hacia Polonia, donde vencieron a una confederación de polacos y caballeros teutónicos en Leignitz, en 1241, y el otro hacia Hungría. En la primavera de 1242, se retiraron a Asia para participar en la elección del nuevo gran jan por la muerte de Ogodei.
Se cree que las destrucciones efectuadas por los mongoles en numerosas ciudades de la Europa oriental y central fueron muy graves, pero también que hubo en muchas de ellas una rápida restauración y recuperación. Para Polonia y Hungría, la campaña fue un acontecimiento terrible pero único y, en general, pronto olvidado. Sin embargo, para los principados rusos significó un cambio profundo en su trayectoria. Desde luego, tanto occidentales como rusos demostraron ser unos adversarios incapaces. En Occidente, el Papa y el emperador no interrumpieron sus pendencias y los rusos también pusieron de manifiesto su ineficacia para oponerse a los invasores, por sus incesantes tendencias divisionarias. La mayoría de los principados quedaron sometidos al dominio mongol, bajo el janato de la Horda de Oro, con capital en Sarai, en el curva del Volga inferior.
La Horda de Oro -así denominada por la tienda de campana dorada del khan- dependía del Gran Imperio con centro en Karakorum. Rusia era periférica para la Horda, no sólo desde la óptica geográfica, sino también política y económicamente. Por eso, la historia rusa de este periodo debe entenderse como parte de la historia de la Horda, la cual a su vez queda integrada en la historia del Imperio mongol.
Dicho dominio duraría más de dos siglos y ejercería una profunda influencia en el espacio ruso, inclusive en aquellos principados donde el yugo fue más suave, como Nóvgorod o Volinia-Galitzia. En una primera etapa, algunos principados lograron escapar a la totalidad de la influencia mongola. A ello contribuyo la retirada de Batu a Asia por un periodo de diez años, que ocupó en resolver sus desacuerdos con el gran jan y en afianzar su propio reino. En dicha década, Alexander Nevski, acosado por los agresivos occidentales, optó por subordinarse libremente a los mongoles -muy alejados de Nóvgorod y tolerantes en materia religiosa- y colaboró de forma activa con ellos en reprimir insurrecciones en el nordeste y sudeste del país. A su muerte, en 1263, había desaparecido la oposición organizada y estaba consolidado definitivamente el dominio mongol.
Los mongoles permanecieron en el sur y dejaron que los rusos siguieran administrando sus propios asuntos a través de sus príncipes. Estos, para ratificar su autoridad, se vieron en la obligación de obtener el nombramiento del jan y por ello viajaron frecuentemente hasta Sarai o Karakorum, a fin de obtener una carta de confirmación llamada "yarlyk". A cambio del documento, se les exigía tropas ocasionales y tributos muy gravosos. De forma que los mongoles ejercieron su soberanía especialmente mediante el tributo de capitación, que al principio ellos mismos recaudaban por medio de una estrecha vigilancia de funcionarios. Con el tiempo, los janes delegaron la recaudación de los tributos en el príncipe de Moscú, al que reconocieron como gran príncipe de Rusia, contribuyendo a crear el instrumento que sería la causa de la caída final del janato.
En este tiempo, la Iglesia rusa fue la principal beneficiaria, pues se independizó de los príncipes al recibir sus "yarlyks" directamente de los janes y, además, estuvo exenta de tributación y libre en el gobierno de sus extensas posesiones.
En resumen, la organización política de Rusia se mantuvo en su totalidad, pero la separación de Europa occidental, iniciada desde antes, concluyó definitivamente, sobre todo al debilitarse las relaciones en el noroeste por el avance de Suecia, la orden teutónica y Letonia.
En época mongola, los nuevos centros de poder fueron Galitzia-Volinia en el sudoeste, la zona norte del Alto Volga y Moscú. El ascenso de Moscú a la primacía de los principados rusos fue el progreso político más importante para el futuro. Situado en el centro, se hallaba en una posición muy favorable para ser el aglutinante de un nuevo Estado ruso.