Comentario
Hacia el 4000-3000 a.C. (inicios de la franja cronológica también conocida, en general, como el Neolítico Medio) se siguen ocupando las áreas anteriormente escogidas, pero se produce una expansión significativa de población que afectará a una variedad territorial muy amplia; se diversifican los tamaños y la importancia de los asentamientos, que ahora ocupan nuevos territorios, más allá del loess, en áreas más elevadas y en las zonas interfluviales de las tierras altas e, incluso, en algunas partes bajas de las llanuras aluviales. No obstante, también se producen discontinuidades en el hábitat, como, por ejemplo, sucede con los pocos yacimientos del grupo de Rossen en la antiplanicie de Aldenhoven. De todas formas, la fijación en el territorio es mayor, y quizás un reflejo de esta nueva situación sea la aparición de una mayor cantidad de cementerios (los de Orville, de la cultura de Cerny, Montélimar-Gournier, del Chassey de la zona del Ródano, etc.), o incluso una estructuración del espacio doméstico muy desarrollada; un ejemplo excepcional son las casas amuebladas, con estructuras de pizarra, de Skara Brae, en las islas Orcadas, uno de los puntos de máxima expansión geográfica del Neolítico del IV milenio a. C.
La complejidad de estos nuevos asentamientos queda reflejada en la construcción de zanjas y empalizadas que circundan los poblados, como, por ejemplo, los de Inden-Lamersdorf (Alemania) y los asentamientos del horizonte Chassey-Michelsberg-TRB, del IV milenio, que se localizan en valles y en los bordes interfluviales. Aparece un conjunto tipológico que puede diversificarse bastante: por ejemplo, en el Bassin parisiense se documentan asentamientos de llanura con numerosas estructuras de habitación y domésticas, sin fortificación o con sólo algunas estructuras y débil potencia ocupacional, establecimientos delimitados por empalizadas y uno o varios fosos y/o taludes, y, en último lugar, promontorios protegidos por murallas, empalizadas o barrancos naturales.
La aparición de estos primeros núcleos fortificados se relaciona con una fase que algunos autores consideran de belicismo in crescendo (quizás demasiado exagerado) y que culmina en el Neolítico Final/Edad del Bronce. Una prueba que puede servir de ejemplo, aunque de carácter muy específico, son los hallazgos de puntas de flecha de sílex entre los restos de una empalizada quemada en Crickley Hill (Costwolds ingleses, en Gales). De todas maneras, la interpretación de estos efectivos no siempre se relaciona con los conflictos armados (elementos rituales, funerarios...). Lo cierto es que se conocen precedentes de asentamientos fortificados en algunas aldeas del grupo Groosbartach (finales de la cultura de la Cerámica de Bandas): en Langwiler 3 (meseta de Aldenhoven, Alemania) y en Minnerville (Vallée-de-l'Aisne, Francia).
También para este tipo de asentamientos se observan diversos modelos, según los estudios efectuados en la cuenca parisiense: recintos monumentales (ocupación no durable, elementos arqueológicos rituales, pocos datos domésticos), normales (ocupación esporádica), recintos de habitación o poblados (establecimiento importante, actividades productivas y domésticas) y establecimientos de altura en la cima de las colinas o promontorios, en los cuales se puede documentar actividad económica o ritual-ideológica. Su contemporaneidad podría interpretarse como la existencia de una jerarquización/complementación socioeconómica entre los distintos asentamientos: por encima, los lugares supralocales o microrregionales, con funciones sociales y económicas de centralización, a continuación recintos locales fortificados, de reunión temporal, y en la base los núcleos o poblados abiertos. Los recintos fortificados de altura podrían entrar en la primera o segunda categoría.
La expansión hacia nuevos territorios conlleva la elección ecléctica de los suelos, hecho que aunque parezca extraño debemos entender en el sentido que se desarrollan distintas estrategias de subsistencia y, por tanto, patrones de implantación ajustados a necesidades muy específicas. Así, en Dinamarca se evitan los suelos más pobres de Jutlandia occidental y central; en Irlanda se ocupan las tierras altas (Ballynagilly, Co. Tyrone); extensión hacia las islas septentrionales de Escocia y Escandinavia y la costa báltica, con una economía basada en la pesca, la caza de focas, caza con trampas y una actividad cerealística sin duda secundaria.
Es en la región alpina, al noroeste de Suiza, donde podemos observar mejor estos aspectos de interrelación entre los patrones locacionales y las estrategias económicas de explotación territorial. La neolitización en el sur del Rin se inicia hacia finales del V milenio y se desarrolla rápidamente. Destacan tres áreas de asentamiento: el hinterland del Rin y a lo largo del afluente Aare, los lagos mayores glaciares y los terrenos morrénicos, también en contextos lacustres y pantanosos. Las diferencias entre los diversos tipos de asentamiento a veces son perceptibles en el tamaño (por ejemplo, los del segundo grupo parecen más pequeños que los del primero), o bien en las diferencias constructivas y en la estructuración misma de los poblados (hileras de casas agrupadas en terrazas y dentro de una sólida empalizada en Nierderwil, hinterland del Rin, y las consistentes hileras de casas en Seeberg Burtgäschisee-Süd o Egolzwil 5, regiones más altas), o quizás en el tiempo que dura la ocupación. En todo caso, lo que resulta importante de subrayar es que seguramente estos asentamientos estaban interrelacionados entre sí de alguna forma, quizás en relación con la movilidad del ganado y su importancia económica (explotación de los bóvidos, cerdos y ovicaprinos, junto con la caza importante de especies salvajes, especialmente el ciervo). En este marco debemos mencionar la ocupación de las cavidades naturales en las zonas montañosas. En algunas regiones se establecen hábitats de carácter permanente, como, por ejemplo, en la Grotte des Planches-prés-Arbois (Jura), con materiales del Neolítico Medio contemporáneos a la extensión de los grupos de Rossen, o bien campamentos/refugios esporádicos (intrusiones posteriores, en la misma cueva, del Neolítico Final tipo Ferrieres). Según A. Beeching, también este tipo de ocupaciones pueden obedecer a un modelo de implantación territorial complejo e interdependiente de los asentamientos al aire libre: se refiere, para el Chassey del valle del Ródano, a un modelo de jerarquización entre asentamientos de tipo radial, donde los grandes poblados subcontemporáneos de la llanura fértil controlan sitios secundarios con funciones especializadas de explotación de los recursos, como, por ejemplo, ocurriría con el sistema ganadero de trashumancia circular y el papel de las cuevas-establo (por ejemplo, la Baume-du-Ronze, en el Ardêche francés).
Debemos, pues, tener una visión más amplia de una ocupación más bien continuada de una zona más que de cada uno de los asentamientos en concreto; además, se documenta una deforestación intensiva que serviría de indicador a una fijación territorial bastante importante, aunque se observen discontinuidades en detalle.
En suma, se observan dos momentos evolutivos de estas primeras implantaciones campesinas en Europa central y septentrional: una primera fase de adaptaciones postglaciares (6000-4000 a.C.) y un segundo proceso de estas mismas adaptaciones, de estabilización y cambios importantes, hacia el 3000 a.C. En este segundo periodo, se acentúa la degradación de los suelos y del entorno boscoso (erosión, empobrecimiento...). Como ejemplo tenemos que en Holanda, alrededor del 3000 a.C., se pasa de los suelos arenosos cultivables a la extensión de brezos y, en el caso del sur de Inglaterra, del paso de los suelos margosos a terrenos mucho más degradados, por lo que explotan grandes extensiones de pastos y bosques secundarios. En este contexto de cambios se desarrollan, hacia el 3200-3000 a.C. muchos tipos de evolución, producto de un desarrollo desigual (por ejemplo, el final del horizonte Chassey/Michelsberg/TRB).