Época: Expans europea XVI
Inicio: Año 1500
Fin: Año 1600

Antecedente:
Inglaterra



Comentario

Acabada la guerra de los Cien Años contra Francia, un nuevo enfrentamiento dinástico tuvo lugar en suelo inglés, al chocar las aspiraciones de poder que tenían las dos influyentes familias nobiliarias de los York y los Lancaster, originándose en consecuencia la llamada guerra de las Dos Rosas que, aunque por un lado serviría para prolongar la inestabilidad política que se venía padeciendo, por otro iba a resultar muy beneficiosa para los intereses de la naciente Monarquía autoritaria que saldría de ella, pues en su transcurso se debilitaría bastante el poder nobiliario, profundamente dividido, quedando diezmado y poco capaz de hacer frente posteriormente a los designios soberanos y centralizadores de la realeza.
Hacia el final de la contienda, los York arrebataron la Corona a los Lancaster desde el momento en que un miembro de aquel linaje, Eduardo VI (1461-1483), ocupó el trono. Transcurridos unos años de relativa paz, a la muerte de éste el conflicto estuvo a punto de reanudarse, abriéndose entonces una crisis dinástica que se cerraría con la proclamación real de Enrique Tudor, vinculado a la familia de los Lancaster pero que contrajo matrimonio con Isabel de York, fundiéndose de esta manera en el nuevo monarca los intereses de ambos bandos. Enrique VII (1485-1509) marcaría el comienzo de una etapa brillante para la Monarquía inglesa, la de los Tudor, que sería continuada por sus sucesores en el trono durante el siglo XVI, destacando especialmente los largos reinados de Enrique VIII (1509-1547) e Isabel I (1558-1603), entre los cuales transcurrieron las breves, aunque también intensas, etapas correspondientes a Eduardo VI (1547-1553) y María (1553-1558).

La afirmación monárquica fue notable ya desde Enrique VII, quien supo mantener a raya a los clanes nobiliarios y al Parlamento, levantando a la vez un operativo sistema administrativo, organizando la justicia y saneando las finanzas hasta el punto de que bajo su mandato puede decirse que estaba naciendo el moderno Estado inglés, caracterizado por una soberanía indiscutida de la Corona, un poderoso aparato de gobierno central y una hacienda con recursos suficientes como para no depender de las decisiones del Parlamento sobre financiación extraordinaria. De hecho, en los años de este reinado la representación parlamentaria del Reino apenas si fue convocada media docena de veces, y siempre que estuvo reunida quedó bajo control real.

En realidad, Enrique Tudor no innovó casi nada, se limitó a restaurar organismos ya existentes y a darles un nuevo impulso para adaptarlos a los tiempos que corrían, tan favorables por otro lado a sus aspiraciones de absolutismo monárquico. El mal recuerdo del pasado reciente, turbulento e intranquilo, los deseos de orden y de paz, la necesidad pública de estabilidad política y desarrollo económico hicieron que desde distintos sectores sociales se apoyase el robustecimiento de la autoridad real, con lo cual se produjo casi una concentración de esfuerzos en una línea común, beneficiándose de esta manera la Corona en sus pretensiones de dominio. No obstante, las dificultades persistieron, los enemigos del régimen no desaparecieron ni todo fue un camino de tránsito fácil, como pudo comprobarse por las conspiraciones que se sucedieron, por la aparición de impostores que pretendían el poder, por la presencia amenazante de los ejércitos privados o por las presiones interesadas ejercidas sobre las instancias judiciales.

Contra todo ello supo reaccionar el iniciador de la dinastía Tudor. Tuvo bastante éxito en su gestión y dejó a su muerte una maquinaria de gobierno bien organizada, una tesorería repleta y una cierta tranquilidad en el interior del Reino, a lo que contribuyó también la no participación en los grandes conflictos internacionales, librando así al país de la continua sangría en hombres y dinero que normalmente suponía una política exterior belicosa y expansionista. Por contra, Enrique VII llevó a cabo una inteligente política matrimonial y una práctica actividad negociadora, de pactos, con sus vecinos insulares y continentales, que se concretaron en los enlaces nupciales entre su hijo Arturo y Catalina, hija de los Reyes Católicos, y entre la princesa Margarita y Jacobo IV de Escocia, o en los acuerdos pacíficos con Francia y con las Provincias Unidas, que limaron bastante viejas rencillas existentes entre ellos. La herencia que en 1509 recibía su sucesor, Enrique VIII, estaba llena, pues, de enormes posibilidades para continuar, tanto en el interior como en el exterior, el proceso de engrandecimiento de la Monarquía inglesa.