Época: Primera mitad II Mil
Inicio: Año 1800 A. C.
Fin: Año 1650 D.C.

Antecedente:
Primera mitad II Milenio



Comentario

El norte de Siria, tras la destrucción del reino de Ebla, mantiene su tradicional organización en estados territoriales de escaso tamaño, desde Karkemish a Qatna, que viven de una actividad económica variada, de carácter agropecuario y comercial, organizada por el palacio (aquí el templo no supera la función religiosa) y apoyada por organismos rurales de autogobierno. Los espacios interestatales son recorridos por grupos de nómadas dedicados a la cría de ganado menor y aprovechan sus desplazamientos para intercambiar objetos de otras comunidades a otras, convirtiéndose así en eficacísimos agentes comerciales, cuyas rutas tratan de ser controladas por los estados sedentarios. Precisamente coincidiendo con el cambio de milenio, el reino de Yamhad comienza a jugar un papel decisivo en las relaciones interestatales de Siria septentrional y el Éufrates, heredando de ese modo la función que en la segunda mitad del III Milenio había desempeñado Ebla y que en el futuro habrán de ejercer otras ciudades sirias en momentos históricos completamente diferentes, como Damasco o Palmira.
En los comienzos del II Milenio, la turbulencia de los amorreos lógicamente tendrá un efecto decisivo en la composición étnica de los estados del norte de Siria. A lo largo del siglo XVIII y quizá antes, el reino de Yamhad, con capital en Halab (Alepo), consigue una hegemonía política que no conocemos correctamente porque la capital yace bajo la moderna ciudad. Sin embargo, atisbamos su importancia por las ciudades dependientes, como Alalakh, que domina el Orontes y la llanura de Antioquía, Ebla o Emar, que controlaba el comercio con el Éufrates medio. Otras ciudades, en un radio más amplio, se encontraban bajo su esfera de influencia, como Karkemish, Tunip o Ugarit, cuyo monarca deseoso de conocer el fastuoso palacio de Mari solicita ser introducido por el rey de Yamhad. Es precisamente el archivo de Mari el que proporciona mayor información sobre Yamhad, cuya época de esplendor coincide con el reinado de Yarim-Lim, que interviene activamente en el colapso asirio y en la restauración dinástica en Mari en la figura de Zimri-Lim. Su intensa actividad diplomática, por otra parte, lo convierte en uno de los personajes más influyentes del momento.

La dinastía de Yamhad parece mantenerse con su sistema político más o menos inalterado hasta mediados del siglo XVII, cuando los reyes de Hatti intervengan directamente en los asuntos del norte de Siria, poniendo así fin a una segunda etapa de gran desarrollo político en la región.

Por lo que respecta a Mari, la información es más abundante gracias al hallazgo de su archivo real. La ciudad está situada en una posición clave, en el Éufrates medio, donde se abre la ruta hacia el Mediterráneo. Es pues un centro estratégico de primera magnitud para el control comercial. Y los intereses del estado no se ciñen al entorno inmediato, sino que se convierte en un centro regulador de actividades de intercambio de largo alcance. No obstante, la economía agropecuaria es la base fundamental de las relaciones sociales y solamente desde esa perspectiva es comprensible su realidad histórica. Los intereses comerciales serán defendidos por un ejército procedente de una comunidad típica del modelo ciudad-estado, es decir, con un núcleo profesional, un elemento mercenario contratado entre los nómadas y unos soldados temporales reclutados entre la población que sirve al monarca como prestación de trabajo personal obligatorio sobreañadido. Naturalmente, las potencias dominantes pretenderán, desde el este, ejercer un control efectivo sobre este estado que puede proporcionar las llaves de un vastísimo emporio comercial; pero ese estado colinda al oeste con el amplio desierto sirio, por donde se desplazan tribus nómadas que con frecuencia contribuyen a la fluidez comercial, excepto cuando sus condiciones de vida se ven alteradas y fantasean con la molicie de los sedentarios. Esa es precisamente la situación que encontramos en el momento en el que el archivo de Mari abre sus puertas.

En él se mencionan fundamentalmente tres grupos tribales: los haneos, los benjaminitas y los suteos. Aparecen indistintamente como interlocutores comerciales u hordas hostiles, en función de la coyuntura que los vincule al palacio. Este controla el valle medio del Éufrates y el bajo Khabur; sin embargo, da la impresión de que las tierras directamente administradas por el palacio son menos extensas que en las ciudades del interior mesopotámico. Gran parte del excedente acumulado en el palacio procede, en consecuencia, de los impuestos sobre el ganado, el comercio y las tierras de las comunidades aldeanas. Gracias a esas contribuciones y el excedente de sus propiedades el palacio organiza una amplia red comercial que abre el interés de otros estados, que sólo puede ser disuadido por el ejército de Mari. No fue tal el caso de Shamshiadad, rey de Asiria, que atacó Mari tras haber unificado el alto Khabur y la Mesopotamia septentrional. El rey Yahdun-Lim se refugió en Yamhad, que a partir de entonces y por temor a Asiria pasa a ser el mejor aliado de la depuesta dinastía de Mari. A la muerte de Shamshiadad, Yarim-Lim consigue reponer en el trono de Mari al heredero Zimri-Lim, convertido al tiempo en su yerno. Desde su nueva posición logra marginar a los asirios en el comercio de la alta Mesopotamia con Anatolia, no sólo a través de victorias militares, sino también tejiendo una sólida red diplomática con las pequeñas ciudades independientes del alto Éufrates. Los territorios directamente controlados fueron convertidos en provincias, siguiendo el procedimiento de los imperios mesopotámicos, al frente de las cuales se instalaba un gobernador. La viejísima ciudad de Terqa, al norte de Mari, en la confluencia del Éufrates y el Khabur, sede del importante santuario de Dagan y quizá patria de la dinastía reinante, fue una de las más importantes capitales provinciales y posteriormente habría de ser el centro del reino de Khana.

La recuperación de Mari, sin embargo, no fue duradera pues para consolidar su situación participó en una coalición que abarcaba a Yamhad, Larsa y Babilonia, que a la postre resultaría su peor enemiga, en oposición a la que se trababa en el eje del Tigris, con Asiria, Eshnumna y Elam. Los éxitos imparables de Hammurabi lo empujaron contra a sus propios aliados. El opulento palacio de Zimri-Lim de Mari fue arrasado por el rey babilonio.