Comentario
La dinastía de Shimashki había sucumbido ante el ataque de Eparti, quien tras adoptar el título de Rey de Anshan y Susa, se instaló en la antigua capital, donde intentó desarrollar un ambicioso programa político, como se pone de manifiesto, por ejemplo, en el gesto de su divinización en vida, único caso conocido en la historia de Elam. El posible fracaso de Eparti puede estar reflejado en el hecho de que sus sucesores no vuelven a divinizarse, ni tampoco utilizan la nomenclatura real, sino el antiguo título subalterno de sukkal-mah. A pesar de esta aparente disminución de rango, la nueva dinastía de Susa mantiene intensas relaciones diplomáticas y militares con Mesopotamia e incluso con la lejana Siria. Se conserva la noticia de que el rey Rim-Sin de Larsa, tras destruir el reino rival de Isín, solicita la ayuda elamita para contener a Hammurabi de Babilonia, que avanza implacable en su deseo de unificar todo el territorio mesopotámico. En l764, Rim-Sin y su aliado Siwe-Parlar-Huppak son derrotados, lo que provoca un período de desinformación casi absoluta sobre Elam, aunque se mantiene como monarquía independiente, según se desprende de ciertas acciones militares contra ciudades mesopotámicas y contra territorios del interior iranio.
La reconstrucción histórica de Elam durante el período paleobabilónico es posible gracias a una lista real elamita del siglo XII a. C. y a las relativamente abundantes tablillas de Susa y Malamir, que nos informan de diferentes aspectos económicos y sociales. A través de ellas se descubre una intensa acadización de la cultura elamita que, sin embargo, no llega a afectar al original procedimiento de transmisión del poder monárquico. Por lo demás, parece que el proceso de privatización de la tierra continúa, lo cual repercute positivamente en los intereses de los más poderosos -y en especial del rey- que ven, así, ampliados sus dominios territoriales, que aparentemente son trabajados por abundante mano de obra jurídicamente libre.
A partir de finales del siglo XVIII la documentación desaparece completamente durante dos siglos, en los que Mesopotamia se desentiende del vecino sudoriental, del que no se dan referencias. Queda la esperanza de que los hallazgos de Haft Tepe transformen este desolador panorama. Ignoramos las razones de la decadencia elamita que hipotéticamente algunos han atribuido a una indemostrable invasión casita, homologando de este modo la situación elamita con la desaparición del imperio paleobabilónico. Ahora bien, algunos indicios parecen indicar que durante ese período de silencio Elam había reorientado sus intereses hacia el interior del altiplano iranio, donde no había comunidades letradas capaces de suministrarnos información sobre su propia historia.
En efecto, aquí, tras el período de florecimiento de la vida urbana del III Milenio, se produce desde finales del milenio un proceso ininterrumpido de abandono de las ciudades, cuyas causas se ignoran. Es posible que un paulatino cambio climático haya ocasionado la modificación de las pautas de vida y que elementos invasores no encontraran resistencia en su establecimiento disperso por los territorios despoblados. Sin embargo, en esta explicación no encuentra cabida la actividad minera que estaba en el origen del proceso de urbanización del altiplano. En cualquier caso, los nuevos habitantes son portadores de una cerámica gris propia, presumiblemente, de invasores indo-arios que se habrían escindido ya en el IV Milenio de los restantes iranios. Al llegar al altiplano se asentarían en la llanura de Gorgan, al sureste del Caspio, dedicándose principalmente a la cría del caballo y a la explotación agrícola del suelo. Pronto, y por razones desconocidas, se verían impelidos de nuevo a emigrar, constituyendo dos grupos. El primero se pondría en movimiento hacia el oeste y, traspasadas las Puertas Caspias, llegaría a Mesopotamia e incluso, más adelante, hasta el Mediterráneo. Estos indo-arios occidentales serían los antepasados de los creadores del imperio de Mitanni. El segundo grupo se mezcla con otros pueblos nómadas de Asia central haciendo cada vez más difícil su rastro, que termina perdiéndose. Sin embargo, es probable que alcanzara el paso de Khaiber desde donde accedería al valle del Indo, hogar de su nueva sedentarización y lugar donde desarrollarán una cultura avanzada, emparentada con los restantes indoeuropeos, como demuestra magistralmente la lengua que hablaban: el sánscrito.