Época: Pirámides
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Dinastías V y VI

(C) Antonio Blanco Freijeiro



Comentario

Ningún edificio alcanza las dimensiones colosales de los monumentos funerarios de la IV Dinastía; pero esa falta de grandiosidad la suplen con la abundancia y la delicadeza de sus elementos decorativos. En un contraste que no puede ser más flagrante, la nueva época opone un alborozado naturalismo al geometrismo de su antecesora.
De los templos de Re, que los faraones se consideran obligados a erigir como deber filial, las excavaciones permiten reconstruir en el papel la forma del de Neuserre (2416-2391 a. C.) en Abu Gurab, cerca de Abusir, donde estaban sus congéneres y las tumbas de los reyes. Sus partes fundamentales son las mismas que las de una pirámide: a) Un pórtico en el valle (parecidísimo al de la pirámide del mismo faraón); 2) Una calzada cubierta; 3) Un nuevo pórtico en lo alto, y 4) Un recinto rectangular a cielo abierto, donde en vez de la pirámide se eleva a gran altura un recio obelisco (no la aguja monolítica de los obeliscos del Imperio Nuevo, sino una voluminosa obra de cantería, rematada por una piececita independiente, el piramídion, probablemente revestida de metal). El acceso a éste se efectuaba por un corredor en ángulo, adosado al muro del patio. Entre ambos había, además, una capilla con unas estelas delante. El altar era un voluminoso conjunto de piezas de alabastro, dispuestas alrededor de un cilindro y situadas en el eje esteoeste del patio. A su derecha quedaban un lugar reservado para el sacrificio de animales y una hilera de almacenes en dos pisos superpuestos. Como ya hemos apuntado, el obelisco no era un objeto de culto, sino un lugar simbólico en donde primero se posaban los rayos del sol al despuntar el día. Quienes hoy creen que Heliópolis fue el centro de donde irradió el culto de Re, consideran como antecedente de los obeliscos una piedra existente allí, y denominada Benben, que se menciona en los cultos arcaicos de aquel santuario.

Fuera del patio de Abu Gurab quedan las huellas de un barco de adobe de 34 metros de eslora que en su tiempo estuvo enlucido y pintado. Esta barca solar pertenecía a un edificio de ladrillo semejante al que hoy reconstruimos, y que lo precedió en algunos años hasta que Neuserre se decidió a reemplazarlo por uno de piedra. Sólo la barca se mantuvo con su forma y sus materiales de origen. Esta nave era trasunto de la que, según creencia egipcia, servía de vehículo al dios solar en su travesía del cielo.

Tanto las paredes de la capilla (cámara del mundo) como las del corredor que rodea la mitad oriental del patio están decoradas con relieves. En ellas aparecen personificadas las tres estaciones del año egipcio -inundación (=verano), invierno y primavera- en compañía de las actividades humanas propias de cada una de ellas, y además una representación muy detallada del acto fundacional de un templo y de las ceremonias del Hebsed, la fiesta de renovación de la realeza del monarca. Las figuras de las estaciones hacen ofrenda de sus respectivos frutos, pero su interés es más iconográfico que artístico; las escenas complementarias de la vida del hombre, de los animales y de las plantas acreditan que el origen de estas escenas se produjo en los santuarios de Re, y que de ellos pasaron, extremando aún más la exquisitez de su arte, a las tumbas regias y privadas, y tal vez también, aunque de ello no subsistan pruebas, a las mansiones reales y aristocráticas.

La pirámide de Userkaf, en Sakkara, está rodeada de un patio semejante al de la pirámide de Keops y lleva adosado, al sur, un recinto bastante extenso para la pirámide secundaria -la acostumbrada desde la IV Dinastía para el Ka del faraón- y demás edificios rituales: patio porticado por tres lados, con una gran estatua del faraón, sala de pilares cerrada, etc.

Sahuré (2455-2443 a. C.) inaugura el nuevo cementerio real de Abusir con tres pirámides, émulas de las de Giza, a escala mucho menor. Su pirámide medía antaño 49 metros de alto (hoy 38 m). Es evidente que tanto la suya como las de sus sucesores, Neferirkaré y Neuserre, procuran atenerse a un mismo patrón, que las circunstancias permiten o no hacer realidad. Así nos encontramos con lados de 150, 200 y otra vez 150 codos egipcios (= 78,75 m, o bien 106 m) y una altura aproximada de 50 metros. Probablemente por la misma razón, los revestimientos de las tres pirámides difieren: la primera y la última, caliza fina; la segunda, granito rojo. La disposición de los elementos sigue la pauta de Giza, con el corredor ascendente y la cámara funeraria fechada mediante grandes bloques superpuestos a dos vertientes.

Según el patrón instaurado por Sahuré, el templo funerario consta de tres partes fundamentales, colocadas una en pos de otra en la prolongación del eje de la pirámide y que son -de oeste a este- las siguientes: una cámara alargada, como santuario, con puerta falsa al fondo, que más tarde es imitada en las tumbas privadas; una cámara con cinco nichos para otras tantas estatuas (las de los cinco nombres) que pueden quedar cerradas tras sus correspondientes puertas y, finalmente, un patio porticado rodeado de un corredor. Este patio se deriva de los de la IV Dinastía, pero con la importante novedad de que los pilares son reemplazados por verdaderas columnas, de fuste cilíndrico, rematadas por capiteles. Los fustes pueden ser lisos o acanalados, imitando unas veces tallos de papiro y otras de loto; las flores de estas mismas plantas, o las hojas de una palmera inspiran el diseño de los capiteles.

Estas columnas sostenían techos salpicados de estrellas doradas sobre fondo azul. Los muros cincundantes desplegaban en relieves polícromos las múltiples actividades de los seres vivos. Nunca se habían prodigado tanto los relieves. Los cálculos hechos sobre los del templo de Sahuré, comprendidos el patio, el corredor que lo rodea, y la calzada de acceso, arrojan un total de cerca de 10.000 metros cuadrados. Este deslumbrante panorama es fruto de la reacción, promovida por los seguidores de Re, para oponerse a las formas abstractas y geométricas patrocinadas por la IV Dinastía y sustituirlas por una arquitectura naturalista, que no sólo reflejase en sus proporciones la armonía del cosmos, sino que incorporase a la piedra la multiforme riqueza de sus elementos y la vibración de sus colores en el reino luminoso del dios sol.

En la esfera privada, las mastabas constituyen el más claro exponente de la diferencia de clases existente entre la población, entre los económicamente débiles, que han de conformarse con pobres construcciones de adobe o con el aprovechamiento de otras anteriores de piedra, y las mastabas de los ricos, verdaderos palacios funerarios con multitud de cámaras. Al principio, el nicho, con la placa de la escena del banquete, es reemplazado por una cámara accesible desde el exterior, donde se rinde culto al muerto ante una falsa puerta, donde él aparece representado en estatua-relieve, como si acabase de retornar del otro mundo, o en dos bajorrelieves en las jambas de la puerta misma. A sus pies se extiende, en leve resalte sobre el suelo, el altar en que hacen las ofrendas sus deudos o los responsables del cuidado de la tumba, provistos a veces de cazoletas rectangulares o circulares. Esto equivalía al restablecimiento del serdab, que Keops había hecho desaparecer. No conformes con ello, los poderosos multiplican estas cámaras de culto y las ponen en fácil comunicación con el exterior, de modo que los visitantes pueden admirar las estatuas, las escenas de la vida y las relaciones de títulos y dignidades del ocupante de la tumba. Una de las mastabas más ricas que se conocen, la de Rawer, en Giza, tenía 25 serdabs con más de 100 estatuas. Comparables por su riqueza artística y admirables por la exquisita calidad de sus relieves son las tumbas de Ti y Ptahotep, en Sakkara.