Época: Pirámides
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Dinastías V y VI

(C) Antonio Blanco Freijeiro



Comentario

Ya hemos mencionado los 10.000 metros cuadrados de relieves que tuvo en su día el templo funerario de Sahuré en Abusir. De ellos apenas se han recuperado 150. Si no fuese por lo muy plano y discreto que es el relieve egipcio, cantidades como ésta cubrirían los edificios de una barroca fronda esculpida. Pero no es así; el relieve egipcio no aspira a confundir, a abrumar, sino a todo lo contrario: a aclarar, a narrar, a explicar; la figura es letra y número a la par. Unos rebaños de ovejas, unos hatos de cabras, unas manadas de asnos y otras de bueyes pueden parecer referencias a un mundo bucólico o simple alarde de escultura animalística impecablemente ejecutada. Pero si fijamos la atención, observaremos que estos magníficos cuadros de género están acompañados de unos letreros y de unos números que no sólo nos dicen que aquellos rebaños constituyen parte del botín que nuestro faraón Sahuré, fiel cumplidor de sus deberes, obtuvo de sus campañas de Libia, sino que especifican los millares, las centenas, las decenas y hasta las unidades de cabezas de que se componían aquellas capturas.
Por otra parte, el relieve egipcio, ni entonces ni más tarde, se apodera de la arquitectura reduciendo la función de ésta a la de soporte, ni siquiera en los casos en que paramentos enteros e incluso columnas están cubiertos. Cierto que la V Dinastía rompe con la sobriedad, el hermetismo, y hasta la falta de articulación impuestos por Keops a una arquitectura que éste hubiese querido monolítica: pero no se trata tanto de una ruptura, como de una apertura a la naturaleza, de un restablecimiento de lo que antes era corriente y aceptado, lo que pudiéramos llamar el espíritu de Meidum, de aquellas mastabas tan parlanchinas de los cortesanos de Snefru.

Para que el relieve no sobrecargase la pared anulándola como tal, era preciso que fuese muy bajo, muy plano. Y lo es en efecto: casi un dibujo sin efectos de perspectiva. Los escultores cuadriculaban (a veces les bastaban unos puntos o unas líneas aisladas) las placas a decorar, bien ateniéndose a éstas, bien no; es decir, en ocasiones actuaban a sabiendas de que al lado de aquella placa disponían de otra.

El material predilecto es la caliza. Una vez hecha la plantilla, se dibujaban las figuras en color rojo o negro, se cincelaban, y se rebajaba por igual la superficie del fondo. Este también es susceptible de labra, por ejemplo, para representar una masa de agua o un tupido cañaveral. Por último, las figuras eran recubiertas de una pintura de tintas planas, sin sombreado. Hoy en día vemos a la mayoría de ellas sin los colores que han perdido y tal vez nos parecen más naturalistas de lo que eran originariamente, porque el color atenuaba el verismo con que los grandes escultores y pintores egipcios eran capaces de captar el natural.

Estos bajorrelieves estaban destinados a los ambientes interiores. Para los paramentos iluminados por el sol en el exterior de las mastabas fue inventado un tipo de relieve muy exclusivista: el relieve rehundido, en el que el fondo sólo se rebaja para acentuar el contorno de una o de varias figuras.

La temática es muy rica, pero homogénea en lo que cabe. Naturalmente, el rey tiene sus asuntos propios y exclusivos: la coronación, la fiesta del Sed, las campañas militares, las expediciones que envía al extranjero, las atenciones para con los dioses, en suma, todo lo que es la vida oficial y que para él no se reduce a este mundo (relieves de los templos), sino que, como era de esperar en Egipto, se proyecta también sobre el otro (tumba).

Los particulares se recrean más en sus quehaceres cotidianos, particularmente en los que reportan placer o acreditan la marcha triunfante del sujeto por la senda de la vida. Aquí las diferencias locales son imperceptibles: tanto da que examinemos las mastabas de Giza, de Sakkara, de Meidum, como que nos traslademos al Alto Egipto y veamos los hipogeos de Dendera, de Hemamiye o de Meir. Excusado decir que la tónica y la calidad las imponen siempre la corte y sus aledaños.

La gran cantidad de tumbas suntuosas de los cortesanos menfitas responde a que, como clase, era muy numerosa. Una persona capaz y tenaz podía trepar por la escala social hasta los primeros peldaños. Aquellos tiempos en que para estar en contacto o escuchar la voz del faraón y transmitirla a sus súbditos era menester ser príncipe de la sangre habían pasado. Una de las mastabas más ricas de Sakkara pertenece a Ti, el honrado ante su señor, el cual nos asegura en su petulante currículum que siendo peluquero real fue elegido para administrar la tumba del rey, misión que después de él sólo se había confiado a los visires, v. gr. Y en efecto, su tumba es tan suntuosa y bien decorada como las de los visires v. gr. Ptahotep, hombre de espíritu cultivado que fue autor de un "Libro de la Sabiduría", Mereruka y otros, todos ellos portavoces de la clase dirigente que tanto en Menfis como en las provincias estaba echando los cimientos de una nueva sociedad feudal.

Amén de las estatuas de rigor, estos señores hacen en sus tumbas, por medio de los relieves, un impresionante despliegue de sus actividades predilectas, exponente de lo que ellos fueron como clase social, una clase que como la aristocracia inglesa, y antes la romana, se sentía orgullosa de su origen campesino. Para estas gentes el culto de Re, con el amor a la naturaleza que llevaba implícito, debió de significar una liberación. Es evidente que el arte del relieve de sus mastabas se deriva de los templos de Userkaf y Sahuré, faraones que aún llevaban con dignidad el título real. Sus autores aciertan a captar una bandada de pájaros, un banco de peces, un grupo de gacelas o una familia de fieras resaltando el encanto peculiar de cada uno de sus componentes, lo mismo en su forma que en su actitud, de tal suerte que cada uno de ellos afirma su propia individualidad dentro de su especie, y al mismo tiempo se constituye en clara nota de la común armonía.

El propietario de cada tumba no se recata de dejar bien claro desde el primer momento quién es allí el amo. Y para que no perdamos tiempo en averiguarlo, él mismo nos sale al encuentro como estatua-relieve y como relieve de tamaño superior. Lo vemos así en las falsas puertas, en las paredes, en los pilares, desde la entrada misma de la mastaba. Aquí lo vemos de pie, caminando; allí, sentado. Aquí se nos presenta con la cabeza al natural, con el pelo corto, como lo gasta; allí prefiere que lo veamos con una de sus pelucas de gala, bien la de bucles cortos y rizados, bien la de pelo lacio y largo, caído sobre la espalda. A veces acompaña a estas pelucas, sobre todo a la segunda, una perilla, también postiza. Sus manos suelen empuñar las insignias de su autoridad: la vara larga de funcionario, el cetro, la cinta o el látigo. Muy a menudo lo acompaña su mujer, que en ocasiones le pasa un brazo por la espalda del modo acostumbrado. No es raro que la mujer aspire el aroma de una flor de loto que lleva en la mano.

Las mastabas más ricas en número de relieves pertenecen a la segunda mitad de la V Dinastía (hacia 2380-2322 a. C.) y a toda la VI. El comienzo de esta proliferación lo señala la tumba de Ti, que sirvió sobre todo a Neuserre y pudo por tanto beneficiarse del magnífico arte patrocinado por éste. Representantes típicos de fines de la dinastía son Ptahotep y Achaethotep, mientras que Mereruka, con sus 32 cámaras decoradas con relieves, es el más preclaro exponente de la VI Dinastía y del tono menor de su expresión artística.

Aunque este arte no alcanzase a ver el término de la VI Dinastía (hacia 2130 a. C.), abarca un período demasiado extenso para que no se produjesen en el mismo otros cambios que los de una cierta pérdida de calidad. Y, en efecto, los cambios ocurrieron y Junker ha detectado unos cuantos en su estudio de Giza. Las escenas de música y baile, por ejemplo, no aparecen hasta bastante entrada la V Dinastía. Observando qué ocurre, por ejemplo, en las tumbas de la familia Sechemnofer a lo largo de cuatro generaciones sucesivas, se aprecian cambios como los experimentados por las hileras de portadores de ofrendas, mujeres en su mayoría. En la primera generación, todas llevan una cesta idéntica en la cabeza; en la segunda, las cestas son desiguales; en la tercera, llevan distintos vestidos y distintos regalos en las cestas y en las manos; en la cuarta (correspondiente ya a la VI Dinastía) no sólo son distintas las cestas, sino que también llevan distintos animales -vacas, terneras, cabras, gacelas, etc.- atadas de un ronzal. Lo mismo cabría decir de otros temas en los que se procura dar una impresión de mayor variedad.

Quizá la escena más importante por su vieja raigambre en la época tinita sea la del dueño de la tumba sentado ante un velador en el que se alinean unas barras de pan (vistas desde arriba, y por tanto verticales), rodeado de otras muchas viandas minuciosamente representadas con un cierto sentido de bodegón. Pero aun así, éste no es más que un apartado dentro de un repertorio variadísimo en el que cabría resaltar como temas más socorridos los siguientes: portadores de ofrendas, muerte de bueyes atados de patas en un matadero, escribas que anotan las órdenes de su señor o le entregan un escrito, orquesta de arpistas y grupos de bailarines de ambos sexos, jugadores de damas, cacerías de aves y de animales con arco y con bumerán, en la estepa y en el río, escenas de pesca, escenas de labranza y de pastoreo, oficios (carpintería, metalistería, etc.)...