Comentario
No es posible conocer con exactitud la producción agraria durante la Edad Moderna, lo que, por supuesto, ha de aplicarse al siglo XVIII. Su estudio, dejando al margen casos particulares y excepcionales, ha de hacerse normalmente a partir de fuentes indirectas y no siempre enteramente fiables, como la documentación relativa a la percepción de diezmos. Y su información, limitada casi siempre a los cereales (mayoritarios, pero ya se ha dicho que no únicos en la agricultura europea), se refiere no al volumen de la producción, sino a su evolución, siempre que se mantuvieran constantes en el tiempo el valor proporcional del diezmo y el universal cumplimiento del precepto por parte de los campesinos.
Pese a todo, y con una rigurosa critica de fuentes, han podido establecerse algunas de las líneas maestras de la expansión que caracteriza al siglo XVIII. Sabemos, por ejemplo, que tras la depresión agraria del Seiscientos la inversión al alza de la tendencia se aprecia antes (en las últimas décadas del siglo) en las penínsulas mediterráneas que en la Europa central y septentrional, aunque hacia 1720 la expansión era ya general. Ahora bien, el aumento de la producción -que en muchos casos no pasó de ser una mera recuperación del bache del siglo XVII- no fue uniforme. En algunos países, como Inglaterra y los Países Bajos, el crecimiento se mantuvo a lo largo de toda la centuria, intensificándose incluso en el primer caso desde 1740, aproximadamente. Polonia conoció también un crecimiento sostenido, aunque todavía a finales del siglo no se habían alcanzado las elevadas cotas del Quinientos. Francia ofrecerá un fuerte contraste regional, con zonas relativamente estancadas (Bretaña, Auvernia, Anjou, por ejemplo) y otras en abierta expansión (Normandía, Alsacia, Cambrésis, o ciertas áreas de Aquitania). Y en Italia y España la temprana recuperación pareció alcanzar su techo en diversas regiones en la segunda mitad del siglo (la cronología concreta varía en cada caso).
Al analizar cómo se realizó este crecimiento, parece claro que hubo más continuidad que cambios en la agricultura europea del Setecientos. El aumento de la producción se alcanzó, sobre todo, mediante la ampliación de la superficie cultivada, recuperándose tierras abandonadas durante la depresión del siglo XVII y roturándose otras nuevas, sin olvidar que las estructuras del Antiguo Régimen, como veremos, también permitían el crecimiento y no sólo por la vía extensiva. Pero, ciertamente, las transformaciones estructurales fueron en conjunto escasas. Aunque, eso sí, una pléyade de teóricos y expertos trataban de difundir, con insistencia y entusiasmo hasta entonces desconocidos, las excelencias y necesidad de innovaciones y transformaciones de todo tipo.