Época: eco XVIII
Inicio: Año 1660
Fin: Año 1789

Antecedente:
Formas de organización industrial

(C) Antonio Blanco Freijeiro



Comentario

La producción industrial tradicional estuvo, en gran medida, ligada a las ciudades y regida por las corporaciones gremiales, agrupaciones profesionales reguladoras de las distintas fases del proceso productivo y de las relaciones laborales, defensoras de los métodos tradicionales frente a las innovaciones y del monopolio del trabajo frente al intrusismo. Con la importante excepción de Inglaterra, donde habían entrado en franca decadencia a mediados del Seiscientos y eran ya prácticamente inoperantes (aunque subsistían nominalmente), los gremios siguieron presentes en el siglo XVIII en casi toda Europa. Era el mundo de los pequeños talleres en los que el maestro, asistido por algunos oficiales y aprendices en número limitado por los estatutos y por las mismas condiciones técnicas del taller, producía artículos, por lo general, de elevada calidad.
Aparentemente, las corporaciones constituían sólidas estructuras que, además, gozaban del favor de los poderes públicos, ya que resultaban eficaces mecanismos de control fiscal y eran, potencialmente al menos, excelentes instrumentos al servicio de la política intervencionista llevada a cabo en muchos países. En consecuencia, la primera mitad del siglo -entiéndanse los límites cronológicos con flexibilidad- conoció todavía la expansión gremial a oficios, ciudades y países donde aún no se habían establecido. Los ejemplos son tan numerosos que han permitido a P. Léon hablar de una invasión corporativa anterior a 1750 en Francia -donde pareció pretenderse reglamentar todos los oficios, Austria, Prusia y otros Estados alemanes, Bélgica, España, diversos Estados italianos... Incluso las tentativas de adaptar las economías de los países de Europa del Norte y centro-oriental a las pautas occidentales comprendían la introducción del sistema corporativo, si bien en algunos casos, como Rusia -disposiciones de Pedro el Grande en 1721-1722 y Catalina II en 1785-, los intentos tendrían escasos resultados prácticos.

Pero, pese a las apariencias, la salud de los gremios se resentía progresivamente. Por lo pronto, su implantación distaba mucho de ser universal, desde todos los puntos de vista. Faltaban en algunas ciudades, no siempre comprendían todos los oficios y entre los oficios libres solían contarse los surgidos durante la Edad Moderna y los relacionados con los nuevos textiles- y, sobre todo, estaban ausentes del mundo rural, por más que en algunas zonas los gremios urbanos hubieran tratado de extender su radio de acción a un entorno más o menos amplio. Quedaba, pues, al margen de su influencia un gran sector de la economía artesanal, que en este siglo se mostró especialmente dinámico: de hecho, y pese a aumentar en cifras absolutas la producción urbana, la mayor parte de la producción industrial, y en proporción creciente a lo largo de la centuria, se dio fuera de los gremios. La habitualmente rígida y conservadora respuesta corporativa ante cualquier intento de contravenir las normas vigentes -defendían, en realidad, todo un equilibrio de poderes provocaba la hostilidad de mercaderes e innovadores, que a veces contaban con la complicidad de autoridades locales y provinciales. Algunos cayeron bajo la influencia de los mercaderes-empresarios y en muchos casos se multiplicaban sus problemas internos: oligarquización de los cuadros directivos, tensiones entre los gremios de oficios similares, competencia entre los de distintas ciudades por asemejarse en privilegios y atribuciones, endeudamiento por los numerosos pleitos en que se involucraban por defender sus privilegios, reglamentación de acceso excesivamente restrictiva y hasta malthusiana... Un claro ejemplo de esto último podemos verlo en Aquisgrán, ciudad donde la rigidez gremial era proverbial en la época. Los hijos de los maestros tejedores de paños eran admitidos en la corporación y luego nombrados maestros sin pagar tasa alguna y sin realizar examen de suficiencia, mientras los demás candidatos debían someterse a severos exámenes y pagar unos derechos elevadísimos: en 1773, el equivalente a unos 300 kilogramos de pan; se comprende que el nivel profesional de los agremiados no siempre fuera el adecuado, que emigraran numerosos jóvenes y que más de la mitad de los paños acabados en la ciudad fueran tejidos fuera. Por otra parte, los teóricos de la economía, particularmente fisiócratas y preliberales, clamaban abiertamente por su supresión tampoco faltaron los defensores, que destacaban su papel en el ejercicio del control de calidad y su dimensión asistencial-. En algunos países el ambiente antigremial se concretó en medidas tendentes a limitar y recortar sus poderes (citamos como ejemplo las del emperador José II en 1784), llegándose en Francia a la supresión (decreto de Turgot, 1776). Hubo, sin embargo, resistencia. Los gremios no eran todavía meras estructuras moribundas vacías de contenido y, aunque decadente, seguían cumpliendo una función económica y social. En la misma Francia, sin ir más lejos, la caída de Turgot en el mismo 1776 supuso la derogación del decreto citado y las corporaciones, definitivamente, serían disueltas por la Revolución (1791). Y en la mayor parte de Europa, el golpe final lo darían las legislaciones liberales del siglo XIX.