Comentario
Al morir el rey Luis XV, le sucede su nieto, el duque de Berry, en 1774. Luis XVI, influenciado por el partido devoto, cesó al equipo gubernamental anterior y escogió como secretarios a personajes ilustrados: el conde de Maurepas, secretario de Estado, que ejerce como primer ministro; Miromesnil, en Asuntos Exteriores; Sartine, en Marina; Malesherbes, secretario de la Casa Real; el conde de Saint-Germain, en Guerra, y Turgot, como inspector general de Finanzas.
La situación era difícil, a los problemas políticos se unía la enorme deuda pública y la permanente crisis económica, agudizado todo ello por la crítica al absolutismo. Se necesitaba una política enérgica donde se acometieran profundas reformas y combinar la adopción de medidas innovadoras con el mantenimiento de ciertas estructuras, lo que podía resultar verdaderamente imposible. No obstante, y a pesar de las recomendaciones, el rey pretendió conciliarse con los parlamentarios y convocó al Parlamento de París para demostrar sus intenciones. Grave error del que nunca se sobrepondría, ya que la institución parlamentaria lo interpretaría como un signo de debilidad de la Monarquía y desde ese momento encaminó su actuación a imponer su primacía.
El déficit público requería una solución, y Turgot, antiguo intendente de Limoges, se propuso adoptar medidas que redujeran los gastos para sanear la hacienda, sin aumentar la presión fiscal ni recurrir a la bancarrota o el empréstito, y en 1774 presentó al rey un amplio programa de reformas donde abandona el mercantilismo y adopta soluciones de corte fisiocrático: libre circulación de las mercancías, sobre todo cereales, y supresión de aduanas internas, libertad de trabajo y abolición de los gremios y reglamentaciones laborales, elaboración de un catastro para poder acabar con la prestación personal a cambio de un impuesto sobre propiedades agrarias de la que el clero estaba exento. Su ideario económico se resume en dos obras publicadas por el autor, sus Cartas sobre la libertad de comercio de los granos (1770) y el Ensayo sobre la formación y distribución de las riquezas (1776). El libre comercio de cereales provoca la subida de los precios agrícolas, lo que desencadena la guerra de la harina y motines de subsistencia en Dijon, Tours, Metz, Reims, Montauban y Beaumont-sur-l´Oise, a lo largo de 1775, y la feroz oposición de los parlamentos a su política. Turgot es consciente de que nunca encontrará respaldo entre los parlamentarios por lo que anima al rey a promulgar mediante decreto real los llamados Seis Edictos, en enero de 1776; los tres primeros se refieren al libre comercio de cereales, el cuarto abolía determinados puestos encargados de recaudar gravámenes sobre la carne, otro abolía los gremios y el último cambiaba la corvea por un impuesto sobre la propiedad agraria. Estos decretos dividieron la opinión del Gobierno, y produjeron la caída del ministro poco después.
Su sucesor, J. Necker, director general de Finanzas, intentó adoptar soluciones de compromiso, que no fueran radicales, y acudió al empréstito con una cierta imprudencia, por lo que acumuló mayor cantidad de deuda pública al tiempo que aumentaba el déficit anual. Persistió en la política de ahorro introducida por Turgot; desarrolló el sistema de administración de las rentas reales y limitó las atribuciones de la Recaudación General; mejoró el sistema de contabilidad y adoptó un mercantilismo moderado en la política comercial. En 1779 suprimió las vinculaciones en los dominios reales, sin atreverse a hacer lo mismo con las tierras de la nobleza o del clero. En 1778 concibió un plan de reformas administrativas, en parte inspiradas en Turgot, con la creación de asambleas administrativas locales en varias generalidades del país (Berry, Moulins, Grenoble y Montauban) para distribuir los impuestos, administrar las corveas y utilizar a los desempleados en las obras públicas, con la ayuda del intendente, pero la nobleza y las magistraturas las boicotearon desde el primer momento, por haber duplicado el número de representantes del tercer Estado, lo que atemorizó a los privilegiados. Su dimisión, en mayo de 1781, fue bien acogida por la corte aunque años más tarde, en plena crisis revolucionaria, fue llamado de nuevo a hacerse cargo de las finanzas.
Tras la desaparición de Necker, parecen abandonarse los proyectos reformistas pero la década de los ochenta revela un cambio de coyuntura hacia la crisis agrícola e industrial, la extensión de oleadas epidémicas que provocan mortandad, el aumento de los vagabundos por el desempleo, éxodo rural y, sobre todo, un gran malestar que afecta a todas las capas sociales y que enlaza ya con los orígenes del proceso revolucionario.