Comentario
La plástica paleobabilónica fue heredera del pasado sumero-acadio en muchos de sus aspectos técnicos y estéticos. Sus artistas, semitas amorreos venidos de Occidente, al ser más permeables a todo tipo de influencias, aportaron ciertas innovaciones que acabarían dando personalidad al arte babilónico.
Refiriéndonos a estatuas de dioses, hay que señalar que nos han llegado poquísimos ejemplares, a pesar de saber por los textos el gran número que se esculpieron y fundieron en diferentes metales durante toda la etapa paleobabilónica.
En piedra solamente poseemos una escultura de Mari, de gran tamaño (1,09 m, Museo de Aleppo), acéfala, conocida como Estatua Cabane por el nombre de su descubridor. Creída representación de una divinidad, lo conservado muestra, en cambio, que se trata de la estatua de un orante. Su inscripción nos dice que fue dedicada al dios Shamash por el hijo del asirio Shamshi-Adad I, Iasmash-Addu (h. 1811-1782), durante su etapa de gobernante en Mari.
En terracota, y de muy buena factura, poseemos varios ejemplares. Al tener que hacer forzosamente una selección de piezas, citaremos tan sólo la Cabeza de Telloh (8,4 cm; Museo del Louvre), de excepcional calidad artística, con alta tiara de cornamentas, larga barba y realista expresión facial; el Busto de Copenhague (18 cm), localizado probablemente en Nippur, policromado y de factura popular; y el dios sentado de Nippur (34 cm; Museo de Iraq), de rasgos faciales muy someros, todo él policromado.
Las estatuas de diosas son, en cambio, más numerosas y mucho más sueltas en su ejecución plástica, representadas sobre todo bajo dos temas de gran éxito: como diosas del vaso manante y como diosas intercesoras.
En Mari se halló una, excepcional, en piedra (1,50 m; Museo de Aleppo), esculpida en bulto redondo, denominada popularmente Diosa del Vaso manante. La originalidad de esta pieza radica en la forma del cabello, compacto y caído sobre los hombros, con su par de cornamentas; en el jubón de manga corta (de moda siria y no paleobabilónica) que modula sus senos; en la canalización que desde el zócalo permitía que el agua llegase por el interior al vaso que porta en las manos; y en otros detalles menores, visibles en el vestido y tocado. Junto a todo esto, presenta, sin embargo, determinados arcaísmos, deliberadamente expresados: la clásica cornamenta para indicar el carácter de divinidad, las órbitas huecas para la incrustación de los ojos, el tratamiento de las cejas, la larga falda que cubre su cuerpo, el collar de perlas de seis vueltas y, también, sus pies desnudos sobre el pedestal.
El tema de las diosas intercesoras, conocidas como Lama, representación, por otra parte, abundantísima en el campo de la glíptica, tuvo entonces gran eco, sobre todo en figurillas metálicas. En piedra y en forma de bulto redondo poseemos, lamentablemente, pocos ejemplares, no así en relieves o placas, que luego señalaremos.
En cuanto a diosas como tal, conocemos unos pocos ejemplares, siendo una estatuilla divina de Ur (29 cm; Museo de Iraq), en diorita, la más significativa de las mismas. Sentada en trono, flanqueada con dos ocas (o cisnes), presenta sus desnudos pies sobre otros dos ánades. Es de factura tosca, aunque contó con aplicaciones de metal y concha. Algunos especialistas la identifican con la diosa Baba.
La estatuaria real paleobabilónica está mal representada, pues carecemos prácticamente de ejemplares, a pesar de saber que los reyes de Isin, Larsa, Eshnunna y Babilonia ordenaron labrar bastantes esculturas con sus efigies.
De Bur-Sin (1895-1874), que gobernó en Isin, nos ha llegado la parte inferior de una minúscula estatuilla en ágata (2 cm; Colección Weidner), de escasa calidad técnica, representado descalzo y con vestimenta de tipo militar.
De los reyes de Eshnunna poseemos una media docena de estatuas, a mitad del tamaño natural, en su mayoría en posición sedente y con las manos cruzadas delante del pecho, todas ellas decapitadas. Han aparecido en Susa, a donde, como tantas otras obras mesopotámicas, habían sido llevadas en el siglo XII a.C. como botín. La de mejor calidad, tallada en diorita (89 cm; Museo del Louvre), es una que, por su vestimenta y adornos, podría representar a Hammurabi de Babilonia. Al faltar la cabeza, no se puede comparar con la efigie de tal rey, conocida por la estela de su Código, y que, si se acepta la identificación, habría sido labrada en Eshnunna después de haberla conquistado el rey babilonio.
En Mari se localizó la cabeza de una escultura en alabastro, finamente tallada, de un joven guerrero (20 cm; Museo de Aleppo); lleva lo que sería un casco quizá de cuero, por debajo del cual aparece otra pieza que le cubre la nuca, orejas, mejillas y barbilla. Al estar el rostro totalmente rasurado (lo que no deja de extrañar, pues el resto de las estatuas masculinas de la época tienen barba) la larga y delgada nariz transmite a la pieza una gran personalidad. Algunos la fechan en época neosumeria, pero hay detalles para asignarla a la de Isin-Larsa.
En Babilonia, y puesto que las capas freáticas del Eufrates han enterrado totalmente la ciudad de época paleobabilónica, no ha sido encontrada ninguna estatua de bulto redondo (a excepción de dos del soberano de Mari Puzur-Ishtar, que ya citamos, y que siglos después Nabucodonosor II (604-562) había situado en su Museo de Antigüedades.
Debemos señalar que no se posee ninguna escultura a gran tamaño, científicamente comprobada, del famosísimo Hammurabi (1792-1750). Una cabeza de diorita (15 cm; Museo del Louvre), hallada en Susa, parte que fue de una estatua de bulto redondo, ha sido considerada como representación de tal rey en razón a sus rasgos faciales (ya algo envejecidos) y a la nobleza del rostro. Existen determinados especialistas que niegan esta identificación por falta de pruebas.
En terracota poseemos un precioso ejemplar de guerrero paleobabilónico (19 cm; Museo de Iraq), hallado en Girsu, cubierto con largo manto y portando un hacha en su mano derecha; lo más significativo es su rostro, que se reduce a la nariz, ojos y orejas empastados con pellas de barro, y a una larga barba finalizada en tirabuzones.
Respecto a las figuras femeninas de bulto redondo, debemos decir que no presentan grandes modificaciones en relación al estilo de finales de la III Dinastía de Ur. Unos cuantos ejemplares permiten hacernos una idea de su calidad plástica. Pueden citarse una estatuilla de caliza (8,7 cm; Universidad de Pennsylvania), erecta, de expresivo rostro, con peluca probablemente acoplada; y una serie de obras menores en terracota, procedentes del mercado anticuario, enteras o fragmentadas, de las cuales las más importantes son una cabeza de la colección Norbert Schimmel (18 cm) y una estatuilla de Ur (46 cm; Museo de Iraq), dedicada al dios Ninshubur, de caliza, realzada con policromía; es de tipo sedente y de rasgos toscos, con ojos incrustados.
Punto y aparte merece la estatuilla de Enannatuma (24 cm; Universidad de Pennsylvania), la hija de Ishme-Dagan de Isin (1953-1935), que había sido suprema sacerdotisa en Ur. La pequeña pieza votiva, tallada en diorita y restaurada en exceso, presenta una gran vivacidad en el modelado de su rostro, dentro de la sencillez de líneas motivadas por su posición sedente y los brazos cruzados delante del pecho. Algunos especialistas opinan que representaba a la diosa Ningal.
De gran calidad fue el modelado de las esculturas en barro poco o nada seriadas. Las puertas del Templo de Nisaba y Haia y de su recinto sagrado en Shaduppum estuvieron vigiladas, religiosamente hablando, por parejas de leones exentos, en terracota, de mediano tamaño (63 cm de altura), sentados sobre sus traseros, con las fauces abiertas y las crines erizadas, motivando así, aún más, el adecuado temor sagrado que el recinto exigía. Estas imágenes -algunas en el Museo de Iraq- fueron el precedente de la serie de animales vigilantes o protectores de las jambas de las puertas que más tarde aparecerían en Siria, Fenicia, Hatti y Assur.