Época: Imperios y unificaci
Inicio: Año 1860
Fin: Año 1868

Antecedente:
El Segundo Imperio Francés

(C) Federico Lara Peinado y Joaquín Córdoba Zoilo



Comentario

El cambio de actitud hacia la causa italiana fue algo más que un simple giro oportunista ya que la opción por el nacionalismo era una decisión subversiva en la Europa de aquellos años, y no resulta extraño que Napoleón se creara poderosos enemigos. Por una parte estaban los católicos, que reaccionaban con indignación a la conformidad que el emperador mostraba ante la anexión de los territorios por parte de Piamonte. Louis Veuillot, desde el periódico L´Univers, era el más destacado portavoz de estos sentimientos católicos, en los que contaba con la asistencia de monseñor Dupanloup, obispo de Orléans. Otro sector alarmado era el de los hombres de negocios, medrosos por las consecuencias de una política exterior agresiva. "El Imperio es la paz -había advertido el barón de Rothschild-. Si no hay paz, no hay Imperio". En realidad, el principal motivo de descontento de los industriales y hombres de negocios no era la política exterior pro-nacionalista de Napoleón, sino el tratado de libre comercio que habían firmado Francia y el Reino Unido. El impulso librecambista procedía de mismo emperador, que se había convencido de las ventajas de esa política económica durante sus años de exilio en Londres. En esa misma línea le habían apoyado círculos sansimonianos y políticos, como Rouher, que desempeñaba desde 1855 el Ministerio de Obras Públicas y Comercio. Las tentativas para implantar el librecambismo se habían desarrollado desde una fecha muy temprana, pero siempre habían encontrado una fuerte resistencia en el Cuerpo legislativo, en el que estaban representados los intereses de los cerealistas, de la industria metalúrgica y de las industrias textiles más tradicionales. Las industrias de construcción, del ferrocarril, por el contrario, presionaban para la adopción de una política librecambista. El emperador no tomó en cuenta las resistencias de los grupos proteccionistas y, a través de Rouher y Chevalier, concluyó un tratado de comercio con el Reino Unido, que se firmó el 23 de enero de 1860, y que tendría diez años de validez. Suponía un notable desarme aduanero y se complementaría, en junio del año siguiente, con la abolición de las escalas móviles que dificultaban las importaciones de cereales. A las protestas de los sectores que se consideraban dañados, Rouher contestó que se había tratado de "activar la industria sin poner en peligro el desarrollo", aparte de que no hay que olvidar que también hubo sectores (mercaderes de puertos, viticultores, fabricantes de sedas e indianas) que sí se beneficiaron de la política librecambista. Los historiadores de la economía, por lo demás, han venido en coincidir en la oportunidad de la medida adoptada, que fue bien asimilada por la economía francesa. Por otra parte, el emperador complementó su opción por el nacionalismo y el librecambismo, con la concesión de algunos derechos a los cuerpos legislativos y el apunte de medidas de apoyo a las clases trabajadoras. El distanciamiento de los católicos fue correspondido con una intensificación de las posturas galicanas. G. Rouland, desde el Ministerio de Cultos y, más adelante, Victor Duruy, desde el de Educación, pusieron coto a la influencia creciente de la Iglesia Católica. Se censuraron pastorales de obispos, se endurecieron las condiciones para la autorización de congregaciones (las Conferencias de San Vicente de Paúl se autodisolvieron ante la amenaza de tener un presidente nombrado por el Estado), y hasta se llegó a la suspensión de L'Univers, órgano periodístico del catolicismo militante. Las medidas de liberalización de las Cámaras van también en detrimento de los sectores más conservadores del régimen. Un decreto de 24 de noviembre de 1860 concede la posibilidad de dar una respuesta cada año al discurso de la Corona, a la vez que se nombran ministros de Estado (P. J. Baroche, A. A. Billault y P. Magne) para asegurar las relaciones entre el Gobierno y el Cuerpo legislativo. También se asegura la publicidad de los debates. A comienzos de febrero del siguiente año se fijan los procedimientos de actuación tanto del Cuerpo legislativo como del Senado. Otro senado-consulto, a finales de ese mismo 1861, permitirá la discusión del presupuesto por capítulos, y no englobada por ministerios como hasta entonces.La primera discusión del mensaje de contestación al discurso imperial, en marzo de 1861, había permitido apreciar el crecimiento de la oposición parlamentaria. La política italiana del emperador fue duramente criticada y las propuestas de la oposición fueron derrotadas por un margen no excesivo (158 contra 91, en el Cuerpo legislativo; 79 contra 61, en el Senado). El Gobierno pudo constatar ese crecimiento de las oposiciones en las elecciones que se celebraron el 31 de mayo de 1863. Los liberales y orleanistas volvían a aparecer en la escena política, agrupados por Thiers en una Union Libérale que defendía los principios del parlamentarismo. Por otro lado, los católicos se aprestaban a defender los intereses del Papa, con el impulso de los escritos de monseñor Dupanloup, obispo de Orléans.Los republicanos, por su parte, aparecían divididos entre los intransigentes barbudos del cuarenta y ocho (que se negaban rotundamente a prestar juramento de fidelidad al emperador) y los que veían conveniente la participación. Algunos llegaban a apuntar la posibilidad de la colaboración con el régimen. Era el caso de Ollivier, de L. J. Havin (Le Siècle) o de A. Guéroult (L'Opinion Nationale). Los 2.700.000 franceses que se abstuvieron significaba que la abstención había bajado algo más de ocho puntos porcentuales (27,1 por 100 frente al 35,5 por 100 de 1857), lo que parecía indicar una mayor movilización de las oposiciones. Los gubernamentales, desde luego, bajaron a 5.000.000 de votos y las oposiciones, con 2.000.000, obtuvieron más de la décima parte de los escaños en disputa: fueron elegidos 17 republicanos y 15 que se daban la denominación de independientes. Como siempre, los votos de la oposición salieron de las grandes ciudades, que eligieron políticos de oposición de signo muy diverso. Thiers fue elegido por París, junto con ocho republicanos, mientras que Marsella elegía a un republicano y un legitimista. Los resultados electorales condujeron, en el mes de junio, a una reorganización del Gobierno del que saldría, ennoblecido, el fiel Persigny, a la vez que el galicano Rouland y el católico Walewski. La línea galicana, en cualquier caso, se fortaleció con la presencia de Duruy en Instrucción Pública, y de Baroche en Cultos. Billault quedó como único ministro de Estado para mantener las relaciones con el Cuerpo legislativo pero su fallecimiento, en octubre, obligó a sustituirlo por Rouher, que se convirtió en figura clave de la vida política de aquellos años. Ollivier le calificó de "vice-emperador sin responsabilidades". Por otra parte, el afán del emperador por conectar con las clases populares, para contrarrestar los grupos privilegiados que le regateaban su apoyo, le llevó a una cierta apertura hacia el mundo proletario, de acuerdo con lo que se denominó el grupo del Palais-Royal, en el que figuraban algunos sansimonianos (Chevalier, J. B. Arlès-Dufour) impulsados por el príncipe Jerónimo. De allí había surgido algún folleto en el que se hablaba de la base popular del sistema imperial y, en 1862, el régimen había permitido el envío de una numerosa comisión obrera a la Exposición de Londres. El contacto con el obrerismo inglés permitió que, a su vuelta, los comisionados escribieran unos informes que J. Rougerie ha calificado de verdaderos cahiers de doléances del proletariado francés. En ellos se reclamaba el derecho de asociación obrera. El Manifiesto de los sesenta, publicado en febrero de 1864, formulaba la posibilidad de crear un partido específicamente obrero dentro del régimen imperial. Aunque acusado de oficialista por los republicanos (que habían tenido tensiones con las organizaciones obreras durante la preparación de las candidaturas en 1863) el manifiesto era el primer texto del movimiento obrero francés y sus impulsores (H. Tolain) mantenían libertad de acción frente a los intereses del régimen.La respuesta del emperador fue la abrogación de los artículos del Código Penal que impedían el derecho de asociación y huelga, y la autorización para la creación de la sección francesa de la AIT, creada en 1864. La organización francesa contaría ya con 32 secciones locales en 1867. Condición y consecuencia de este fortalecimiento del asociacionismo obrero fue el aumento de la conflictividad social desde comienzos de los sesenta, especialmente en París. La huelga de tipógrafos de marzo de 1862 permitió al emperador ofrecer una imagen de magnanimidad, indultando a sus dirigentes, pero las huelgas de broncistas de 1865 y 1867 crearon una gran alarma social y la Exposición Universal de París (abril-noviembre de 1867) fue la ocasión para que se crease una comisión de representantes obreros que planteó exigencias muy radicales. Hay historiadores que opinan que es en este momento cuando se pasa al verdadero Imperio liberal, como consecuencia de las presiones ejercidas por la oposición. En su debut parlamentario, en enero de 1864, Thiers había reclamado las llamadas cinco libertades (individual, de prensa, de reunión, electoral y gobiernos con respaldo parlamentario) y, en 1866, 63 miembros del Cuerpo legislativo firmaron una enmienda en la que insistían en la necesidad de restablecer el régimen parlamentario. Fue el origen de lo que se denominó el Tercer Partido, que trataba de hacer una oposición realista y razonable, a la vez que se situaba entre los bonapartistas a ultranza y los republicanos irreductibles (jugando con la fonética francesa, algunos le llamaban el Thiers Parti). Su principal inspirador fue, desde luego, Thiers, pero también contaba con republicanos flexibles, como Ollivier, que había sido captado para el régimen después de una entrevista secreta con el emperador a comienzos de 1866.A la oposición política vinieron a sumarse la crisis económica y los reveses de la política internacional. A la intensificación de las críticas contra la política librecambista había que añadir, desde 1866, la inestabilidad de la industria algodonera francesa, afectada en el abastecimiento de materias primas por la guerra de Secesión americana. Las malas cosechas de 1867 debilitaron la demanda y todo el sistema económico quedó afectado. El Crédit Mobilier, de los hermanos Pereire, se vio abocado a la quiebra.En cuanto a la política internacional, Napoleón III estaba lejos de obtener los beneficios políticos que esperaba de su apoyo a los nacionalismos. Si los italianos habían quedado dolidos de su abandono (en 1867 habría de luchar contra Garibaldi en Mentana, para defender al Papa), tampoco pudo ayudar a los polacos cuando, en 1863, se sublevaron contra Rusia. En cuanto al nacionalismo alemán, que se polarizaba en torno a Prusia, Napoleón intentó una política ambigua, que denominó como de neutralidad atenta para conciliar el apoyo a los nacionalismos con los intereses hegemónicos de Francia. En la práctica, la rapidez de los acontecimientos desbordó a Napoleón, que nunca llegó a desempeñar el papel arbitral que pretendía. Las aspiraciones francesas a ciertas compensaciones (Luxemburgo) fueron desatendidas por Bismarck, que las calificó despectivamente de propinas. Una compleja operación de prestigio, que llevó a la intervención de un cuerpo expedicionario francés en México (general Bazaine) y a la instauración, como emperador de aquel país, de Maximiliano, el hermano de Francisco José de Austria, terminó con el fusilamiento del nuevo monarca en Querétaro, en junio de 1867. El cuadro de Manet que inmortalizó este suceso no fue aceptado en el Salón de 1869, tal vez porque parecía contener una fuerte crítica contra el abandono en el que las tropas de Napoleón habían dejado al infeliz archiduque. Napoleón, perdido el control de los acontecimientos, no pareció encontrar mejor solución que favorecer una mayor apertura o, como dijo Morny, dar más libertad para que no se la arrancasen por la fuerza. Es entonces cuando, en opinión de algunos historiadores, se puede hablar de un verdadero Imperio liberal.En una carta del emperador, que publicaba el Moniteur en enero de 1867, se anunciaba un proceso de reforma parlamentaria por el que se concedía el derecho de interpelación al Cuerpo legislativo y se convertía al Senado en una verdadera Cámara alta, según el modelo de la Cámara de los Lores británica. De enero del año siguiente es una ley de reorganización del Ejército, por la que se rebajan de siete a cinco los años de servicio y, de mayo, una ley de prensa que elimina alguna de las medidas de control del gobierno: se suprime la autorización previa y las advertencias que podían conducir a la suspensión. En junio se aprueba otra ley que facilita la posibilidad de reuniones públicas. Estas medidas, en cualquier caso, no aplacan a la oposición, que se manifiesta duramente en una prensa que alcanza gran difusión. El bajo precio de Le Petit Journal, fundado por P. Millaud en 1863, le permite alcanzar los 300.000 ejemplares en los años finales del régimen, mientras que La Lanterne, del marqués de Rochefort-Luçay, se sitúa por encima de los 150.000. Desde esos periódicos se ataca a fondo las inmoralidades del régimen y se hace una intensa propaganda republicana, como la del periódico Le Réveil, de Ch. Delescluze, que promueve un homenaje en honor del diputado republicano J.-B. Baudin, muerto en las barricadas durante el golpe de Estado de diciembre de 1851. En el juicio que se sigue contra el director del periódico se destacará la figura de su abogado defensor, el republicano Léon Gambetta, que pronunciará palabras de rotunda condena contra el régimen imperial. En ese ambiente, las elecciones celebradas el 24 de mayo de 1869 significaron un fracaso de las presiones del Gobierno que pretendía atraerse a los electores con la amenaza del peligro rojo. El régimen intentó atraer candidaturas de católicos, pero tuvo que luchar contra los candidatos del Tercer Partido y contra los republicanos, que aparecían divididos entre los sectores más moderados (J. Simon, J. Favre, J. Ferry) o el sector más radical, que podría ser personalizado en la figura de Gambetta. Este último, que se presentaba por el distrito parisino de Belleville, publicó un programa que resultó un anticipo del defendido por los futuros insurrectos de la Comuna. En él se reclamaban todas las libertades políticas, se exigía la instrucción primaria laica y gratuita, la separación entre la Iglesia y el Estado, la supresión del Ejército permanente y la abolición de todos los monopolios económicos. Los candidatos oficiales sólo obtuvieron 4.600.000 votos, que era 500.000 menos de los conseguidos en 1863, y unos 120 diputados de los casi 300 que se elegían en total. Cercano a ellos quedaba un centenar de gubernamentales liberales, que no habían querido integrarse en la candidatura oficial. La oposición estaba representada por unos 40 del Tercer Partido y 30 republicanos. Este avance de las oposiciones ayuda a entender que la abstención volviera a bajar, para situarse esta vez en 2.300.000 electores, que significaba algo menos de un 22 por 100.Napoleón llegó a pensar en la posibilidad de disolver el Cuerpo legislativo pero una interpelación, suscrita por 116 diputados, exigió la puesta en práctica de la doctrina parlamentarista del Tercer Partido. El emperador cedió (12 de julio) y aceptó la dimisión de Rouher y Duruy, que representaban el más rotundo bonapartismo. Un senado-consulto de septiembre desarrollaba una serie de modificaciones en la mecánica parlamentaria que reunía todas las características de una reforma constitucional. Se acrecentaban los poderes del Cuerpo legislativo, al que se le concedía el derecho de iniciativa junto con el emperador y se le reconocía el derecho de interpelación sin restricciones. También aparecía una cierta responsabilidad de los ministros, aunque la fórmula no autorizaba a hablar de un régimen plenamente parlamentario.