Comentario
La cuestión de la capitalidad, en cualquier caso, no desaparecería del horizonte político y continuó preocupando a los italianos, ya que todos eran conscientes que no se llegaría a ningún cambio sustancial de la situación sin el acuerdo de las potencias y, muy especialmente, de la Francia de Napoleón III, que tenía que aplacar las críticas que le dirigían los católicos franceses por una política contraria a los intereses del Papa. Una intentona de Garibaldi ("Roma, o morte"), a finales de agosto de 1862, tuvo que ser abortada por las tropas italianas en Aspromonte. La Convención franco-italiana de septiembre de 1864, sólo sirvió para que los italianos trasladasen la capital a Florencia, después de haber ofrecido garantías de que los Estados Pontificios serían respetados, pero la cuestión seguía abierta. La indefinición en cuanto a la retirada de la guarnición francesa en Roma era una permanente demostración de la necesidad de contar con el beneplácito de las grandes potencias, mientras que la presencia de los austriacos en Venecia continuaba siendo un agravio para el nuevo Estado.