Época: Edad de Hierro
Inicio: Año 700 A. C.
Fin: Año 600 D.C.

Antecedente:
La primera época de Hallstatt

(C) Emma Sanchez Montañés



Comentario

La cerámica, durante el Hallstatt-C de esta región oriental, nos introduce en el ámbito funerario y ritual que tuvieron sus más destacadas obras de arte. A las tumbas, de cámaras revestidas de troncos de madera y túmulos al exterior, se llevaron vasos fabricados a mano, pero de gran efecto ornamental. Uno de sus grupos está representado en los túmulos de los alrededores del poblado fortificado de Sopron-Burgstall, en la frontera entre Austria y Hungría. Las paredes de sus vasos, panzudos y de cuello cónico, se adornan con estampaciones de círculos y triángulos incisos, pero también con escenas de género: mujeres en el telar, tañidores de lira o de flauta doble, figuras femeninas con las manos alzadas y gesticulantes (¿plañideras, danzantes, orantes?), ganado de estepa, arados, carruajes, parejas encontradas en el baile, etc. El estilo del dibujo se atiene a fórmulas establecidas por tradición local, sin abusar de la repetición ni del formulismo ornamental; por el contrario, lo anima una decidida intención de expresar sucesos y acciones que hubieron de tener lugar en la vida real, cotidiana o funeraria.
Otra escuela de cerámica de la región y de la misma época pinta con añadidos plásticos. En torno a la boca de estos recipientes emergen prótornos de animales o de extremidades humanas; otros agrupan vasos de menor tamaño o cuelgan anillas entrelazadas, de manera que toda la vasija se convierte en una escultura de arcilla de múltiples facetas. El complemento de esta decoración múltiple lo proporciona la pintura, en colores ocre, rojo y negro. Ejemplos muy destacados son los recipientes con cabezas de toros de Gemeinlebarn, en Austria; o las espectaculares piezas de los túmulos de Dunajská Luzná (Bratislava-Vidiek), en Checoslovaquia.

Estas últimas llaman poderosamente la atención por sus brazos humanos, de los que penden cadenas, como si el vaso fuese un ser antropomorfo. Merced a este artilugio, la urna sugiere que contiene las cenizas en ultratumba de la misma forma que el cuerpo humano contuvo el ánima de la persona en vida. La inventiva del alfarero ha logrado dar a una idea una expresión material audaz y convincente.

Es evidente, pues, que la elaboración artesanal de estas vasijas no solamente obedece a una tradición cerámica local muy conseguida, sino que revela la naturaleza de esta tradición, fiel reflejo de las vivencias religiosas y funerarias que la inspiran.

Al terreno del culto conduce una de las obras de la broncística hallstáttica de mayor ambición técnica y artística: el carro de Strettweg (Steiermark, Austria). Apareció entre el ajuar típico de un varón de alcurnia, consistente en una urna de bronce, varias placas de cinturón, una punta de lanza, piezas de guarnición de caballería, cerámica y un hacha de hierro. En el vehículo de cuatro ruedas viajan un buen número de figuras, reducidas a volúmenes geometrizantes, y simétricamente dispuestas. El centro lo ocupa un personaje femenino superior que lleva pendientes y cinturón como únicos adornos de su cuerpo desnudo. Eleva los brazos hacia atrás en una curva pronunciada y sostiene un vaso muy abierto que reposaría en su cabeza. Por delante y por detrás van dos personajes que sujetan las ramificaciones de la cornamenta de un cérvido. A ambos lados desfilan dos jinetes en sus caballos, armados ellos de escudo oval, casco cónico y lanza corta. A la figura central la preceden sendas parejas de hombres itifálicos con hachas y mujeres con pendientes. Cabezas de toros o de bueyes, emergen de las barras que sujetan las ruedas.

En la búsqueda de un significado para este importante objeto de la cultura hallstáttica no pasamos de meras conjeturas. El carro es portador de símbolos de creencias religiosas muy extendidas en su día (bóvidos, cérvidos); atributos de la fuerza viril, y del poder de la caballería montada; alusiones a la fertilidad femenina; la representación, quizás, de una diosa, etc. Nos convence de su función religiosa, pero no consigue comunicar de manera cabal el pensamiento de sus artífices. Estos heredaban la tradición funeraria de los vasos de bronce sobre ruedas de Bronce Final ("kettle vehicles" de Acholshausen o Schwerin), a los que pertenecen aquí el gran plato a cuyo transporte está dedicada justamente toda la composición.

También en las tumbas del Hallstatt hubo recipientes de bronce con motivos (platos, discos) que eran símbolos de ideas religiosas. Ahora bien, el carro de Strettweg no tiene equiparación exacta. Al tipo estilizado de sus componentes se le ha buscado paralelismos en las figurillas del período geométrico griego. Una estatuilla de Olimpia, hizo notar N. K. Sandars, se parece mucho a la diosa de Strettweg. Otros especialistas prefieren ver en el grupo aires de la época orientalizante con un matiz mediterráneo. Algunos historiadores del arte consideran, en cambio, más aceptable el parentesco con bronces etruscos contemporáneos, el carro de Bisenzio, por ejemplo. Ninguna postura es ni definitiva ni totalmente errónea. No obstante, la interpretación con más visos de aciertos culturales y artísticos considera al carro de Strettweg como un producto del arte local, imbuido del geometrismo hallstáttico, aunque éste no pudiera eludir del todo el influjo de las corrientes etruscas y mediterráneas que circulaban a fines del siglo VII a. C. por el norte de los Alpes.

Al final del Hallstatt-C se observa en la broncística de la región el comienzo de una corriente cuya influencia en la metalistería procedería del norte de Italia. Uno de los túmulos de mayor tamaño, uno entre los varios centenares excavados en la necrópolis de Kleinklein, al este de Austria, es el de Kroll-Schmied-Kogel. El ajuar era el propio de un guerrero hallstáttico, pero las piezas más llamativas son la máscara y las manos, que irían, probablemente, adheridas a un féretro. Trazados en esquemas lineales simples, los rasgos se realzan con puntillado, y éste se extiende al diseño geométrico de las manos y del adorno de la frente de la máscara. El recuerdo de las máscaras micénicas es inevitable, aunque sólo pasajero, dada la distancia temporal, cultural y geográfica que les separa. Se cree que la técnica del puntillado ha pasado a los talleres de Centroeuropa desde el sur de los Alpes.