Época: ibérico
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
La escultura

(C) Lorenzo Abad y Manuel Bendala



Comentario

En circunstancias afortunadas no muy repetidas, la de una excavación arqueológica, desenterró F. Presedo en 1971 a la Dama de Baza. Una sencilla tumba de la antigua Basti, consistente en una fosa cuadrangular, contenía un espléndido ajuar en vasos cerámicos, armas y otros complementos, y la pieza excepcional de la escultura, adosada al centro de una de las paredes de la fosa. Se halló en perfecto estado de conservación, con toda su rica policromía, factor siempre destacado en esta obra, por cuanto llena en algo el hueco dejado por la pérdida casi total del colorido en las demás esculturas ibéricas. Está esculpida en una sola pieza de caliza de color grisáceo, ultimada con una fina capa de enlucido de yeso, y, sobre ella, pintada. Mide 1,30 m de altura, y 1,05 m de anchura máxima.
Es una figura entronizada, creada a partir de un tipo muy difundido en todo el mundo griego o helenizado. El trono es de formas sencillas, con las patas someramente talladas, y el apoyo de las delanteras en forma de garras; su rasgo más característico es el respaldo, ensanchado en forma de alas convencionales, de extremos levantados y redondeados; todo él está pintado en color castaño, salvo una franja horizontal en blanco en la parte anterior de las alas. La Dama se sienta en él hierática, solemnemente. Viste una túnica azul, sobre dos sayas visibles bajo el borde inferior, que se adorna con una cenefa pintada, compuesta de una banda roja, un ajedrezado de este color y blanco, y otra de azul intenso; se cubre, de la cabeza a los pies, con un manto de tela gruesa, de color azul y cenefa pintada al borde como la túnica; lo mantiene abierto, ondulados los bordes asimétricamente, con naturalidad, hasta caer en punta a un lado y otro de los pies. Asoman éstos bajo la túnica, embutidos en calzados de paño rojo, y reposados sobre un cojín. Apoya las manos, cargadas de anillos, sobre el regazo: la derecha abierta, doblada palma abajo a la altura de la rodilla; la izquierda, cerrada, aprisiona un pichón de color azul.

Luce varios collares al estilo de la Dama de Elche: cuatro gargantillas de cuentas, que rigidizan el cuello y un collar con grandes lengüetas y otro con colgantes de mayor tamaño en forma de anforillas sin asa, sobre el pecho plano, asexuado. Se toca sencillamente, con una especie de cofia o tiara dura, levantada hacia la nuca, de donde cuelga el manto, y ribeteada sobre la frente con una orla de cuentas; deja asomar el pelo, sobre todo en dos amplios bucles redondos a la altura de los pómulos, de intenso color negro, que le imprime cierto aire castizo. Destacan por su aparatosidad los pendientes, de forma troncopiramidal; con flecos.

Sin duda, el efecto artístico más destacado de la escultura reside en el rostro. Visto de frente -el punto de vista principal de la figura, y el único con el que fue concebida-, forma un óvalo perfecto, cerrado arriba por la curva de una frente alta, abajo por la de una ligera papada. Es de cara algo mofletuda, los ojos pequeños y de mirada desdibujada por la pérdida de la pintura; la nariz es de ancho puente y afilada; la boca, apretada y carnosa; la barbilla, redondeada y algo prominente. Es un rostro de extraordinaria personalidad, muy distinto del de la Dama de Elche, por ser el de la bastetana realista, como si del retrato de una mujer de carne y hueso se tratara.

En general, desde el punto de vista artístico, la Dama de Baza aporta datos fundamentales para el entendimiento de las tendencias que pueden tenerse por propias del mundo ibérico. Su conservación completa permite comprobar una clara jerarquización de los intereses que mueven al escultor a prestar más atención a unas cosas que a otras, a enfatizarlas en detrimento de las demás. Es un prurito anticlásico que se manifiesta en muchas artes, en la línea de las tendencias plebeyas delimitadas formal y conceptualmente por R. Bianchi Bandinelli para el arte itálico. La hipertrofia de las cabezas, el recargamiento de los signos externos que indican dignidad o riqueza, el descuido de los efectos compositivos o de las restricciones formales por la prioridad de los contenidos simbólicos, son tendencias que se manifiestan en la Dama de Baza. Por ejemplo, en la desproporción de las piernas, en la inorganicidad general de la anatomía, en la cuidadosa representación de las joyas. Son aspectos traídos a colación aquí, que pueden encontrar aún más apoyos para el comentario en otras obras del arte ibérico, entre ellas las figuras del Cerro de los Santos.

Por otra parte, para la interpretación de la Dama de Baza, sus particularidades iconográficas y el hallazgo en la tumba se completan con un dato de primer orden: el hecho de servir de urna cineraria, para lo cual dispone de un amplio hueco abierto en un costado, bajo el brazo derecho del sillón (contenía, en efecto, los restos de una cremación). Se ha supuesto, sumando todos los datos, que fuera una diosa infernal, del tipo de la Perséfone griega o de la Tanit púnica. Y no faltan razones. Es también una invitación a la reflexión el realismo del rostro, que proyecta a una hipótesis de no poca trascendencia, la de que se tratara de una dama heroizada mediante la adopción de la apariencia de la divinidad tutelar del más allá. La escultura, a juzgar por el ajuar de la tumba, debe fecharse hacia la primera mitad del siglo IV a. C. o algo antes.

Su importancia y representatividad para el arte ibérico, por la que nos ha parecido oportuno tratarla con algún detenimiento, no debe dejar en el olvido la existencia de otras estatuas femeninas sedentes, que confirman la buena acogida que tuvo esta fórmula iconográfica entre los iberos. Recordemos, por ejemplo, los fragmentos de una hallados en Elche, correspondientes, tal vez, a una Perséfone; otras dos en las necrópolis ibéricas del Cabecico del Tesoro (Verdolay, Murcia) y del Llano de la Consolación (Montealegre, Albacete); el grupo más numeroso corresponde a las halladas en el importante conjunto del Cerro de los Santos.