Comentario
Fuera del conjunto de las iglesias leonesas que dieron lugar a la definición de la arquitectura mozárabe hay otros muchos ejemplos que por asociación se califican de mozarabismos, aunque ya en ellos falte el apoyo documental de las emigraciones de monjes cordobeses o de la repoblación con gentes de procedencia andaluza. La investigación moderna sobre el arte español, que se va extendiendo a los rincones más apartados, y las constantes obras de restauración, ponen al descubierto iglesias o partes de ellas en las que el arco de herradura, la bóveda de nervios o el aparejo de ladrillos, sirven para remitir a un nuevo caso de mozarabismo. El término es útil como extensión a todo lo que en el arte cristiano prerrománico revela influencias musulmanas, pero en el sentido histórico de los calificativos podría valer también el de mudéjar, como arte de musulmanes sometidos al cristianismo, ya que lo más patente es la puesta al servicio de los cristianos de los sistemas de la arquitectura islámica andaluza. No sería banal replantearse toda esta terminología, porque al paso de pocos años con el ritmo creciente de descubrimientos, el arte mozárabe puede engrosarse tanto que su primer núcleo definido por Gómez Moreno sea sólo un capítulo pequeño y marginal.
En los reinos orientales de la España cristiana no hay una gran arquitectura anterior a la románica; el siglo X fue pobre y las malas relaciones políticas con Castilla y con Francia pesaban a veces en un acercamiento al califato cordobés. Dentro de la pobreza de restos que corresponden a este período, el arquitecto Puig y Cadafalch encontró ya a principios de este siglo algunos rasgos de islamismo que Gómez Moreno incorporó a sus "Iglesias mozárabes". Luego se han incrementado tanto los estudios en la zona catalana, que una reciente recopilación anota veintisiete iglesias mozárabes en el Ampurdán y aun otras diecisiete más en las provincias francesas del Golfo de Rosas, unidas entonces a Cataluña. El modelo de los edificios más frecuentes, siempre con originalidades que no crean norma, es una nave amplia con capilla, comunicadas por arco de herradura; se dan también iglesias de dos naves y las capillas pueden ser redondeadas o trapezoidales. Es habitual el uso de mampostería pequeña, con aparejos descuidados que a veces forman tendeles en espiga; en las de la zona francesa abundan las piezas aprovechadas que se consideran visigodas, y a veces se duda de las cronologías en márgenes muy amplios.
Otro grupo también numeroso pero de arte bien distinto es el del Serrablo aragonés, con edificios de cantería pequeña, planta de una nave con capilla semicircular y empleo del arco de herradura en portadas y en ventanas enmarcadas por un alfiz prolongado hasta abajo, que no se emplea en Cataluña; hay también ventanas dobles y triples, separadas por columnas que recuerdan a las asturianas, arquerías ciegas en los muros exteriores del ábside, sobremontadas de unos curiosos frisos de grandes baquetones verticales, y bóvedas esquifadas en las torres. Todo ello es testimonio de una escuela local a la que accedieron influencias islámicas en épocas de aislamiento y que allí se asentaron y adecuaron a los materiales disponibles y a las preferencias estéticas de sus usuarios.
Las iglesias rurales catalanas y aragonesas dan idea de una actividad constructora en la que faltaban normas superiores y modelos de prestigio como los que dará después el arte románico. En las abadías que podían disponer entonces de mejores medios, hay también una indecisión sintomática de su aislamiento, que se resuelve por el recurso a la albañilería pujante en el califato. En Santa María de Ripoll, la iglesia del siglo X se adornaba con capiteles sencillos, de hojas lisas y gruesas volutas, que sólo pudieron ejecutar quienes conocieran bien los esquemas al uso en ambientes cordobeses; también en Bages y en Vic se han hallado capiteles parecidos. San Pedro de Roda se trazó entonces con la singular disposición de capillas semiovales y algún arco de herradura primitivo se conserva como indicio de la formación de sus constructores. San Miguel de Cuixá fue realizada también con claras preferencias por los arcos de herradura, pero en la planta se fabricó un modelo inédito a base de unir unas naves basilicales con crucero, que se acercan al tipo asturiano y una cabecera cuadrada, acompañada por parejas de capillitas semicirculares en cada lado; aparte de las irregularidades a las que obligaban los restos de una cabecera anterior, no parece que en el trazado se pretenda imitar modelo alguno, sino crear un espacio eficaz para las propias necesidades. Puede citarse, finalmente, San Quirce de Pedret, cuya estructura de tres naves, separadas por gruesos muros con sólo dos arcos de comunicación y el aspecto liso de los muros en los que se recorta la forma de herradura de los arcos, tiene un aire muy visigodo; la capilla mayor es trapezoidal y las laterales redondas, conservando la curva al exterior; la humilde construcción se cubría con pinturas tan originales, como para no dudar de la carencia de cualquier normativa artística sobre su autor, aunque hay en ellas remedos de lo que entonces predominaba en la ilustración de libros; quizás, la imaginatividad de la miniatura mozárabe actuó de estímulo para favorecer las originalidades y los islamismos de toda esta arquitectura.