Época: Irán sasánida
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
El Irán sasánida

(C) Joaquín Córdoba Zoilo



Comentario

La escultura y el relieve tenían ya una larga tradición en el Irán. Los maestros de esta época resultaban herederos de un largo saber, que había ido asimilando y desarrollando toda suerte de herramientas como taladros, cinceles de distintas hechuras, limas y abrasivos. Como es lógico, las piedras inmediatamente disponibles, areniscas y calizas, eran las más utilizadas, tanto más cuanto que un tanto por ciento muy alto de la escultura sasánida se realizó en las mismas rocas de la Parsua, en gargantas, valles o paredones visibles al viajero.Estilísticamente, el maestro sasánida tenía dos precedentes que le eran directamente accesibles: la escultura y el relieve de los partos -el primer relieve con escena de un combate de Ardasir, recuerda y mejora al caballero elymáidico- y los grandes programas aqueménidas. Pero si en arquitectura ampliaron y dieron profundidad y volumen a los módulos arsácidas, en escultura consiguieron dar realidad, volumen y movimiento a los que entre los partos no pasaba de ser un esbozo helado que dependía de la pura incisión. A. Godard recuerda que se suele señalar un cierto influjo romano en el relieve sasánida. Y desde luego así parece manifestarse en algunos. No obstante, el carácter y la importancia del mismo es muy discutible.Conocemos muy pocas esculturas de bulto redondo. No sabemos si ello es debido a una simple casualidad o a la poca estima supuesta que el mundo sasánida habría tenido por esa parcela del arte. R. Ghirshman dice que en el centro de Bisápúr se encontraron los restos de un monumento a Sápúr, compuesto por dos columnas monolíticas con sendas aras de fuego delante. En el centro, un pedestal que según la inscripción en pahlevi parto y pahlevi sasánida, habría soportado una estatua del Gran Rey.A unos pocos kilómetros de la ciudad y en un lugar de difícil acceso, se halló una estatua colosal de Sápúr dentro de una cueva. Aunque rota hace mucho tiempo y caída en el suelo, la estatua del rey aún impresiona por su rígida majestad y sus casi 8 metros. Su cabeza, coronada por el korymbos sasánida soportaba el techo, mientras que los pies apoyaban en el suelo de la cueva. Pero tan sutil apoyo no debió ser bastante, porque la escultura se quebró. Piensa R. Ghirshman que el escultor supo hacer emanar de la piedra un cierto espíritu imperial, con una serenidad que imponía la sumisión. Mas la postura y el tono, a pesar de los intentos evidentes por señalar el cuerpo y su estructura bajo la ropa, resulta hierática y fría. Algunos autores dicen que la cueva debió ser la tumba del Gran Rey, lo que no es seguro. En cualquier caso, en ella nacía el arroyo natural que cruzaba Bisápúr.Mucho mayor interés posee el arte del relieve con el que aparece una expresión de la tradición antigua dotada de una fuerza nueva. Según E. Porada, los relieves rupestres constituyen la aportación más impresionante y conocida de los sasánidas al arte del Irán. Y desde luego es así, pese al problema de las influencias. Sobre este particular, escribe R. Ghirshman que hay cierta verdad en la identificación de algunas notas romanas, aunque las divergencias nacidas de dos mundos tan distintos resulten mayores. Así, frente a la subordinación habitual a la arquitectura, el tamaño limitado y la narración histórica cierta ligada armónicamente a la alegoría, propia del arte romano, el historiador francés opone una larga serie de peculiaridades sasánidas, entre las que destacan un mayor tamaño por lo común, la ausencia de narración continuada y de referencias al lugar de los hechos, la instantánea de un suceso como tema, la subordinación proporcional de los inferiores al rey, el estilo heráldico en la composición y algunos rasgos más.Los relieves sasánidas pueden estudiarse en cuatro grupos: escenas de investidura, triunfos, combates a caballo y escenas de caza. En cada uno de ellos, los artistas dieron vida a verdaderas obras maestras. Numéricamente su catálogo supera la treintena, en su mayoría realizados durante los dos primeros siglos del imperio. Los reyes mandaron situarlos en lugares muy escogidos, por lo general dentro de la antigua Parsua: en el valle sagrado de Naqs-i Rustam, al pie de las tumbas aqueménidas, en el círculo rocoso de Naqs-i Rayab, a cinco kilómetros de Persépolis y en las gargantas de Bisápúr. E. Porada recuerda además el relieve de Ardesir en Azerbaiyan, expresión tal vez del sometimiento armenio. La atribución sería difícil, pues casi ninguno se acompañaba de inscripciones, pero, como los monarcas de la casa de Sasan ostentaban todos y cada uno coronas distintas, podemos datarlos con bastante seguridad a través de las monedas.Los relieves más tempranos se deben a Ardasir I, al que se conceden cuatro distintos en Naqs-i Rustam, Naqs-i Rayab y Firúzábád, con escenas de combate e investidura. El combate a caballo, aunque recoja un tema típico parto y carezca casi de volumen, supone ya un avance notorio respecto al inmediato pasado. Resultan novedosos el furor del combate y el movimiento a la carrera de los animales. No obstante, carece del interés que posee la investidura a caballo tallada en Naqs-i Rustam. El rey mandó situarla a la entrada del valle de las tumbas rupestres de los monarcas aqueménidas. Subraya A. Godard no sólo la intención que manifiesta vinculación al pasado, sino también y desde un punto de vista técnico, la composición heráldica según la tradición oriental. En efecto, tanto el dios Ahura Mazda como el monarca Ardasir forman un grupo equilibrado e igual. La postura de los caballos, los caídos bajo sus cascos, el gesto del príncipe y el dios se complementan en un todo centrado en la simbólica diadema real. El dios empuña el barsom, conocido ya en época medo-persa. El rey ostenta su corona distintiva. Los vestidos, amplios, cuelgan a los lados como las piernas de los jinetes. La curva del cuello de los caballos es la misma que se ve en Persépolis, y el movimiento de sus patas sobre las cabezas de Ariman y Artabano es puramente convencional. Destaca K. Erdmann la calma de la escena, algo atenuada por las bandas que cuelgan de los tocados de ambos personajes. La talla del artista es casi un altorrelieve, resultando clara la intención de dar volumen.Los relieves de tema triunfal encuentran en Sápúr I a su mejor representante. Con éste y otros asuntos se le atribuyen al rey ocho distintos repartidos por Bisápúr (4), Naqs-i Rustam (2) y Naqs-i Rayab (2). El ya célebre de Naqs-i Rustam representa al monarca a caballo sujetando con su diestra las manos de Valeriano. Ante su montura -de silueta y postura igual a la de Ardasir-, Filipo el Arabe se arrodilla. Sugiere E. Porada que el artista ideó una composición clásica, puesto que el grupo forma un triángulo cuyo vértice en la corona rompe el marco del relieve. R. Ghirshman apunta que la época de Sápúr acentúa la vida del cuerpo y los vestidos. Y aunque se noten ideas romanas, los cuerpos siguen de frente, en violenta contradicción con las cabezas de perfil. De este relieve, dice R. Ghirshman que parece una imitación superficial de ideas romanas, porque la mano del iranio está presente. Lo mismo que en el enorme relieve que Sápúr dedicó al mismo tema en su ciudad, Bisápúr, donde el artista intentó construir escenas enteras en varios registros. En uno y otro caso, los modelados son vigorosos y los tejidos se llenan de pliegues, arrugas y movimiento.Finalmente, las escenas de movimiento obligado, el combate y la caza. En estos temas, las convenciones de representación dominan el trazado. Los caballos de los reyes Bahrám y Hurmazd en Naqs-i Rustam, cabalgan con sus cuatro patas en el aire, como si volaran. Y sus amos, con la lanza en ristre, desmontan a sus contrarios lo mismo que si asistiéramos -como dice E. Porada- a un combate singular del Medievo. El altorrelieve acentúa tanto los volúmenes que el caballo de Hurmazd y su pierna derecha parecen casi una escultura.En los relieves de caza en los pantanos tallados en los laterales del iwan de Taq-i Bostam, se nota una fortísima influencia de la pintura. Atribuidos a la época de Khusrau II, representan una galante caza del rey en los cañaverales, acompañado de ojeadores y músicos. Algunas ideas parecen remontarse a la glíptica aqueménida, como los jabalíes entre las cañas, pero lo suave del trabajo, su velado volumen, recuerda a las decoraciones de estuco. Ciertos autores piensan que podrían haber estado pintados.