Comentario
Los campesinos, especialmente halagados por la propaganda del mariscal, también fueron sensibles a Pétain. Por el contrario, el eco resultó más reducido en la clase obrera, mal captada por esta propaganda y mejor armada por sus propias tradiciones y referencias para rechazar las sirenas de la unanimidad conservadora. Este es también un rasgo típico de los regímenes fascistas de mediados de siglo, como lo demuestran los estudios de sociología política realizados en Alemania o Italia.
Entre los grupos de opinión conservadora debe resaltarse el papel jugado en el concierto pétainista por la Iglesia católica. "Pétain es Francia y Francia es Pétain", proclamó durante el otoño en fórmula célebre el cardenal Gerlier, arzobispo de Lyon y primado de las Galias. Y todos los obispos rubricaron esta sentencia, incluso los que denunciaron después la ocupación germana y la colaboración.
Los scouts fueron soporte activo del espíritu pétainista entre la juventud. El lenguaje ambiguo de la Revolución nacional, tan parecido a veces al eclesiástico, favoreció la adhesión al mariscal y a sus obras. La Iglesia, además, recibió del régimen satisfacciones materiales -especialmente a favor de las escuelas confesionales-, a las que siempre se mostró sensible.
Por el contrario, los laicos, tan influyentes en Francia como los católicos, aunque participaron al principio en la corriente de simpatía hacia el mariscal, fueron pronto relegados a la oposición con motivo de los ataques a la escuela pública, a sus maestros y al libre pensamiento, objeto directo de la inquina de Vichy.
Porque Vichy fue, naturalmente, un régimen depurador: prescindió de los elegidos de la izquierda que se negaban a alinearse; procesó a los dirigentes del Frente Popular; prohibió la masonería, y, sobre todo, persiguió a comunistas y judíos.
Se sabe que el Gobierno de Pétain se enfrentó a los judíos con una serie de medidas discriminatorias contenidas en dos estatutos. También se conoce su implicación en la detención y arresto de los que serían trasladados a los campos de la muerte y exterminados por los nazis.
También los comunistas sufrieron persecución prolongada. Vichy y los nazis ya estaban de acuerdo en otoño de 1940 en luchar contra los que ambos consideraban su principal enemigo. Detenidos, encarcelados o recluidos en campos por la policía de Vichy, fueron los comunistas el contingente más numeroso de los rehenes entregados al ocupante, antes que éste se encargase directamente de reprimirlos cuando la resistencia.
Estas persecuciones contribuyeron a alejar del régimen de Vichy a los que en un principio le prestaron su apoyo. A ello se sumó la ineficacia del Gobierno de Vichy en cumplir lo que la mayoría de los franceses le habían encomendado: protegerles del ocupante y de los efectos de la ocupación.
Pese a las reiteradas ofertas de colaboración -en octubre de 1940, en Montoire, y en la primavera de 1941-, Vichy no obtuvo de los alemanes las concesiones que esperaba: ni el retorno de los prisioneros de guerra -que seguirían siendo casi un millón en 1945-, ni una rebaja en los gastos de ocupación, ni el levantamiento del embargo de productos franceses.
El continuo deterioro del nivel de vida y las crecientes exigencias del ocupante, agobiado por las necesidades de la guerra total, fueron factores en la evolución negativa de la opinión.
A finales de otoño de 1940, los informes de los prefectos revelaban que la opinión francesa era hostil a los alemanes y a la colaboración. El primer fracaso en la colaboración, en la primavera siguiente, provocó la primera reticencia hacia el Gobierno de Vichy. Esta se incrementó cuando el ataque de Hitler a la URSS hacía presumir futuras dificultades.
En agosto, el mismo mariscal confesaba: "un mal viento de opinión hostil se ha levantado en Francia". Intensificaría a partir de entonces el tinte autoritario de su régimen y lo extremaría conforme le abandonaba la opinión. Así, en 1944, era Vichy un Estado policiaco que, al poner su milicia a disposición del ocupante, se granjeó el odio de la población.
Afectadas por la penuria y las exigencias germanas de mano de obra a través del servicio de trabajo obligatorio, todas las clases francesas, en mayor o menor medida, retiraron su apoyo a Vichy para entregarlo a la resistencia. La lucha de ésta contra el régimen acabó identificándose como dirigida contra el ocupante, arrastrando a la opinión pública, mientras se dibujaba la victoria aliada.