Comentario
El hecho de que la intervención ateniense encontrara el apoyo del demos, correlativamente al hecho de que el beneficiario más directo e inmediato del impacto fuera el demos ateniense, plantea el problema de la identificación de este fenómeno con el del imperialismo como concepto general susceptible de aplicarse a realidades concretas. Así, en un famoso articulo de 1954, G.E.M. de Ste.-Croix plantea un problema que ha suscitado gran debate acerca del carácter del imperio ateniense y de si su popularidad permite que se le atribuya el nombre de imperialismo. Sobre la popularidad cabe discutir el problema de las fuentes, siempre contrarias al imperio y a la democracia, pero es difícil negar que era ahí, en el demos, donde se hallaban los posibles elementos colaboracionistas con el poder ateniense. Algunos casos concretos se conocerán mejor dentro de las circunstancias de la guerra, aunque éstas introduzcan, lógicamente, factores de confusión. Aun así, los casos de Lesbos, Melos y Quíos podrán resultar ilustrativos.
Más complicado conceptualmente es determinar la legitimidad del uso del término imperialismo. Es cierto que, en el uso habitual del mismo, se hace referencia a un sistema de imposición en el que el dominante encuentra apoyo en aquella parte de la comunidad oprimida que constituye a su vez su clase dominante. Aquí, los dominantes son el demos ateniense, dentro de unas relaciones específicas que constituyen la forma de convivencia de la Atenas del momento, de modo que la alianza se establece igualmente con el demos, que recibe el apoyo de Atenas en su convivencia con sus propios oligarcas. Estos son los que aportan las rentas que constituyen el tributo y es a ellos a quienes se priva de tierras para beneficiar a los clerucos atenienses. La democracia apoyada por Atenas impide que la presión se ejerza tan violentamente por esos oligarcas sobre el demos de las ciudades, como si se tratara de un sistema adecuado a sus intereses. El demos tiene órganos expresivos y el apoyo de la potencia imperialista. De ese modo, las relaciones imperialistas canónicas no parecen encajar en estos sistemas. Ahora bien, la imposición de un tributo del que las ciudades tratan de escapar, las guarniciones establecidas para garantizar la sumisión, la implantación de clerucos y la celebración de juicios en los tribunales atenienses reflejan la violencia de una actuación que evidentemente impide creer que el propio demos sea capaz de controlar la situación como hace el demos ateniense. Ésa es la realidad. El demos de las ciudades sólo controla gracias al apoyo ateniense, pero ello lleva consigo el pago del tributo por parte de los propietarios, lo que hace que las relaciones imperialistas repercutan negativamente en las relaciones sociales, cuando esas mismas relaciones son las que permiten la concordia dentro de la sociedad ateniense. Las relaciones entre demos ateniense y demos de los aliados se hacen así eminentemente desiguales, por más que la democracia ateniense constituya un modelo digno de imitación por todos los pueblos de Grecia, que no accederán plenamente a ella mientras su propia ciudad no sea una ciudad imperialista, por lo que la imagen de la democracia ateniense se convierte, para los demás, en un espejismo, un modelo inalcanzable que, como tal, crea alianza y cohesión pero también, en momentos críticos, se transforma en motivo de discordia.