Época: Cd8-2
Inicio: Año 1500
Fin: Año 1600

Antecedente:
Arquitectura y ciudad en la Europa del siglo XVI
Siguientes:
La "Utopía" de Moro

(C) Diego Suárez Quevedo



Comentario

No será hasta la versátil y polifacética actividad de Iñigo Jones, que corresponde fundamentalmente a la primera mitad del siglo XVII, cuando sea lícito hablar, en el caso de Inglaterra, de un desarrollo arquitectónico coherente planteado en coordenadas clasicistas. En efecto, durante el siglo XVI y, sobre todo, tras la Reforma anglicana, Inglaterra va a hacer buena su condición de insularidad, permaneciendo, en general, al margen de la nueva cultura renacentista. En este sentido, el lustro escaso del reinado de María Tudor -casada con Felipe II de España- en la sexta década de la centuria, resultó demasiado breve para cualquier logro efectivo desde el punto de vista artístico; por el contrario, la reacción anglicana producida durante el reinado de Isabel I, que abarca prácticamente la segunda mitad del quinientos, supuso la interrupción casi total de los contactos con Europa. De este modo, el interés mostrado por la plástica del Quattrocento florentino, con Pietro Torrigiano y su capítulo de escultura funeraria para la propia casa real inglesa en la segunda década del siglo XVI, va a quedar como un episodio muy importante en si mismo, pero sin una efectiva continuidad clasicista, o más bien ésta deberá refugiarse en la retratística de Holbein el Joven, en las coordenadas de una voluntad regia en pro de prestigio y diferenciación.
Respecto al hecho arquitectónico, podemos considerar una primera etapa correspondiente al reinado de Enrique VIII (1509-1547), en que lo verdaderamente significativo es una revitalización del Gótico que, además, adquiere una cierta dimensión nacionalista; se trata de una depuración de la última facies del gótico inglés conocida como Tudor style -se valorarán sus soluciones constructivas y estructurales-, que admite escasas incorporaciones clasicistas. El mecenazgo real es ahora clave y los hitos más importantes son Sutton Palace (iniciado en 1523), el desaparecido Palacio Real de Nonsuch (iniciado en 1530) y, sobre todo, Hampton Court Palace que, iniciado por el cardenal Wolsey en 1514, es transferido en 1529 a Enrique VIII, que continúa las obras hasta 1540. Sus dependencias quedan distribuidas en torno a varios patios, según la tradicional y dispersa planificación de origen monástico que, en la distribución de sus diversos pabellones, habían seguido las universidades de Oxford y Cambridge; en un conjunto fundamentalmente gótico, encuentran su acomodo, sin embargo, una serie de terracotas italianas de Giovanni da Maiano (1521) y el casetonado del Great Hall (1531-1536) que, no obstante su intención a lo romano, es una excelente muestra de carpintería tardogótica, similar a la del llamado Gabinete Wolsey en el mismo palacio.

El período isabelino va a caracterizarse por el eclecticismo de su arquitectura que, tras lo comentado respecto a la etapa anterior, no resulta nada extraño. Consecuencia de la radical oposición a la política y al predominio moral de la Iglesia romana y de la cultura italiana, era lógico que se recurriera al lenguaje gótico, máxime teniendo en cuenta la nueva organización fraccionada y corporativa respecto a la praxis arquitectónica, no obstante diversa del sistema profesional medieval. Cada master bajo control general de un surveyor y la administración de un comptroller, realizaba su labor específica con cierta independencia, sobre todo a la hora de buscar inspiración.

Por otra parte, y al contrario que Alemania o los Países Bajos, Inglaterra sí disfrutó de una continuada estabilidad política bajo los Tudor que, por su parte, promovieron una nueva aristocracia -enriquecida con los bienes de la reciente desamortización eclesiástica y mediante el comercio- que ahora, en la segunda mitad del siglo, construye su vivienda como clase ya consolidada. Más que el mecenazgo real o el de la Iglesia anglicana, será esta nueva clase aristocrática la que conduzca el proceso de renovación de la arquitectura inglesa, mediante la construcción de una serie de residencias, algunas en torno a Londres pero, en general, en pleno campo; son las prodigy Houses isabelinas, a las que hay que asociar la figura del noble diletante de la arquitectura directamente implicado en el proyecto de su propia vivienda.

Al trasfondo gótico y a la concepción laica del hecho arquitectónico, en cuanto a comitentes y organización profesional, hay que añadir los influjos o presupuestos clasicistas que concurren en ese ecléctico proceso de renovación señalado. Los últimos son, en general, de recepción indirecta, de Francia o derivados de modelos de los tratados de Vredeman de Vries o Wendel Dietterlin. Sintomático en todos los sentidos es que Serlio, aunque conocido mucho antes, no fuese traducido al inglés hasta 1611 y que se hiciese del holandés y no del original italiano. La otra base teórica fundamental es Vitruvio, que sí fue objeto de estudio y de traducción-interpretación por parte de John Shute, cuyo tratado (The First and Chief Grounches of Architecture. Londres, 1563), es el primero en lengua inglesa, a la que incorpora precisamente los términos arquitecto y arquitectura inexistentes en aquélla.

Tras la muerte de Enrique VIII, y a partir de que el Lord Protector Somerset se interesara por los modelos franceses para la construcción de su desaparecida residencia, una cierta moda en esta línea se impone en la arquitectura inglesa. De ello es buen ejemplo la Burghley House, iniciada en 1556, en el pabellón de cuyo patio -aunque obra ya de 1585- son claros los ecos del Frontispicio de Anet.

Con Longleat House, que adquiere el valor de un prototipo, se inicia verdaderamente el ciclo de las prodigy Houses isabelinas; lo que hoy se conserva data, al parecer, de la construcción de 1573 sobre estructuras anteriores. Con planta inspirada en el castillo serliano de Ancy-le-Franc, sus arquitectos Allen Maynard y Robert Smythson plantean un volumen compacto, alejado de la tradicional dispersión planimétrica inglesa, donde la superposición de los órdenes clásicos queda supeditada a la continuidad de los amplios vanos; los remates son de directa inspiración flamenca, a través de los grabados de V. de Vries.

El proceso se continúa, no estando reñida su vocación funcionalista con ciertas citas eruditas, como el descontextualizado orden gigante de la Kirby Hall (1570-1572), para culminar en la Hardwick Hall (1590-1596), donde Robert Smythson (hacia 1536-1614) depura su propio eclecticismo, quedándose con la esencialidad de los propios elementos lingüísticos, reducidos al puro juego de los volúmenes y de los huecos. Un paso más se da con la Hatfield House (1608-1612), que debemos considerar más bien como el justo prólogo de la actividad de Iñigo Jones, que ya labora en este edificio.