Época: Cd8-3
Inicio: Año 1500
Fin: Año 1600

Antecedente:
Pintura. La Escuela de Fontainebleau y su alcance

(C) Diego Suárez Quevedo



Comentario

El Manierismo como arte de corte alcanza su más completa plasmación en la fiesta, entendida como acto celebrativo del poder y acontecimiento artístico. En el marco de estas fiestas se producía una completa interacción de las distintas manifestaciones artísticas, lográndose la siempre pretendida unidad de las artes; la arquitectura, la escultura y la pintura decorativa se integraban con la música, la danza y la poesía. Se trataba de mostrar al soberano rodeado del mayor fasto y esplendor posibles, como príncipe triunfante y, en ocasiones, divinizado; para ello no se escatimaba nada, ni plástica ni económicamente.
A partir del reinado de Enrique II -sistemas plástico y político consolidados en Francia- la fiesta tal como la hemos perfilado, desarrollará uno de sus capítulos más brillantes, a pesar de las duras críticas de un Montaigne, por ejemplo, que las tildaba de despilfarro político y económico. Tomándose por modelo, como señalamos, las fiestas de Binche, se recurría a todo el bagaje humanístico para expresar y manifestar el poder y prestigio regios que, en el caso de los denominados últimos Valois y en el contexto de las Guerras de Religión, era entendido como algo necesario y vital para la Monarquía. En este sentido, los programas de Maximiliano I y su círculo habían sido pioneros en Europa, y siempre eran fuentes de continuada recurrencia.

Dos son los apartados fundamentales que vertebran a la fiesta, ambos cultivados por la monarquía francesa: uno volcado hacia el interior, en general en salones y jardines de los palacios, donde se celebraba con el apropiado marco de arquitecturas y esculturas efímeras, con enorme carga alegórica, toda una serie de celebraciones como justas, danzas, torneos, escenas campestres, fiestas acuáticas, o los denominados "combats á la barriére o ballet de cour", todo con una idea lúdica del arte que, en conjunto, no resultaría excesivamente alejada de lo que son las pinturas de un Antoine Caron, que sabemos colaboraba asiduamente en la preparación de este tipo de fiestas. Una serie de tapices, conservados en los Uffizi de Florencia, precisamente denominados Fiestas de los Valois, constituye un testimonio magnífico del entorno plástico de estos eventos.

Las escenas de estos tapices, en sí mismos espléndidas muestras de las manufacturas reales francesas, presentan lugares de un espectáculo sin el carácter perspectivo que en Italia dará lugar a la escena teatral; en el caso francés, son aún ambientes aperspectivos y sin una organización clara. En cambio, la escena Corriendo hacia el poste de la serie las Magnificencias de Bayona, fiestas celebradas en esta localidad en 1565, nos muestra a Carlos IX vestido de troyano inaugurando el torneo en presencia de la corte, en un lugar de acción que, fundamentalmente mediante efímeros pórticos arquitectónicos, aparece ahora organizado y con clara plasmación perspectiva; el dibujo conservado suele atribuirse a Antoine Caron.

El segundo apartado de la fiesta se desarrollaba cara al exterior, a la vista de los súbditos, y tiene un carácter triunfal, generalmente concretado en entradas a ciudades en las ceremonias de coronación o de matrimonios, o tras una victoria bélica. En el caso francés, aparte de los arcos de triunfo señalados, tenemos testimonio del cortejo triunfal de Enrique II en su entrada a Rouen de 1550; el rey sobre el correspondiente carro triunfal es acompañado por todo tipo de figuras alegóricas que manifiestan su gloria, poder y virtudes. Se sigue la idea de Andrea Mantegna y sus Triunfos de César (hacia 1486-1492), que inspiraron los grabados de Jacopo de Strasbourg (1503), los más directamente seguidos por los franceses que nos ocupan. Uno de ellos presenta los elefantes mantegnescos que, a la sazón, eran algo ya asociado al Triunfo. En este sentido, dado el valor emblemático concedido a los paquidermos y el propio de la ornamentación de interiores -el caso de Fontainebleau es claro-, eran cuestiones que el espíritu corrosivo de un Wendel Dietterlin no podía pasar por alto. Así, uno de los grabados de su "Architecture..." (1598) nos muestra a uno de estos elefantes triunfales, cargado de todo tipo de aditamentos alegóricos, paradójicamente inmóvil y plantado ante una lujosa chimenea palaciega.