Comentario
Salvo alguna excepción, que haremos constar, no vamos a hallar en Francia manifestaciones pictóricas cuya importancia llegue a sobrepasar el interés local, hasta los años cuarenta del siglo XVI, precisamente a partir del gran acicate cultural que supuso Fontainebleau y los programas artísticos que le tuvieron como eje. El interés de Francisco I, monarca clave para otros sectores artísticos, parece haberse concentrado, respecto a la pintura y al margen de las decoraciones de Fontainebleau, en la adquisición de determinadas obras italianas. La presencia en Francia de Leonardo o Andrea del Sarto no tuvo consecuencias apreciables en la producción pictórica francesa.
Escuela de Fontainebleau es el término usual con que suele designarse la gestación y desarrollo de un movimiento pictórico, netamente manierista, que tiene como eje y punto de partida fundamentales las producciones de Il Primaticcio y Niccoló dell'Abbate en Fontainebleau, durante las décadas cuarta y quinta del siglo XVI. Los maestros que a sus órdenes laboran en la decoración del citado palacio, van a desarrollar, en ocasiones renovándolas en esta línea, sus propias producciones según lo aquí aprehendido.
Y hemos de precisar que se trata, en efecto, más bien de aprehender que de aprender, en el sentido siguiente. Ya los modelos de los que se parte, tanto II Primaticcio como dell'Abbate, e incluso Rosso, en sus producciones pictóricas de Fontainebleau, individualmente consideradas, están dominadas por la artificiosidad y un cierto academicismo en sus propios componentes y soluciones manieristas, que tienen validez, sentido y una significación cualitativa grande, más que nada, en el conjunto de la decoración. De ello, como suele suceder, los discípulos se quedan con lo más externo, elaborando una serie de obras, sin significación de conjunto, bastante artificiosas que, la mayoría de las veces, pecan de un excesivo intelectualismo mal digerido y, desde luego, adquieren los componentes academicistas señalados.
No obstante lo dicho, esta Escuela de Fontainebleau es de una importancia capital para la pintura francesa de la segunda mitad del siglo XVI e inicios del XVII, a varios niveles, que reseñaremos, así como es punto de referencia para la pintura manierista que se desarrollará en los Países Bajos, con centro fundamental en Amberes. Respecto a Francia, en primer lugar y de modo contundente, esta tendencia pictórica es con mucho la dominante hasta la introducción de los primeros influjos caravaggistas con Vouet a partir de 1625, por señalar una fecha y siempre con la flexibilidad pertinente. La serie de calificativos acuñados, no siempre certeramente, para explicar la producción pictórica francesa del primer cuarto del seiscientos, con su parte de certeza, nos pueden dar idea del hecho incuestionable, con todas las salvedades que queramos, del arraigo y pervivencia del Manierismo en la pintura del país galo, precisamente mediante esta Escuela de Fontainebleau y sus consecuencias. Los términos más usuales, elocuentes por sí mismos, son: Segunda Escuela de Fontainebleau, Manieristas de Nancy y Manierismo tardío en París, que se refieren a artífices cuya trayectoria profesional se adentra notablemente en el siglo XVII.
La temática mitológica, su interpretación, sentido y adaptación por parte de esta Escuela de Fontainebleau, es, asimismo, decisiva. Aquí enlazaríamos, por otro lado, con aquella especie de dictadura que propugna estos derroteros, a la que aludíamos con Diana de Poitiers como factotum del gusto artístico. Las alegorías de este personaje trasmutado en Diana cazadora se hacen paradigmáticas y modélicas, sobre todo en la década 1550-1560, para toda una serie de retratos mitológicos, donde en una especie de juego preciosista y sofisticado, no exento de un frío e intelectualizado erotismo, las damas de la corte se convierten en protagonistas de historias pretendidamente mitológicas. Son frecuentes escenas de toilette o baño, en las que los presupuestos manieristas de la Escuela eximen del menor atisbo de cotidianeidad, siendo absolutamente irreales y artificiosas con un acentuado detallismo dibujístico.
En este contexto adquiere una cierta significación la obra de Jean Cousin el Viejo (1490-hacia 1561), con débitos claros al arte de Fontainebleau pero, al parecer, de formación ajena a éste. En su obra más significativa, de hacia 1538 (la fecha parece excesivamente temprana), Eva Prima Pandora, denota conocer las figuras de Rosso, pero su fondo paisajístico parece derivar de concepciones leonardescas.
Manteniendo su temática e insistiendo en el detallismo dibujístico, la Escuela sigue su desarrollo, proporcionando como consecuencia culminante, fundamentalmente en la década 1570-1580, la obra de Antoine Caron (hacia 1520-hacia 1598), donde todo tipo de elementos de arquitecturas efímeras, yuxtapuestos de modo irreal y sin el menor interés compositivo, plantean una suerte de ambiente urbano de sentido casi onírico, que apartan el hecho artístico de toda intención comunicativa y, por tanto, rayando en una poética de la alienación, muy propia del Manierismo en su afán de exacerbación de temas e ideas.
La temática mitológica dominante incide también en los esmaltes de Limoges, de continuado prestigio desde la Edad Media que, durante el quinientos, van a conocer una cierta revitalización.