Época: Berlín
Inicio: Año 1945
Fin: Año 1945

Antecedente:
Avance hacia Berlín

(C) Virginia Tovar Martín



Comentario

La ofensiva y veloces progresos de los grupos de ejércitos soviéticos de Koniev y Zhukov en el frente de Polonia llegaron inmediatamente a conocimiento del general Reinhardt, jefe del grupo de Ejércitos Centro que defendía las fronteras de Prusia Oriental. Su situación se convertía en altamente delicada al haber sido arrasadas las divisiones alemanas en Polonia, quedando su costado derecho abierto a la penetración de los Ejércitos soviéticos.
Los efectivos desplegados en el frente del Este por Stalin eran cinco y más veces superiores a los que alineaba Hitler y, dado que podían elegir al lugar donde concentrar los golpes, sus ofensivas siempre les daban al menos una ventaja de 10 a 1. Eso lo sabía muy bien Reinhardt, un veterano del frente del Este.

Por eso solicitó de Hitler el permiso inmediato para replegarse en todo el frente y, sobre todo, para hacer retroceder su ala derecha, que, estaba en el aire. Al tiempo, solicitaba urgentes refuerzos para taponar la enorme brecha polaca.

Ni obtuvo el permiso ni los refuerzos. Debía conservar todo el terreno y los refuerzos que en aquellos momentos sólo podían salir de Curlandia o de los países nórdicos ocupados, hacían más falta en otra parte, de modo que aun debió ceder Reinhardt la unidad más fuerte de su 2.° Ejército, la Grossdutschland, que a la sazón englobaba dos divisiones, una blindada y otra de granaderos. Estas fuerzas, enviadas al frente polaco, fueron arrolladas por el alud soviético antes de que alcanzasen sus posiciones de combate.

Los tanteos soviéticos sobre el frente alemán los inició el mariscal Rokossovsky con su II grupo de Ejércitos de Rusia Blanca. La primera embestida cayó sobre el 2.° Ejército alemán que hubo de iniciar su repliegue ante la inmensa superioridad enemiga y el peligro de quedar envuelto por su zona derecha. El 16 de enero era ya evidente que las horas del 2.° Ejército estaban contadas. Las tropas soviéticas penetraron hasta 35 kilómetros en el dispositivo alemán, alcanzaban las fronteras de Prusia y se lanzaban decididamente hacia el importante nudo de comunicaciones de Elbing.

Simultáneamente, el general Cherniajovsky, con su III Grupo de Ejércitos de Rusia Blanca, atacó el ala izquierda de Reinhardt, defendida por el 3.er Ejército Panzer. Con el suelo helado, en óptimas condiciones para las cadenas de los tanques y con el cielo limpio de nubes, en situación perfecta para el masivo empleo de sus aviones, la victoria soviética estaba garantizada. Los alemanes se batieron con tanta desesperación como inutilidad. Sus fuerzas eran sencillamente barridas, aplastadas cuando resistían, rechazadas cuando contraatacaban.

Reinhardt propuso a Berlín la inmediata retirada de su centro, ocupado por el 4.° Ejército, pues ambas alas estaban quebradas y el peligro de cerco era inminente, pero todos sus razonamientos y ruegos fueron rechazados por Hitler y sus asesores.

Guderian exigía en violentas entrevistas la retirada de los ejércitos inactivos en Curlandia y Hitler respondía que si se retiraban peligraba la posición de Suecia, sin cuyas exportaciones de hierro no podría Alemania proseguir la guerra.

Cuando se le replicaba que para seguir en guerra era primordial rechazar al enemigo, el Führer urgía que, bajo la presión soviética, aquellos ejércitos sufrirían muchas bajas y perderían su material pesado. Ante esto Guderian demostraba que todo estaba planificado para que los hombres y el grueso del material de Curlandia se salvaran. Entonces Hitler razonaba que eran precisas aquellas topas para cuando se iniciara el contraataque alemán gracias a las nuevas armas... Tiempo y nervios perdidos en estériles discusiones, mientras la población de Prusia Oriental iniciaba el mayor calvario alemán de toda la guerra.

Cuando se inició la ofensiva soviética en Polonia, los rumores catastrofistas se difundieron por toda Prusia Oriental, pero los fanáticos gobernadores de Hitler, fundamentalmente Erich Koch, Gauleiter de Königsberg, difundieron proclamas radiofónicas asegurando a la población civil que estuviera tranquila, que la Wehrmacht no daría un sólo paso atrás; más aún, los jefes políticos locales fueron convencidos de que no había nada que temer y que era necesario que todo el mundo permaneciera en sus hogares.

Así se dio el terrible caso de que cuando la Wehrmacht retrocedía y soldados y oficiales trataban de convencer a los paisanos de que los rusos les pisaban los talones, mucho creían que se trataba de desertores, derrotistas, traidores etc. Centenares de poblaciones fueron sorprendidas durante la noche por los tanques soviéticos y cuando quisieron reaccionar ya sonaban en las puertas las culatas de sus fusiles.

En las zonas más próximas al frente comenzó entonces un éxodo terrible hacia la costa, buscando la salvación en Königsberg, Danzig y la península de Samland. Las carreteras heladas se llenaron de vehículos arrastrados por caballos o bueyes, de coches de niño, de bicicletas, de ganados, de interminables riadas de gentes despavoridas que caían como moscas bajo el fuego de los aviones soviéticos y, más aún, a causa del frío, que llegaba por la noche a 25 grados bajo cero.

Con frecuencia las terribles columnas que se arrastraban en busca de la salvación eran cortadas por las unidades motorizadas soviéticas, cuyos soldados desvalijaban a los viajeros, violaban a las mujeres, fusilaban a los escasos hombres que en ellas iban, acusándoles de partisanos, y hacían dar media vuelta a todos los demás...

Las narraciones de los supervivientes son estremecedoras. Muchas de ellas se deben a prisioneros franceses, polacos, norteamericanos o británicos que trabajaban en las granjas alemanas sustituyendo a los hombres de aquellas familias que se hallaban en el frente. En centenares de casos fueron estos hombres los fusilados por los rusos; en muchos casos, también, fueron ellos quienes, en magnífica muestra de heroísmo, pusieron a salvo a las familias a quienes sirvieron como prisioneros.

Cuando el cerco del 4.° Ejército ya era un hecho, Hitler permitió su retirada hacia el río Alle. El jefe de estas tropas, general Hossbach, había planeado una ruptura del cerco formando una bolsa móvil, en cuyo centro marcharía la población civil, rumbo a Danzig, maniobra que iba más allá de lo permitido por Berlín. Trágicamente para la población civil, el gauleiter Koch denunció a los generales Reinhardt y Hossbach de traición, de huir de Prusia sin combatir...

Hitler no necesitó hacer comprobaciones. El día 27 de enero destituyó al primero, poniendo en su lugar a Rendulic. Hossbach, suponiendo que correría la misma suerte, aceleró las operaciones pero, aunque sus escasas tropas pelearon con una inmensa furia, conscientes de que en el envite les iba la vida y la de cientos de miles de paisanos que les acompañaban, su progreso fue lento.

Los soviéticos resistieron con similar denuedo pero ellos también notaban el desgaste de 15 días de ofensiva y, finalmente, los alemanes rompieron la bolsa. Ya era tarde. Ese mismo día, 30 de enero, Hossbach era destituido y reemplazado por F. W. Müller, que paralizó las operaciones y giró su dispositivo hacia Königsberg, metiéndose en el cerco nuevamente.

Más de dos millones de civiles quedaban en una bolsa de 40 kilómetros de radio, con una única salida hacia Danzig: la laguna de Frisches Haff, 90 kilómetros de largo por 8 de ancho. Cientos de miles de personas la atravesaron, caminando sobre hielo, bajo el fuego de los cañones soviéticos, ametrallados por los aviones cuando disponían de visibilidad, marchando día y noche, cayendo bajo el frío o tragados por las aguas heladas cuando el hielo se resquebrajaba...

En toda Prusia y en Pomerania, conscientes de la suerte que les esperaba y de los horrores que tendría que pasar la población civil, las agotadas fuerzas de la Wehrmacht lucharon hasta la muerte, hasta el último hombre en muchas ocasiones (hubo divisiones que tenían 200 hombres cuando se rindieron) y hasta la última bala. De esa forma lograron retrasar la toma de los puertos de la bahía de Danzig, por los que lograron escapar millón y medio de personas.

Muchas unidades lograron también abrirse paso a través de Pomerania hasta conseguir refugiarse al oeste del Oder... Pero nunca los prusianos lograron olvidarse de los espantos y sufrimientos pasados. En aquel éxodo, con temperaturas bajísimas, murieron cerca de dos millones de personas. El Ejército alemán perdió allí medio millón de hombres; la mitad murió combatiendo y de los que fueron capturados apenas si regresaron 50.000... Los desplazados de sus hogares, a los que jamás volverían, fueron 8 millones de personas. A finales de marzo se había consumado la tragedia.

Pero los días de la ira no habían pasado todavía. Mientras los Ejércitos soviéticos se concentraban en el Oder para la última ofensiva, los fugitivos de tantas penalidades alcanzaban tierras muy castigadas por los bombardeos aliados. Una de las ciudades, en la que se hallaban refugiados unas 200.000 personas, procedentes en su mayoría de Silesia y Polonia, era Dresde. Esta ciudad tendría unos 700.000 habitantes la noche del 13 al 14 de febrero de 1945.

Hacia las 10 sonaron las sirenas de alarma. Poco después comenzó a caer sobre ella una catarata de bombas, explosivas e incendiarias, que convirtieron la ciudad entera en un horno. La destrucción estaba bien calculada: incendiarlo todo y llenar las calles de escombros para dificultar su extinción. Pero mientras estos trabajos comenzaban en una ciudad que ardía por los cuatro costados, volvieron los bombarderos ingleses y soltaron sobre aquel horno, visible a cincuenta kilómetros, 200.000 bombas incendiarias de pequeño tamaño, junto a cinco mil explosivas de tipo mediano. El incendio se extendió a la mayoría de la ciudad y en muchas zonas no tocadas la muerte alcanzó también a sus habitantes, pues la ola de calor todo lo calcinaba incluso a 100 metros de distancia y los gases desprendidos de la combustión y el humo hicieron el resto.

Los bombardeos continuaron durante los días 14 y 15, ingleses por la noche, norteamericanos por el día, sobre la ciudad. De sus ruinas se levantaba una columna de humo visible a más de 100 kilómetros. Según datos aliados, 1.300 grandes bombarderos participaron en la acción, lanzando cerca de 4.000 toneladas de bombas, explosivas, rompedoras y de fósforo.

La ciudad quedó arrasada como ninguna en Alemania. Servicios militares, sanitarios y bomberos contabilizaron 29.000 muertos enterrados (la contabilidad se hacía por cráneos, tal era con frecuencia el despedazamiento y destrucción de los cuerpos), pero bajo los escombros de esta ciudad sin habitar durante muchos años se supone que quedaron muchos más (3). Cálculos recientes, sin embargo, multiplican el número de víctimas: de 140.000 a 200.000 muertos.

A esas alturas de la guerra, sin aviación que pudiera protegerlas y sin artillería antiaérea que estorbase la acción de los atacantes, las ciudades alemanas eran víctimas propicias a todos los espantos... sin embargo, encerrado en su búnker de la Cancillería, Hitler seguía soñando con la victoria, y a quien acudía a visitarle, le mostraba la nueva maqueta de la ciudad de Linz, destruida por los bombardeos aliados, y que se disponía a reconstruir inmediatamente después de alcanzar la victoria.

"Alemania ha perdido la guerra", comentaban sin tapujos los más capacitados políticos, militares e industriales alemanes. Sin embargo, el III Reich disponía aún de grandes recursos militares que, empleados de forma concentrada, hubieran podido causar estragos en la zona elegida. Guderian, el jefe del Estado Mayor de los vapuleados Ejércitos del Este, un prusiano desesperado por la tremenda tragedia de su patria chica, tenía un plan interesante a mediados de febrero.