Época: Berlín
Inicio: Año 1945
Fin: Año 1945

Antecedente:
Avance hacia Berlín

(C) Virginia Tovar Martín



Comentario

A las cuatro de la mañana del 16 de abril, 29.000 cañones soviéticos hicieron fuego en el frente del Oder. En el sector de Kustrin, los artilleros de Zhukov emplearon 200 cañones por kilómetro. El 9.° Ejército alemán, mandado directamente por el general Busse, había abandonado la primera línea previniendo ese ataque, con lo que el violento fuego artillero sobre las posiciones vacías apenas si logró otra cosa que despertar a la población berlinesa, sobrecogiéndola del espanto. Llegaban los rusos.
Pese a ese lujo de medios, pese a que sobre los 40 kilómetros de la cabeza de puente de Kustrin se lanzaron 35 divisiones soviéticas, sus progresos fueron muy escasos y tremendas sus pérdidas. Más al sur, sin embargo, Koniev lograba mejores progresos a costa del 4,° Ejército acorazado (Grässer).

Los cuatro días siguientes fueron de una tremenda violencia en el frente del Oder. Ambos bandos lanzaron a la batalla cuanto tenían. Los alemanes, en buenas posiciones defensivas, lucharon con disciplina y desesperación para frenar a los soldados soviéticos; éstos, enardecidos por la proximidad del triunfo final, y con una tremenda ventaja material, no cejaron en sus intentos de abrirse camino pese a sus enormes pérdidas.

Estas fueron tantas en aquellas primeras 80 horas de lucha que Hitler, desde su búnker, confiaba aún en la victoria defensiva dado el desgaste soviético: "no pueden permitirse perder 250 carros pesados todos los días. Su ofensiva acabará por agotarse".

Pero antes se le acabaron las reservas a Busse, que soportó el principal esfuerzo soviético con doce divisiones. El día 19 se dislocó su frente; sus gastadas divisiones, sin reserva alguna detrás, abrieron brechas al avance soviético, que ese día se plantó en Strausberg, a 35 kilómetros de la Cancillería.

Tres días después, a causa de que Hitler impidió la retirada de Busse hacia Berlín, el 9.° Ejército quedó cercado en las pinzas tendidas por Koniev y Zhukov; 48 horas después, el 24 de abril, los ejércitos 8.° de la Guardia de Koniev y el 4.° blindado de Zhukov, enlazaban en Ketzin, junto a Potsdam, al oeste de Berlín. ¡La capital del Reich estaba cercada!

Berlín está irreconocible. En el aire flota una nube de polvo y humo que apenas se disipa unas horas cuando llueve. Durante los meses de febrero y marzo los aviones norteamericanos bombardean casi todos los días la capital del Reich. Por la noche lo hacen los ingleses. A partir de abril, aunque los aliados occidentales han disminuido sus incursiones (5), la ciudad sigue sufriendo bajo las bombas, porque los aviones soviéticos la han tomado como fácil blanco.

Apenas si hay aviones para defender Berlín y casi han desaparecido los antiaéreos. Todo se ha desplazado hacia el frente del Oder tratando de frenar allí a los ejércitos soviéticos.

Esta lluvia de bombas ha costado a la ciudad 52.000 muertos y una cifra doble de heridos. Aparte de esto, las incomodidades son infinitas. Es raro el día en que no se corta el agua, el gas, la electricidad, el teléfono; es difícil pasar una sola jornada sin tener que sumergirse en el refugio antiaéreo dos o más veces, con frecuencia por la noche, convocados apresuradamente por el ulular estridente de las sirenas.

El tráfico es escaso por las calles. Probablemente aún circulan un millar de automóviles particulares y dos centenares de vehículos oficiales y bastantes motos, pero su número disminuye de día en día a causa de la escasez de piezas de repuesto, de la casi imposibilidad de conseguir gasolina (en el mercado negro se paga por un sólo litro 30 cigarrillos americanos o un kilo de carne de caballo); también porque la continua acumulación de escombros hace variar casi a diario las direcciones de la circulación y obliga al continuo corte de calles.

Los berlineses se dirigen a pie a sus trabajos, aunque también se ven muchas bicicletas y algunos coches de caballos. El ritmo de vida trata de ser normal, aunque cada día se escuche más cerca el estampido de los cañones. Se reparte el correo, aparecen los diarios (con sólo 2 o 4 hojas). Se puede escuchar la radio, por la que el gobernador de Berlín y ministro de propaganda del Reich, Goebbels, lanza diariamente sus discursos, llamando a la resistencia, vituperando y amenazando a los derrotistas y desertores, burlándose de los rusos, incorporando a filas a nuevas quintas de la milicia...

La primavera ha llegado prematura y cálida atenuando el sufrimiento de los berlineses, que han pasado un invierno de pesadilla. Las temperaturas han sido bajísimas y muy escaso el combustible. Si a eso se añaden los graves desperfectos causados por los bombardeos en las casas que, incluso las no alcanzadas, no tienen ni un cristal sano, se tendrá un buen cuadro del frío, unido a la escasez de proteínas otorgadas por el racionamiento.

La penuria alimenticia se ha comenzado a notar mucho en los últimos cuatro meses. La pérdida de las grandes regiones agrícolas del Este (Prusia, Pomerania, Polonia, Silesia) se ha dejado sentir y, más aún, por causa del aumento de bocas a alimentar: se calcula que de esas regiones han llegado 8 o más millones de fugitivos, huyendo ante el avance de las tropas rusas.

Pero se mantiene la apariencia de normalidad. A comienzos de abril, antes de la ofensiva soviética del Oder, más de 600.000 berlineses acuden diariamente a sus puestos de trabajo en las fábricas. Un número muy importante también realiza obras de fortificación a las órdenes de fanáticos jefes políticos. Trabajos inútiles, asesorados en el mejor de los casos por viejos soldados que nada saben sobre la guerra moderna.

Se cavan tres cinturones de trincheras y fosos antitanques alrededor de Berlín y se siembran miles de obstáculos frente a ellos. ¡Pobres defensas, ante las posibilidades de los carros modernos! y, sobre todo, ¡pobres defensores! El general Reimann, jefe militar de Berlín, dispone de 90.000 hombres, procedentes en su mayor parte de las milicias, es decir, hombres maduros y muchachos de 15 o 16 años; guardias municipales y policías. Su armamento es escaso y anticuado. Viejos fusiles checos, belgas o austriacos de los años treinta; escasas ametralladoras; muy pocos cañones antiaéreos y anticarros y prácticamente ninguna artillería de campaña. Para defender aquel perímetro Reimann consideraba que, como mínimo, serían imprescindibles 18 divisiones de infantería y dos de artillería al completo...

El general Henrici, jefe de Grupo de Ejércitos Vístula que esperaba la ofensiva soviética en el Oder, deseaba que la capital del Reich fuese declarada ciudad abierta. Con buen sentido suponía que si sus tropas eran arrolladas y los soviéticos cruzaban el Oder, Berlín sufriría una tremenda embestida, que concluiría con la inevitable caída de la ciudad después de haber sido pulverizada y su población masacrada. Tal sacrificio no alteraría el curso de la guerra, pero incrementaría sus víctimas y sufrimientos.

Pero no era esa la manera de pensar de Hitler, que ordenó la defensa de la capital hasta el último hombre. Goebbels se ocupó como Gauleiter de que la orden fuera cumplida. Movilizó cuantas quintas pudo, comprometiendo a aquellos casi ancianos y niños con un juramento que cuarenta años después se nos antoja ridículo, pues el resultado de la guerra no ofrecía ya lugar a dudas:

"Juro que seré incondicionalmente fiel al Führer del Reich alemán, Adolf Hitler. Juro que combatiré valerosamente por mi hogar y el futuro de mi patria" .Y marchando torpemente con un lastimoso armamento y, frecuentemente sin uniformes, salían hacia las defensas aquellas tropas, a las que se azuzaba con el miedo a los tremendos excesos de la soldadesca soviética contra la población civil y con la amenaza de una ejecución sumaria si se volvía la espalda al enemigo.

A partir del día 19 de abril, cuando las vanguardias de Zhukov alcanzaron Strausberg, comenzó a ser frecuente el macabro espectáculo de hombres colgados de árboles y farolas. Eran, en su mayoría, o muy jóvenes o con más de 50 años. Quizás abandonaron su puesto por miedo o, simplemente, quisieron llegar a su casa a ver a la familia, a saber de su suerte tras un bombardeo...

Conforme se agravaba la situación en Berlín a causa de los avances soviéticos, las fuerzas a disposición de Reimann mejoraron un poco. De los talleres berlineses y sus alrededores salieron cuantos blindados, cañones y otras armas estaban en reparación. Todos los soldados que quedaban desencuadrados a causa del hundimiento de sus unidades también fueron incorporados y lo mismo ocurrió con las divisiones que fueron rechazadas por las fuerzas soviéticas y empujadas hasta dentro de la ciudad. Esos refuerzos eran, quizás, 100.000 hombres a unirse a las milicias.

En total, unos 200.000 combatientes; la mitad estaba mal armada y adiestrada; el resto, agotado por una semana de ininterrumpidos combates. Pero todos compusieron, finalmente, una fuerza que luchó con desesperación la última batalla de la guerra en Europa. Curiosamente, los defensores de Berlín formaron una pintoresca representación de todas las nacionalidades que combatieron junto a Alemania. En Berlín lucharon españoles, nórdicos, turcos, italianos, belgas, holandeses, franceses, eslavos, junto a los alemanes. Eran voluntarios de las SS, encuadrados en las divisiones Hansschar, Flandern, Walonie, Italien... en torno a la Cancillería, defendiendo a Hitler y su camarilla, resistieron hasta el final los SS eslavos y los franceses, belgas y escandinavos encuadrados en las divisiones Charlemagne y Nordland...

El día 23, cuando el cerco de Berlín ya sólo era cuestión de horas, Hitler ordenó la sustitución del general Reimann, cuyas suaves maneras y formación clásica no le convencían, por el teniente coronel Baerenfaenger, un nazi fanático procedente de las Juventudes Hitlerianas, que, inmediatamente después de su designación, fue elevado al generalato.

Baerenfaenger, a falta de conocimientos militares, desarrolló una febril actividad para reclutar más hombres y armas para la defensa, registrando barrios enteros en busca de hombres mayores incluso de 60 años y de niños de 13 y 14 años. Pelotones de las SS registraban las casas, las iglesias, los hospitales... todo hombre capaz de tenerse en pie era despachado hacia las fortificaciones con una pistola, un fusil o un panzerfaust en la mano. Casi carecían de munición, las armas eran anticuadas y los temibles panzerfaust resultaban ingenios peligrosos, que atemorizaban a quienes debían manejarlos por vez primera sin adiestramiento.

Los ahorcados en plena calle aumentaron en número. De sus cuellos colgaban carteles de este estilo: "Me han ahorcado por derrotista. Estoy colgado por no creer en el Führer. Soy un traidor. Por desertor no asistiré al histórico cambio del destino..." Como se ve, aún muchos alemanes creían en Hitler, confiaban en la victoria y esperaban un violento cambio en el curso de la guerra sobre las ruinas de Berlín.

Estas seguían aumentando. Cuando el día 22 comenzaron a caer sobre Berlín los disparos de la artillería pesada soviética, la ciudad era ya un amasijo de ruinas. Desde el día 16 no la bombardeaban los angloamericanos, pero los aviones soviéticos no cesaban en sus ataques día y noche.

Había en Berlín aproximadamente 1.600.000 casas. Para esas fechas se calcula que la mitad habían sido alcanzadas de consideración y que un tercio de ellas era inhabitable. Los berlineses, que hasta el comienzo de la ofensiva del Oder apenas si habían abandonado Berlín, corrían ahora hacia las salidas que aún eran practicables por el oeste de la ciudad. El día 1 de abril había en Berlín 4,4 millones de habitantes; el día 24 no pasaban de 3 millones.

Y no huían a ese elevado ritmo sólo por el miedo al cerco soviético, aunque fuera ese el principal motivo, sino porque ya la vida era imposible.

Bajo los escombros yacen docenas de miles de cadáveres; en los hospitales no hay camas, pues ya están saturados con más de cien mil heridos; los bomberos no disponen de agua para apagar los incendios; incluso es difícil encontrarla para lavarse, beber o cocinar. La luz eléctrica se ha cortado y ya no volverá hasta que concluya el asedio; no funciona el teléfono, ni el correo, ni el gas...

Los berlineses, quienes llegaron a tiempo, recibieron un cupo de racionamiento de urgencia: para ocho días deberían arreglárselas con 1 kilo de salchichas, 1/2 de legumbres, 1 de verduras, 1 de azúcar y 30 grs. de café... quienes no consiguieron esto, merodeaban por las calles en busca de algo que robar o de un caballo alcanzado por los bombardeos...