Comentario
Ya toda la guerra giraba en torno a la eliminación del poder aéreo japonés. La campaña de las Marianas se orientó a conquistar los aeródromos, sin los cuales la guarnición podía dejarse olvidada.
Como objetivo estratégico, las islas eran muy importantes, ya que tenían Filipinas, Formosa y China al alcance de sus aeródromos. En las islas Saipan, Tinian y Guam estaban las estaciones aéreas y sobre ellas giraría, lógicamente, la batalla.
Pero el número de aparatos era relativamente pequeño. Desde febrero, los portaaviones de Mitscher habían atacado el archipiélago y destruido numerosos aviones en tierra o aire. Ahora llegaba el momento de la verdad: había que tomar la isla.
En junio de 1944 zarparon en dirección a las Marianas los diversos grupos navales que compondrían la 5.ª Flota, bajo el mando de Spruance. Allí estaban los grupos de desembarco, Task Force TF-52 (Turner) y 53 (Conolly), la 7.ª Escuadra (Oldendorf), cuyos cañones debían ablandar la resistencia japonesa y apoyar los desembarcos.
En total, esas fuerzas se componían de tres divisiones de marines, apoyados por unos 300 aviones con base en 12 portaaviones de escolta y por la artillería de 7 acorazados antiguos, 11 cruceros y 26 destructores.
Más atrás navegaba Spruance con el grueso de sus fuerzas aeronavales, destinadas a apoyar el desembarco y, sobre todo, a protegerlo de cualquier posible reacción de la escuadra japonesa. Allí formaban la formidable TF-58 (Mitscher), que disponía de 15 portaaviones, 9 cruceros y dos docenas y media de destructores. Como grupo de fuego, la 5.ª Escuadra (Lee), con 7 acorazados nuevos, 4 cruceros y 14 destructores.
El día 15 de junio, esta fuerza enorme hizo su primer desembarco en Saipan. Una ola de fuego arrasó las playas y, en sólo veinte minutos, desembarcaron 8.000 marines, que serían 20.000 al oscurecer.
Pero aquí el terreno favorecía a los japoneses. Sus posiciones elevadas podían batir las playas sin riesgo y la defensa no se hizo en el interior de la isla.
Mientras tanto, el almirante Toyoda vio llegada la ocasión de asestar un golpe mortal a los norteamericanos. En las Marianas disponía de suficientes aeropuertos como para que los aviones de la 1.ª Flota Aérea (vicealmirante Kakuta) pudieran emplearse a fondo contra la flota de Spruance, mientras la 1.ª Escuadra Móvil (vicealmirante Ozawa), formada por el grueso de las fuerzas navales japonesas, cerraban la celada y aniquilaban a los norteamericanos.
Ozawa llegó a revientacalderas desde Borneo, con la radio en completo silencio (los japoneses sabían que su clave estaba en manos norteamericanas desde la muerte de Yamamoto). Sus fuerzas eran las más importantes que Japón pudo reunir en toda la guerra: 9 portaaviones, con 550 aparatos; 5 acorazados, 10 cruceros y 36 destructores. Pero la batalla del destino ya no estaba a tiempo para jugarse: a Japón se le había pasado la hora.
Ozawa, con una gran experiencia en la guerra, con ningún error computable en sus maniobras, perdería la batalla. La principal causa es la calidad de material y hombres enfrentados, sobre todo los aéreos.
A esas alturas de la guerra, el potencial antiaéreo de los buques norteamericanos era muy superior al de los japoneses, pero la diferencia abismal se producía en el poder aéreo: los aviones norteamericanos eran más rápidos, maniobrables, mejor armados y, sobre todo, más sólidos, mejor protegidos y mucho mejor pilotados.
Japón hacía excelentes aparatos frágiles, de gran alcance por su ligereza, pero no resistían ni un disparo, sobre todo porque sus pilotos no iban protegidos. Así, al producirse esta batalla del mar de las Filipinas, Kakuta y Ozawa disponían de aparatos tremendamente vulnerables pilotados por hombres muy bisoños, que hubieron de enfrentarse a aviones mucho más sólidos tripulados por hombres más experimentados.
Una comunicación entre Ozawa y Kakuta fue situada por los gonios norteamericanos, pero Spruance, cautamente, no quiso fiarse y frenó la impetuosidad de Mitscher, temiendo una celada. Las posteriores controversias, que dan la razón a este último, no cambiaron el curso de aquella desigual batalla, denominada como de las Filipinas o, como la llamaban los pilotos norteamericanos, la caza de patos en las Marianas, que se produjo el 19 de junio de 1944.
Los cazas, bombarderos y aerotorpederos japoneses tuvieron que pasar la dura prueba de los cazas Hellcat americanos. La primera ola lanzada por Ozawa -69 aviones- perdió 42 aparatos y sólo logró varios impactos de poca importancia contra la flota USA, que causaron 27 muertos y 23 heridos.
La segunda ola japonesa, formada por 128 aviones, corrió aún peor suerte: 100 aparatos fueron derribados, y a costa de una docena de muertos norteamericanos y ligeras averías en media docena de buques. La tercera fuerza perdió siete aparatos y no logró ni un solo blanco naval. La cuarta fuerza no logró avistar a la flota norteamericana, aunque perdió varios aviones.
Paralelamente, los aviones de la primera flota aérea japonesa eran pulverizados por los bombarderos norteamericanos cuando llegaban a los aeropuertos de las islas o en las acciones que emprendieron contra la flota norteamericana. Pero esto no pudo saberlo Ozawa, pues la radió japonesa continuaba en silencio para impedir que su flota fuera localizada.
Aquel día negro para la Marina y la Aviación japonesas, los norteamericanos lograron destruir unos 325 aparatos (275 de Ozawa y 50 de Kakuta) a cambio de 30 aviones propios. Aquel día también perdieron los portaaviones Shokaku y Taiho, hundidos por la acción de los submarinos norteamericanos, que se llevaron al abismo 2.013 hombres.
Al día siguiente, Ozawa siguió en la zona de combate, confiando en que parte de los aparatos que había perdido estuvieran en las islas y se dispusieran a atacar de nuevo. Esto ya no podía ocurrir, pero los norteamericanos consiguieron descubrirle, y en la tarde del día 20, con luz apenas suficiente para alcanzar a la flota japonesa, Mitscher lanzó 216 aviones contra Ozawa.
Los aparatos norteamericanos cayeron sobre los japoneses casi a la puesta de sol y su ataque, con 20 aparatos perdidos en su lucha contra los cazas japoneses, fue nefasto para Ozawa, que perdió el portaaviones Hiyo, tuvo averías diversas en otros tres y en un crucero, y perdió dos petroleros y cerca de un centenar de aviones.
Tras su ataque, el regreso de los pilotos norteamericanos hacia sus portaaviones resultó tan dramático como se esperaba y casi la mitad cayeron al agua, perdiendo aquel día 100 aparatos, aunque se salvó la mayoría de las tripulaciones.
Para los japoneses, la batalla del mar de las Filipinas fue desastrosa. Kakuta se hizo el harakiri y Ozawa presentó la dimisión, que no le fue aceptada. Para los norteamericanos, aquel encuentro victorioso abrió la posibilidad de continuar la conquista de las Marianas y tres divisiones desembarcaron al sur de Saipán para iniciar la página más estremecedora de la guerra.
Alrededor de 31.000 hombres, entre guarnición y civiles japoneses, residían en la isla, cuya mayor elevación, el monte Topotchan, fue ocupado por los americanos el 24 de junio.
Al comprobar que a pesar de la terrible resistencia los americanos tomarían la isla, el día 16 de julio se suicidaron los dos jefes supremos. El almirante Nagumo se pegó un tiro en la cabeza y el general Saito se hizo el harakiri. Casi todos los enfermos del hospital se lo hicieron también y los 3.000 supervivientes de la guarnición se lanzaron, al día siguiente, a un ataque suicida contra los americanos.
Como última parte del drama, mientras avanzaban hacia el interior, soldados y marines comprobaban horrorizados cómo mujeres, viejos y niños se arrojaban al mar desde los acantilados. El balance de Saipan produjo más de 26.000 muertos japoneses, y su resistencia retrasó la toma de Tinian y Guam, que fueron ocupadas después. En pocos días la primera isla y con más lentitud la segunda.
Había terminado la batalla de las Marianas. La carretera de Tokio enfilaba la recta final. En los meses de lucha por las Marianas, la Aviación japonesa había perdido unos 1.200 aviones y, con ellos, los pilotos y tripulantes experimentados de que disponía. En adelante, aparte de su progresivo retraso tecnológico, los japoneses deberían enjugar su bisoñez, su inexperiencia como pilotos, lo que, en general, les convertiría en simples víctimas de los aviadores norteamericanos.
Hoy es claro que la guerra estaba decidida entonces y que un solo paso más, la toma de las islas Riu-Kiu, hubiera puesto de rodillas a Tokio. Sin embargo, se siguió con el plan forzado por MacArthur: la toma de Filipinas.