Época: Periodo prerromano
Inicio: Año 750 A. C.
Fin: Año 600 D.C.

Antecedente:
La cultura tartésica



Comentario

El proceso histórico de Tartessos está en relación con un proceso de transformaciones estructurales que dan como resultado una diferencia clara entre las comunidades autóctonas meridionales del denominado Bronce Final de la Península, en el que no existen todavía estímulos coloniales, y las poblaciones de época posterior en las que la influencia mediterránea conduce a una realidad cultural nueva.
En este proceso ha tenido lugar el contacto entre dos culturas distintas, la fenicio-oriental, de tradición urbana, economía desarrollada y diversificada y sociedad compleja y estratificada, con una estructura política avanzada en el marco de la ciudad-estado, y la autóctona del Bronce Final del Suroeste, rural de carácter preurbano, con una organización social simple y poco diferenciada, una economía agrícola y ganadera con muy poco peso de las prácticas artesanales y metalúrgicas y sin una clara especialización.

Este panorama debió sufrir una profunda modificación por la demanda fenicia de metales, de lo que es un claro indicio la aparición y desarrollo de la industria de bronces tartésicos, el aumento de los yacimientos mineros explotados y de las cantidades de metal producidas, así como de nuevas técnicas (Río Tinto y Quebrantahuesos).

El eje del motor económico se desplaza hacia las prácticas mineras y metalúrgicas, siendo los fenicios los agentes de esta transformación socioeconómica al aportar innovaciones en la minería y la metalurgia, así como el conocimiento del torno de alfarero y el hierro. Todo esto conduce a una diversificación de las prácticas económicas de las poblaciones locales, lo que favorece la tendencia hacia una diversificación y estratificación social, a la vez que se debilitan paralelamente los vínculos internos de parentesco de las poblaciones autóctonas, al orientar hacia el exterior a las unidades, que son a la vez productivas.

El proceso de diversificación económico-social favoreció la aparición de sectores productivos especializados (minería, metalurgia, orfebrería y cerámica), con una mayor productividad que propicia la aparición de un excedente, del que se apropia una aristocracia militar, y el desplazamiento de la vida rural hacia formas de poblamiento de carácter netamente urbano, como puede verse en Cabezos de Huelva, Colina de los Quemados, Ategua y el Castro de Medellín.

Pero estas transformaciones estructurales no sólo tienen lugar localmente, sino a nivel regional. Como consecuencia de la demanda fenicia se hace preciso un control efectivo sobre las zonas de producción metalífera y sobre las vías internas de comunicación hacia la costa. Esta unificación de la estructura económica favorecía el desarrollo de tendencias hacia alguna forma de unificación política. Las fuentes literarias (Heródoto, Anacreonte y el viaje de Coleo de Samos) hacen referencia a un basileus Argantonio, que gobernaba sobre Tartessos en la segunda mitad del siglo VII a.C. y cuyas características eran gran longevidad, pacifismo y hospitalidad. No obstante, el término basileus no debe ser usado como testimonio inequívoco de la existencia de una monarquía tartésica, dado que los griegos lo utilizaban para referirse a los gobernantes de los pueblos bárbaros y por oposición a sus propios sistemas de gobierno. Hay que tener en cuenta, también, la posible falsedad histórica de las fuentes literarias que dan noticia de unas pretendidas dinastías mitológicas (Gerión, Gárgoris y Habis) para sustentar la existencia real de una monarquía tartésica de la cual Argantonio podría considerarse como descendiente.

Además, arqueológicamente el Bronce Final del Suroeste únicamente nos permite hablar de unas sociedades incipientemente jerarquizadas sin traspasar la estructura de grupos familiares gentilicios con jefes de carácter guerrero.

Por otra parte, hay que tener en cuenta las propias diferencias regionales y las particularidades culturales, con las diferencias socio-políticas y socioeconómicas derivadas. En el Suroeste, Huelva parece ser la zona que recibió un mayor impacto de la presencia fenicia con transformaciones más intensas.

De este modo, según González Wagner, debemos considerar la muy probable existencia de un proceso de unificación política en torno al núcleo más avanzado, la región de Huelva. Tal proceso no se manifiesta en la aparición de un estado territorial con una estructura política monárquica, sino en una especie de confederación tartésica en la que los distintos caudillos locales reconocerían la autoridad de un jefe común, Argantonio.

En todo el Mediterráneo y no sólo en Tartessos se conoce la existencia de un período orientalizante, que al parecer se debe más a un proceso de difusión cultural de técnicas y modelos de raíces orientalizantes que a una transformación profunda de las estructuras culturales propias de cada una de estas áreas, que siguen conservando su fondo original. Por otro lado, gran parte de estos restos materiales orientalizantes de carácter suntuario (marfiles, bronces y joyas) sólo son representativos de las elites locales y no del conjunto de la población tartésica. Con frecuencia estos objetos materiales tomados del exterior se superponen sobre las prácticas locales sin modificarlas.

En otro orden de cosas, a partir del siglo VII a.C. la arqueología documenta un repentino crecimiento demográfico de los asentamientos fenicios del Mediterráneo Central y Occidental, a la vez que el establecimiento de otros nuevos, debido, al parecer, a la presión asiria sobre los territorios agrícolas fenicios del interior.

Nos encontramos de este modo con un proceso en dos etapas: en un primer momento se producen transformaciones estructurales en el ámbito económico, social y político, debidas a la demanda comercial de los semitas y que aceleran la evolución del mundo autóctono, para pasar después a la implantación de comunidades agrícolas semitas en las tierras tartésicas del interior (Sevilla, Extremadura y quizá Córdoba). Se produce, de este modo, una asimilación de los indígenas, bien como mano de obra agrícola en los asentamientos coloniales fenicios, bien como fuerza de trabajo industrial en las factorías, que se convierten en elementos directos de aculturación.