Comentario
El último período de la Edad del Bronce, cuyos límites cronológicos se sitúan entre 1250 y 750 a. C., se caracterizó por una serie de movimientos y cambios que afectaron a gran parte de Europa tras la relativa estabilidad alcanzada durante el Bronce Medio. En Europa Central se desarrolló la cultura de los Campos de Urnas, que acabó extendiéndose a casi todas las regiones, difundiendo su rito funerario de la incineración que se generalizó con gran rapidez, mientras en el Mediterráneo Oriental fue una época de agitación cultural en la que adversos fenómenos naturales y movimientos de pueblos contribuyeron a la decadencia de la civilización micénica y a la entrada de Grecia en una etapa cultural menos brillante denominada Edad Oscura.
La Península Ibérica, por su parte, recibió una serie de influencias llegadas del exterior que sirvieron para revitalizar el desarrollo de las anteriores culturas regionales y para ir perfilando el panorama que a lo largo de la Edad del Hierro se acabaría convirtiendo en el mundo indígena prerromano del final de la Prehistoria.
Por un lado, las regiones occidentales participaron plenamente del apogeo cultural de las Relaciones Atlánticas ya iniciadas desde el principio de la Edad del Bronce; por otra parte el sector del Noreste, fundamentalmente Cataluña y el valle del Ebro, acusó la llegada de las influencias de los Campos de Urnas centroeuropeos y, finalmente, toda Andalucía recibió el impacto de la colonización de fenicios y griegos llegados por el Mediterráneo. Sin embargo, esta realidad no debe hacer pensar en una total ruptura puesto que en algunas regiones las culturas indígenas, que venían desarrollándose durante el Bronce Medio, continuaron su desarrollo hasta asimilar y adoptar algunas de las influencias mencionadas.
En el momento de la llegada de estas nuevas aportaciones, la cultura indígena que mayor extensión territorial alcanzaba era la de Cogotas I, denominada así por los hallazgos realizados en el yacimiento epónimo de la provincia de Avila pero cuyo foco originario puede situarse en la cuenca media del Duero, donde se detectan sus primeras manifestaciones a finales del Bronce Medio, siendo todos los territorios meseteños su área de mayor pujanza.
Este horizonte cultural se identificó fundamentalmente por su cerámica, que se convirtió en un auténtico fósil-guía, ya que ofrece una uniformidad repetitiva al aparecer siempre las mismas formas -cuencos, fuentes y vasos globulares- con una barroca decoración geométrica efectuada con las técnicas del boquique, la excisión o la incisión. La metalurgia, por el contrario, es mucho menos brillante, conociéndose sobre todo punzones de cobre o de bronce, producto seguramente de técnicas locales.
Los hallazgos materiales se han realizado sobre todo en los lugares de asentamiento que muestran la existencia de patrones diferentes: en cuevas, sobre cerros en altura o en llano en las terrazas de los ríos, donde se han identificado numerosísimos fondos de cabaña o estructuras en pozo que se denominaron así porque se suponía serían la planta de las viviendas que ocuparon aquellas gentes; algunos autores opinan que estas subestructuras serían sólo una parte de recintos habitacionales más complejos. Estos fondos de cabaña son muy abundantes en el valle del Duero y del Manzanares, donde recientemente C. Blasco ha excavado el yacimiento de Perales del Río (Madrid), en el que ha identificado casi quinientos hoyos repartidos en una superficie de unas cinco hectáreas, interpretándolo como un lugar ocupado por uno o varios grupos a lo largo de varios siglos.
También se conocen enterramientos de Cogotas I que, aunque en menor número, muestran la práctica del rito de la inhumación del cadáver acompañado de un ajuar formado fundamentalmente por varias piezas cerámicas; las inhumaciones suelen ser simples pero también se han encontrado casos de enterramientos dobles o triples como, por ejemplo, el de San Román de la Hornija (Valladolid).
Las actividades económicas de estos grupos están menos documentadas ya que todavía se dispone de pocos estudios faunísticos y polínicos. De todas maneras, los datos disponibles apuntan a un desarrollo importante de la ganadería, sobre todo de bóvidos y de ovicápridos, seguidos a mayor distancia por el cerdo y el caballo, y a la pervivencia de la caza, especialmente del ciervo, que proporcionaría gran parte de la carne consumida. También puede deducirse una actividad agrícola, tanto por las zonas llanas de ubicación de algunos asentamientos, como por los abundantes molinos de piedra encontrados en los fondos, dedicada principalmente al cultivo de cereales o de las alubias, según los últimos datos del mencionado yacimiento madrileño de Perales del Río.
Por su parte, todo el Occidente peninsular formó parte, durante la Edad del Bronce, del denominado círculo o familia atlántica, que realmente hace referencia a una entidad geográfica, desde el Báltico hasta la Península, caracterizada por el uso de determinados objetos materiales. Como durante mucho tiempo no ha existido buena documentación arqueológica sobre los poblados o las necrópolis, el estudio de este fenómeno cultural se circunscribió fundamentalmente a la clasificación de las piezas metálicas y al establecimiento de su evolución a lo largo del tiempo.
La mayoría de estos objetos de bronce se encontraron formando parte de depósitos o escondrijos, en un gran número de ocasiones descontextualizados, cuya distribución costera parecía atestiguar la importancia que jugó el mar en el desarrollo de aquellas comunidades, estableciéndose una serie de relaciones que fueron incrementándose hasta llegar a su apogeo durante el Bronce Final. Ruiz Gálvez, sin embargo, ha señalado a este respecto que quizás se han trazado esquemas demasiados imaginativos, pues hay que valorar bien las posibilidades reales de la navegación de aquella época y de la capacidad de los barcos que supuestamente circulaban a lo largo de las costas europeas, debiéndose pensar que los contactos comerciales entre las distintas regiones atlánticas serían al principio esporádicos y presumiblemente se llevarían a cabo a través de intermediarios, volviéndose a plantear el tema de si viajarían más rápidamente las ideas e influencias que los productos manufacturados. Así se explicaría la variedad regional dentro de la aparente unidad de la metalurgia atlántica.
Durante el Bronce Final aumenta el número de hallazgos y los objetos de bronce se multiplican (espadas pistiliformes y de lengua de carpa, estoques, puñales, hachas, etcétera) al tiempo que la orfebrería alcanza una gran perfección, como lo atestiguan los tesoros de Sagrajas (Badajoz), Berzocana (Cáceres), Sintra (Portugal), etcétera, cuyos torques de oro macizo pueden emparentarse tipológicamente con otras piezas bretonas o irlandesas y que por su alto valor pueden considerarse regalos políticos, introductorios de relaciones entre distintos grupos.
La intensificación de estas relaciones acaba sobrepasando las costas atlánticas y adentrándose en el Mediterráneo, con ejemplos como el depósito del Monte Sa Idda en la isla de Cerdeña o, en nuestro territorio, el depósito de la Ría de Huelva, exponente de la concurrencia de corrientes culturales llegadas al sur de la Península por diferentes caminos.
Otros aspectos materiales del Occidente están peor documentados, como los aspectos funerarios o habitacionales, pero eso no ha impedido que se intenten nuevas interpretaciones sobre los materiales ya conocidos, basándose en los lugares de aparición de los tesoros y depósitos y en comparaciones etnológicas, llegándose a algunas conclusiones interesantes. En este sentido, Ruiz Gálvez piensa que en estas sociedades de base eminentemente agrícola la tierra tendría un gran valor y por tanto existiría la necesidad de establecer alianzas y compromisos de tipo matrimonial para mantener y acrecentar las posesiones, contexto en el que cobra un gran sentido el intercambio de objetos de prestigio, a modo de transacción social; los torques de oro y otros objetos valiosos, de gran valor intrínseco, representarían el establecimiento de alianzas en un marco de relaciones comerciales realmente pujantes.