Época: Periodo prerromano
Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Actividad económica de los pueblos iberos



Comentario

Al igual que en la etapa anterior, llamada etapa orientalizante, el comercio de época ibérica no estaba dominado por los indígenas. Los iberos no fueron protagonistas de la actividad comercial en el Sur y Levante de la Península Ibérica, sino que fueron los pueblos comerciantes del Mediterráneo, fenicios y griegos sobre todo, quienes dominaron el comercio.
Aunque faltan todavía muchos estudios concretos sobre el material arqueológico hallado en España y no producido en ella, estudios que nos indiquen la procedencia y el medio por el cual ha llegado a nuestro país ese material, sí estamos en condiciones de poder afirmar que el comercio de estos productos y de los producidos por los indígenas se hacía a través de las colonias griegas, fenicias y, más tarde, cartaginesas establecidas en las costas del Sur y del Levante. Pero mientras que para otros aspectos la tradicional distinción en la historiografía entre zonas de influencia griega y de influencia fenicia y púnica puede considerarse relevante, los comerciantes apenas se vieron afectados y comerciaban indistintamente en una u otra zona, explicándose así el hallazgo de productos griegos en origen en zonas de influencia fenicia y viceversa. De las colonias y asentamientos fenicios, griegos y cartagineses partían rutas comerciales hacia Oriente, con escalas intermedias (Magna Grecia -sur de Italia-, Cartago, Etruria, Marsella), hasta las grandes metrópolis de Grecia y las islas y las costas más orientales del mar Egeo (Corinto, Atenas, Chipre, Samos, Focea, Tiro, etc.).

Desde el punto de vista comercial España es un país colonial, pues exporta materias primas e importa productos manufacturados. En opinión de Presedo este comercio debió estar en manos de mercaderes orientales, que realizaban su actividad en los grandes centros mercantiles de oriente (metrópolis) y que tenían agentes en las costas que comerciaban con los indígenas. El interlocutor de estos agentes entre los iberos del Sur y del Sudeste debió ser el grupo que controlaba el excedente, especialmente de las minas, cuyo antecedente quizá se deba buscar en el legendario Argantonio. También controlarían el excedente de la producción agrícola de la rica y fértil Turdetania, aunque este comercio es posible que tuviera un radio de acción menor, teniendo como destino las poblaciones costeras donde vivían los mercaderes. Son los que están enterrados en las grandes tumbas del Sudeste con ajuares que demuestran claramente su riqueza y los destinatarios de las obras de arte, muchas de ellas importadas.

Muy poco es lo que sabemos sobre las formas concretas de comercio y, aun lo poco que sabemos, no puede ser aplicado de la misma forma a unas u otras zonas, sino que hay que distinguirlas. Turdetania conocía desde épocas más antiguas (influencia orientalizante) formas bastante avanzadas de intercambio, mientras que la que consideramos como región ibérica nuclear (Sudeste de España y Murcia) adquirió estas técnicas bastante más tarde. No es probable que el intercambio se realizara en estas zonas de España de manera muy distinta a como se realizó en etapas históricamente paralelas en otras zonas del Mediterráneo. No es necesaria la existencia de moneda para que se produzca un importante desarrollo comercial con una organización compleja, como se ve claramente en el Próximo Oriente, donde, a pesar de que hasta el primer milenio a. C. la economía es premonetal, hubo un importante desarrollo del comercio ya en etapas anteriores. Las primeras etapas de intercambio en la Península Ibérica fueron, sin duda, premonetales, utilizando como medio de trueque algún producto especialmente apreciado o incluso cambiando unos productos por otros, como sabemos por los datos de los escritores clásicos que hacían los ártabros (pueblo de Galicia) en el siglo II a. C., que entregaban a los comerciantes el estaño y el plomo a cambio de cerámica, sal y utensilios de cobre. El uso de la moneda es traído a las zonas costeras del Sur y Levante por los propios mercaderes griegos, una vez que este uso se ha generalizado en la zona oriental del Mediterráneo. Las primeras monedas encontradas en España fueron acuñadas en Focea y aparecen en Cataluña, ya en los siglos VII y VI a. C. Se abre más tarde el abanico de procedencias de estas monedas, en los siglos VI y V a. C. Acuñaciones de Marsella, Magna Grecia, Focea, Sicilia y Rodas, se encuentran en Alicante y Cataluña. En el siglo IV ya hay abundantes acuñaciones españolas y, junto a ellas, siguen apareciendo monedas exteriores, concretamente de la Magna Grecia, que en el siglo III a. C. llegan hasta Portugal.

Tanto las monedas como los hallazgos arqueológicos de materiales importados apuntan a Grecia como el primer destinatario de la actividad comercial, tanto de importación, como de exportación.

El sistema de pesos utilizados en la España ibérica nos es conocido por los estudios de Cuadrado a partir de las series encontradas en Valencia y Murcia. El peso máximo es de 290 mgs. y este autor cree que los platillos de balanza que aparecen junto con los pondérales se utilizaban para el peso de la moneda. Por su parte Ramos Folqué halló en Elche y realizados en piedra basáltica pesos de 3.525, 1.600, 960 y 425 grms., empleados, según Cuadrado, como unidades de peso de metales preciosos. Presedo concluye, a partir de estos datos, que las transacciones comerciales en la Península Ibérica se hacían con el mismo método que en el Oriente Mediterráneo.

España fue en la Antigüedad un país exportador de metales, siendo su abundancia, para muchos autores, la causa de la presencia de colonizadores extranjeros desde el inicio de la Edad de los Metales, que se continúa en la etapa orientalizante y no desaparece en época ibérica. Entre estos metales destacan el oro, que se obtenía en gran cantidad en los ríos Segura, Darro y Genil, y la plata, muy abundante en la zona del Sur y el Sudeste de España, desde Huelva hasta Cartagena pasando por Cástulo. Esta se comercializaba en época tartésica y siguió comercializándose en época ibérica, siendo uno de los metales con más demanda para la acuñación de monedas en las ciudades griegas. Junto a la plata aparece el plomo, importante en época romana y que ya debió ser exportado en época ibérica. Otro importante producto es el hierro, cuya explotación sistemática es de esta época, pero cuyo conocimiento se remonta hacia el año 700 a. C. por influencia fenicia. Hay abundantes e importantes restos de metalurgia del hierro en los poblados y necrópolis ibéricos, que nos dan idea de lo avanzado de las técnicas empleadas por estos pueblos. El cobre, cuya producción abarcaba Riotinto, El Algarve, Cerro Muriano y Almería fue objeto de gran exportación a Oriente Próximo por los fenicios en la época anterior y por los griegos en la época ibérica. No propiamente ibero es el estaño, que, procedente de Galicia, era exportado a través de Cádiz.

Además de la exportación de los metales, se produce una importante exportación de fibras textiles de la España ibérica: esparto, cuyos primeros cultivadores, según Plinio, fueron los cartagineses, siendo comprado incluso por los sicilianos (el tirano Hierón II de Siracusa). Este esparto era empleado en cordajes para la flota. En El Cigarralejo, Cuadrado halló gran cantidad de objetos fabricados con esparto: calzado, gorros, redes de pesca y de caza. Del lino y la lana, que también debieron exportarse, tenemos menos noticias.

Como tercer elemento objeto de exportación está la cerámica. Vasijas de cerámica ibérica (cerámica de barniz rojo y cerámica ibérica pintada) han aparecido fuera de España, concretamente en Italia (isla de Ischia) y en Cartago. Probablemente su exportación no es debida a su propio valor, sino como continente de algún producto árido o líquido objeto de exportación, creyendo Cuadrado que éste sería la miel, abundante en la zona ibera.

Por lo que se refiere a las importaciones del mundo ibérico, podemos decir que se centran mayoritariamente en productos manufacturados, aunque no falten importaciones de materias primas, como es el caso del estaño que, procedente de Galicia, es introducido a través de Cádiz, que sirve también, como hemos dicho anteriormente, de centro de exportación hacia el Mediterráneo Oriental. Decae la importación de marfil tan importante en la etapa anterior y continúan a buen ritmo las importaciones de objetos de adorno y el vidrio que llega al mundo ibérico por medio de las factorías púnicas y griegas. También los cartagineses debieron ser los introductores de los numerosos escarabeos egipcios que se han encontrado en los yacimientos ibéricos.

Especial atención merece la cerámica, que en la época anterior había sido sobre todo oriental y griega y que sirvió como elemento catalizador de la propia evolución interna de la producción de cerámica para desembocar en la denominada cerámica ibérica. En la época ibérica no se distinguen claramente las cerámicas orientales y cartaginesas de las iberas y queda como elemento único la cerámica griega y sus derivados en la Península Ibérica.

Respecto a este tema el exhaustivo y documentado trabajo de G. Trías de la Primera Reunión de Historia de la Economía Antigua de la Península Ibérica y los posteriores de M. Picazo y otros autores nos dan una visión bastante exacta de lo que pudo suceder. Desde finales del siglo VI a mediados del siglo V a. C. decae la importación de cerámicas áticas (las excavaciones en Rosas por ejemplo no han proporcionado ni un solo fragmento anterior al siglo V), pero, cuando España entra en el área comercial ateniense (fines del siglo V), empieza a introducirse cerámica ática que, desde los puntos de la costa, sigue las rutas hacia el interior. Como han visto bien los autores antes citados, a partir del último cuarto del siglo V y en la primera mitad del siglo IV aumenta extraordinariamente la cantidad de cerámica ática encontrada en los poblados ibéricos de Levante y Alta Andalucía, coincidiendo precisamente con un período de gran esplendor de la cultura ibérica. Sin embargo, todavía no se han descubierto indicios de ningún establecimiento griego en la costa levantina, por lo que, de nuevo, hemos de afirmar que la pretendida exclusividad de ciertas zonas para los pueblos "colonizadores" no es tal en el caso del comercio, coexistiendo diversas vías comerciales en el área de la cuenca occidental del Mediterráneo. El siglo IV es el momento en que prácticamente en todo el Sur y Levante de la Península Ibérica se encuentra cerámica ática. Lo vemos en los poblados de toda Andalucía, de Alicante a Cartagena con varias rutas terrestres que se dirigen al interior y en los territorios al norte de Alicante, al igual que en Cataluña (Ampurias continúa las importaciones de cerámicas áticas de figuras rojas y en Ullastret se reanudan las importaciones a finales del siglo V y continúan en el siglo IV, sólo por citar dos ejemplos significativos), e incluso con incursiones hacia el norte, como se ve por los hallazgos de cerámica ática en la desembocadura del Tajo o por el hallazgo de Medellín.

El tratado romano-cartaginés del año 348 a. C. concede a los cartagineses el Sur y el Sudeste de Hispania, con lo que las importaciones griegas, que continúan al norte de Cartagena, tienen mayores dificultades en la zona de dominio cartaginés. No obstante en el siglo III se sigue importando cerámica de lujo, la campaniense, hasta la llegada de la terra sigillata. También hay que considerar como cerámica de importación la cerámica gris ampuritana o massaliota que se extiende por la costa oriental y el Sudeste.

En feliz expresión de Presedo, la cerámica griega constituyó la vajilla de lujo de los iberos, que desplaza en las tumbas de los personajes más importantes a la cerámica ibérica pintada de mejor calidad. Su imitación por los iberos tuvo muy poco éxito, pues resultaba muy compleja para ser copiada por los artesanos locales.

Los bronces y objetos de arte, que analizaremos en el apartado dedicado al arte, como esculturas, relieves y otros objetos son también objeto de importación por parte de los iberos.