Época: Periodo prerromano
Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 1

Siguientes:
Bibliografía sobre las lenguas peninsulares prerromanas



Comentario

Es éste quizá uno de los aspectos que en la actualidad está siendo objeto de mayor dedicación por parte de los lingüistas, como puede verse, por ejemplo, con la celebración de los Coloquios sobre Lenguas y Culturas Prerromanas (los dos primeros) y Paleohispánicas (los tres últimos) de la Península Ibérica. Pero no se centran, como en épocas anteriores, en la ubicación de las lenguas que se hablaban (y se escribían) en la Península Ibérica antes de la llegada de los romanos y su delimitación, sino que es más bien un triple intento de descubrir hasta dónde sea posible su origen, en el caso dé que éste no sea conocido, descifrar aquellas lenguas que no nos son conocidas, así como su naturaleza; si son alfabéticas, si son semisilábicas, y resaltar las diferencias entre lenguas que son parecidas.
No es el momento ni el lugar de hacer una historia de las investigaciones, ni de comenzar con discusiones lingüísticas, sino de dar un panorama general de las lenguas que, según el estado actual de nuestros conocimientos, se utilizaban en la Península antes de que el latín se impusiera sobre todas ellas, salvo el reducto pirenaico del vasco.

En este sentido es fundamental y punto de arranque de la investigación posterior la obra de A. Tovar publicada en 1961, The Ancient Languages of Spain and Portugal, quien, a partir de los documentos escritos, establecía cuatro lenguas prerromanas en la Península, además del vasco que, para otros autores como Schmoll o Untermann más recientemente, no era una de las lenguas que existían en España antes de la llegada de los romanos, sino que fue quizá introducido en época romana o posterior.

En primer lugar hay que decir que puede mantenerse, aunque con matizaciones, la antigua división, que reflejan los modernos mapas de Tovar y Untermann, entre Hispania indoeuropea (con topónimos en -briga) opuesta a la no indoeuropea (con topónimos en uli-, ili-). Dentro de la zona indoeuropea hay dos lenguas claramente diferenciadas, el lusitano y el celtibérico, mientras que en la zona no indoeuropea encontramos la lengua del Suroeste de la Península, donde se realizó la más primitiva escritura hispánica; y el ibero, con testimonios por todo el Levante, el valle medio del Ebro, Cataluña y hasta el norte de Narbona en territorio francés.

Los documentos más antiguos de la lengua del Suroeste son grafitos sobre cerámica (siglo VII-VI a. d C.) hallados en Andalucía (Huelva) y Extremadura (Medellín) y las lápidas sepulcrales sobre todo del Algarve en Portugal. De la epígrafia del Suroeste conocemos en la actualidad más de 70 estelas, algunas sólo fragmentos; salvo 5 todas han sido halladas en territorio portugués, en el Algarve, al sur de Aljustrel y al oeste del Guadiana. Los arqueólogos portugueses piensan que pertenecen a la primera Edad del Hierro (siglo VII a V-IV a. C.). Son más abundantes los textos escritos de derecha a izquierda que los escritos de izquierda a derecha.

Según Correa, lo que podemos leer de los textos suena distinto del ibero, afirmando este autor que la ausencia que más caracteriza, de momento, a esta desconocida lengua frente al ibérico es la de -il, que tan documentada está en textos, topónimos y antropónimos ibéricos, tanto del Sudeste como levantinos. Este mismo autor se inclina por pensar, siguiendo a Tovar, que se trata de la escritura tartesia propiamente dicha y que debe ser denominada como tal, referido a un sistema gráfico y también lingüístico y no prejuzgando sobre la extensión territorial del dominio tartesio.

En fin, tanto los textos escritos en esta lengua, como los de las siguientes de las que vamos a hablar (del vasco no conocemos textos equiparables a los de las demás para esta época), son textos a partir de los cuales se puede establecer un signario, aunque en caso del ibero a partir de Gómez Moreno podemos comprender la estructura interna de esta escritura, pero de los que, hasta el presente no nos es posible conocer el contenido en su totalidad.

Los iberos, al igual que hemos visto para otros aspectos de su sociedad, aprenden a escribir como consecuencia de dos influencias diversas, la griega y la meridional desde el alto Guadalquivir, quizá sumada a influencias fenicias.

La distribución geográfica de los documentos en lengua ibera se extiende desde Almería y Murcia (zona denominada del Sudeste de España) hasta el río Herault en el sur de Francia. Su penetración hacia el interior es dificil de fijar, pues lo único que sabemos con seguridad es que en época romana alcanza la región de Jaén y en el valle del Ebro llega hasta Zaragoza. Los soportes de estas inscripciones son variados, destacando las cerámicas pintadas, sobre todo de la zona Liria-Azaila, los denominados plomos ibéricos, que son piezas exclusivamente epigráficas, sin otro objeto que el de ser soporte de la escritura, entre los que se encuentran el de El Cigarralejo en Mula (Murcia) y el de la Serreta de Alcoy, escritos ambos en alfabeto griego, por lo que tenemos alguna información adicional al ser más rico y diverso el alfabeto griego que el ibérico (por ejemplo el ibérico no distingue entre sordas y sonoras o fuertes-suaves en las oclusivas, mientras esta distinción se hace regularmente en escritura griega y latina), y muchos que han aparecido y siguen apareciendo en la zona de Cataluña (Ullastret y alrededores), algunos muy largos y escritos todos ellos en alfabeto ibérico, las lápidas sepulcrales, que carecen de un formulario como las de El Algarve y reflejan una tradición diferente, y, por supuesto, las leyendas monetales, muy abundantes en la zona.

Como decíamos más arriba, Gómez Moreno logró comprender la estructura interna de la escritura ibérica, mezcla de alfabeto y silabario, utilizando sistemáticamente la comparación de los topónimos y étnicos transmitidos a la vez en las fuentes clásicas -literarias y monetales- y en las monedas con letreros en escritura ibérica.

Actualmente podemos descubrir con relativa seguridad los nombres propios debido a la feliz coincidencia de que se haya conservado el denominado Bronce de Ascoli, donde se recoge la concesión en el año 89 a.C. de la ciudadanía a los componentes de la Turma Salluitana, procedentes del valle del Ebro, por el padre de Pompeyo el Grande a causa de los servicios prestados y en el que aparecen indígenas con nombre ibérico y otros con nombre latino pero con el del padre todavía indígena. El elevado número de nombres propios de este documento está permitiendo que sea utilizado como patrón para la identificación de los nombres de personas que aparecen en los demás documentos. A partir de este texto se descubre que la estructura canónica de los nombres propios es de compuestos bimembres y cada miembro consta normalmente de un elemento bisilábico. Por ejemplo, Illur-tibas Bilus-tibas f., aunque también los hay monosilábicos (sufijos), Enne-ges, Biur-no, etc.

Por otra parte, parece que hoy se conocen varias secuencias gramaticales: -mi, -armi, -enmi para indicar posiblemente la posesión, pues van detrás de los nombres personales. A su vez en la fórmula are tace en estelas sepulcrales quizá pueda ponerse en relación con la latina hic situs est.

Dentro del área de la escritura ibérica quiere verse una distinción entre dos zonas, cuya diferencia más clara estaría dada por los signos utilizados, la zona del Este y Cataluña y la zona del Sudeste (Murcia y Almería).

En cuanto a la tradicional relación entre el vasco y el ibérico encontramos una serie de coincidencias fonológicas en ambas lenguas: falta de p, f y m; falta de r- inicial (latín rota"'rueda" - errota"'molino"; falta del grupo oclusiva + líquida (latín crux, vasco gurutz); cinco vocales en un sistema idéntico al castellano, pero no al gallego o al catalán, entre otras. Estas coincidencias se explican por ser lenguas en contacto y no es exclusiva de estas dos lenguas concretamente, sino que es un fenómeno muy extendido. Como ejemplo más significativo de situaciones parecidas puede aducirse la liga balcánica: griego, macedonio, rumano y búlgaro, lenguas con orígenes muy diversos, pero con coincidencias fonológicas y de otro tipo.

Por otra parte hay también una relación onomástica ibérico-vasca: ibérico belès/bels -vasco beltz, "negro" - aquitano -belex, -bels; ibérico Enneges (de la Turma Salluitana) -vasco Eneko (vasco medieval Enneco) - español Iñigo; ibérico -iaunliaur-, vasco iaun/iaur "señor", Jauregui. Pero la equivalencia onomástica no es lo mismo que equivalencia lingüística de modo automático.

Por lo que respecta al celtibérico, decir que en el área indoeuropea de la Península es probable que a mediados del primer milenio a. C. existiesen distintos dialectos procedentes del mismo tronco común indoeuropeo y que únicamente, cuando varios de ellos hayan llegado a alcanzar una cierta homogeneidad entre sus características, se convirtieran en lenguas, favorecido, además, este proceso, como piensa De Hoz, por estímulos políticos o culturales fuertes, como debió ocurrir en el caso de los celtíberos y en el de los lusitanos.

La onomástica indígena de la zona tiene elementos comunes precisamente por este origen común, pero no quiere esto decir que todos hablaran la misma lengua.

Esta diferencia de lenguas dentro de lo que genéricamente podríamos denominar área indoeuropea se ve muy claramente entre el celtibérico y el lusitano. El celtibérico es una lengua céltica de rasgos muy arcaicos, que está documentado en inscripciones realizadas en escritura ibérica, lo cual es una dificultad adicional por las carencias de la escritura ibérica para reproducir una lengua distinta a la ibera.

Entre los documentos celtibéricos más importantes destacan el Bronce de Luzaga y el de Botorrita en escritura indígena (conocemos otro en Botorrita, la denominada Tabula Contrebiensis, pero está escrito en latín), así como las inscripciones en escritura latina de Peñalba de Villastar. En la gran inscripción de Botorrita tenemos 123 palabras en las 11 líneas del anverso y 14 nombres personales con los cuatro elementos característicos nombre personal + unidad suprafamiliar + genitivo del nombre del padre que expresa la filiación + una palabra que debe indicar magistratura, aparte de 4 posibles indicaciones de localidades de origen. La tésera de hospitalidad de Luzaga (Guadalajara) en letras celtibéricas tiene 26 palabras y la más extensa de Villastar 18. Precisamente a partir de la abundante documentación existente, en la que los letreros monetales constituyen un elemento de primer orden, hoy podemos fijar lingüísticamente un territorio celtibérico, cuyos límites están en el río Ebro en la Rioja, siguiendo hasta Botorrita, la antigua Contrebia Belaisca; de aquí por el Huerva incluyendo Teruel por las inscripciones de Villastar y un límite sur que dejaría dentro del territorio a Valeria y Segóbriga; el límite oeste dejaba entre los carpetanos a Complutum-Alcalá de Henares, y pasando el Sistema Central deja parte del territorio de Segovia dentro y la mayor parte en territorio vacceo, incluye Clunia y vuelve hasta el Ebro en el lugar de inicio. Es muy interesante a tal efecto el artículo de M.L. Albertos sobre la onomástica de la Celtiberia en el II Coloquio de Lenguas y Culturas prerromanas de la Península ibérica.

Hoy sabemos que el celtibérico es una lengua céltica, pero las inscripciones celtibéricas son muy dificiles de traducir, pues los celtas que aparecen como celtíberos estaban en la Península desde antes del siglo VII a. C., tuvieron un desarrollo independiente prolongado y no tenemos ninguna lengua del grupo que haya sobrevivido.

Acerca del lusitano, decir que en el año 1935 Herrando Balmori afirmaba que la inscripción aparecida en un peñasco en Lamas de Moledo, pocos kilómetros al nordeste de Viseo, estaba escrita en un dialecto céltico arcaico, con nombres parecidos a los ligures. Hacia 1959 se halló una inscripción semejante a la anterior en el Cabelo das Fráguas, cercano a la ciudad de Guarda, que tenía en común con la anterior el término "porcom". Este nuevo hallazgo permitió relacionar con éstas la perdida de Arroyo del Puerco en Cáceres, con la forma indi común a la del Cabeço. Las tres habían aparecido, además, en territorio lusitano.

La escasez de documentos no ha sido óbice para que ante esta posible lengua se hayan perfilado dos posturas, la de quienes piensan que hay indicios claros y suficientes de naturaleza fonológica y morfológica para pensar en una lengua indoeuropea occidental distinta del grupo céltico y, por ende, del celtibérico, y los que, basándose en la homogeneidad en el empleo de la onomástica personal y en la existencia de topónimos en -briga en todo el área indoeuropea, así como en la falta de datos, piensan que se trata de una lengua de tipo céltico. Tovar y Untermann serían los más claros representantes de una y otra postura respectivamente.

En nuestro caso nos inclinamos porque el lusitano tiene un carácter independiente no céltico, a partir del refuerzo que para la tesis de Tovar han supuesto los trabajos de Schmidt y Gorrochategui, que dan poco valor a los criterios onomásticos y se basan en argumentos de tipo fonológico (mantenimiento de la *p indoeuropea, tratamiento de las aspiradas indoeuropeas y el léxico gramatical). Estamos de acuerdo con Tovar, cuando afirma que "las invasiones indoeuropeas no fueron en realidad siempre de grandes naciones organizadas, sino de grupos mayores o menores, que generalmente no llegaban por de pronto a organizarse en grandes territorios lingüísticos. Las lenguas de gran extensión sólo la lograron por asimilación de grupos menores y por influencias políticas, religiosas, económicas, etc. El lusitano como lengua es el único ejemplo en la península que podemos contraponer al celtibérico como otro dialecto indoeuropeo que ha llegado a nosotros".

Por último, con respecto al vascuence y como planteamiento metodológico inicial, es necesario distinguir entre esta lengua, que se ha denominado por algunos autores "pirenaico antiguo" y que actualmente se nombra como euskera, lengua no sólo prerromana, sino, según todos los investigadores, preindoeuropea, y el pueblo de los vascones históricos, situados por los textos greco-latinos de época romana en el territorio de Navarra y algunas zonas aledañas (Noroeste de Guipúzcoa alrededor de Irún, zona de la margen derecha del Ebro en la actual Comunidad Autónoma de La Rioja después de la expansión de los siglos II-I a. C., la zona de las Cinco Villas en Aragón, y la zona Noroccidental de Huesca hasta el territorio de los iacetanos con su centro en Jaca). Porque, además, está suficientemente demostrado en distintas etapas y lugares que no es posible hacer una identificación mecánica entre pueblo y lengua.

Para esta pequeña exposición seguimos un artículo de Gorrochategui, citado en la bibliografia. Según este autor en la actualidad parece evidente que en una zona determinada del litoral del Golfo de Vizcaya, entre Bilbao y Biarritz, siguiendo hacia el interior por la zona al norte de la Cordillera Cantábrica y a ambos lados de los Pirineos occidentales hasta la provincia vascofrancesa de Soule se atestigua directamente desde el siglo XVI d.C. e indirectamente desde el siglo XI-XII una lengua no indoeuropea que ha sufrido un retroceso desde sus más avanzadas posiciones medievales.

Pero, ¿cuál era la situación a la llegada de los romanos?. Se piensa por parte de Bähr y Michelena que en la zona vasco-aquitana el aquitano representa un estadio antiguo del vasco o de una lengua íntimamente relacionada con él. El río Garona sería el límite a la llegada de los romanos, aunque Burdeos y alrededores, por las noticias de Estrabón, quedarían fuera. Desde allí río arriba hasta la altura de Agen, donde se separaría hacia el sur para ir al encuentro del Garona sin encontrarlo; la línea en dirección norte-sur dejaría a Tolosa al este para alcanzar el Garona, traspasándolo por el desfiladero de Boussens, englobando por la derecha el valle pirenaico del Salat. El vasco histórico del norte de los Pirineos sería continuación del hablado allí en época romana. Por lo que se refiere al vasco peninsular, aunque carecemos de datos para establecer la división entre vasco e ibérico en la zona central de los Pirineos, Gorrochategui piensa que no hay argumentos suficientes para probar la afirmación que hacen algunos autores de la presencia del vascuence en la zona al este del valle de Arán. Para la zona de vascones, várdulos y caristos hay una serie de datos que, aunque no muy abundantes, permiten suponer a Gorrochategui que el vasco era una lengua de uso y que razones sociolingüísticas o de la naturaleza de la misma hicieron que sus hablantes "no consignaran por escrito sus nombres o bien que hubieran aceptado la antroponimia de las personas que se expresaban en una lengua más prestigiosa que la suya". Sería el caso de algún dialecto indoeuropeo y, más tarde, del latín.

Lo que sí parece claro, tanto para Gorrochategui como para los autores antes citados, es que el vasco (o una forma antigua del mismo) ya existía del lado de acá de los Pirineos en época prerromana.

En contra está la opinión del prestigioso lingüista J. Untermann, que recoge una idea ya expresada por Schmoll y que afirmó que "posiblemente hay que aceptar que el vasco no perteneció a las lenguas antiguas hispanas: quizá fue introducido por primera vez en la Península con los desplazamientos de población de época romana o altomedieval".

Pero, como afirma el propio Gorrochategui, "intentar establecer los límites precisos del antiguo vasco en la Península es empresa hoy por hoy, a falta de materiales, imposible, y el intentar establecerlos con exclusividad en oposición a las otras lenguas de la zona, un error".