Época: Hispania republicana
Inicio: Año 237 A. C.
Fin: Año 30 D.C.

Antecedente:
La administración de los territorios conquistados



Comentario

Unas pocas ciudades pasaron a la esfera política romana sin enfrentamientos militares (Ampurias, Sagunto, Cádiz, Málaga...) bien a través de un pacto de amistad, amicitia, o bien por medio de un pacto sellado con rituales religiosos, foedus. Mantenían una independencia formal que les permitía seguir organizadas conforme a sus usos tradicionales y sólo contribuían, a petición de Roma, con impuestos extraordinarios o con aportación de tropas de apoyo o auxiliares para el ejército romano. El carácter formal de su autonomía se refleja bien en las quejas de Cádiz a fines de la República: había mantenido como magistrados a los sufetes, como correspondía a su tradición fenicia, pero, a la vez, Roma había asentado una guarnición militar a las órdenes de un prefecto; la queja fue atendida por el Senado romano en época de César y se les quitó la guarnición además de convertir la ciudad en municipio romano. La complejidad de la medida y la obra de reorganización perduró hasta época de Augusto, quien hizo nombrar patrono de la ciudad al rey Luba II de Mauritania.
Las ciudades privilegiadas, las libres y las federadas pagaban algún tipo de impuestos, salvo concesión expresa a alguna de ellas; tal era, por ejemplo, la situación de Munda y sería la de otras pocas colonias más calificadas de inmunes. Todas las ciudades estipendiarias estaban obligadas al mismo tipo de impuesto directo del 5 por ciento.

También las ciudades estipendiarias gozaban generalmente de autonomía para regirse internamente por sus normas tradicionales. Algunos régulos testimoniados en el Este y Sur peninsular durante el período de la conquista pudieron mantener y trasmitir su poder en los años de comienzos del siglo II a.C; después, no volvemos a tener noticias de estas formas políticas. Todos los datos actuales permiten sostener que muchas ciudades indígenas con estatuto estipendiario se orientaron progresivamente a calcar los modelos de organización romanos.

El Bronce de Botorrita II, hallado en el lugar de la antigua Contrebia Belaisca, cerca de Zaragoza, aporta mucha información sobre algunas de estas ciudades estipendiarias. El Bronce informa sobre un pleito local, el modo de resolverse y el fallo del mismo. El asunto es el siguiente: los salluienses compraron un terreno a los sosinestanos para hacer una traída de aguas y una tercera comunidad, la de los allavonenses, protestó por la venta y sus implicaciones. Una cuarta comunidad, la de los contrebienses, quedó encargada de nombrar a unos jueces que hicieran de árbitros y el fallo de éstos recibió el respaldo del gobernador de la Citerior de ese año 87 a.C. Cuando se menciona a los representantes de los contrebienses, el texto dice que eran cinco magistrados, magistratus, el primero de los cuales se presenta como praetor. Por el tipo de onomástica que presentan se desvela el nivel de organización indígena que pervivía en la ciudad de Contrebia Belaisca: Lubo, hijo de Letondo, de los Urdinocos, Lubbus Urdinocum Letondinis f(ilius), el pretor, y con estructuras y composición onomástica semejantes los demás (Lesso Siriscum Lubbi f., Babbus Bolgondiscum Ablonis f., Segilus Annicum Lubbi f., etc.). Es decir, en la ciudad de Contrebia, había un magistrado unipersonal, equiparable al de otras ciudades itálicas en las que era conocido como pretor. Y esta figura de una magistratura unipersonal es conocida también en otras ciudades de estatuto peregrino del Noroeste en el siglo I d. C.

Desde el momento de la conquista, Roma inició una política de adecuación progresiva de los sistemas monetales de las colonias fenicias y griegas a los patrones romanos. Y tomó una medida más importante aún: permitir que muchas ciudades de Hispania tuvieran su ceca. Aunque hay excepciones y vueltas al pasado, la tendencia dominante se manifiesta del modo siguiente: las monedas con textos en lenguas ibéricas son anteriores a las que presentan textos en latín. Por estos textos conocemos el nombre de muchas ciudades y también los nombres de los magistrados monetales que correspondían a los magistrados de las ciudades. La sistematización de todos los datos realizada por A. Marín aporta informaciones importantes. Baste una muestra sobre magistrados monetales de los años 120-90 a.C. Comparando la onomástica de esos magistrados, se comprueba que la de aquellos que pertenecían a colonias latinas como Carteia y Valentia se presentan como latinos/romanos. Ahora bien, los de Saguntum, ciudad federada, son análogos: Q. Valerius, M. Aemilius, L. Calpurnius, Cn. Baebius, etc. Y es normal que la onomástica de los de una ciudad estipendiaria como Obulco (Porcuna, Jaén) sea mixta, con nombres como M. Iunius o L. Aimilius frente a los indígenas como Sisiper o Bodilcos. Pero tales textos monetales nos dicen también que las ciudades estipendiarias o las libres/federadas imitaban los nombres de las magistraturas de las colonias o municipios de Italia. Así, entre los magistrados de la colonia de Carteia se nos presentan unos con título de quaestor, censor y aedilis. Otro aedilis le corresponde a la colonia latina de Valentia. Pero Obulco, estipendiaria, también presenta a un magistrado como aedilis y Saguntum presenta incluso a un aedilis curulis, magistratura de alguna ciudades itálicas calcada a su vez de la ciudad de Roma.

Muchas de las ciudades que acuñaron moneda aparecen a fines de la República-comienzos del Imperio como ciudades privilegiadas. La responsabilidad concedida por Roma les había servido para ir adecuando su forma de organización interna a los modelos romanos. Pero tampoco debe olvidarse que muchas de esas ciudades fueron centros de recepción de emigrantes itálicos en el último siglo de la República. Otras comunidades del interior mantuvieron más tiempo su lengua y su organización e incluso sus hábitos de escaso uso de la escritura, por lo que se presentan sin testimonios escritos; sólo intuimos la pervivencia de sus formas organizativas indígenas por el largo tiempo que se mantuvieron como ciudades estipendiarias. Y algo semejante debió suceder con su organización sacerdotal, que se nos presenta casi desconocida.