Comentario
Las transformaciones que se operan en la religiosidad antigua y el carácter antitético de la religión romana se aprecia en la difusión de los cultos mistéricos que, presentes en Roma parcialmente desde fines de la República, ofrecen un contenido distinto a la religión oficial, ya que por su carácter personal e iniciático llenan el vacío sotereológico y satisfacen las necesidades de un culto de salvación presentes en el Imperio; la totalidad de estas religiones proceden del Mediterráneo oriental y entre ellas destacan, por la importancia que adquiere su culto, el de Cibeles-Attis, el de Isis-Osiris y el de Mitra.
El culto a Cibeles-Attis simboliza en su propio mito el ciclo de la muerte y resurrección de la naturaleza, en el sentido de que Attis, enamorado de Cibeles, asimilable a la madre tierra, es castrado por su infidelidad, por lo que muere y resucita. Su introducción en Roma se produce en el contexto de la Segunda Guerra Púnica y en Hispania se difunde desde inicios del siglo I d.C. Su calendario festivo tiene como fechas esenciales el 25 de diciembre, día de nacimiento de Attis, y el gran ritual de muerte y resurrección de Attis entre el 15 y el 27 de marzo.
Su importancia en Hispania se constata en dos grandes santuarios ubicados en Carmo y en la Cueva Negra en Fortuna, en Murcia; el santuario subterráneo de Carmo se ubica en el contexto de la gran necrópolis de la ciudad y se encuentra excavado en la roca; su estancia fundamental está constituida por una pequeña cámara, donde se ubica el vetilo de la diosa constituido por un bloque redondo de piedra que simboliza a la madre tierra; en su lado opuesto se encuentra la fosa sanguinaria donde se produce la inmolación del toro (taurobolium) o del carnero (criobolium), que permite la realización del bautismo ritual por parte del sacerdote supremo (archigallus).
Una vinculación similar al ciclo natural de la fertilidad, muerte y resurrección posee el culto a las divinidades egipcias Isis y Osiris, ligadas al ciclo que imponen las inundaciones del Nilo. En Italia su culto se había difundido a partir del siglo II a.C.; en Hispania su implantación se constata desde el siglo I d.C. con presencia en Emerita, Valentia, Saguntum y en Acci, donde una de sus devotas, Fabia Fabiana, le dedica una estatua con una impresionante colección de piedras preciosas. El culto mazdeísta a Mitra, que recoge las concepciones maniqueas de lucha del principio del bien y del mal, se difunde en Hispania a partir del siglo II d.C. Entre sus manifestaciones destaca la escultura de Mitra descubierta en Igabrum (Cabra), que representa al dios en actitud de sacrificar al toro.
La proyección de la religión romana a las provincias hispanas se produce en un contexto de transformación interna de la que es manifestación la aceptación progresiva por el Imperio de los cultos orientales. Junto a las nuevas creencias, uno de los elementos que denota su evolución está constituido por el progresivo desarrollo de procesos sincretistas, que dan lugar a una modificación sustancial del carácter politeista de la religión tradicional en una perspectiva henoteista, que favorece el ulterior triunfo del monoteísmo.
Al igual que se constata en otros planos de la realidad histórica, la implantación de la religiosidad romana no implica la completa desaparición de las prácticas religiosas existentes con anterioridad en Hispania. En algunos casos, la subsistencia se produce mediante la correspondiente interpretación romana de las divinidades fenicias, como ocurre en el caso de la relación Tanit-Juno, o griegas, constatada en la mencionada relación Artemis-Diana o Asclepios-Esculapio. Algo similar se constata en relación con las divinidades prerromanas, aunque con la peculiaridad de que su subsistencia o interpretación se efectúa fundamentalmente en contextos históricos donde la implantación del ordenamiento romano y especialmente de su epicentro, la ciudad, posee menor vigencia.
En el mundo ibérico se observa la perduración del culto en los grandes santuarios naturales, donde se siguen depositando exvotos hasta la Tardía Antigüedad. Sin embargo, la subsistencia de los cultos indígenas se aprecia con mayor fuerza en el mundo lusitano y céltico del oeste y norte peninsular. Entre las divinidades lusitanas subsisten durante el Alto Imperio el dios Endobelicus, relacionado con la salud y asimilable a Esculapio, con un importante santuario en S. Miguel de la Mota (Ebora), y la diosa Ataecina, relacionada con las creencias de ultratumba y asimilable a Proserpina, cuyo culto irradia desde su ciudad de origen en Turobriga (Almorchón) a centros importantes de la Lusitania y zonas colindantes como el valle del Guadalquivir, donde recientemente se le documenta en epígrafe funerario procedente de Ubeda (Jaén). En el mundo celta del noroeste se aprecia la supervivencia de dioses tales como Anderoni, Candiedo y Lacídus asimilados a Júpiter, del dios de la guerra Coso, identificado con Marte, o del culto a la fertilidad personificado en las Matres.