Comentario
Por más que falte todavía completar el mapa minero-metalúrgico de Hispania durante toda la Antigüedad romana, contamos ya con los resultados de muchas campañas de prospección y excavación arqueológicas como para movernos ante unos resultados seguros, aunque incompletos. Entre los muchos estudios realizados sobre la minería antigua de Hispania destacan los estudios de Domergue, que tienen una importancia fundamental.
Los autores antiguos siguen repitiendo las loas a la riqueza minera de Hispania, si bien sus afirmaciones representan más un pensamiento tópico que un reflejo de la realidad de la minería en el Bajo Imperio. Así, por ejemplo, nadie ha encontrado un solo apoyo arqueológico para sostener que el Tajo fuese portador de arenas auríferas.
Al tratar de contabilizar los distritos mineros en actividad durante el Bajo Imperio, se comprueba que su número era mucho más reducido que en el período altoimperial. Sobre ciento setenta y tres explotaciones conocidas de la Hispania altoimperial, sólo veintiuna están documentadas durante el Bajo Imperio. Las técnicas y modos de prospección han sido iguales para ambos períodos: el estudio de materiales arqueológicos (cerámicas, lámparas, monedas...) dentro de las galerías o en sus proximidades. La existencia de poblados en las proximidades de una mina exige ulteriores confirmaciones pues, si el poblado sólo se justifica por las minas, como el caso de Cerro Muriano (Córdoba), no hay duda de que prosigue la actividad minera. Ahora bien, otros poblados como los de Almería (Sierra Almagrera, Herrerías y Cueva de la Paloma), cercanos a distritos mineros con actividad en épocas anteriores, pueden haber continuado durante el Bajo Imperio por disponer de tierras laborables en sus proximidades. Tal vez estemos aquí ante comunidades agrícolas descendientes de los antiguos mineros que habitaban esos poblados. En esencia se puede afirmar que hubo una importante disminución de la actividad minera durante esta época en Hispania.
Al hacer un reparto geográfico de los distritos mineros se comprueba la ausencia de algunos que habrían tenido gran importancia en el Alto Imperio, como los relacionados con la explotación del oro en el Noroeste (Las Médulas, La Valduerna, etc.). Del Noroeste sólo presentan actividad las minas de Serra das Banjas, en Tras-os-Montes, de donde se siguió obteniendo algo de oro hasta mediados del siglo IV y tal vez, la mina de cobre de El Aramo (Asturias). El resto de los distritos mineros se extienden por el Sur peninsular: en Sierra Morena (distrito de Linares-La Carolina, distrito de Posadas, de Azuaga, de Córdoba y distrito de Sevilla), en el Suroeste (distrito de Huelva y del Alentejo) y en el Sureste (distrito de Cartagena-Mazarrón y -bastante dudoso en esta época- el de Almería). Falta por conocer con precisión la evolución de algunas minas de los Montes de Toledo, de la Sierra de Guadalupe, del Moncayo, de la Sierra de la Demanda y, posiblemente, de otros enclaves más donde hay indicios mal precisados de actividades mineras de época romana.
En todo caso, las importantes minas de oro del Noroeste, cerradas entre finales del siglo II e inicios del siglo III, no volvieron a ser puestas en explotación. La actividad que puede denotar la ocupación temporal del castro de La Corona de Quintanilla (León) puede deberse a un pequeño grupo de mineros que pronto abandonaron su proyecto de obtener oro.
Al tratar sobre el abandono de éstas y otras minas, los estudiosos comprueban que hay algún caso de agotamiento de los recursos y de dificultades derivadas de la insuficiencia técnica. Así, se sabe que el tornillo de Arquímedes o la noria eran válidos para extraer pequeñas cantidades de agua, pero que si daban con una fuerte corriente subterránea de agua y no era posible bajar la capa freática había que abandonar la explotación. Ahora bien, la causa que incidió principalmente en el abandono de muchas minas se encontraba en la escasez de mano de obra barata. En lo que respecta a las minas de oro del Noroeste, su explotación había requerido durante el Alto Imperio una considerable cantidad de mano de obra esclava e ingentes cantidades de población sometida de astures, cántabros y galaicos. A medida que esa población indígena fue adquiriendo derechos de ciudadanía romana y latina, se fue viendo liberada de la obligación de trabajar en las minas. La relación entre tonelada de tierra que había que remover y gramos de oro obtenidos de la misma no permitía pagar a trabajadores asalariados y aunque pudiera haber individuos condenados a trabajar en las minas, damnati ad metalla, su número no era suficiente como para mantener abiertas las explotaciones.
Todos los datos parecen indicar que las explotaciones mineras mantenidas durante el Bajo Imperio no disponían de la planificación y organización que tuvieron en épocas anteriores, encontrándose con frecuencia ante explotaciones puntuales gestionadas de modo heterogéneo y, posiblemente, por pequeños grupos de mineros. Estaríamos pues ante una minería residual, comparada con la del Alto Imperio.
Por otra parte, se comprueba que se ha producido igualmente una reducción de los productos mineros, ya que se obtienen prioritariamente plata, plomo y cobre, hierro en menores proporciones y probablemente algo de estaño. Plata y plomo se obtenía en El Centenillo (Jaén), El Francés, Santa Bárbara y el Cortejillo (Córdoba), Peñón del Moro (Badajoz) y el Coto Fortuna (Murcia). El cobre en El Aramo (Asturias), Cerro Muriano (Córdoba), Potosí (Sevilla), Minas de Cala (Huelva) y San Estevao en el sur de Portugal.
Por más que nos conste que algunas canteras eran del Fisco y fueron objeto de leyes imperiales destinadas a regular y garantizar su producción, ante todo las canteras de mármol, no parece que interesaran demasiado a los emperadores las canteras de Hispania, alguna de las cuales estaba en actividad, como lo demuestran los talleres de sarcófagos y esculturas de esta época.